domingo, 4 de diciembre de 2022

¡BUENOS DÍAS!

Esa mañana de domingo amaneció junto a ella en la cama. Se detuvo a contemplarla mientras dormía. A pesar de que sus preciosos ojos permanecían ocultos, él disfrutaba mirando su hermoso rostro plácido, que en nada se asemejaba al que unas horas atrás dibujaba en sus facciones una mezcla primigenia de amor y deseo en porcentaje fluctuante, en función de una hermética fórmula que nadie había sido capaz de desentrañar, ni, por otra parte, a nadie debiera interesarle hacerlo, por la inutilidad de tal hecho.

Y allí, en la penumbra de su habitación, embelesado por ese pequeño y hermoso rostro que no se cansaba de ver, comprendió que hasta hace bien poco no hacía el amor, practicaba sexo, ocasionalmente,  y volvió a recordar la diferencia entre hacer el amor y tener sexo. En realidad, según él, solo se trataba de un matiz. Un matiz tan necesario, y tan inmenso, como estar vivo o estar muerto; como desnudarse externamente o internamente; como sentir solo placer o a la otra persona dentro de uno mismo mientras se entra en ella.

Escuchó su propio corazón en ese silencio solo roto por la respiración de ella y sintió que esa mezcla de sonidos rítmicos esenciales, componían una melodía básica en la que se fundamenta todo lo que vivía en ese momento. La respiración de ella y el latido del corazón de él. En resumen: la vida de la persona que amaba. 

Por un momento pensó en esa imagen que podía transmitir a quienes no le conocían y lo diferente que en realidad podía llegar a ser. Quienes se habían tomado la molestia de saber cómo concebía y sentía el mundo le definían como un tipo con un sentido del humor ágil y, en ocasiones, irreverente, que escondía a una persona sensible, en ocasiones extremadamente sensible. Tal vez, solo tal vez, de ahí que el sentido del humor se hubiese convertido en su tarjeta de presentación. Mostrar sensibilidad solo debe hacerse con las personas y en los contextos apropiados. Poseía la certeza de que el mundo podía seguir girando con una pequeña dosis de sensibilidad institucionalizada (el día de..., un hecho luctuoso repetido hasta la saciedad en los medios...) y él no quería cambiar esos esquemas de funcionamiento. Solo quería mostrarse como era a quienes consideraba que podía hacerlo.

Un ligero movimiento de ella le hizo olvidar todo y volvió a concentrarse en su rostro y en el bulto, su cuerpo, que se perfilaba bajo el edredón. ¡Cuántas veces había deseado ese cuerpo! ¡Cuántas veces se había quedado con ganas de decirle lo que sentía! Hasta que un día decidió quemar sus naves y, de una manera torpe, como corresponde a la persona tímida que era, se lo expuso. En estas situaciones siempre le ocurría lo mismo: la sensación de alivio tras hacer participe a la otra persona de lo que le corroía por dentro se adueñaba de él. Hasta los sonidos del exterior se amortiguaban para sentirse imbuido de esa paz, que precedía a la inmediata respuesta que modificaría esa sensación, para bien o para mal. 

¡La deseaba tanto! ¡La amaba! Necesitaba hacer el amor con ella en cuanto se despertase. Necesitaba repetirle, una y otra vez, que la amaba mientras se sentía dentro de ella; mientras la recorría de manera lenta; mientras le recibía con la necesidad tranquila y compulsiva de quien espera fundirse en el espacio, en el tiempo, en una respiración, con aquel con el que ha construido un universo sin puertas ni ventanas, solo con la energía gravitacional de lo recién construido en torno a dos cuerpos, a dos pasiones, a dos personas deseándose infinitamente en los limites sustanciales de sus cuerpos y de su tiempo. 

Sentía la necesidad de que despertarse; de que abriese sus preciosos ojos; de sentirla por completo junto a él, de ella, pero poseía la certeza de que observarla así, a su lado, constituía una experiencia magnífica, que hace no mucho tiempo resultaba impensable. Se sentía afortunado de poder observarla con el detenimiento que proporciona la seguridad de que ella se encontraba junto a él. Con la seguridad de que había renunciado a muchas cosas para poder compartir ese lecho con a él. 

Un silencio inespecífico se apoderó del momento tras las frases en las que él exponía sus sentimientos hacia ella. La terraza en la que se encontraban parecía sellada al mundo exterior en espera de una respuesta, de una solución al ese acto teatral real, que aún no tenía un género asignado, ¿comedia o tragedia?. "Me gusta mucho lo que me has dicho, pero no puedo. Lo siento". Y el mundo explotó en mil pedazos, que él estaba dispuesto a recoger con prontitud. En el fondo esperaba escuchar algo similar. Creía conocerla y en su mente anticipó, tiempo atrás, que optaría por la opción más fácil: seguir como hasta ahora. Sin embargo, él se enfrentaba a un gran reto: descubrir si sus sentimientos eran recíprocos. El asunto radicaba en saber si sus palabras se correspondían con la realidad o con la lucha entre sus sentimientos y su situación personal, sus obligaciones y su férrea moral uncida por el sentimiento de lealtad hacia los suyos, anteponiéndolo a sus propios sentimientos y necesidades. 

 Sintió la necesidad de darle un beso en la frente. Un beso lento, casi una caricia, que no la despertarse. El calor de su cuerpo casi inmóvil impregnaba todo, el cuerpo de ella, el de él, la penumbra, la espera hasta que despertase, la razón, el deseo. En ese momento sintió la impresión de ese calor atravesando su piel y ya no la miraba con los ojos, solo la percibía a través de lo que ella irradiaba y sentía que la amaba aún más, como cuando se descubre la felicidad tras la desgracia o unos ojos nuevos que te hacen enfebrecer solo con mirarte. Y volvió a depositar con suavidad sus labios en su frente, para intentar transmitir sin palabras todo aquello que en ese momento sentía.

En ese instante ella abrió sus ojos y sonrió, pero los volvió a cerrar. Él no pudo evitar recordar ese momento en el que ante la negativa de ella respondió diciéndola: "Sé que yo también te gusto. No sé cuanto ni como, pero te sientes atraído por mí". Se la jugó, tal vez de farol, pero era lo que correspondía en ese momento. "¡Qué más da! No puedo, tengo obligaciones. Aunque quisiera...". Había ganado la partida y ambos lo sabían. El sentimiento resultaba mutuo. Aunque aún desconocía como hacerlo, todo consistía en envolverla en el amor que él sentía por ella. En ilusionarla. En hacerla sentir especial. En contarla, de mil formas diferentes, lo que sentía por ella. 

De nuevo ella volvió a abrir los ojos, a sonreír y mirándole dijo: ¡Buenos días!. Él respondió: ¡Buenos días! ¡Te amo! Se acerco a ella. La besó en los labios despacio, a modo de preludio al nuevo día, para luego besarse con la necesidad de escucharse en el otro, de generar un inicio para poseerse y entonces ella comprendió que había tomado la decisión correcta cuando se dejo llevar por sus sentimientos.

viernes, 7 de octubre de 2022

EL MOMENTO ADECUADO

 A pesar de su edad hasta ese momento no había comprendido que en lo relacionado con el amor y con las relaciones asociadas el dolor podía constituir un elemento tan importante y común como el placer o el bienestar que este genera. La convivencia, el final de la misma. La unión, la separación. La compañía, la soledad. El deseo de estar solo, el sentimiento de soledad. El conformismo, el inicio de una nueva búsqueda... El anverso y el reverso.  Disfrutar y sufrir.

Él, Manuel, ahora se encontraba en algún lugar del reverso, ya conocido con anterioridad, pero con unos matices distintos a lo vivido hasta entonces. Con absoluta certeza esta mutación se debía a dos cuestiones: un cansancio indefinible, cimentado en una acumulación, tampoco excesiva, de fracasos y el escepticismo que empezaba a adueñarse de él sobre su propia capacidad para convivir con alguien. Esta forma de afrontar esta etapa lo encaminaba a seguir el sendero de la prudencia, de la frialdad racional antes de tomar decisión alguna sobre hacia dónde encaminarse y, sobre todo, con quién debía rehacer el camino.  Él lo resumía esta forma de vivir esta situación en tres palabras: ¡La puta edad!

Todo ello no le impedía utilizar algunas plataformas de citas, "para no aburrirse... Y si cae algo, pues...", explicaba a algunos de sus conocidos.  De ahí salieron varias citas y alguna aventura de una noche en la cama, que no tuvieron continuidad. Ni él ni su compañera ocasional tenían mayor interés en volver a verse de manera concertada. 

Manuel se dejaba llevar. Los días no resultaban iguales, pero sí faltos del aliento vital, que convierte lo cotidiano en algo excepcional. Cabalgaba sobre las semanas, sobre los meses, con la tranquilidad de quien no espera nada, absolutamente nada, y solo se deja llevar revestido por la certeza inapelable del paso del tiempo. Acompañaba al frío de las noches de enero, al calor de las tardes del estío, el nacimiento de la luz y la vida en primavera y la paulatina claudicación de la luz en otoño, reflejada en los ocres que tintan el suelo de antiguas y efímeras existencias vegetales. 

De vez en cuando escuchaba La canción del daño, de León Benavente, y, aunque trataba de no hacerlo, se sentía identificado con la cruda letra, una historia de mil historias tan certera como lúcida. De manera automática, como si de un resorte que le impelía a salir del abismo se tratara, se proponía hacer mil y una cosas diferentes, que con el paso del tiempo iba olvidando. 

En una de estas fases agudas que le empujaban a cambiar, a abandonar su abandono, conoció a Blanca. Blanca puede describirse como todo aquello que necesitaba Manuel, sin él intuir siquiera que lo necesitase. Tal vez solo buscase, en un primer momento, que todo fluyese sin grandes pretensiones ni expectativas. Lo esencial, lo nuclear, radicaba en que todo parecía avanzar con facilidad. No existían preguntas innecesarias ni respuestas abruptas, solo aquello que los unía. 

Por supuesto, Blanca le resultaba atractiva. Miente quien defiende que el físico no tiene importancia a la hora de iniciar una atracción; la primera impresión, positiva o negativa, entra por los ojos. Después ya cada cual debe jugar sus cartas, pudiendo modificar esa primera impresión. 

Cuando Manuel describió a Blanca a sus amigos, que aún no la conocían, dijo de ella que "era  morena, guapa, bajita y con un buen culo". Por supuesto también habló de su personalidad, pero eso pareció importar menos a sus oyentes y lo que verdaderamente provocó la curiosidad en ellos tenía que ver con aquello que se puede percibir a través de los ojos. Cuando la conocieron no dudaron en felicitar a su amigo porque "parecía muy maja", mensaje que, de manera eufemística, significaba que concordaban con la descripción inicial que su amigo les dio de su nueva pareja, al menos en la parte que a ellos les interesaba. 

La relación volvió a hacer que Manuel volase a ras de suelo, de nuevo. Había olvidado esa sensación. Tal vez porque hubiese desterrando la posibilidad de volver a vivirla en ese caldo espeso formado por la dejadez, que durante los últimos tiempos le había invado. Ahora le importaban poco las horas, los días o las noches, la lluvia o el viento, el Sol o la Luna, los sueños o la realidad, la sed o el hambre, viajar o permanecer en la cama... Porque las horas, los días, las noches, la lluvia, el viento, el Sol, la Luna, los sueños y la realidad solo constituían un escenario en el que vivir junto a Blanca, que daba sentido a todo. La sed era un anhelo de los labios de Blanca o de los fluidos de su vagina y el hambre solo existía cuando no podía poseer su cuerpo en la cama de sus casas o en cualquier otro lugar donde se encontrasen de viaje.

