domingo, 22 de junio de 2025

HABITACIÓN 403

 - ¿Qué ha dicho el doctor? - preguntó el hombre, que frisaba los cincuenta, entrando en la habitación en la que dos camas se encontraban ocupadas por dos hombres, uno  anciano y otro de unos veinte años menos,  ambos con goteros.

- La evolución es buena, pero lenta. Aún tendrá que permanecer unos días más hospitalizado - respondió la mujer interpelada - ¿Que te ha dicho de tu padre?

- Parecido. Seguirá aquí unos días, hasta que puedan darle el alta con garantías. Parece que no quieren un segundo reingreso - contestó con una entonación que no podía ocultar el cansancio, a pesar de su voz grave. 

-  Habrá que armarse de paciencia - alego ella, a modo de colofón. - Mira, están dormidos. Parece que la visita del doctor ha actuado como un analgésico.

- Creo que voy a aprovechar para bajar a la cafetería del hospital a tomar algo. ¿Te apuntas? - preguntó el recien ingresado en la habitación.

- ¡Gracias! Creo que te voy a acompañar, Pablo. Me vendrá bien despejarme un poco, aunque para ello deba tomar ese brebaje insufrible que en este lugar sirven bajo el nombre de café - acepto ella.

Ambos se encaminaron al ascensor, ella tras coger su bolso y asegurarse de llevar su móvil, para acceder hasta la planta baja, donde se encontraba ese lugar que durante estos últimos días les había servido para comer, cenar o, como en este caso, tomarse un café, siempre, con la excepción de esta ocasión, cada uno por su cuenta. Tras casi una semana coincidiendo, y casi conviviendo en ocasiones, en la habitación donde se encontraban hospitalizados el marido de ella y el padre de él, por primera vez habían decidido compartir un ratito de desahogo o desconexión lejos de los dos enfermos, que seguían durmiendo en la 403 del bloque C.  

Eso no impedía que en las esperas en el pasillo de la cuarta planta del bloque C, bien porque debían limpiar la habitación, asear o cambiar a los enfermos o por cualquier otra cuestión, no se hubiesen producido conversaciones entre ellos, donde habían descrito sus respectivas situaciones vitales a su  interlocutor. "Dos islas perdidas", dijo Gema cuando escuchó la narración, más o menos detallada, de los últimos quince años de la vida de Pablo. Y él pensó, aunque se guardó mucho de manifestarlo en voz alta, que tendría una gran suerte la persona que llegase a formar un archipiélago con ella. 

Después de pedir dos cafés con hielo, cualquier cosa para mitigar el sabor de ese mejunje resultaba válida, se sentaron en una mesa al lado de un ventanal, cuyas vistas terminaban unos ocho o diez metros más allá,  donde arrancaba uno de los edificios, el bloque A, del hospital. A ninguno de los dos pareció importarles mucho esa limitación paisajística, pues ella comenzó a hablar y él parecía escuchar con toda la atención que no tuvo durante su época de estudiante de secundaria. 

- Esto resulta duro. Tantos días aquí. Los hijos lejos, con su vida hecha y sus obligaciones. Hace tiempo desistieron de venir. Los ingresos de Fidel en los últimos diez, doce años resultan frecuentes y ellos no pueden, ni deben, hacerse cada poco ochocientos km en el caso de uno y más de  dos mil quinientas en el caso de la otra cuatro, cinco o  seis veces al año, como poco. Estoy agotada, Pablo - contó ella, acompañando las palabras con un gesto con las manos, que servía para reafirmarse en su cansancio casi eterno. 

- No sé muy bien que decir, Gema. Entiendo ese sentimiento de cansancio, pero, sobre todo, el de soledad ante esta situación repetitiva, que te lleva a enfocarte en el otro, olvidándose de uno mismo. Por momentos aparece la sensación de que la vida se escapa entre los dedos, sin dejarte elegir aquello que deseas hacer. Comprendo lo que vives, mi padre, como sabes, ha estado hospitalizado unas cuantas veces los últimos tres o cuatro años y resulta demoledor, y más estando solo en este trance, como nos ocurre a nosotros - concluyó mirando a los ojos cansados de color verde de ella.

