jueves, 28 de enero de 2021

NO EXISTEN LOS HÉROES

"Todo el mundo es especial. Todo el mundo es un héroe, 
un amante, un loco, un villano..."

V de Vendetta




En estos tiempos convulsos, donde nada se parece a lo que hasta hace bien poco parecía lo lógico, se oye hablar de héroes. Héroes a los que se le aplaude o, en algunos casos, se trata como apestados, por estar en contacto aquellos a los que les ha tocado la china de enfermar. Héroes que, al fin y al cabo, resultan ser las mismas personas que hace dos años. Héroes que hacen, más o menos, lo mismo que cuando no eran aclamados como héroes. Héroes que no ha mucho, clamaban por la mejoría de su campo, para beneficio de todos y que, para muchos, en aquellos entonces eran unos villanos. Al fin y al cabo, personas a las que se las ha decidido convertir en héroes porque resultaba lo más apropiado en estas circunstancias para ocultar la realidad. 
Para comenzar debemos aclarar que esas personas, a las que convirtieron los medios, y parte de la sociedad, en superhumanos, desempeñaban trabajos que requerían estudios universitarios: médicos, enfermeros... Poco se hablaba de los auxiliares y muchos menos de celadores o personal de limpieza que recogía los deshechos contaminados de médicos y enfermeras. Y este detalle no es casualidad. No cabe duda de que en los medios de comunicación luce más una persona con estudios superiores, que una persona sin ningún título o con uno de EGB o de la ESO, cuya labor resulte, igualmente, imprescindible para la sociedad. ¿Cómo se iban a justificar los salarios miserables que cobran estas personas? Resulta más útil para justificar las desigualdades centrarse en personas con batas y estudios superiores. 
También resulta esclarecedor que poco o nada se habla de otros héroes, que han bregado, y bregan, con sus trabajos en los peores momentos. A mí me viene a la cabeza un primo mío, que durante el confinamiento del año pasado,se contagió en su trabajo, envasando pienso para perros. O la mujer que realizaba la ayuda a domicilio de lunes a viernes a mi padre. O el transportista que no encontraba lugares para parar, al menos en un principio. O la cajera y el reponedor del supermercado. O un amigo que trabaja en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que me llamó al principio de todo para que preguntase a mi pareja, sanitaria, como se ponía la mascarilla que le habían dado. O cualquier otra profesión que usted, amable lector, conozca y considere que se debe incluir en este listado. Pero, volvemos a lo mismo, lucen menos que otros profesionales en los medios, porque reconocer que personas cuyo trabajo no requiere determinada cualificación solo pueden ser considerados como imprescindibles, se da de bruces con el modelo neoliberal que nos venden los medios.
Pero  ni los unos ni los otros son héroes. Nadie es un héroe ni un superhéroe por hacer su trabajo. Solo son, somos, personas desempeñando su profesión. 
Alguien podrá alegar que el riesgo que corren los sanitarios es mayor. Cierto, pero tengan por cuenta que si el sanitario no tuviera comida que le han vendido en una tienda o supermercado, tras haber sido transportada y producida por otros trabajadores, no podría haber salvado vidas. Y todo esa cadena ha seguido funcionando. De igual forma si no se hubiesen producido y trasladado el material médico necesario no se habría podido llevar a cabo su labor.
Y aquí radica la esencia del asunto: muchos trabajadores llevando a cabo su labor normal durante un período de excepcionalidad, han conseguido que todo siga funcionando, mejor o peor. Pero, sin embargo, la atención se ha focalizado sobre solo un pequeño colectivo que, ¡ojo!, ha cumplido su papel de manera excepcional, jugándose, en algún caso de manera literal, por desgracia, la vida. ¿Por qué se han centrado los medios en ese reducido grupo de trabajadores? La respuesta parece obvia: Si no se hablase de héroes y se reconociese que lo indispensable para que salga adelante una sociedad son los trabajadores, el tinglado neoliberal del emprendimiento, las reformas laborales, la creación de riqueza por parte del empresario y demás estupideces del credo neoliberal se habrían visto desacreditadas. Por eso, antes reconocer que el emperador iba desnudo, han necesitado crear héroes, focalizando la atención sobre un reducido grupo de trabajadores. 
Si uno echa la vista atrás todos los gurús de la Economía, jetas que defienden la explotación del ser humano, callaron durante esos primeros meses, y no solo eso nadie los echó de menos ni necesitó de su concurso para abordar la situación. En esos momentos, y en estos, y en todos, los que contribuimos a que todo funcione con nuestro trabajo, y en ocasiones con nuestra vida, somos los que realizamos el mismo trabajo que realizábamos antes de la aparición de la pandemia. 
Uno reconocé que no aplaudió nunca a las ocho. Me limité a dar las gracias a mi pareja y a una amiga enfermera por su labor. Como se la doy a mi primo, aunque yo no tenga perro, a la auxiliar de ayuda a domicilio que iba a casa de mi padre. A los trabajadores de la residencia donde está mi madre y cualquiera que esté haciendo su trabajo para que todo esto funcione. Porque no somos héroes. Somos trabajadores realizando la misma actividad laboral que hacíamos antes de que todo esto se nos viniera encima. Consiguiendo que todo esto funcione, aunque sea de otra manera, como hacíamos que funcionase  hace dos, tres o diez años.
Un saludo.