Manuel aún seguía en la fase de enamoramiento, Blanca también, cuando ella, por primera vez, le invitó a compartir unas rayas. Era sábado por la noche, se encontraban en un local de moda para gente que se encontraba en el entorno de los cuarenta y le dijo que fuesen al servicio a "meterse unos tiritos". Él se sintió desubicado. Respondió que había fumando mucha maría y mucho costo, pero que hacía tiempo que lo había dejado, y que "nunca se había metido farlopa, porque se conocía y sabía que iba a acabar enganchado".

 "Mira, yo suelo pillar medio pollo algún sábado, más o menos una vez al mes, lo suelo compartir con una amiga. Nos metemos tres rayas cada una, como te he dicho, igual en un mes o en un mes y medio no vuelvo a probarla. Si tienes cuidado no acabas pillado. Yo llevo así unos cuantos años", explicó mientras le enseñaba con mucho sigilo la bolsa donde se encontraba el medio gramo de cocaína. 

Indeciso, Manuel demoró su respuesta. Por una lado quería compartir la sensación con Blanca, pero, por otra parte, sentía pánico ante la idea de la adicción que generaba esa droga y él sabía que si la probaba le iba a gustar y iba a repetir con demasiada frecuencia. Tras unos segundos, confuso aún, declinó la invitación. 

"No pasa nada. Lo entiendo", contestó ella antes de darle un beso en los labios e irse al servicio. Cuando volvió, varios minutos después, él la observó y no notó nada, tal vez los ojos un poco más abiertos, pero dos minutos después ella cambió. Comenzó a moverse, bailar, acercarse a él de manera sugerente. Fue en ese instante donde Manuel se decidió: "Vamos al servicio, yo también quiero estar como tú" y ambos se encaminaron al servicio de hombres, en el que no había que esperar para entrar. 

La noche discurrió de manera divertida y frenética. Al menos así lo recordaba él, cuando se despertó, ya con el mediodía superado, junto a ella. A su lado Blanca seguía dormida, mientras la miraba embelesado. La amaba. Era feliz. No necesitaba nada más. 

Ambos seguían enamorados algún mes después, pero la rutina diaria de cada uno iba reclamando su lugar en la vida de ambos. La magia comenzaba a desvanecerse, aunque querían, y necesitaban, seguir el uno junto el otro. Sin embargo, no varió la necesidad de seguir saliendo los fines de semana para romper con todo aquello que la semana conllevaba. Pero, como todo aquello que se repite por sistema, este aspecto también terminó por adoptar el color gris de lo predecible y solo algún viaje ocasional conseguía rebajar la tonalidad cenicienta. Esta previsibilidad, con total certeza, influyó en que ambos aumentasen la cantidad de cocaína que adquirían y consumían La euforia que les procuraba cada raya  conseguía que abandonasen todo lo que en su mente les lastraba, abandonándose el uno en el otro y en sí mismo.

Durante más de un año limitaron este estilo de vida a fines de semana, algún viernes, cada vez más, y todos los sábados. Los domingos no solían probar la droga, pero, de vez en cuando, hacían excepciones. 

Llegado ese momento, Manuel sabía que el siguiente paso en esa recorrido que habían emprendido Blanca y él hacía tiempo poseía un nombre: adicción. De nuevo, como cuando ella le ofreció consumir por primera vez, se sentía confundido. De nuevo, analizó los pros y los contras. 

Dos días después había tomado una decisión, que Blanca sabría cuando llegase el momento oportuno.

Esa misma tarde el móvil de Blanca sonó. En la pantalla aparecía una foto de Manuel, mientras sonaba un tema de Vetusta Morla. "¿Qué se le habrá olvidado?", pensó. Cuando pulsó el botón verde sobre la pantalla escuchó una voz femenina: "¡Buenas tardes! Conoce usted a Manuel Sánchez Vela", inquirió la voz. Ella, sorprendida, respondió: "Sí, es mi pareja". "Siento comunicarle que ha fallecido hace unos minutos debido a un accidente de tráfico". No oyó nada más. La luz se desvaneció, el alma, en el que no creía, pareció deslizarse fuera de ella a través de todos y cada uno de los poros. Apenas escuchaba a alguien preguntándole desde el otro lado del teléfono si seguía ahí. Haciendo un esfuerzo hercúleo, como el boxeador que se levanta por enésima vez del suelo del ring para continuar el combate, solo acertó a articular: "¿Dónde está?". La voz femenina le explicó que estaban trasladando el cuerpo al Instituto Anatómico Forense...


Pasaron dos o tres meses desde el fallecimiento de Manuel antes de que ella se atreviese a enfrentarse a los papeles, recuerdos conjuntos y demás objetos de él. No cabe duda de que el hecho de recibir la notificación de la autopsia, donde certificaba que cuando tuvo el accidente no se encontraba bajo el efecto de la cocaína, contribuyó a abordar esta tarea, pospuesta hasta ese momento sine die. El contenido de esa carta había liberado a Blanca de un sentimiento de culpa que la asfixiaba desde el trágico día en que perdió a la persona a la que amaba. Nunca se hubiese perdonado que la causa del fallecimiento, o la posible causa, hubiese estado vinculada al uso de la cocaína, que él no había probado con anterioridad hasta que ella se la había ofrecido aquel sábado. 

Al poco de entrar en la casa encontró un sobre en el que se podía leer: Para mi amada Blanca. Se tomó un tiempo antes de cogerlo y ver su contenido, porque el significado de lo que acababa de ver descartaba todas las certezas que poseía sobre el luctuoso suceso que había acabado con la vida de Manuel. Aunque desconocía el contenido, tenía conciencia plena de lo que implicaba: él sabía que iba a morir. 

Un día antes del accidente había comprando un gramo de cocaína, que no había consumido. Hoy la llevaba en el bolso, "por si acaso", y ante lo que acababa de ocurrir decidió hacer uso de la misma. Se hizo una raya y la esnifó antes de abordar la lectura de la carta dirigida a ella. 

Cinco minutos después, cuando decidió que su ánimo era el adecuado, abrió el sobre y extrajo un único folio de él y leyó en voz baja:

"Querida Blanca, si está leyendo esto lo primero que debo hacer es pedirte disculpas. 

Como ya intuirás mi muerte no se debe a un mero accidente. En realidad, se trata de un suicidio. De nuevo te pido disculpas. 

Sé que, seguramente, no vas a entenderme ni a perdonarme, pero, al menos, me gustaría explicarte lo que me ha llevado a tomar esta decisión. Espero que lo leas hasta el final, aunque después acabes odiándome.

Unos días antes del accidente me di cuenta de que íbamos camino de convertirnos en unos adictos a la coca y pensé en las opciones que se presentaban ante esta realidad. Las dos opciones, obvias, eran dejar de consumir o seguir hasta el final. 

La primera opción nos privaría de esos momentos, los mejores de nuestra relación desde hacía unos meses, y, muy probablemente, acabaría separándonos, pues el día a día no nos gustaba a ninguno de los dos y necesitábamos ese escape, controlado, para salir de la realidad que nos envolvía. Sabes, no quería volver a pasar por el dolor que implica una ruptura, el sentimiento de soledad, la nada. 

Seguir consumiendo nos llevaría a no ser nosotros nunca más y yo estoy enamorado de ti, y no creo que lo estuviese de una persona adicta, que solo viviese para meterse rayas. Una persona que no es la que yo conocí y a la que, hasta la fecha de mi muerte, seguía amando.

Ante esta disyuntiva, el dolor o la adicción, y lo que ello conllevaba, solo parecía existir una salida, dejar todo tal como estaba en este momento y lo que he hecho me ha parecido la única forma de mantener todo suspendido en el tiempo, aunque sea a través de tu recuerdo. De nuevo te pido disculpas, pero creo que es lo mejor para ambos. Tú, con el tiempo, podrás rehacer tu vida. Yo no sufriré ni dependeré de ninguna sustancia para ser feliz.

Te amó."

Mientras arrojaba lo que quedaba de la cocaína a la taza del váter, mascullaba entre dientes: "Podías habérmelo dicho, en vez de suicidarte, ¡hijo de puta!"  Y en ese momento lloró, porque recordó que en las fechas anteriores a su suicidio ella también había pensado lo mismo que él la había contado por escrito y tampoco se lo dijo. Simplemente lo pospuso hasta que llegase el momento adecuado.

lunes, 3 de octubre de 2022

EN REALIDAD

 El mar se encontraba a unos metros. La Luna Llena, mucho más distante, formaba una línea que iba ganando en grosor a medida que se acercaba a la orilla, atravesando el agua desde el horizonte hasta los espuma que se formaba en el borde de la arena. Esta distribución de la luz no podía evitar recordar a los cuadros tenebristas, dotando al conjunto de la misma potencia que alguna de las  obras del genial Caravaggio.

Lo que no se podía ver, se podía sentir, o no sentir, como el aire que se encontraba detenido.  Esta quietud pudiera hacer pensar que esa ausencia de viento se pudiese deber que ese aire quería participar en la escena  como un mero espectador o, tal vez, en realidad estaba descansando del inmenso trabajo que había supuesto mantener a flote el Terral, que había elevado las temperaturas sobremanera, en los tres últimos días y que, por fin, había amainado. La escena en su conjunto parecía sostenerse en un delicado equilibrio que invitaba a sumergirse en él sin preámbulo alguno.  

En realidad, invitaba a que ambos se abrazasen y se besasen, formando parte de ese magno decorado...

Así comenzaba la novela que lo había afianzado entre los escritores más conocidos, y vendidos, del país, y de algún otro de habla hispana. 

El argumento, en el fondo, no aportaba ninguna novedad a la Literatura. Un hombre de unos cuarenta años se traslada a una población nueva, bastante lejana de aquella en la que residía, para comenzar, en muchos aspectos, de nuevo. En ese lugar costero conocía a varias personas, solía veranear allí, y quiere profundizar en una relación con una mujer por la que siente una cierta atracción, tanto física como intelectual. 

El inicio de la novela narra el momento en que vuelven a revivir una situación que hacía unos cuantos años había tenido lugar entre ellos. En las siguientes páginas se describe como esa relación se va afianzando, y ambos parecen haber encontrado lo que llevaban tiempo buscando (tal vez, únicamente, no sentirse solos).

Hasta aquí nada haría presagiar el éxito que tendría Luis Orellana, que así firmaba su autor, con su opera prima. Sin embargo, en este momento se encontraba rodeado de una serie de personalidades de la cultura y de la vida social, que le iban acompañar en la entrega de uno de los más prestigiosos premios literarios, al menos por la cuantía del mismo. Galardón que reconocía el más de medio millón de ejemplares vendidos de Lejos de la hipocresía, el título del libro, que unía en ese momento a toda esa gente tan dispar en aquel lugar. 

En el amplio salón, junto al premiado, se encontraban personalidades de la cultura patria; prohombres de los medios de comunicación, entre ellos tertulianos de diverso pelaje y la misma condición; representantes de la Política de diversos partidos, todos con la mejor sonrisa y con necesidad de aparecer en la foto junto al homenajeado; algunos actores asociados a una forma de pensamiento en boga en ese momento; unos cuantos cantantes de la misma cuerda ideológica, así como ciertos representantes de colectivos varios, entre ellos un muy destacado y conocido miembro de una asociación gitana, que se encontraba allí porque la novela, en un giro inesperado, se inmiscuye en el mundo calé y en sus costumbres. Aunque sería más preciso apuntar que refleja las costumbres de ese colectivo, y de toda la sociedad española, a finales de los años noventa. 