- Sabes, durante muchos años la vida con Fidel solo puede calificarse como buena o muy buena, depende de las temporadas. Él tiene dieciséis años más que yo y gracias a ello me enseñó muchas cosas de la vida y, sobre todo, viví muy bien a su lado. Viajes continuos, buenos hoteles y grandes restuarantes, ropa de calidad... Todo lo que alguien, sin distinción de sexo, puede desear. A cambio de ello renuncié a mi vida profesional, pero tuve la suerte, y en ocasiones la  preocupación, de ver crecer a mis dos hijos y criarlos yo, sin intermediarios. Sin embargo, ahora, la larga enfermedad de Fidel, que cada vez agrava más su capacidad de raciocinio, y la distancia a la que se encuentran mis hijos, me han dejado en una situación de soledad, en la que tengo la compañía de mi marido en cuerpo, pero no en alma. Esa persona de la que me enamoré hace muchos años se encuentra en un lugar lejano, irrecuperable y ahora convivo con alguien distinto, surgido de una enfermedad que ha carcomido su esencia. A veces me pregunto si cuando le llamo por su nombre y me responde  hablo con la misma persona que conocí y con la que tantos recuerdos maravillosos tengo.

- Resulta todo demasiado complicado. La soledad, la exigencia continua,  la imposibilidad de ser uno mismo, de realizarse, aunque sea mínimante - reflexionó Pablo. 

- Cierto. Tú no tienes pareja en estos momentos y yo, aunque tengo a mi marido cerca, siento un vacío que me empuja a una sima sin salida. Todos los problemas los hemos de asumir en soledad, gastando unas energías y un tiempo que comienzan a mostrar sus límites a nuestras edades - argumentó ella. - Yo aún necesito vivir, disfrutar, sentir...

- Te comprendo perfectamente. Una mujer atractiva, culta y agradable como tú no creo que tuviese problemas para ello en otras circunstancias, pero... El sentimiento de responsabilidad, del deber hacia otras personas nos sumerge en un laberinto del que sólo el final de la otra persona puede sacarnos medianamente indemnes. Pero mientras el tiempo se acaba y los sentimientos, los deseos, las necesidades se diluyen, despersonalizándonos un poco más aún - dijo él. 

-  Cierto - dijo ella, mientras miraba con detenimiento los rasgos de la cara del hombre que se encontraba enfrente, lo que la permitió constatar algo que ya sabía, pero que no se había detenido a considerar: ese tipo, de voz grave, y en ocasiones un poco alocado, le resultaba muy atractivo. Le hubiese gustado que las circunstancias distasen mucho de las que les había llevado a establecer un vínculo de complicidad ante la situación que estaban viviendo, pero las circunstancias no podían cambiarse.

- Me gustas mucho - comentó con su voz profunda y a la vez cautivadora. - Espero que no consideres que me aprovecho de tus circunstancias de debilidad o de la necesidad de alguien que te arrope. No es cierto. Simplemente has conseguido encender dentro de mí algo que llevaba bastante tiempo extinguido por completo.

- No sé que decir. Por un lado me resulta halagador. El hecho de sentirme importante para alguien, para ti, me genera una maravillosa sensación. Pero, por otra parte, como has dicho, la obligación, el deber me produce... - respondió Gema mientras con sus hombros generaba un mensaje de incertidumbre, de duda.

- Resulta curioso, que te muestres como alguien pasivo, que recibe halagos y que se debe a otra persona, obviando lo que sientes - razonó Pablo.

- Me gustas. Me resultas atractivo. ¿Eso es lo que quieres escuchar? - contestó. - Pero no es el momento.

- ¿Por qué? - preguntó, con una firmeza que sorprendió a ambos.

- Ya te respondí antes: por el deber - explicó escuetamente. 

- ¿Y el deber hacia ti? - repuso él.

Ella se limitó a volverse a encogerse de hombros.

- Intentémoslo. ¿Qué podemos perder? - propuso mientras cogía las manos de Gema.

- Tengo tantas dudas, tantos miedos y, sobre todo, tendría tantos remordimientos por dejar a Fidel en esa situación - argumentó sin soltar las manos que él le había ofrecido.