miércoles, 20 de enero de 2021

CORAZÓN LOCO

Cuando uno, con demasiada frecuencia, escucha comparaciones entre hechos para justificar comportamientos despreciables, no puedo evitar acordarme de la letra de esa magnífica copla titulada Corazón loco. En especial de ese fragmento que reza: "Cómo se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco". ¿Por qué? Muy sencillo: porque esas falsas diatribas solo esconden una realidad: la laxitud de ciertas personas a la hora de seguir los principios que predican por tierra, mar y aire, erigiéndose, en muchas ocasiones, en la quintaesencia de la honestidad. Todo muy en la línea de esa Iglesia todopoderosa de tiempos pretéritos, cuya forma de actuar parece haber calado tanto en los de un lado como en los situados frente a ellos en lo verbal, lo de ideológico es mucho más cuestionable, en especial cuando llegan al poder.
Este subterfugio dialéctico, recurso de quien carece de argumentos o hechos que mostrar, oculta una verdad apabullante: la falta de principios. Los hechos comparados pueden ser aberrantes, sin tener que elegir entre uno y otro. 
¿Qué prefieres, que te extraigan las unas de los pies o que te den cuatro hostias mientras permaneces atado? 
¿Qué es mejor, un ladrón que milita en un partido que no es el tuyo o un mangante, afín ideológicamente, pero que ha robado poco? 
¿Qué te gustaría más, una noche de lujuria con Rosi de Palma o comer en un restaurante de los que salen en Pesadilla en la cocina?
Ese es el nivel del argumentario del personal. Pero el problema no reside en ese tipo de dicotomías ficticias. El núcleo del asunto radica en si uno es coherente con los argumentos que defiende y no tanto si los demás comulgan con los planteamientos de uno. En otras palabras: resulta muy fácil ver la paja en el ojo ajeno, pero no tanto la viga en el propio. Y este tipo de planteamientos distractores no son más que cortinas de humo con la finalidad de desviar la atención, ajena y, en ocasiones, la propia, la de la propia conciencia, sobre actitudes nuestras o de los nuestros. 
Por supuesto, todos tenemos contradicciones varias en nuestras vidas, en nuestras ideas o en nuestros actos, pero estas contradicciones, asumibles o no, resultan más llevaderas, e incluso fácilmente subsanables, cuando no ponemos con saña la lupa sobre los demás, dictándoles lo que deben y no deben hacer y nos preocupamos más de nosotros mismos.
También mejora mucho esa percepción de nuestras contradicciones y las hacen más fácilmente subsanables, si es el caso, cuando nuestros hechos muestran que en muchas ocasiones hemos mostrado coherencia con nuestras ideas y valores. Sin embargo, aquí existe un hatajo, usado por políticos de variado pelaje, periodistas (o lo que sean) y seguidores acérrimos de unas siglas: cambiar, con más o menos disimulo, esas ideas o valores, en función de lo que "se puede" o "no se puede" hacer. 
Si se recapacita sobre este asunto, lo único que varía es la posición de quien muda de ideas o valores. El resto de variables no suelen cambiar, son las mismas que cuando se optaba por las primigenias ideas o valores. En este caso solo ha mutado una cosa:  ya no se predica, ahora se debe dar trigo y las personas tienen la pésima costumbre de no alimentarse de palabras, ni de promesas. 
Por supuesto, ante esta situación de las cosas siempre se puede plantear la disyuntiva: ¿Acaso preferís lo otro?. De nuevo una pregunta absurda. Yo prefiero que la gente cumpla con aquellas ideas que decía tener; pero la memoria es muy frágil y la capacidad para no dejarse arrastrar por esas trampas dialécticas por parte de ciertas personas también es frágil. Sin embargo, imagino que a una parte del personal, estos planteamientos ladinos, aunque no tengan una respuesta fácil, les generan un malestar interno, que es un claro indicador de que las cosas no son lo que parece. Porque ese tipo de cuestiones te vuelven el corazón loco.
Un saludo.