Tras ese reencuentro descrito al inicio, que sirve de base para crear una relación entre ambos protagonistas, el hilo argumental vira de manera brusca cuando el protagonista, Pablo, conoce a una adolescente de etnia gitana de 15 años y se enamora como solo se puede hacer cuando se arroja al infierno el miedo a equivocarse. 

Pablo conoce a Saray, la adolescente, casi mujer, que le incendia cada una de sus células, en clase. Es su alumna. Él ejerce de profesor de Lengua y Literatura en un instituto y ella es la única alumna de etnia gitana que acude regularmente al centro educativo, el resto apenas hacen acto de presencia, estando muchas de ellas ya casadas y, en algún caso, siendo ya madres a temprana edad. En realidad, Saray es el único miembro de ese colectivo que acude con regularidad a clase. Por suerte para Pablo, que cuenta cada uno de los segundos que restan hasta la próxima que coincidan en el aula. 

No resulta difícil encontrar el paralelismo entre el planteamiento de Luis Orellana y el clásico de Nabokov Lolita. Al menos en un principio porque la historia se iba adentrando en recovecos trágicos, pero nada que ver con la obra del ruso, nacionalizado estadounidense. El best seller del español incidía, además de en la diferencia de edad de los amantes, que generaba un rechazo en la sociedad de la época, en la relación entre personas de diferente etnia y el rechazo que este aspecto creaba tanto en la comunidad gitana, como en la paya, por diferentes motivos. Para algunos por puro racismo;  para otros, los más progresistas, por un extraño concepto de contaminación cultural. 

Las críticas que recibieron los dos enamorados, desde diversos estamentos sociales, les llevó a huir lejos del lugar donde se conocieron, diluyéndose en las sombras del anonimato en una gran ciudad. Allí, lejos de las miradas de unos y otros, refugiados en el olvido de lo que una vez fue actual, para pasar a ser una cuestión privada e íntima, lejos del juicio histriónico de los puristas morales, gestaron la hercúlea epopeya de tener una vida en común. El relato concluye así, con los dos protagonistas juntos, sumergidos en la cotidianeidad, lejos de todos aquellos que intentaron modificar lo que ambos sentían en nombre de no sé sabe que leyes no escritas en lado alguno. El triunfo de la constancia, del amor, de lo íntimo,  sobre aquella gente que mira hacia afuera, hacia los demás, para buscar dar sentido a su vida, en  nombre de unas creencias o unas normas.

La novela y su argumento daba vida a un amplio corrillo en el gran salón donde, unos minutos después se entregaría al autor el premio creado y financiado por un grupo de comunicación. El escritor como eje vertebrador del grupo, daba coherencia y consistencia a esa variopinta amalgama de personajes, acostumbrados a participar en este tipo de eventos, formando parte del paisaje en los distintos premios, presentaciones y actos varios relacionados con la Cultura o, al menos, la Cultura oficial.

En ese preciso instante, un conocido tertuliano radiofónico, con un estudiado gesto teatral y una de sus peculiares chaquetas, que constituían su seña de identidad, defendía la imposibilidad de que un hecho así ocurriera en nuestros días. "Por suerte, este país ha avanzado en ese aspecto muchísimo, y nadie juzgaría un amor intergeneracional entre razas. La transversalidad del pensamiento resulta evidente". Aseveración que provocó el asentimiento de los miembros de esa improvisada tertulia.

Acto seguido tomó la palabra el miembro de la asociación gitana que no dudó en hablar, de igual modo, de la evolución que la etnia a la que pertenecía había vivido en las últimas décadas, "A pesar de toda la incomprensión de la sociedad y de todas las trabas que nos hemos encontrado, hemos luchado para abrirnos a las nuevas formas de pensamiento, sin olvidar el legado de nuestros ancestros". Discurso que fue refrendado por parte de las personas que conformaban la audiencia con movimientos de cabeza afirmativos o breves frases hechas.

Un tercer integrante de esa improvisada tertulia, un conocido periodista que había hecho de los derechos de las minorías su bandera, se centró más en el autor y en sus circunstancias. Alabando el hecho de que una persona, dedicada profesionalmente a la hostelería, fuese capaz de realizar una obra literaria de tanta calidad. También recalcó lo inusual, y estimulante, que le resultaba que una persona con una edad que se acercaba más a los cincuenta que a los cuarenta, se hubiese decidido a dar rienda suelta a su anhelo, escribir una novela, dedicando parte de su tiempo libre y su energía a ello.

El aludido se limitó a dar las gracias, acompañando con las palabras con una mínima sonrisa, casi circunstancial, en su rostro.

Un cuarto integrante de aquel animado círculo retornó al tema sobre el que pivotaba el relato premiado. Contrariamente a lo que los anteriores intervinientes habían defendido, él dudaba de la aceptación hoy en día, al menos por una parte significativa de la sociedad, de una experiencia como aquella.

Unos y otros no tardaron en rebatir este argumento, con mayor o menor firmeza, en función del estatus que cada cual tenía en el grupo. Lo curioso es que, en algún caso, los discursos  defendían causas tan dispares, para oponerse a que esa situación se repitiese en nuestra época,  que a alguien no introducido en ese maraña de personajes, tan dispares entre sí, al menos en lo formal, podría parecerle que los unos se rebatían a los otros, en vez de defender la imposibilidad de discriminar a alguien por un acto de amor entre personas de diferente edad y raza.

El laureado escritor  no parecía prestar mucha a la discusión del grupo. Miraba, una y otra vez, hacia el lugar donde se encontraba la entrada, con gesto preocupado. La insistencia de gesto acabó siendo observada por todos los participantes en el animo grupo, provocando un silencio incómodo. Parecía que al novelista no le importasen los argumentos de aquellos conocidos, y según ellos, distinguidos contertulios. Ante este silencio espeso Orellana se disculpó, explicando que su intranquilidad se debía a que estaba esperando que su mujer llegase. Tenían dos hijos de corta edad y precisaban que una persona adulta estuviese con ellos en todo momento. Habían contratado una canguro, conocida por ellos, pero una pequeña avería en su automóvil, un pinchazo, había impedido que llegase a la hora. Él, protagonista del evento, dejó a su mujer en casa, a la espera de que apareciese la cuidadora de sus pequeños, para, cuando ya todo estuviese arreglado, incorporarse ella al acto. 

El, hasta hace un momento, silente grupo aceptó unánimemente la explicación, retornando a su animada conversación. 

Quedaban cinco minutos para el inicio del acto, cuando hizo acto de presencia en el recinto una joven mujer,  rondaba los veinte años, morena, de una gran belleza, que atrajo la mirada de muchos de los que allí se encontraban. Luis se dirigió hacia ella, alzando la mano derecha para llamar su atención mientras se acercaba a la recién llegada. Ella le reconoció de inmediato, como anunciaba su amplia sonrisa. 

Tras unas palabras, Orellana acompañó al grupo a la recién aparecida. La reacción en el corrillo varió entre quien esbozó una sonrisa bobalicona ante la mujer y aquellos, dos o tres, que no supieron que decir. Alguien se aventuró a romper el hielo, comentando que desconocía que Luis tuviese una hija tan mayor y, por cierto, tan guapa. La ocurrencia provocó una ligera carcajada en algunos de los que escuchaban. 

"No, no es mi hija. Ella es Saray, mi mujer", comunicó con total naturalidad él.

"Hola, tío. Hace cuatro años que no sé nada de ti, desde que me vine con mi marido a Madrid. Mi número de teléfono sigue siendo el mismo", dijo la recién llegada al representante de la asociación gitana, cuyo rostro había mudado desde el momento en que vio como el escritor se dirigía a la que enseguida reconoció como su sobrina. 

A continuación, como si todo estuviese previamente ensayado, tomó la palabra el escritor para aclarar algunos aspectos: "Mi nombre real es Pablo Martín, Luis Orellana es un pseudónimo, y hasta hace cuatro años era profesor de Literatura de Educación Secundaria. Posiblemente eso explique por qué alguien que se dedica a la hostelería ha sido capaz de escribir un libro".

La sorpresa en las personas que escuchaban a la persona ahora llamada Pablo iba en aumento, lo que se reflejaba en la expresión de sus rostros y en su silencio. 

"A Saray y a mí nos conocen todos ustedes. O eso creen. Unos cuantos de ustedes dedicaron, hace unos cuatro años, parte de su tiempo a calificar en tertulias televisivas y radiofónicas, así como en alguna columna de periódico, nuestros sentimientos. Como recordarán, todos ustedes no tuvieron ningún pudor en descalificar nuestra relación sin conocernos y, lo más importante, sin tener intención alguna de hacerlo".

Saray cogió la palabra para corregir a su marido. "En realidad, alguien si nos conocía, al menos a mí, mi tío. Pero tampoco se tomó la molestia de hablar conmigo para interesarse por conocer lo que yo sentía o pensaba. Solo importaba algo que nos representaba a todos los gitanos... Menos a mí". 

El escritor retomó la palabra: "Tuvimos que alejarnos de nuestro lugar de residencia, de los nuestros, sobre todo Saray, para poder amarnos lejos de la mirada inquisitorial de quienes nos despreciaban por no amoldarnos a sus cánones. No, una historia, casi un relato autobiográfico, como el que desarrollo en el libro puede producirse hoy en día, aquí y en cualquier otro lugar". Dicho lo cual siguió las órdenes que le daba el conductor del acto, subiendo las escaleras y sentándose tras una mesa en la que había varios ejemplares de su libro. 

Tras la introducción del presentador del acto y la entrega del premio, el escritor se dirigió a la audiencia, señalando a su mujer antes de decir: "En realidad, los protagonistas de esta novela somos esa mujer y yo, pero también el amo y la falsa moral que siempre ha existido y siempre existirá. O, tal vez, en realidad, el protagonista de la novela sea el afán de dos personas por continuar, pese a todas las trabas, es el afán de creer en lo que sienten y en el otro, junto con el derecho de acertar o equivocarse por uno mismo. En definitiva, esta obra solo intenta ser un alegato a favor de que cual escriba su propia novela. Gracias."

jueves, 29 de septiembre de 2022

IDIOTARIO (CXI)

Antiguo Régimen: en términos de Historia, dieta que se hizo hace tiempo.


Consentimiento sexual:  con una disposición emocional inclinada a todo lo relativo al sexo.


Empanadilla: mujer que tiene una confusión pequeña.


Escorbuto: enfermedad producida por la carencia de vitamina C, que produce síntomas como cantar: "Mucha policía, poca diversión, mucho hijo de puta vestido de marrón" o "Para vivir alegre y contento, Eskorbuto al parlamento"


Fascitis: patología caracterizada por la inflamación del tejido fibroso, con una alta prevalencia entre los personas con ideología de extrema derecha.


Modernidad: dícese de lo que en un breve periodo de tiempo se considerará antiguo.


Terraplanista: persona con una acentuada discapacidad visual, tanto física  como mental.