- Yo en tu lugar también las tendría. Egoístamente solo te puede decir que dejes decidir a tu corazón, a tu necesidad o a ambos - contestó. - Nunca pensé que de mi boca saliese esto, ni tan siquiera me planteé que podría decirlo, pero me alegro de que, por enésima vez, mi padre fuera hospitalizado; de otra manera jamás te hubiese conocido. No sé si para ti posee algún sentido lo que acabo de decir, pero para mí resulta algo así como la luz que anuncia el final del tunel. 

- La luz que anuncia el final del tunel - repitió ella. - ¿Y si después acaba la vía y nos espera el  abismo?

- ¿Un abismo como en el que nos encontramos ahora? - argumentó Pablo. 

- ¿Y Fidel? ¿Qué pasará con Fidel? - respondió Gema.

- No soy yo quien debe responder a esa pregunta. Pero, me dijiste que la decisión de internarle en una residencia la tenías tomada desde hace tiempo y que sólo te quedaba por dar el paso, el más duro, de decidirte por una. Tú no puedes cuidar de él como lo harán en un buen geriátrico. Su situación cognitiva muy deteriorada. Sus olvidos, incluso a veces de tu nombre. Sus respuestas, en ocasiones violentas cuando se siente perdido. Sus caídas frecuentes, debido a la torpeza motriz que  la enfermedad le causa. Necesita un tipo de atención muy específica que tú no le puede proporcionar y lo sabes - adujo con voz pausada. - Además, siempre podrás visitarlo en esa residencia y ayudarle en lo que necesite. Su patología seguirá un proceso que llevará a Fidel a no reconocerte y, probablemente, a acabar encamado. Lo siento, suena duro, pero no he dicho nada que no hayas pensado tú.

- Lo sé - contestó, acompañando las palabras con un gesto de asentimiento con la cabeza. Un gesto que parecía abrir la puerta a una realidad necesaria y tantas veces aplazada por ese sentimiento del deber, por una fidelidad mal entendida y, por qué no decirlo, por un miedo a qué va a ocurrir cuando en la casa sólo resida ella. Sólo su voz y las sombras de los recuerdos plagados de ausencias. 

- Siento algo por ti. Algo muy poderoso, que me hace desear venir a este jodido hospital todas las mañanas. Vamos a intentarlo - dijo sin dudar.

- ¿Qué pensarías si fuese a ti a quién abandonara, en vez de a Fidel? -  preguntó 

- Obviamente, no me gustaría. No te puedo contestar otra cosa. Pero en este asunto soy Pablo, que sólo aspira a que la persona que ama, tú, le corresponda. En las relaciones siempre hay vencedores y vencido, que, a veces,  en función de las circunstancias son los mismos. Intuyo que, decidas  lo que decidas, siempre  vas a perder de alguna manera - reflexionó. - Si me rechazas te reprocharás no haberte dado una oportunidad. Si me aceptas, sentirás, al menos al principio, que has dejado al hombre con el que has compartido experiencias, hijos... en una residencia, mientras tú disfrutas de la vida.

- Lo has descrito perfectamente.

- Creo que deberías tomar una decisión que suponga el menor daño para ti - argumentó.

Ella calló en su turno de respuesta. Tras unos segundos de duda se limitó a acercar sus labios a los de él y le dio un beso fugaz.

domingo, 15 de junio de 2025

HABLEMOS, INCLUSO DE EDUCACIÓN (II)

En la entrada anterior comentamos la importancia del entorno para el adecuado desarrollo del alumno. Obvié hablar de aspectos como la adolescencia y, en ocasiones, sus consecuencias en la motivación del alumno hacia todo lo referido a la Educación. De igual manera, no me adentré en cuestiones como el absentismo escolar, que, por experiencia personal, sé que en determinados colectivos constituye una constante. por no alargar en demasía  la entrada. No constituyendo, hoy tampoco, el objetivo de este post.

El tema que abordaré en esta ocasión es uno que a muchos profesionales de la Educación nos preocupa: el sobrediagnóstico.