miércoles, 13 de enero de 2021

REFLEXIONES REFLEJAS

 Resulta clarificador que el sistema de libre mercado penalice a la gente con menor capacidad adquisitiva cuando necesita servicios básicos, debido al "incremento de la demanda" (ley de la oferta y la mandanga). Esto se ha podido comprobar estos días, no solo en nuestro país, con el incremento del precio de la electricidad y en otras ocasiones, cuando los productos de primera necesidad escasean (a veces porque unos pocos los acaparan). El mercado siempre funciona para los que tienen dinero.


Al hilo de este asunto cabe reseñar la miserable actuación de la gente de Podemos, echando balones fuera, cuando hace unos años aparecían en todos los medios indignados por este problema. Es culpa de la Unión Europea, de las empresas y de mi prima, la del pueblo. Los gestores están para solucionar problemas, máxime si estos han sido objeto anterior de critica por esos mismos gobernante. Echar la culpa al empedrado no es una opción, ni moral ni operacional, y mucho menos intentar disfrazar la inacción con la excusa de que solo se tiene un mínima representación parlamentaria. Cuando se tuvieron bastante más representantes en el Congreso no se quiso pactar, por tanto, los responsables de que ahora tengan menor representación no son los ciudadanos, si no sus políticas erráticas. Y, por otra parte, si en el Gobierno no se consiguen unos mínimos, o unos máximos, lo más digno es irse y apoyar en aquello con lo que se esté de acuerdo.


Siento un alto nivel de saturación cuando oigo hablar del Gobierno de la Comunidad de Madrid, en manos de una inepta supina. En la comunidad autónoma donde vivo, gobernada por el PSOE, tenemos en estas fechas el mayor porcentaje de afectados por COVID-19, debido a la estulticia manifiesta de nuestros gobernantes. Esta ineptitud, reconocida en parte por ellos mismos (se les olvida comentar aspectos como alardear de que el confinamiento de la comunidad no sirve para nada o aumentar el horario de la restauración para las cenas de empresa previas a la Navidad) no aparece en los focos mediáticos mañana, tarde y noche, porque lo que importa en conseguir el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Lo que se haga o se planteé a la hora de abordar las cuestiones no es algo crucial, mejor acudir a las vísceras para conseguir lo que se quiere. 


Me importa una mierda lo que ocurre en EEUU y la lucha de sus élites por copar el poder. Tal vez porque esas élites, los unos y los otros, sean los que hayan potenciado un sistema neoliberal deshumanizador.


¿Alguien se acuerda cuando las autoridades autonómicas reivindicaban que ellos gestionarian mejor el problema asociado al COVID-19? A uno le vienen a la memoria politicastros de Madrid y Cataluña y lamenta mucho que no existan delitos que puedan juzgar el populismo y la incompetencia. En este sentido también me acuerdo de personajillos, pretendidamente de izquierdas, como Suso del Toro, hablando sobre qué haremos con Madrid cuando comenzó la segunda oleada. Tal vez, sea mejor que hagan algo útil en su región para que la derecha no gobierne, elección tras elección, con mayoría absoluta.


Ya escribí hace tiempo sobre la necesidad que tenemos de solucionar los problemas con inmediatez, como si los seres humanos estuviésemos por encima de la Naturaleza. Deberíamos aprender a ser modestos; comprender que, a pesar de nuestra tecnología, somos un engranaje más del Universo y cuando la Naturaleza alza la voz a nosotros solo nos queda bajar la cabeza e intentar capear la situación lo mejor que podemos. 



Por si alguien lo duda, un estado fuerte evita o minimiza que muchos de los problemas que ocurren cuando todo se sale de la norma acaben en un desastre absoluto. No se pueden cubrir todos los supuestos, pero si se puede dar respuesta a muchos de ellos de manera pronta y eficiente, con una organización poderosa de las administraciones.