Wonder, Stevie: cantante y músico multinstumentista encuadrado en el movimiento que gira en torno a la compañía Motown. Ciego de nacimiento fue elegido por la Dirección General de Tráfico de España para encabezar una campaña contra el uso del alcohol en el acto de conducir. La campaña fue muy aplaudida, entre otras cosas porque el cabeza visible de la misma posee una dilatada experiencia a la hora de ir ciego en un automóvil.

domingo, 28 de agosto de 2022

CUADERNOS DE VIAJE

 En determinadas circunstancias, cuando se emprende un viaje, se hace de dos formas diferentes. Una, la obligatoria, aquella que te traslada en el espacio a un lugar diferente del que resides. La segunda, prescindible, o no, en función de la situación personal, es el que se realiza en tu interior. En este caso, con alguna excepción, he pospuesto esta segundo variable, aunque hubiese un reencuentro, que me hecho pensar y cuestionarme decisiones anteriores (al menos en un primer momento superficial y falto de una reflexión más profunda), que puede que, aunque quisiese repararlas hiciesen imposible volver a un punto anterior. Tendré que invitar a un café o a una cerveza, o a más de una, a esa persona, en ocasiones bastante hermética, que motu proprio me ayudó a demoler la indecisión. 

Imagino que el lector no tendrá mucho interés en mis cuitas personales, imprescindibles, pues ayudan a comprender como percibe el viajero lo que está viviendo, pero poco trascendentes para describir un templo, un río, el desierto, una ciudad o las pirámides. Parece obvio, tras estas pistas, que escribiré sobre Egipto. Egipto, el país de los faraones, de las botellas y las bolsas de plástico inundando el suelo de las ciudades, del desierto y algunos puntos del Nilo; el país del calor, de los contrastes. Contrastes al menos para los turistas, que pueden estar por la mañana en una ciudad con unas infraestructura de los años 60 en España o bañarse en el Nilo ("donde no está contaminado"), para pasar a estar por la noche en un hotel de cinco estrellas, perteneciente a una conocida cadena internacional, en la capital del país, viendo desde el bar de la última planta del rascacielos, una buena parte de ese caos ininteligible que es El Cairo, tanto de día como de noche, mientras te bebes un gintónic. Egipto el país de los contrastes entre el Sur y el Norte, entre la tradición que se resiste a desaparecer y la acomodación del modelo de vida occidental tamizado por la herencia secular musulmana.

Aún no he procesado toda la información, creo que sí la básica, la que alimenta lo que me resulta imprescindible, pero si tuviese que escoger momentos o lugares me quedo con algunos de estos:

La puesta de sol navegando en un barco sobre el Nilo, con el canto a la última oración del día por parte de los muecines de Luxor. 

Karnak y su sala hipóstila. La desmesura arquitectónica, realizada con tal equilibrio que sólo puedes sentirse fascinado y atrapado, sintiéndote tan maravillado como cuando visitas el Museo del Cairo y tienes ante ti los sarcófagos de Tutankamon y parte del ajuar funerario que encontró Howard Carter. 

Abu Simbel y el viaje de tres horas por carretera hasta allí en un convoy de autobuses escoltado por la Policía, para evitar "problemas" con bandidos o combatientes de la guerra civil que se desarrolla en Sudán, país limítrofe. Si a ello le añades una tormenta de arena que vivimos y anécdotas varias, que no merece la pena narrar, pero que nos alegraron el resto del viaje a los que las vivimos, resultó un cóctel más que interesante, y no sólo por la majestuosidad del lugar.

Para uno, al que le apasiona el arte y en especial la arquitectura, Sáqqara se convirtió en algo así como un orgasmo intelectual. Sáqqara, el lugar donde se concibió en toda la Historia de la Humanidad un edificio monumental con tejado, con las incertidumbres plasmadas del gran Imhotep ante esta colosal tarea. Con la pirámide escalonada, del mismo autor, que dio el pistoletazo de salida para lo que después habría de venir y que podemos contemplar en Guiza.

Ahora que lo pienso, a pesar de que pueda interrumpir lo más agradable para el lector, sí ha existido ese viaje interior. Ese viaje dentro del viaje y que, como de costumbre, ha estado protagonizado por los demonios de siempre, aunque creo haber aprendido la lección, de una vez por todas. Empiezo a tener claro que debo ser una persona mucho más interesante de lo que yo sospechaba, a pesar de todos mis frenos y de los fantasmas. Los fantasmas implantados, de manera consciente o inconsciente, desde los tiempos primigéneos,  y que espero hayan saltado por los aires de manera definitiva. Tal vez, solo tal vez, por fin tenga una idea clara de mi sitio. Cuando más pienso en ciertas cuestiones, más considero que todo se debe a un error de enfoque por mi parte. 

El templo de Filae, situado en una isla, y último construido de este tipo, ya en época romana, en cuya construcción está implicado un paisano nuestro, un tal Trajano, nacido en Híspalis. Resulta imprescindible.

Imagino que el lector estará esperando que hable de las pirámides, que son impresionantes, y que consiguieron lo que los faraones querían, que pasaran a la eternidad, al menos su nombre, que ha llegado hasta nosotros. Sinceramente, me pareció algo magnífico, pero a mí lo que más me impresionó es la visión de la Esfinge alineada perfectamente con la pirámide de Kefrén. También me pareció algo fabuloso el paseo en dromedario y observar sobre este animal las tres grandes pirámides. Consejos, si tienes miedo a las alturas, como yo, atrévete, merece la pena. Si eres muy escrupuloso con las condiciones higiénicas, ni lo intentes.

El viernes por la mañana en El Cairo. Tuvimos la suerte de estar allí, al lado de una gran mezquita, cuando los fieles debían acudir a ella. Resulta sorprendente ver a una infinidad de hombres (sí, solo hombres) empujándose para acceder al recinto de oración a través de una puerta minúscula, pero más impactante es aún ver como las calles aledañas se llenaban de grandes alfombras, el que suscribe, y alguno más pisamos una porque no sabíamos para que eran y recibimos, con razón, una regañina, que se llenaron de hombres arrodillados para escuchar el mensaje del imán, entre ellos  nuestro guía. Impresionante.

El tráfico de El Cairo. No voy a describirlo, se puede buscar en Internet,  aunque intuyo que no dará una idea real de lo que pudimos contemplar. Podría contar anécdotas variadas, pero intuyo que perderían parte del significado que tenían para todos los que las vivimos y no lo haré. Solo decir que el tráfico rodado y el peatonal, capaces de atravesar una carretera de varios carriles sin mirar en exceso, constituye en sí mismo parte del paisaje imprescindible y un atractivo más. Los que tengan problemas auditivos con sonidos como los de las bocinas no deberían visitar esta ciudad.

Seguro que se me quedan más lugares, circunstancias o situaciones dignas de narrar, pero tampoco me voy a enrollar mucho en este aspecto, porque creo que a nadie le interesará mucho saber que fuimos a tomar un té con menta a un local muy afamado, que frecuentaba uno de los escritores egipcios más famosos del siglo XX, que murió a finales del mismo, y que tuvimos el honor de compartir nuestro espacio con una cucaracha, que apareció bajo un banco y que nos proporcionó un momento de angustia para las más aprensivas y un momento de risa para los menos escrupulosos.

Los turistas somos vacas a las que ordeñar para muchos egipcios, en especial en el Sur del país, desde Luxor a Aswán, pero también, en menor medida, en el Norte. La idea está clara: debes gastarte la mayor cantidad de dinero posible. Para ellos te pedirán dinero por comprar, por ayudarte, aunque no lo hayas pedido, por hacer algo que ya has pagado, por... Además, no dudarán, si pueden, en estafarte, aunque sean pequeñas cantidades, sobre todo en los cambios. Somos el maná del desierto con forma de euros.

Una de las cosas que suelen hacer es pedirte cambiar monedas de euro en billetes de cinco o de diez. ¿Por qué? Porque todo es "un euro". Y uno se dio cuenta de que esa gente que te cambia diez monedas por un billete ha hecho una gran recaudación. En especial cuando te enteras de que la botella de agua que a ti te cobran a un euro, y que es imprescindible porque no puedes beber agua del grifo y además para evitar la deshidratación cuando haces visitas en lugares que están situados al lado del desierto o en pleno desierto, a ellos les cuesta tres céntimos. 

Existe pobreza, sí, mucha, muchísima, pero también existe gente que consigue sobrevivir de manera holgada gracias a nosotros. Para que el que lea esto se haga una idea, en el mercado que había en Abú Simbel los compradores decían: "sin agobiar", como forma de atraer al cliente. En todos los lugares, más acentuado en el Sur, niños, adolescentes, adultos, siempre hombre, excepto en el poblado Nubio, que también lo hacían las mujeres, se abalanzan con un objeto y con las palabras: "un euro". Incluso en los mercado te ponían prendas en las manos, cuyo precio era un euro de inicio, pero, misteriosamente, cuando entablabas conversación con ellos ese precio se multiplicaba por quince o por veinte. La verdad, era divertido regatear y siempre, yo al menos, me iba con la impresión de poder haber rascado más. Por cierto, lo de irse en medio del regateo da buen resultado, porque te van a buscar, pero cuando van a por ti hay que seguir regateando para aún más el precio del vendedor.

Anécdota, de paseo por un mercado de El Cairo pasamos por un puesto de comida típica, faláfel, que estaban haciendo allí mismo, olía de muerte, y a la vuelta me acerqué (creo que nadie de los que me acompañaba tenía el espíritu aventurero que tenía yo a la hora de probar comida, cocinada, en la calle) me dieron uno y les pregunté el precio, como solo hablaban árabe no nos entendimos y decidí darme la vuelta y pirarme mientras me comía el falafel. Imagino que se cagarían en mis muelas. El mejor de todos los que probé. 

Compartí habitación con alguien que no conocía que era homosexual. Resultó una experiencia nueva y enriquecedora. En el fondo era como cuando en alguna ocasión he compartido cuarto con alguna amiga en un viaje. Nunca me había planteado esta situación y lo único que puedo decir es que nos organizamos muy bien para los turnos de baño y para ayudarnos si alguno necesitaba algo que el otro le podía proporcionar . Una nueva vivencia que añadir al carro de situaciones diferentes que conforman mi paso por esta vida. 

Más anécdotas. Fuimos un grupo de 21 personas y llegamos a la conclusión de que Tinder y Grinder (versión de la primera para personas homosexuales, además de mi compañero había otro) funcionaba y si alguno no mojó, con una árabe o con una pareja de homosexuales, fue porque lo que comenzó como una broma de grupo, quedó en broma. En ambos casos había determinada hasta la hora de cita en los hoteles.

 Una cosa que nos llamó la atención sobremanera: las casas parecían estar inconclusas. Siempre había vigas a la vista sobre el último piso construido, sobre todo en las casas más bajas, muchas más en el Sur. La explicación nos la dio nuestro guía. Los hijos varones se quedaban a vivir en casa de los padres cuando se casaban, construyendo encima de ellos su hogar. Los hijos varones son los que deben mantener con sus sueldo a sus padres si no pueden trabajar y a sus hijos, que, a su vez, mientras dure la tradición, deberán mantener a sus padres cuando estos sean mayores y construir una nueva casa sobre la de sus padres.

Cuando volvía ya en coche desde Barajas me di cuenta del error de enfoque de parte de este viaje, creo que más importante que la muesca que podía haber sido, es ser consciente de que lo que una vez funcionó hubiese funcionado si no me hubiese perdido en laberintos interiores míos, una vez más, porque el trabajo inicial estaba realizado el primer día que fue posible. 

Si vais a Egipto debéis saber que podéis tocar los jeroglíficos de paredes o columnas de los templos o la mayoría de las esculturas del Museo de El Cairo. No son conscientes del deterioro que a la larga puede producir eso, por suerte para nosotros y para desgracia de su patrimonio. Merece la pena tocar ciertas esculturas o ciertas paredes para comprobar la extraordinaria habilidad para pulir piedras que los egipcios tenían hace más de 4000 años, con unas herramientas toscas, que ni tan siquiera eran de hierro en muchas ocasiones. 