¿Qué entiendo por sobrediagnósitico? Este concepto hace  referencia al gran número de niños, alumnos, que tienen un diagnóstico,  recogido en el manual diagnóstico y estadístico DSM-5, realizado por un profesional. Hasta aquí todo normal, pues todo se rige por unos patrones iguales para todos. Pues sí, pero no. Para explicarlo voy a contar una breve historia personal.

Hace unas semanas mi padre ingresó en un hospital con una más que posible neumonía, pero, el médico me dijo que tenían que realizar un cultivo para determinar que bactería lo había provocado y asegurarse. En efecto, tras realizar un cultivo, tuvieron la certeza objetiva de que un neumococo había causado la enfermedad. ¿Y esa misma certeza objetiva no ocurre en cuando los profesionales utilizan el DSM-5?  Pues, desgraciadamente, no. Puedo contar casos de alumnos diagnosticados por distintos profesionales de manera diferente ante un mismo hecho. El de profesionales de la medicina o de la psicología cuyo índice de alumnos con TDAH diagnosticados es asombrósamente alto (recuerdo uno en un curso al que acudí que alardeaba de ser el segundo profesional de la sanidad que más casos de TDAH diagnosticaba y tras asistir a sus charlas no me extrañó). De igual manera es vox populi el elevado número de alumnos que son considerados niños con trastorno del espectro autista. Uno recuerda a Ángel Rivière, que en paz descanse, hablando del continuum que suponía el autismo, pero para algunos no se trata de un continuum, más bien lo han convertido en un totum revolutum. 

Tal vez cuando Leo Kanner, a mediados del siglo pasado, hizo referencia, por primera vez en la historia, a unas personas con unas características determinadas, autistas, apuntó a unos conceptos rígidos y a un tipo de patología severa, pero de ahí a lo de ahora hay un tramo muy extenso.

¡Ojo! No estoy diciendo que no existan personas con TDAH, TEA o cualquier otra patología, lo que defiendo es que al no existir una prueba objetiva, alguien puede diagnosticar a un niño con un TEA y otro profesional pueda decir que, por el momento, sólo puede considerar que tiene un retraso en la adquisición del habla. 

Hasta aquí la exposición de un hecho, pero no su explicación, que resulta crucial para compernder y abordar el problema. Así, a vuelapluma, se me ocurren tres causas fundamentales, que no resultan excluyentes:

- Considerar al individuo como un ente aislado.

- La necesidad de diagnóstico a toda costa por parte de algunos profesionales.

- Cuestión económica.

El primer apartado puede retrotaernos a la entrada anterior si tenemos en consideración la importancia del entorno, de la familia, en especial a tempranas edades. Para ilustrarlo voy a utilizar un ejemplo.

Imagine el lector que una persona anciana que vive en una residencia ingresa 4 o 5 veces con neumonía en un hospital en un período de tiempo breve, pongamos tres meses. Los médicos se pueden plantear que ocurre en el organismo de esa persona para infectarse continuamente y hacer un estudio  exhaustivo al paciente o también pueden considerar que en el lugar donde vive esa persona hay un problema que lleva a ese paciente a ingresar en el hospital con frecuencia. Una hipótesis no invalida a la otra; solo se trata de buscar una respuesta a un hecho. Pues bien, una parte de los profesionales que diagnostican a nuestros niños optan por la primera hipótesis: el estudio exhaustivo del paciente. Lo cual, de manera impepinable, conlleva poner una etiqueta, dar un diagnóstico. 

¿Cambia esto algo? Por lo general, no. Al contrario, pone una etiqueta al niño, que, en muchos casos, no le va a favorecer. Y, por mi experiencia, la medicación, en un número significativo de niños, pasado el momento incial, no varía la conducta de estos niños, en especial los que tienen ciertas caracaterísticas. 

 ¿Cambia el entorno del niño, que con ciera frecuencia es el generador de ese tipo de problemas o el acrecentador de los mismos? Misma respuesta: por lo general, no. Es más ese entorno ya puede tener, no digo que sea siempre, ni mucho menos, una excusa para no variar nada, porque es una cosa interna del niño.

