martes, 27 de julio de 2021

SILENCIOS

 Una vez más se encontraba luchando contra su timidez. Sabía que este momento había de llegar, como había acontecido en ocasiones anteriores, y no desconocía que debía afrontarlo de tal modo que lograse superar ese muro. La importancia de todo radicaba en esa pared vertical que sentía ante él cuando debía dar el paso. 

De nuevo, como cada vez que se veía inmerso en este tipo de situaciones, pensó que ser hombre, al menos en este tipo de ocasiones, sólo podía definirse como una mierda. Como una absoluta mierda, para ser más exactos. Resultaba mucho más confortable que desde la otra parte alguien saltase esa tapia inhóspita, que no ofrecía la seguridad de conseguir lo pretendido al otro lado de la misma y ser uno mismo quien pudiese decidir en última instancia e incluso quien marcase el ritmo. 

Pero, no. Nada de eso resultaba posible en aquel momento y, para bien o para mal, había decidido que el próximo paso iba a ser tender su mano hacia la de ella. Total, ¿qué podía salir mal? La luna llena, el mar, los dos solos en aquel lugar... y una bonita boca para mandarte a paseo o a algún otro lugar más escatológico. La suerte estaba echada y, en el fondo, necesita conocer lo antes posible el resultado de aquel pequeño gesto. Pero nada discurrió como pensaba... o sí, pero llegando a ello a través de un camino tortuoso, que él contribuyó sobremanera a hacer aún menos transitable con una torpeza que llevaba días cultivando sin poder evitarlo.

Dentro de aquel disparate volvió a odiar, esta vez con palabras perfectamente audibles, ese juego de roles, no por conocido menos abominable, en el que orinar de pie o sentada era el único criterio para el reparto de papeles... Hasta que ella, tras la enésima metedura de pata de él, hizo saltar la banca, y decidió que todo debía seguir el curso que parecía más lógico en ese contexto, que no hubiese desentonado en una película romántica previsible y sensiblera con una protagonista rubia y guapa y un  tímido tipo que lucha contra los elementos y su torpeza  para conseguir estar a su lado.

Él, como si hubiese asumido el papel de torpe pretendiente, siguió volcando su torpeza en forma de palabras, mientras sus manos, ajenas a todo, intentaban paliar el pequeño desastre. Y fueron sus manos, las de ambos, y unos fugaces besos suyos, los únicos que rompieron el silencio que generaba la luna llena rielando sobre el mar. En ese momento no deseaba el cuerpo de ella, solo anhelaba que ese momento no acabase y, como comprendió poco después, que a él le abrazasen. En realidad, era consciente desde hacía tiempo que necesitaba abandonarse en los brazos de alguien. Su vida había comenzado un cambio que afectaba a las raíces, a su esencia y se sentía como Atlas necesitado de un pilar invisible de cariño para abordar la labor. No se trataba de buscar amor ni de una relación. Más bien se podía definir como encontrar a alguien que le demostrara, aunque solo fuese con palabras, que él era importante en su vida y, tal vez, por eso estaban allí, porque él buscaba eso y porque ella era importante para él. Hubiese mucho más honesto haberse abierto a ella, mostrarse en carne viva y vulnerable, pero de esto se dio cuenta días después- 

Sin embargo, en ese momento seguían juntos, abrazados. El silencio ingrávido se rompió en la cabeza de él cuando llegó a la certeza de que existe un lugar entre el amor y la amistad, donde ocurrían cosas como las que estaba viviendo. Un lugar sin nombre, del que no quería salir, pero ella decidió que había llegado el momento de irse. Él no opuso resistencia, aunque hubiese deseado con todas su fuerzas seguir allí, pero no quiso decir nada. Más tarde, se cogieron de la mano cuando él se la ofreció, hasta que él volvió a interpretar ese papel de torpe metepatas, que esa noche estaba bordando. Y la noche acabó como había discurrido: con la prisa de lo que es mejor que acabe cuanto antes.

Al día siguiente la luna y el mar seguían ahí y ellos la volvieron a ver, pero separados, por mucho que ambos sonriesen cuando alguien se lo hizo notar. Resultaba posible que esa luna y ese mar, tan parecidos a los del día anterior, no fuesen los mismos que habían capturado en el silencio de un abrazo.

Varios días después, lejos, muy lejos de todo aquello, él pensó en lo necio y hasta maleducado que había sido con ella. De nuevo apareció el muro de la timidez, apuntalado por la vergüenza que le generaba su forma de actuar, y esta vez no tuvo intención de saltarlo y evitó cualquier contacto con ella. Se prometió a si mismo que alguna vez la escribiría unas líneas para pedir disculpas, pero lo pospuso, enterrándolo en la sima de lo prescindible. Aunque resulta posible que, si algún día se decide a plasmar ese arrepentimiento negro sobre blanco,  el resultado sea algo muy parecido a esto que aquí se puede leer.