La minivisita que realicé al Barrio Copto (cristianos que ayudaron a los árabes, que prometían tolerancia, a conquistar Egipto, liberándolos del yugo bizantino, con los que disentían en aspectos "fundamentales" de la fe cristiana y que les reprimían por desviarse del credo oficial) me provocó la necesidad de volver a El Cairo. El Barrio Copto es una isla de paz en medio de un ciudad que se alimenta de tráfico, ruidos de bocinas y multitudes. Por cierto, aquí se puede visitar la Iglesia, merece la pena verla,  en la que se sitúa, según la tradición, el lugar donde José, María y Jesús se refugiaron cuando huyeron a Egipto. Los coptos (palabra que significa cristiano) son un 10% de los 105 millones de habitantes del país. 

El contraste con las dos mezquitas que visitamos, espacios abiertos rotos por las columnas, es abrumador. Como el lector sabe un no creyente no puede entrar en una mezquita. Sin embargo, durante nuestra visita tuvimos la suerte de acceder a dos, una inmensa como la de Muhammad Ali y otra más pequeña. En ambos casos, además de los espacios diáfanos, de los que he hablado con anterioridad, hay otra característica, la altura de los techos, de las cúpulas, que proporcionan al que la frecuenta una sensación de amplitud y de pequeñez frente a ese dios, o a ese arquitecto si no resultas ser creyente.

Resulta curioso este tipo de viajes en los que la mayoría de la gente no se conoce y como se va conformando el grupo, los roles, las interacciones, las personalidades, pero, sobre todo, lo que cada cual puede aportar para que él y los demás se lo pasen lo mejor posible y eso también va a formar parte de la geografía de Egipto, al menos en mi recuerdo. 

A continuación de publicar esto tengo que volver a mi vida cotidiana, a una conversación pendiente, a decidir que hacer sobre ciertos aspectos pendientes, pero antes de todo ello deseaba contar, aún sin haber asimilado todo, como he vivido en mi interior las ciudades, el desierto, casi infinito y al que he decidido volver para vivirlo de otra manera, el Nilo, la miseria, la grandeza de las 20 dinastías, la convivencia, los errores, la autoestima, el carisma, el calor, el sudor, la sensación de ser solo una fuente de ingresos para los lugareños, la gran cantidad de Policía que había por todos los lados con el Kalasnikov como compañero inseparable (chavales de no más de 20 años lo llevaban como si se tratase de un juguete), la suciedad, la belleza, la facilidad para adaptarse a los diferentes entornos... En fin, escribir sobre una  experiencia agotadora, insuficiente, pero magnífica.

miércoles, 17 de agosto de 2022

ESPERO Y DESEO QUE TE VAYA BIEN

 Creo llegado el momento de contarte, y contarme, porqué. Por qué todo acabo de esa maner,a inesperada y abrupta, a través de una llamada, ni tan siquiera cara a cara.

Puede que deba comenzar por el final, por la forma. Como sabes, como sé, las decisiones importantes en la vida ocurren tras un tiempo de reflexión, sufrimiento, incertidumbre o cualquier otro aspecto que pueda conmover los cimientos de una persona. Por tanto, no se trató de un hecho irreflexivo, fruto de la impulsividad. Hacía meses que en mi mente rondaba la idea y en los dos o tres meses anteriores a transmitírtelo se había convertido en una certeza. Por supuesto, mi intención era hablarlo contigo en persona, pero la maldita distancia, interpuesta por las circunstancias, lo aplazaba semana tras semana. 

¿Qué me llevó a tomar la decisión de hacerlo a través del teléfono? El dolor. El dolor de no decirte que te quería a través del altavoz por no mentirte. El dolor de que no te dieses cuenta de que llevaba un par de semanas sin hablarte de amor y sentimientos y que tú no te dieras cuenta. El dolor de no saber cuando podría estar frente a ti para contarte que no quería seguir junto a ti. El dolor de alargar algo que para mí ya no tenía sentido.

Puede sonar absurdo que, tras ser yo el culpable de la ruptura, hable de dolor propio. Pero así lo viví.

Mi punto de vista puede resultar extraño, pero creo que, en el fondo, se basaba en el respeto hacia ti. Yo no puedo controlar cuando amo o dejo de amar a otra persona; pero sí puedo tener control sobre el respeto que siento hacia alguien y considero que comunicar a tu pareja que ya no deseas seguir, cuando en tu interior ya murió ese latido con su nombre, se puede considerar un acto de respeto. Porque, sabes, difiero de ti en algo: las palabras no se gastan por usarlas. Lo que se deterioran son los sentimientos y lo que degrada una relación, casi hasta lo humillante, es pronunciar palabras huecas, que perdieron su sentido hace tiempo. El respeto hacia quien quieres consiste en que esto no ocurra. Y te respeto, como te respeté cuando tuve ocasión de estar con otra mujer de manera ocasional y no lo hice, porque merecías y aún mereces todo mi respeto.  

He comenzado por el final, o casi, y, tal vez, debería contarte qué ocurrió para dejarte de amar. Podría parecer absurdo narrar cómo se empieza a dejar de amar a alguien. ¿Existe un punto de inflexión en el amor? En este caso sí, e intuyo que si te hablo de la ciudad donde nos conocimos y la segunda que volvimos a ella, casi seguro que recuerdas lo que aconteció. Lejos de pedirte fidelidad o zarandajas por el estilo, solo quería que compartieses conmigo el poco tiempo que teníamos para estar juntos. En el fondo, ya que no solías decir que me amabas o que me querías, ese interés por estar juntos me hacía sentir querido o amado. 

Después hubo alguna otra circunstancia similar que me empujo a tomar la decisión. El estilo de relación que teníamos nos proporcionaba una infinidad de tiempo libre para que cada uno, por su cuenta, hiciese lo que apeteciese dónde, cuándo y con quién quisiera. Pero el tiempo, el escaso tiempo, del que disponíamos para estar juntos para mí era importante. Quería vivir el mundo contigo, a través de ti. 

Una cuestión que suele pasar desapercibida tiene que ver con mi tiempo libre. Por mis circunstancias tengo mucho más espacio para ocio y para descansar que la mayoría de gente. Cuando la persona con la que tienes una relación no dispone de unos períodos semejantes de descanso, se debe rellenar esa diferencia de alguna manera, siempre esperando. Lo haces porque deseas compartir hasta el último segundo con ella, sin más. Tal vez por ello, cuando tú insistías aquella vez en irte de vacaciones sin mí me sentí mal. 

Como bien sabes, jamás te pedía cuentas de con quién ibas o lo qué hacías, como tú tampoco lo hiciste conmigo (comprobaste que existía otra forma de libertad), pues nuestra relación se basaba en la confianza y eso me parece algo maravilloso. Algo que siempre recordaré de ti. Igual que siempre tendré presente cuando escuchaste esa canción de León Benavente, Estado provisional. Me dijiste que era muy bonita, pero muy triste. Ahora sé que eso me cautivó de ti. Conseguías, casi siempre, que la tristeza quedase lejos, en un país sin nombre ni accesos. Eso me gustaba tanto de ti. Tal vez sea lo que reflejaba tu sonrisa, que sigo representando en mi recuerdo en ocasiones.

Teníamos nuestra canción, esa versión que hizo Manu Chao de un tema que se volvió muy famoso, poco después de adoptarlo como nuestro, en boca de una artista muy famosa. En perspectiva, creo que el que tema que mejor nos reflejaba era Ser brigada, también de León Benavente. Una mujer y un hombre que se encuentran, con sus cargas respectivas, y que deciden, a pesar de todo, construir su pequeño universo, por el mero hecho de arrojarse juntos hacia lo que haya de venir. Fuimos brigada y siempre sentiré añoranza de ese período.

Te amé igual que después me sentí vacío y necesitaba estar lejos de ti. En ese momento me inventé, ahora lo sé, la excusa de que amaba a otra mujer. Siempre utilizo esa excusa y esa mujer, pero tengo plena conciencia de no amarla, a lo sumo puedo llegar a desearla, como a otras mujeres, pero sin que exista una verdadera posibilidad de que nada pase del plano mental al real. Cada cual construye sus castillos en el aire para seguir avanzando en la vida y el mío fue ése. Tal vez, ese constructo me ayudó a dar el paso de dejarte, estoy dándome cuenta de ello según escribo esto.

Como bien sabes, me encanta viajar y junto a ti se convirtió en una constante. Me encantaba esa faceta tuya, como me gustabas con gafas cuando visitábamos monumentos. Reconozco que te hecho de menos en ese aspecto. Como hecho de menos, los restaurantes, las excursiones de un día.

Te dije que había comenzado por el final, o casi, pero aún queda algo que contarte sobre ese período. Tarde un tiempo en dejar de sentirme como un cabrón cuando rompí contigo. Aunque no te lo creas te quiero, para mí, como ya sabes, es algo distinto a amarte, y sentí infinitamente el dolor que te había provocado. Te considero una persona maravillosa y lo último que deseaba era hacerte sufrir. Aunque intuyo que de poco sirva esto que te cuento, me odiaba por generarte sufrimiento. Como te he dicho, desde mi perspectiva, no existía otra opción, pero sentí, siento, haberte provocado dolor. 

Cuando la gente me preguntaba por qué había roto solo podía decir que la culpa era mía. Te considero una bellísima persona, creo que mejor que yo, y esto se lo decía a todo el mundo que te conoció. Dudo mucho que encuentre alguien mejor que tú en ese sentido y, en ocasiones, hecho de menos estar contigo, pero sé que hice lo correcto, para los dos. 

Espero, y deseo, que te vaya bien.


P.D.: Noches de bohemia podía ser la otra canción que nos representaba en aquella época. He vuelto a escucharla hace unos meses, después de mucho tiempo.

sábado, 13 de agosto de 2022

CUADERNO DE VIAJES

 El mar se está convirtiendo en un elemento necesario y casi imprescindible. Vivir tierra adentro, con horizontes lineales y predecibles, comienza a resultar insufrible. Sin embargo, existen dos mares distintos en uno solo: el de los que lo conocemos fugazmente y el de aquellos que son parte de él.

Los primeros, en su mayoría, rozan con él lo mínimo imprescindible. Bañarse un rato ínfimo en él y coger el color de piel necesario para que poder presumir a la vuelta de haber estado en la playa. Por la tarde la piscina del hotel, las actividades organizadas, una cerveza o un refresco de cola... La noche se hizo para el paseo marítimo. Hordas caminando, la mayoría en la misma dirección, hacia ningún lugar. No se molestan en mirar la Luna sobre el mar, ni en acercarse al agua o pasear por la arena. ¿Para qué? Han estado en la playa. La marabunta, ciega, seguidista, casi avasalladora (en especial si caminas frente a ella) se conforma con repetir, fuera de lugar y de horas, los hábitos cotidianos. 

Creo que tuve la suerte de compartir el sonido del agua mientras la Luna rielaba en el mar con la persona que más quiero en el mundo y creo que tuve la suerte de enseñarle a ver y, casi seguro, a disfrutar de ese retazo nocturno que la gente apresurada en busca de la nada se niega a disfrutar.

Los que forman parte de la geografía del mar, aquellos que viven a su lado día tras día, tienen sus playas, lejos de urbanizaciones y extraños, haciendo allí lo que han hecho siempre, sea lo que sea que hayan hecho. No existe el horario invisible de las comidas masificadas del hotel ni los juegos estereotipados; solo viven allí con el mar de fondo.