Por supuesto, existen profesionales que, casualmente, detectan en un gran porcentaje de los niños que pasan por sus manos algún trastorno, por lo general, siempre el mismo, y que arrastran una cierta fama entre los profesionales de la  Educación de la zona. Por ejemplo uno que conocí en un curso sobre niños e hiperactividad, impartido por el mismo, que alardeaba de ser uno de los profesionales que más niños había diagnosticado de TDAH en España, se encontraba, según el, en el podio (no voy a decir en qué lugar, por no dar más pistas), ejerciendo su labor en una localidad que no se encuentra entre las 35 ciudades más pobladas de España. Podría poner algún otro ejemplo, pero este, por ilustrativo y porque sé que entre sus propios compañeros médicos, algunos con la misma especialidad, tiene una fama horrible, resulta suficiente.

Sobre el último punto: la cuestión económica reflejar que se mueve mucho dinero en este mundo. Desde laboratorios farmacéuticos, que venden mucho metilfedinato, por ejemplo, bajo ciertos nombres comerciales, hasta, por lo que yo veo en mi entorno próximo, profesionales ajenos al sistema educativo y al sistema público, que tienen ahí un nicho de trabajo, en  muchas ocasiones pagados con las becas anuales del MEC de ayuda a los niños con NEE, y que, en ocasiones, realizan una labor que poco o nada ayuda a que haya una línea única de trabajo con el niño, creando incluso tensiones con los centros educativos. Me viene una anécdota a ese respecto sobre un centro de estudios cuyo diagnósticos defienden que si en un test tiene problemas en algún aspecto, lo relaciona con un áreas cerebral y su mal funcionamiento. Así, sin TAC, resonancias ni na de na. Por mis coj... morenos. 

Uno recuerda cuando empezó a estudiar Magisterio y cuando comencé Psicopedagogía, lo diferente que veían dos profesionales un mismo problema. Cuando yo comencé a formarme como maestro existía, y existe, una cosa llamada Dificultades de Aprendizaje. En los lejanos 90 se atribuía a algo denomina disfunción cerebral mínima. ¿Qué era eso? Nadie lo sabía, pero hacía que muchos niños, en especial en EEUU, tuvieran que recibir una atención especial.

En el 2000, estudiando Psicopedagogía, ya con experiencia laboral, di con dos grandísimos profesores, Jesús Sánchez y José Orrantia. Éste último nos explicó que esas dificultades de aprendizaje producidas por una disfunción cerebral mínima, se habían convertido, sobre todo en EEUU, en un grandísimo negocio: desde editorial,  tanto de experto como de materiales específicos, como de profesionales y entidades. Lo que demuestra que no hay nada nuevo bajo el Sol.

Me gustaría concluir esta entrada, creo que habrá al menos otra, haciendo referencia a que el diagnóstico clínico no debe ser lo que debe guíar nuestra labor. Como desde principios de la década de los 80, informe Warnock, queda reflejado, lo importante son las necesidades educativas y para intentar dar respuesta a esas necesidades debemos trabajar, con el apoyo de todos los implicados en el proceso: desde la inspección a las familias, pasando por equipos directivos, orientadores, ATEs, PT, AL, tutores, especialistas. Si alguno de los pilares sobre los que se asienta ese trabajo falla, habrá un problema a medio/largo plazo.

Un saludo.


domingo, 1 de junio de 2025

HABLEMOS, INCLUSO DE EDUCACIÓN (I)

 El asunto la Educación resulta complejo, a la par que sencillo, al menos para algunos, posiblemente los que menos conocen el tema.

Comencemos por hablar sobre las reformas educativas. Las manidas reformas legislativas sólo suponen un mayor papeleo para el docente y pocos cambios reales. Tal vez, la única que cambió cosas sustanciales fue la Ley Wert, que, por desgracia, fue un intento de traspasar el sistema estadounidense a nuestro país. Digo por desgracia, porque, como se puede ver en los informes internacionales, no es uno de los mejores en sus etapas iniciales.

Para que nos hagamos una idea de la similitud de las leyes, uno de los aspectos fundamentales, el aprendizaje por competencias, no ha variado en  las últimas tres leyes, entre otras cosas porque viene impuesto desde Europa.

