En estos últimos meses no he escrito ni una sola línea en este blog. Aunque no dejaban de rondar ideas por la cabeza, un cierto cansancio me alejaba de esta bitácora. En estos tiempos, en los que todo parecía girar en torno a Internet, y sus diferentes formas de expresión, el que suscribe sentía una profunda pereza me impulsaba a huir lo más lejos posible de este alterego que es mi blog.
Esta época de ausencia no ha sido baldía, determinadas cosas han cambiado en mí, o no, tal vez solo me haya despojado de cosas superfluas; aún no lo tengo claro. Pero no he venido aquí a hablar de mi libro interior. Me apetece mucho más hablar de la pereza que me provocan ciertas cuestiones que me rodean y que, sin ningún tipo de pereza, intentaré describir.
La primera vez que sentí la necesidad de escribir, tras meses de desidia, fue cuando escuché, por enésima vez, a alguien, uno más, pontificando sobre la necedad de los que no pensaban como él y su falta de principios y cultura.
Me producen mucha pereza, y otra serie de sensaciones mucho menos beatíficas, esta gente, tan ocupada en juzgar a los demás que, da la impresión, no tienen capacidad para vivir su propia vida. El mismo esquema de pensamiento que los curas y las beatas nacionalcatólicas. ¡Qué pereza! Gente que no ama, que no es capaz de ponerse en el lugar del otro. Personas que solo descalifican, que siente resquemor por el otro, por el diferente, aunque a algunos de ellos se les llene la boca con el diferente, sobre todo si es de otro color o profesa una religión que no sea la católica.
Gente que produce pereza. Gente que ha visto en esta desgracia, en este virus que nadie sabe como parar, un caldo de cultivo óptimo para criticar a los demás por sus malas costumbres. Gente que deja entrever que infectarse es poco menos que un castigo, casi divino, por no seguir las normas. ¡Qué pereza les da pensar en que las personas se infectan en sus trabajos, comprando o abrazando a sus hijos! ¡Qué pereza da esa superioridad moral!
Pereza produce, a mares, esa gente que habla de su libertad para no llevar mascarilla, para no pagar impuestos y luego se queja de la libertad de las personas para decidir morir dignamente. Pereza producen los que, en nombre de una falsa libertad, intentan imponer su visión esclavista a los demás. Va siendo hora de que dejen a la gente vivir y morir como les salga de la entrepierna. La libertad de hacer lo que ellos quieran se ha convertido en la nueva tiranía. Vivir para trabajar, consumir y consumir productos sin salir de nuestras neocuevas. Consumir esas series tan estupendas que nos permiten presumir de ellas a través de las redes sociales a cientos o miles de desconocidos. Libertad para escuchar en los medios su única voz. Libertad para sufrir en los últimos momentos de nuestra vida. ¡Qué pereza de dictadores económicos, que solo calibran la felicidad en la posesión de un coche de alta gama alemán, cuanto más grande mejor!
Comienzo a notar que la pereza me gana cuando hablo de ser joven. No soy joven. Hace tiempo que dejé de transitar por aquellas épocas. No lo necesito. A veces me identifico con mi medio paisano Leo Harlem, cuando en sus monólogos se cachondea de las cosas modernas, siempre con nombres ingleses, que, como el sexo en Roma, es mucho mejor si lo puedes contar y presumir de ello. ¡Qué pereza! Al final solo necesito buen café, una cerveza, gente para hablar, a veces verborreicamente, sexo, cocinar y comer bien y viajar de vez en cuando. Lo demás, en especial si es por obligación, me genera pereza. Ser moderno es digno de pereza.
Cuando me preguntaban cómo o qué quería que fuese mi hijo de mayor siempre respondía que coherente o medianamente coherente y es que me producen mucha pereza, y alguna otra cosa más cercana al cabreo, los incoherentes. Esos tipejos que critican o halagan algo en función de que lo hagan ellos y los suyos o los del otro lado. Sorprende como la coherencia, esa vara de medir que debería delimitar lo que es justo o no, sufre embestidas día sí y día también por unos y por otros. En este mundo de las redes sociales basta aparcar un rato la pereza y bucear en las publicaciones de hace unos años para comprobar como unos y otros se contradicen, sin el menor rubor, sobre un mismo asunto, en función de la oposición que ocupen. Les da pereza ruborizarse u ofrecer una explicación a esas contradicciones. ¡Qué pereza provocan esos personajes!
Sin embargo, no me da pereza probar nuevas comidas, nuevos restaurantes acompañado de viejas amistades, el sexo, las sonrisas, los ojos bonitos que te miran sobre una mascarillas, los abrazos, el deporte, las risas, hablar por teléfono con gente que, por las circunstancias, no puede ver, ponerme en el lugar del otro cuando lo considero menester, equivocarme, rectificar en ocasiones, la Naturaleza, hacer deporte, soñar con el mar...
Pensaba que me iba a provocar más pereza volver a escribir, pero, en el fondo, escribir forma parte de mi vida y vivir no me da pereza.
Un saludo.
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