Este mar, padre de culturas milenarias, que en esta ocasión emerge rodeado del desierto conquistado por el plástico. Mar de navegantes de cabotaje, de creadores de dioses, de filósofos y de formas de gobierno. Mar de sol, de Luna Llena, de futuro, de todo lo que no tenemos los que moramos aferrados a la dura tierra estival.

Comer para subsistir o para deleitarse. Existen pocas cosas más sublimes que una buena comida y pocas experiencias más insatisfactorias que una mala vianda, y más si pretende disfrazarse de algo sofisticado. Ambas experiencias vividas en un solo día, de lo esperpéntico a la casi divino. La reflexión surge con la rotundidad de quien se siente estafado y horas después mimado: demasiada gente haciéndose pasar por cocineros ilustres, cuando en realidad solo son unos iluminados que inflan la factura de sus platos, para disimular su mal hacer. Pero, a cambio, conviene dar las gracias a todas esas personas que apuestan por la buena cocina, que no siempre debe ser ultravanguardista, utilizando buenos productos, puntos de cocción adecuados y presentaciones que incitan a comer. Una simple fritura de pescado, un costillar con salsa barbacoa, un pulpo a la brasa sobre espuma de patata o un rape con alcachofas (mientras se contempla la Luna Llena sobre el mar) pueden contener ese mismo amor por una profesión y respeto hacia los clientes que la creación más sofisticada o vanguardista.

Creo que una de las cosas que he hecho bien con mi hijo es educar su paladar, lo tiene más selecto que yo. Paladear un pequeño manjar, disfrutando todo lo que puede aportar a los sentidos. Un legado que espero transmita a sus hijos, si los decide y puede tener.

El mar. Siempre el mar. Promesa de redención y de huida. La Luna Llena como símbolo de todo lo que pudo ser y nunca fue y de esa búsqueda que continúa. Mar de rayos lejanos, que rasgan la noche con la brusquedad de lo instantáneo e imprevisible y, a la vez, con la dulzura de lo nuevo.

Reflexiones sobre sexo, casi perfecto, permanecen en el recuerdo. Tal vez la medida de como creció todo, hasta que todo saltó por los aires por la codicia. 

Soledad como trabajo titánico. Soledad como hábitat tiránico. Soledad como un todo. 

Y allí, casi de vuelta, en medio de nada, aparece ella: rubia, preciosa (hubo que mirarla una segunda vez para cerciorarse de que en realidad era tan bella), no muy alta, acompañada. De inmediata la mente lanza un mensaje contundente: es esa mujer de la que uno se podría uno enamorar con facilidad. Cruce de miradas continua. No existen los acompañantes. Al final vence la sensación de una cafetería en medio de una autovía no puede ser el inicio de nada. Pero por el cerebro pasa una y otra vez que podía haber sido ella. Una última mirada de despedida. Despedirse de nada.

Y cerca del hogar aparece cierta ansiedad; un ahogo que impide terminar las frases enjuagado hasta ese momento en el agua salada. De nuevo, volver a empezar y, en cierta manera, volver a terminar.

jueves, 23 de junio de 2022

EL PROCESO ENSEÑANZA-APRENDIZAJE EN LA MODERNIDAD.

Se avecinan cambios en Educación, al menos de forma nominal. La Ley Wert era un bodrio, copiada, en cierta forma, del ideal estadounidense, un sistema educativo puesto en entredicho mil veces, que tiene unas grandes universidades, pero una enseñanza elemental que deja mucho que desear. 
El hecho de que la Ley Wert fuese un bodrio no significa que la LOMLOE sea mejor. Tal vez, solo sea distinta. 
Pensando que el gran hacedor de esta ley es César Coll, con la colaboración de otros expertos como Elena Martín, gente que ya estaba en la época de la LOGSE (que no fue tan mala ley, pero tampoco la panacea), uno se da cuenta de que la vanguardia educativa son gente que andan por los setenta años y que no han pisado un aula en mucho tiempo o nunca. Teniendo en cuenta que los Coll, Marchesi, otro que tal baila, y compañía nunca han reconocido errores y siempre han cargado la culpa en los docentes, pues parece que la cosa no empieza bien.
Anécdota, he leído que Álvaro Marchesi, impulsor de la LOGSE, de nuevo está inmerso en un proyecto para evaluar a los centros. Existe la posibilidad de que algunos, como yo, vivieran evaluaciones hace unas dos décadas, de otro proyecto en el que estuvo involucrado. No recuerdo muy bien todo lo que evaluaba, pero sí que en la evaluación a los alumnos había alguna pregunta obsoleta sobre la Unión Europea y que los chavales, en muchos casos, tras un bombardeo de pruebas (creo recordar que duraban dos días), respondían lo que les salía del nardo. Lo que da mucho que pensar sobre su capacidad real y su conocimiento de cómo funcionan los chavales a los que quieren ayudar.
Pero en esta entrada hay para todos y no vamos a dejar inmaculados a la derecha y a la ultraderecha y su burda maniobra sobre el adoctrinamiento en las aulas, que no existe (tal vez sí, casi seguro, en los centros religiosos). Es más, si supiesen en que consiste el adoctrinamiento desde el punto de vista de la Instrucción, verían que los verdaderamente adoctrinados son ello, pues desconocen la ley que critican, y solo repiten consignas lanzadas, intencionadamente, por políticos y pseudoperiodistas.  Uno escuchó que explicar que Felipe V centralizó el poder, con la excepción de vascos y navarros, que le ayudaron contra el candidato de los Austrias (eligieron el bando ganador; lo que no ocurrió en las Guerras Carlistas) es adoctrinamiento. En realidad, Felipe V siguió lo que ocurría en la Francia de su abuelo, Luis XIV, y de paso castigó a los rebeldes (que no les vendan el cuento, los más castigado fueron los valencianos, a los que se les prohibió hasta el Código Civil, cosa que no ocurrió con los catalanes). 
En fin, ruido.
Una de las cuestiones que no cambia, pero que está generando mucho ruido, son las competencias. Las dos leyes anteriores, una del PSOE y otra del PP, hablaba de las competencias (aunque cada una tuviese las suyas, muy parecidas), pero es ahora cuando parece, al menos en algunos lugares, que está generando polémica. ¿Por qué?
En primer lugar aclarar que esta idea viene de Europa y que conceptos como la educación a lo largo de toda la vida, relacionadas con las competencias claves, son uno de los estandartes de la UNESCO desde hace décadas.
Ahora convendría conocer que son las competencias claves Educación. Las competencias clave son una de las preocupaciones de siempre de los que nos dedicamos a la Educación Especial: la generalización de los aprendizajes. Es decir, usar lo aprendido en los diversos contextos. Todo esto va acompañado de los palabrhostios de rigor: transversalidad, educación permanente, dinamismo (que uno piensa que las competencias van a marcarse una sesión de baile de salón) y demás.
Hasta aquí, por mi parte, no hay ningún problema... o sí. Sí, porque algunos contenidos han de ser teóricos, muchos. Sí, porque se deben trabajar aspectos como la memoria, porque la memoria es algo más que almacenar información. La memoria también consiste en saber rescatar la información cuando es necesaria (aunque muchas veces lo hagamos sin darnos cuenta) y saber que conocimientos, actitudes o procedimientos debemos aplicar en cada momento también es competencial. ¿Y para qué sirven los contenidos teóricos? Para lo mismo que trabajar por proyectos, para nada si los contenidos trabajados no tienen interés para el alumno. 
Alguien podrá pensar que soy el típico tío que enseña la lista de los Reyes Godos (a los que defienden que se enseña la lista de los Reyes Godos en la Educación Obligatoria solo decirles una cosa: ¡gilipollas!, a ti también te han adoctrinado, pero los del otro bando), pues no. Me apoyo, cuando lo considero oportuno, en el ordenador, he utilizado alguna vez Kahoot, hago presentaciones cuando explico habilidades sociales a un par de grupos, utilizo el role playing  para explicar ciertas cosas a esos grupos, el móvil y sus diccionarios para comunicarme con algún alumno inmigrante recién aterrizado, e incluso, a un alumno con altas capacidades le he enseñado a hacer una Site y un blog. Pero, por el tipo de alumnos  que tengo sigo utilizando la explicación magistral, los bloques en base diez ensartables... 
¿Por qué critico entonces las competencias?
En primer por la excusa que se da: dar respuestas a un futuro cambiante, incierto, desconocido. ¿Pero como vas a dar respuesta a lo que no conoces? Y, por otra parte, desde que yo comencé en esto de la Educación ha habido muchos cambios y, la gran mayoría de los docentes, nos hemos adaptado. Pero no solo los docentes, también se han adaptado mis amigos, algunos cincuentones, a los nuevos requerimientos del sistema. ¿Y cómo lo han hecho si no estaban formados para aprender a aprender (alguno se saco el Graduado Escolar ya mayorcito y han sido capaces de tener trabajo y sacar adelante a una familia)? Que cada cual aporte su respuesta.
He hablado del trabajo por proyectos, esa gran novedad que nos venden cada poco, y que, en realidad, surgió hace un siglo. Trabajar por proyectos consiste en buscar un tema, problema o cuestión y, de manera interdisciplinar, llevarlo a cabo, partiendo de los conocimientos previos... En realidad se trata de poner en practica el aprendizaje por descubrimiento de Jerome Bruner y que, no me parece mala idea, ni tampoco el andamiaje, tan usado en Educación Especial. Lo que sí me parece cuestionable es su implementación en muchos casos, que sea la única forma de trabajar (en la vida no se suele trabajar por proyectos) y  su validez.
Uno, que ha visto proyectos muy chulos, sabe que algunos padres se acaban convirtiendo en ejecutores de una parte del proyecto de sus hijos. Alguien podrá decir: "los padres deben ayudar a aprender a sus hijos". Falso. Los padres deben educar en valores, no enseñar, ni mucho menos realizar las actividades en nombre de los niños. Esto es tan absurdo como ayudar o hacer los deberes de los niños. Si alguien ayuda constantemente a su hijo a hacer los deberes, debería ir a hablar con el docente de su hijo para comunicarle que su pequeño o su  adolescente, no aprende nada con él. 
Por otra parte, ¿quién asegura que lo trabajado en un proyecto hace dos trimestres o dos años permanezca en la memoria del alumno? ¿Cómo se sabe cual es la utilidad real para el futuro de lo trabajado en un proyecto en el futuro del alumno, si en muchos casos no saben si será útil hoy? 
Voy a poner un ejemplo personal. El alumno de altas capacidades al que he dado clase este año ha participado en un concurso literario, que eligió entre tres que le presenté, tras aceptar el chaval la idea. Como acto final tuvimos que ir a la oficina de Correos del pueblo donde vivimos, porque había que enviar todo por esa vía. Le ofrecí la experiencia, junto con la directora de la oficina, de conocer los pasos para enviarlo , además por correo urgente porque vencía el plazo de presentación. ¿Le va a servir en su futuro? Ni p... idea, pero era lo que había que hacer y era parte de una tarea más amplia, que era presentarse a un concurso. Saben dos cosas: trabajar con un chaval con altas capacidades y muy motivados es un lujo, que no responde al día a día. Y dos, fuimos a finales de abril a hacerlo, si le preguntasen a día de hoy los pasos que tenía que dar, estoy convencido que recurriría al último: si no sabes como hacerlo, pide ayuda. 
He introducido un aspecto como el de la motivación, que considero crucial, junto al de la respuesta a los alumnos con necesidades educativas, sobre todo los que tienen necesidades educativas especiales. 
Uno de los mantras de la "buena nueva" es que este tipo de actividades van a motivar más a los alumnos, consiguiendo que la motivación intrínseca sea el pilar sobre el que se asienten toda la acción de los educandos. Esta idea es más que cuestionable. Los alumnos van a seguir encontrando dificultades en determinadas áreas en función de sus capacidades,gustos o intereses. Posiblemente, con el paso del tiempo, se ceñirán a aquello que dominan y se repartan el trabajo de esa manera, porque, en el fondo, es una forma de trabajo en equipo, donde cada uno da lo mejor de sí, en el área que ya domina. A los niños más pequeños es más fácil controlarlos, a los adolescentes no tanto. 
Sin embargo lo que más preocupa son aquellos alumnos con problemas para comprender el término n de una progresión aritmética, los que no comprenden la formulación química o son incapaces de realizar una comprensión de un texto oral o histórico. ¿Cómo se trabaja eso por proyectos? Porque, saben, competencias también es trabajar, e insistir, conceptos y procedimientos una y otra vez, para que sean capaces de analizar e interpretar un texto literario, histórico o periodístico. Porque hay alumnos que tienen problemas cuando llega el pensamiento hipotético-deductivo, con la única finalidad de crear unos esquemas de pensamiento que puedan aplicar a su vida.
De igual manera existen alumnos con problemas que nada tienen que ver con la Escuela, que arrastran esos problemas al entorno educativo y lo que primero necesitan es lo que no tienen fuera. Todos los que nos dedicamos a esto sabemos que en este tipo de casos el problema está en el entorno familiar y/o social y es aquí donde deben producirse los cambios (servicios sociales). Ya se puede ofrecer lo mejor de lo que mejor, que si un niño no duerme las horas necesarias, carece de afecto, no desayuna... ni César Coll va a obrar el milagro. 
Por no hablar de la desmotivación de ciertos adolescentes, que los están porque es lo que toca en una edad conflictiva, en la que chocan con sus padres, los docentes y, en muchas ocasiones, consigo mismos. Sería una temeridad obviar que esta etapa de la vida no es fácil y, en muchas ocasiones, no tiene nada de bonito, ni de fácil ese proceso de tránsito hacia la edad adulta. 
Uno también tiene reparos hacia este tipo de proyectos cuando se habla de alumnos con necesidades educativas especiales. ¿Por qué? Por conocer cómo se estructuran los refuerzos que esos niños precisan, dada la importancia de este  que este tipo de apoyos tienen para los alumnos. Y antes de que nadie diga nada me gustaría reseñar que los apoyos de Educación Infantil los hago siempre dentro del aula, siendo mucho más complicado los de Primaria, porque suelen coincidir alumnos de diversas clases. Uno, que lleva tiempo en esto, conoce casos donde esta metolodogía tan nueva y chachi importaba más que el niño con un Trastorno del Espectro Autista, con los consiguientes problemas, algunos muy serios por las características del alumno, para el crío de Educación Infantil. 
Para concluir, estoy leyendo con asombro que en la Comunidad Valenciana en Educación Secundaria va a haber profesores de ámbitos y no especialistas. Uno considera que no parece muy oportuno que un profesor de Matemáticas imparta Geología, por ejemplo, porque, evidentemente, el dominio de ese área no es el mismo. De hecho, uno recuerda como se apelaba en la LOGSE a la Epistemología para la mejora de la práctica docente. Si, de verdad, como estoy leyendo se está sacrificando el conocimiento profundo de una área en pos del modelo, tenemos un serio problema. 
Un saludo.