Otra prueba de ello, si usted no se dedica a la docencia puede comprobarlo, la actual ley son correcciones sobre la anterior. Aquí se puede consultar el enlace, publicado en el BOE, donde se puede comprobar que muchos artículos quedan igual o con leves correcciones, a veces lo que cambia es el nombre.

https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2020-17264

Quizás conocer esto evite confusiones como la que tenía un amigo mío, de una determinada tendencia política, que un día que estábamos tomando una cerveza, y le intentaba explicar esto, me preguntó sobre lo que separara a PSOE y PP en el ámbito educativo, además del asunto de la Memoria Histórica. Debo reconocer que, tras el estupor inicial, comprendí lo que hacen los partidos políticos, mejor dicho los medios de comunicación afines, para atraer tropa a las urnas. A unos y  otros sólo les importa el tema educativo para captar votantes, tal vez por eso nunca consultan a los docentes que estamos a pie de obra. 

Una  vez aclarado este punto creo conveniente abordar otro aspecto crucial: el discurso de los ideólogos educativos, que se puede identificar con muchos pedagogos, psicólogos y demás seguidores. Personas que, en su gran mayoría, la última vez que pisaron un aula de Educación Infantil, Primaria o Secundaria fue en los gloriosos tiempos de aquel caudillo lusitano de nombre Viriato. 

La gran mayoría de ellos parten de los postulados de Rousseau, el ser humano siempre es bueno por naturaleza, siendo la sociedad la que le corrompe. Además, en determinadas etapas no se deben enseñar demasiados conocimientos, no siendo que se gripe el cerebro, mostrándose el aprendizaje por descubrimiento como el mejor medio para ir ampliando sus conocimientos. Todo muy bonito sobre el papel, pero, resulta, que como el ginebrino hizo con sus hijos, cuando se trata de llevar a cabo lo que se plantean, ellos se encuentran lejos, haciendo bueno ese refrán castellano que reza: Una cosa es predicar y otra dar trigo.

Además de este "pequeño" defectillo, estos teóricos tienen un segundo fallo, en este caso por omisión. Omiten, quién lo iba a decir, que el propio Rousseau habla de la sociedad como corruptora, esta palabra es de cosecha propia, de los niños. Es decir, el propio filósofo reconoce el papel fundamental que el entorno de los pequeños tiene para ellos y para su desarrollo. ¿Por qué estos tipos no lo suelen reconocer?  Voy a aventurar una respuesta.

Mi hipótesis gira en torno al hecho de que si se empezara a considerar que existen familias que no constituyen el entorno ideal para los niños, y no hablo sólo de lo que  eufemísticamente se denomina familias desestructuradas, parte del chollo de esa gente se iría al garete. La superioridad moral vende, y no exclusivamente para conseguir dinero, también para adquirir estatus, en especial entre una serie de personas de ideal progresista. Sin embargo, este planteamiento falsea la realidad y, sobre todo, hace flaco favor a los niños y, de paso, a los docentes. 

Considerar que lo que ocurre  dentro del aula resulta lo único que se debe valorar retrata a toda un serie de iluminados con despacho, y a sus acólitos, como personajes o bien indocumentados o bien siniestros.

El niño no se deja el cerebro, sus experiencias previas, el estilo de aprendizaje de sus padres, el interés o desinterés  de ellos por él y todo aquello bueno o malo que le afecta en sus hogares; como tampoco lo hacemos los adultos cuando tenemos problemas. Un niño que no recibe atención por parte de los padres, incluso en aspectos tan básicos como la higienes, o que recibe un nivel de exigencias excesivas o que está sobreprotegido y no le han impuesto unas mínimas normas en su casa, por mucho que se trabaje con él, por lo general va a tener problemas en el aula. Algún iluminado repondrá que ese es el trabajo del docente. Pues sí, pero, por supuesto, no. Me explico.

El trabajo del docente radica en que todos los niños aprendan por igual, pero existen variables sobre las que no tienen control, por ejemplo los padres. Y es aquí donde los teóricos de la Educación no quieren saber nada, a pesar, de que defiendan que la primera institución socializadora de la gran mayoría de nosotros es la familia. Y es también aquí donde no admiten un fenómeno que les resulta muy excitante, pero sólo si se aplica a los niños: la diversidad. La igual que existe diversidad dentro de las aulas, también existe diversidad entre las familias, constituyendo algunas de ellas un freno para el completo desarrollo de sus hijos y para llegar a esta conclusión no resulta necesario ejercer la docencia ni tener muchos años de  experiencia como enseñante. 