¿Cuántos de los que se han manifestado a favor de la Ley Celáa o la defienden se la han leído?






viernes, 8 de enero de 2021

PEREZA

En estos últimos meses no he escrito ni una sola línea en este blog. Aunque no dejaban de rondar ideas por la cabeza, un cierto cansancio me alejaba de esta bitácora. En estos tiempos, en los que todo parecía girar en torno a Internet, y sus diferentes formas de expresión, el que suscribe sentía una profunda pereza me impulsaba a huir lo más lejos posible de este alterego que es mi blog.
Esta época de ausencia no ha sido baldía, determinadas cosas han cambiado en mí, o no, tal vez solo me haya despojado de cosas superfluas; aún no lo tengo claro. Pero no he venido aquí a hablar de mi libro interior. Me apetece mucho más hablar de la pereza que me provocan ciertas cuestiones que me rodean y que, sin ningún tipo de pereza, intentaré describir.
La primera vez que sentí la necesidad de escribir, tras meses de desidia, fue cuando escuché, por enésima vez, a alguien, uno más, pontificando sobre la necedad de los que no pensaban como él y su falta de principios y cultura.
Me producen mucha pereza, y otra serie de sensaciones mucho menos beatíficas, esta gente, tan ocupada en juzgar a los demás que, da la impresión, no tienen capacidad para vivir su propia vida. El mismo esquema de pensamiento que los curas y las beatas nacionalcatólicas. ¡Qué pereza! Gente que no ama, que no es capaz de ponerse en el lugar del otro. Personas que solo descalifican, que siente resquemor por el otro, por el diferente, aunque a algunos de ellos se les llene la boca con el diferente, sobre todo si es de otro color o profesa una religión que no sea la católica. 
Gente que produce pereza. Gente que ha visto en esta desgracia, en este virus que nadie sabe como parar, un caldo de cultivo óptimo para criticar a los demás por sus malas costumbres. Gente que deja entrever que infectarse es poco menos que un castigo, casi divino, por no seguir las normas. ¡Qué pereza les da pensar en que las personas se infectan en sus trabajos, comprando o abrazando a sus hijos! ¡Qué pereza da esa superioridad moral!
Pereza produce, a mares, esa gente que habla de su libertad para no llevar mascarilla, para no pagar impuestos y luego se queja de la libertad de las personas para decidir morir dignamente. Pereza producen los que, en nombre de una falsa libertad, intentan imponer su visión esclavista a los demás. Va siendo hora de que dejen a la gente vivir y morir como les salga de la entrepierna. La libertad de hacer lo que ellos quieran se ha convertido en la nueva tiranía. Vivir para trabajar, consumir y consumir productos sin salir de nuestras neocuevas. Consumir esas series tan estupendas que nos permiten presumir de ellas a través de las redes sociales a cientos o miles de desconocidos. Libertad para escuchar en los medios su única voz. Libertad para sufrir en los últimos momentos de nuestra vida. ¡Qué pereza de dictadores económicos, que solo calibran la felicidad en la posesión de un coche de alta gama alemán, cuanto más grande mejor!
Comienzo a notar que la pereza me gana cuando hablo de ser joven. No soy joven. Hace tiempo que dejé de transitar por aquellas épocas. No lo necesito. A veces me identifico con mi medio paisano Leo Harlem, cuando en sus monólogos se cachondea de las cosas modernas, siempre con nombres ingleses, que, como el sexo en Roma, es mucho mejor si lo puedes contar y presumir de ello. ¡Qué pereza! Al final solo necesito buen café, una cerveza, gente para hablar, a veces verborreicamente, sexo, cocinar y comer bien y viajar de vez en cuando. Lo demás, en especial si es por obligación, me genera pereza. Ser moderno es digno de pereza.
Cuando me preguntaban cómo o qué quería que fuese mi hijo de mayor siempre respondía que coherente o medianamente coherente y es que me producen mucha pereza, y alguna otra cosa más cercana al cabreo, los incoherentes. Esos tipejos que critican o halagan algo en función de que lo hagan ellos y los suyos o los del otro lado. Sorprende como la coherencia, esa vara de medir que debería delimitar lo que es justo o no, sufre embestidas día sí y día también por unos y por otros. En este mundo de las redes sociales basta aparcar un rato la pereza y bucear en las publicaciones de hace unos años para comprobar como unos y otros se contradicen, sin el menor rubor, sobre un mismo asunto, en función de la oposición que ocupen. Les da pereza ruborizarse u ofrecer una explicación a esas contradicciones. ¡Qué pereza provocan esos personajes!
Sin embargo, no me da pereza probar nuevas comidas, nuevos restaurantes acompañado de viejas amistades, el sexo, las sonrisas, los ojos bonitos que te miran sobre una mascarillas, los abrazos, el deporte, las risas, hablar por teléfono con gente que, por las circunstancias, no puede ver, ponerme en el lugar del otro cuando lo considero menester, equivocarme, rectificar en ocasiones, la Naturaleza, hacer deporte, soñar con el mar...
Pensaba que me iba a provocar más pereza volver a escribir, pero, en el fondo, escribir forma parte de mi vida y vivir no me da pereza.
Un saludo.