sábado, 11 de junio de 2022

IDIOTARIO

Amistad entre hombre y mujer: cuando el hombre o la mujer, o también se puede producir de manera mutua, piensan que su amigo o amiga no tienen un buen polvo.


Amor: forma diferida de negocio para los abogados matrimonialistas.


Buena Vista Club Social: agrupación musical cubana creada en los años 90, que grabaron un disco de gran éxito con música tradicional cubana. Se sabe que, a pesar de su empeño por pertenecer a dicho club, ni Steve Wonder ni José Feliciano fueron admitidos.


Hortocultor: persona cuyo oficio es cultivar y cuidar la huerta, que está hasta el culo de tanto cavar, quitar malas hierbas y agacharse.


Inflación: estado en que se encuentran los testículos de  mucha gente ante la subida desmedida de precios que estamos sufriendo.


Me gustaría volver a la infancia: forma sutil de decir que tu vida de adulto es una mierda. 


Piscifactoria: fábrica donde exclusivamente trabajan personas nacidas entre el 19 de febrero y el 20 de marzo.









jueves, 9 de junio de 2022

¿EL SENTIDO DE LA VIDA? PREGUNTA ERRÓNEA

El que suscribe, que se va haciendo viejo y casi gruñón, observa su entorno con dos sensaciones encontradas: desinterés y curiosidad. 

Desinterés, porque existe una gran previsibilidad en lo que acontece, incluida la guerra de Ucrania, donde Pedro Sánchez ha mostrado su parte más rastrera, postrándose de hinojos ante el amo, el viejo senil, que jaleaba la invasión de Irak en su día.  Previsible como la campaña de la derecha, y de cierta parte del progresismo, para bajar los impuestos para facilitar la vida a los ciudadanos y a los pequeños empresarios, mientras las multinacionales duplican sus ganancias. Previsible como los absurdos progresistas y su pseudofeminismo, pseudofeminismo y su pseudomoral y sus aberrantes leyes, que tanto daño están haciendo a la clase trabajadora y a todo aquel que consideran su enemigo. Previsible como la ultraderecha, que decían combatir los progres y que han alimentando con sus pseudocreencias, y sus discursos vacíos, adaptados al oyente, que intentan ocultar su única finalidad: favorecer a las multinacionales, culpando de todo a rojos, inmigrantes... Previsible como esa mujer que me pudo gustar y solo brillaba cuando abandonaba su papel de perfecta equidistante. 

Sin embargo, sigue moviéndome la curiosidad. Curiosidad por conocer de dónde venimos (la Historia); cómo hemos llegado hasta aquí (los descubrimientos de l Física, de la Química, de la Astronomía...) y qué motiva a las personas a comportarse de una u otra manera. Me parece fascinante este último aspecto. Al igual que me parece fascinante la curiosidad y también me sorprende que existan personas, muchas, sin curiosidad; empeñadas en vivir sin mirar más allá de su propia nariz. Las cosas pasan a través de ellas, sin más. ¡Curioso!

Pero si hay algo que me causa desinterés, a la par que curiosidad, es toda aquella gente que enarbola como algo trascendental esta frase: ¿Cuál es el sentido de la vida? 

Si lo respondemos desde un punto de vista individual es el que cada uno quiera darle: ayudar a los demás, ser multimillonario, no tener curiosidad, comprarse un adosado y veranear en Marina d`Or...

Por contra, si la respuesta se intenta dar desde un punto de vista del ser humano como especie, no cabe duda de que el sentido de la vida es perpetuarse, como ocurre en el caso de cualquier otra especie.

Alguien me puede tildar de simple, pero cuando lea lo que voy a argumentar a continuación puede que opine distinto, o no. 

La pregunta, al menos si se intenta responder abarcando a toda la especie humana, está mal planteada (lo siento, pero la cuestión no admite otra interpretación). La cuestión debería ser algo parecido a esto:

¿Qué ha supuesto para la raza humana tener la capacidad de ser conscientes de nuestra existencia, de que esta es finita y de que formamos parte de un entramado, el Universo, mucho mayor, al que no podemos dominar?

Preguntas como la del sentido de la vida, la existencia o no de vida después de la muerte, incluso las formas de organización social ( influidas por creencias religiosas y de otro tipo. que tienen que ver con nuestra capacidad de ver más allá de nuestra vida, véase por ejemplo la monarquía) provienen de nuestra capacidad de ser conscientes de nuestra consciencia.

Nosotros, mal que le pese a alguno, no dejamos de ser animales y nuestra existencia no difiere en esencia de la de cualquier otro ser vivo: nacemos, crecemos, nos reproducimos (la mayoría de nosotros) y, por último, acabamos siendo pasto de los gusanos, como cualquier otro ser vivo. Lo que nos diferencia es nuestra capacidad intelectual, que tiene una herramienta fundamental para acceder al simbolismo y a manejar ideas abstractas, que ningún otro animal posee: el lenguaje oral y su alter ego, el lenguaje escrito. Nuestros dioses, nuestras preguntas filosóficas (como la del sentido de la vida), nuestra organización social, en especial la de las sociedades complejas y otros sinfín de cuestiones, solo pueden existir porque tenemos un lenguaje oral que nos permite realizar unos constructos simbólicos imposibles sin él (al menos en todo aquello que conocemos hasta el momento); siendo este lenguaje y este simbolismo el que facilita que podamos acceder a pensar en nuestra existencia, en nosotros a través del tiempo y en nuestra especie en conjunto dentro de un contexto natural y social, cada vez más amplio.

Por tanto, en mi modesta opinión la pregunta no debería ser: ¿Cuál es el sentido de la vida? Si no: ¿Esa capacidad simbólica que nos ha llevado a ser conscientes de nosotros mismos, de nuestra finitud, cómo ha influido en nuestra evolución como especie?

Aunque pudiera parecer una nimiedad, creo que la trascendencia, en este caso sí, de la pregunta y de su respuesta, o respuestas, puede que diese una percepción más ajustada no sobre el sentido de la vida, pero sí de ciertos aspectos de nuestra evolución, que, muy posiblemente, hayan marcado parte de lo que somos ahora. 






jueves, 14 de abril de 2022

EL ETERNO RETORNO

Solo veía sus ojos verdes, que penetraban en él con la dulzura de lo que conmueve, porque la mascarilla tapaba el resto de su rostro. También cabe la posibilidad de que se fijase en ellos, casi en exclusiva, por su belleza. Jamás se lo planteó. No lo necesitaba. Nadie reflexiona sobre aquello que resulta más poderoso y placentero que la lógica de los hechos.

Varias veces se había armado de valor para hablar con ella, pero nunca encontró la situación adecuada. Bien porque la osadía se había diluido en el intervalo de tiempo que discurría desde que él se lo propuso hasta que tuvo ocasión de hablar con ella; bien porque no encontró la situación adecuada o bien porque se sentía tan feliz junto a ella, hablando de temas baladíes o importantes, que le resultaba suficiente con disfrutar de esos momentos, que con casi total probabilidad resultarían los mejores del día.

A pesar de sus dudas, inseguridades y demás cuestiones relacionadas con un posible fracaso, consecuencia de algo parecido a una declaración de sus poderoso y confusos sentimientos hacia ella, no podía obviar que ella había cambiado su forma de actuar, mostrándose cada vez más cercana a él. Mucho más cercana, implicase esto lo que pudiese implicar. Desconocía sí solo buscaba paliar la soledad que sabía sentía ella, o había algo más profundo. Tampoco había realizado cábalas sobre esta nueva situación, simplemente la aceptaba y la disfrutaba, ni tenía la más mínima intención de hacerlas. Sólo sabía que se había entreabierto una puerta.

No recordaba el momento en que se sintió atraído por ella, ni tan siquiera si en un principio solo existió atracción física o hubo algo más. Sí tenía conciencia, con la nitidez del relámpago que asalta la oscuridad de la noche, del momento en que haciendo el amor con su expareja se la imaginó a ella, con sus caderas voluptuosas, ocupando el lugar de la persona con la que se encontraba en esos momentos  practicando sexo. Lo rememoraba casi tan diáfanamente como la excitación que eso le supuso. 