¿Estoy diciendo que como existen familias que  dificultan que sus hijos consigan alcanzar el máximo no se debe trabajar con esos niños? Al contrario. Lo que intento defender es que la Escuela no constituye un ente cerrado y que, al igual que hay esforzarse por enseñar a los niños, las influencias externas, que deberían apoyar en la labor de crecimiento de los niños a los docentes, a veces resulta crucial. Por ello, resulta trascendental en ciertos casos, no anecdóticos, trabajar con esos padres para incidir sobre sus hábitos negativos y mejorar lo que le ofrecen a sus hijos. Por supuesto, cuando hablo de incidir sobre la conducta de los padres no me refiero a dar una charlita, de esas que dan los gurús, si no a implicar a los Servicios Sociales externos a la Escuela, que, en casos extremos, podrían llegar a poner en conocimiento de un juez de menores la situación  de los niños, para que este adopte, si lo cree oportuno, las medidas necesarias.

Alguien podrá alegar que he ingerido algún tipo de psicotrópico. No es el caso. Pero, con más de treinta años de experiencia docente, no conozco mejor medida. Se ha demostrado que las medidas de los pedagogos no sirven, y no por incapacidad de los docentes (al menos de la gran mayoría), si no por irreales, como la gran mayoría de sus planteamientos educativos. 

No, no se puede cargar todo en el debe del docente, porque este planteamiento sólo sirve para falsear la realidad y porque denota un desconocimiento absoluto de lo que nos mueve a la mayoría de los que nos dedicamos a enseñar. Para nosotros, cuando un alumno aprende es un orgullo, en especial si vemos que al principio presentaba problemas, porque sabemos que nuestro trabajo está bien hecho. Nuestra labor se parece a la del artesano, intentándonos adaptar a las necesidades de los chavales y su éxito es nuestro éxito. Lo siento, sé que esto jode a mucha gente: pedabobos, periodistas que hablan  de Educación sin tener ni idea, personas que consideran que nuestras vacaciones son excesivas, pero sabéis, yo, que me dedico a los niños que tienen más dificultades, cuando consigo que un niño aprenda a leer o que un niño TEA tenga curiosidad por su mundo, me siento la persona más feliz del mundo.

Una parte de los referidos anteriormente, pedabobos, periodistas que van de progresistas y gente que se deja atraer por unos y otros, realizan una labor de zapa enorme contra los alumnos que presentan más problemas y contra la Educación comprensiva (la que quiere que todos los niños aprendan lo mismo, nivelando sus conocimientos y, teóricamente, sus posibilidades en el futuro). Cuando presentan datos sobre el nivel socioeconómico y su relación con el fracaso escolar, siempre culpan a la Escuela, pero nunca al entorno externo. Parece que si son pobres los niños tienen menos apoyo por parte del sistema educativo. Mentira. Más bien al contrario, suelen recibir refuerzos educativos, becas más cuantiosas... ¿Entonces? Entonces volvemos a lo anterior, la diversidad de las familias, sus expectativas, su visión de la vida y de lo prioritario en esto, su capacidad de educar a sus hijos... 

Igual que hacen cuando culpan a los docentes del fracaso escolar, analizando una sola variable del total, cuando hablan de pobreza y de fracaso escolar, optan por una sola variable para explicar todo y eso, querido lector, sólo demuestra una cosa, o dos: los que no quieren abordar el problema en toda su complejidad o bien se enmarcarían en lo que podemos entender como personas siniestras o bien son unos imbéciles o, también plausible, resulta que comparten características de ambas cosas a la vez.

Me estoy alargando en exceso. Quiero abordar otros temas como la farsa de no aprender,  la respuesta institucional al fracaso escolar, el sobrediagnóstico o la mala preparación inicial de los profesionales, pero esto será en la próxima o en las próximas entradas.

Un saludo.