Desde ese momento, con vaivenes debidos a diferentes cuestiones, siempre pensó de manera regular en ella como algo más que una amiga. De hecho, esa parecía ser la única certeza que tenía sobre la cuestión. Podía asegurar que la deseaba, casi de manera irracional. A veces tenía dificultades para no confesarla en voz alta todo lo que despertaba en él su pequeño y a la vez rotundo cuerpo. Sus caderas, sus no muy grandes pero bonitos pechos, su aparentemente duro y bonito trasero... Pero, en otras ocasiones sentía la necesidad de que ella estuviese cerca, como si se tratase de  un creyente que está perdiendo la fe y necesitase una señal de su dios. Precisaba de ella con la vehemencia de quien no quiere que su mundo se desmorone.

En ese estrecho margen, entre lo carnal y lo platónico se movía él...hasta el día que él, con otras palabras, le contó todo lo anterior y sintió, a la par, alivio y vergüenza, amor y deseo, fracaso y valentía, invierno y verano, el universo y un átomo y silencio... El de ella.

A partir de eso momento todo aconteció con la naturalidad de aquello que, desde hace tiempo, solo hace falta ensamblarlo para que tome sentido. Robaron a Cronos tiempo para sellarse el uno al otro, para mirarse, para acariciarse, para hablarse palabras propias, para quererse por sus imperfecciones o para hacer el amor de nuevo, ya que ambos hacía tiempo que habían olvidado lo que suponía esto, aunque hubiesen practicado sexo en muchas ocasiones desde aquel la última vez que sintieron algo más que placer junto a otra persona. Después, él acariciaba su pelo negro y la abrazaba y ella se dejaba abrazar, haciéndose un ovillo, sintiéndose protegida y amada  y él sentía el aire de su respiración lenta sobre su pecho, mientras la besaba la frente. Hasta que ella, poco después, huía hacia su otra vida. 

Él volvía a su cama tras acompañarla y cerraba los ojos, dejándose llevar por el olor del perfume de ella, uno, único e inconfundible, aún presente en la habitación , a la par que rememoraba lo ocurrido hacía no más de una hora. No se lamentaba de no poder disfrutar junto a ella más tiempo. Al revés, daba gracias por saber que se sentía correspondido y poder disfrutar de su atención, de sus sentimientos compartidos, de su cuerpo, de su respiración cuando la abrazaba.

Y allí, en su cama, escuchó de improviso: "Pick me up been bleedin too long. Right here, right now..." y, tras un primer momento de desconcierto, comprendió que en el despertador de su móvil sonaba Alone i break de Korn. En ese instante una nube de frustración descargó sobre su aún abotargado cerebro y maldijo todo lo que había soñado o, tal vez, haber despertado. Despertar de nuevo solo o, al menos sintiéndose solo, a pesar de que a su lado dormía una mujer, a la que la voz de Jonathan Davis no había conseguido desvelar de su profundo sueño. 

El sentimiento de vacío y de frustración le hizo plantearse que no se trataba de un sueño lo que su mente pergeñó hacia unos minutos, más bien se podía considerar una pesadilla. Como una pesadilla había sido la noche anterior practicar sexo con la mujer que yacía al otro lado de la cama, mientras él pensaba en una mujer morena, de ojos verdes...



jueves, 6 de enero de 2022

COMAMOS

16 de octubre de 1981, Villamarciel
 
Le resultaba imposible dormir. Por primera noche en muchos años, no compartía el lecho con ella y, también, por primera vez, sentía que el frío recién descubierto de la cama se componía de una infinidad de silencios y añoranza. 
Cuarenta y dos años juntos, que se dice pronto. Nueve hijos, de los cuales cuatro fallecieron en diferentes momentos de la infancia, debido a enfermedades conocidas o desconocidas. Siete nietos, por el momento, todos sanos como robles, que diría Don Nemesio, el viejo, y ya jubilado, médico del pueblo. Siete pequeños, alguno ya no tan pequeño, a los que echaba de menos, pues todos vivían lejos del pueblo, en la capital de la provincia o en Madrid. Todos sus hijos emigraron, en cuanto pudieron. Se marcharon de ese lugar donde él aún vivía, como buena parte de la gente de su edad, para buscar una mejor vida y, por lo que ellos cuentan, lo consiguieron. Él no podía juzgar si lo habían conseguido, pues sólo había estado en sus casas de visita y, por otra parte, la única referencia que poseía para poder comparar era su propia forma de vida en el pueblo, donde él se sentía feliz. Al menos hasta ese momento, en que todo constituía una novedad impregnada de dolor.
Ahora se encontraba solo y pensaba en todo aquello que anhelaba haber hecho o dicho. Haber hecho hecho o haberle dicho a ella.
Se desdibujaba en el recuerdo el día en que la conoció en la verbena de San Juan. Existía algo en ella que le llamaba poderosamente la atención. No la encontraba excesivamente guapa, tampoco fea, por supuesto. Su cuerpo, o lo que intuía de él, no podía considerarse un conjunto perfecto y excitante de curvas, aunque él si  intuía ciertas formas sensuales bajo su ropa de fiesta. A pesar de ese análisis lógico, que en realidad tenía mucho de instintivo e irracional, existía algo que hacía que la desease, como solo acontece cuando no existe explicación ni resulta necesaria. Y así comenzó todo en esa noche de junio de hace más de cuatro décadas.
Muchas veces pensó, y nunca se atrevió a decir a nadie, incluida su mujer, que podía considerarse afortunado. Él se desposó con una mujer por la que sentía algo, aunque jamás tuvo interés en poner nombre a ese estado que provocaba María, que así se llamaba su esposa, en su interior. ¿Para qué? 
Sin embargo, otros amigos suyos, unos cuantos, acabaron contrayendo matrimonio con mujeres cuya aspiración era la misma que la de la ellos: no acabar solos y señalados por la gente de orden del pueblo, que eran casi todos. Podía decirse que seguían una política de evitar problemas individuales y disfunciones sociales. 
Tras la boda todo discurrió como debía. Al año siguiente, casi un año y medio después de los esponsales, nació el primer hijo, Lorenzo, que murió meses después debido a una infección. Tal vez ese fue el momento en que más unido estuviese a mi mujer. Por primera, y casi última vez, se permitió llorar en público. En aquella época mostrar no se consideraba apropiado que los hombres mostrasen sus emociones. Existían excepciones como la muerte de un hijo, en especial si era el primogénito, y algún otro hecho aislado. 
El llanto no ocasionó esa unión, más bien puede decirse que esa comunión vino propiciada por el hecho, socialmente aceptado en estas circunstancias. de compartir el dolor con María. Pero pronto todo volvió a su ser. La rutina, las jornadas interminables de trabajo de ambos, en las que no se veían, porque cada uno tenía su cometido establecido desde mucho antes de que ellos nacieran. Dos personas que convivían bajo el mismo techo, con una ocupación común: subsistir. Y el domingo, el día de holganza, la misa, el bar para él, y las amigas para ella, constituían un breve quiebro a la variada rutina marcada por las estaciones. 
Llegaron más hijos, otros ocho, como antes se dijo, y con ellos nuevas ocupaciones y preocupaciones.  María, la mayor, rápidamente se puso a cuidar de sus hermanos más pequeños y a ayudar en los quehaceres de la casa. Encarnación, la tercera, en cuanto tuvo edad, alivió las obligaciones de la primogénita, ayudando en las labores del hogar.
 Ellos, a los 9 años, cuando terminaba la escuela, echaban una mano al padre en las tareas del campo. 
Las unas y los otros aprendieron en la escuela las letras y a hacer cuentas. Lo básico para poderse desenvolver en la vida, les dijo el maestro a los padres un domingo después de la misa. 
Si alguna vez tuvieron aptitudes para el estudio nunca lo supo. El docente nunca les dijo nada al respecto, ni lo contrario tampoco, y las circunstancias en aquel entonces tampoco .
Tuvieron hijos por lo mismo que sembraba el trigo a finales de octubre, porque es lo que tocaba y no se podía hacer otra cosa. 
Ahora, con la perspectiva que produce el paso del tiempo y las circunstancias vividas, le hubiese gustado estar más tiempo con ellos. Mejor dicho, le hubiese apetecido conocer como pensaban, como sentían, pero ahora ya era tarde. Ellos tenían sus parejas, sus hijos y él para sus descendientes se podía definir como el padre que los crio, que trabajó de sol a sol para que siempre tuviesen algo que llevarse a la boca, en una época de hambre. Un hombre recio, de pocas palabras y parco en afectos. Un anciano que parecía diferente cuando estaba con sus nietos, que sin ellos pretenderlo, le dibujaban una sonrisa perenne cuando estaba en su presencia. Una sonrisa pocas veces vista por sus hijos y que, en un principio, les resultó tan extraña como desconcertante, pero a la que se acostumbraron con el paso del tiempo. Al igual que se acostumbraron a ver como jugaba, como si le fuese la vida en ello, con esos pequeños que conseguían extraer de él algo desconocido hasta entonces para sus propios hijos.
Su cuerpo y lo que quedaba de su alma en esos momentos seguían en esa solitaria casa en aquella fría noche castellana de octubre. Sin María. Con su presencia constante, pero incompleta. Con el peso de todo aquello que tuvo que haberla dicho en todas aquellas ocasiones en que la miraba embobado porque la encontraba guapísima o cuando llegaba más allá de donde él podía llegar o cuando, simplemente, algo en su interior le hacía sentirse bien junto a ella y sentía la necesidad de decírselo, pero no lo consideraba apropiado, porque nunca vio a un hombre hacer ese tipo de cosas. 
Ahora sabía que era tarde. Ya no podía remediarlo. Se sentía huérfano de María y traspasado de decepción hacia sí mismo, por todo aquello que esquivó durante muchos años de convivencia con ella y que ahora fluía casi tan intenso como el dolor de la pérdida.


24 de diciembre de 1981, Villamarciel.

Un año más todos sus hijos, sus parejas y sus nietos se encontraban en la casa familiar del pueblo. En Nochebuena siempre había acontecido así, excepto el año que Encarnación dio a luz a su segundo hijo, Andrés, que fue así llamado en honor a su abuelo materno, el 23 de diciembre. 
Todos menos María. Al menos en cuerpo presente, porque su recuerdo envolvía a los adultos que se encontraban ese día allí. 
Cuando comenzó la cena, también por primera vez, Andrés, el anfitrión, interrumpió todas las conversaciones porque quería dirigirse a todos los que allí se encontraban: "Tengo algo importante que contaros".
Esas palabras abrieron un silencio denso. Un silencio denso y expectante, cargado premonitoriamente de recuerdos y de ausencia, al menos para los adultos. Un silencio de extrañeza entre los niños, que nunca habían presenciado ese rostro serio y grave en el rostro de su abuelo, que acompañado de ese tono de voz desconocido, resultaba desconcertante para ellos.
Comenzó a hablar con de manera pausada, con la facilidad de quien ha estudiado un guión y tiene capacidad para la interpretación. En el fondo, iba a interpretar la obra de su vida, y aunque no estuviese acostumbrado a la oratoria, esto facilitaba la fluidez del discurso.
"María, mi mujer, vuestra madre, vuestra suegra, vuestra abuela, nos dejó hace dos meses. La hecho de menos. Mucho. Imagino que vosotros, sus hijos, mis hijos, también sentiréis esa pena por su partida. 
Sabéis, durante este tiempo, estas semanas sin mi mujer, he tenido ocasión de vivir el dolor, la soledad, el vacío más absoluto y otras cosas a las que no sé poner nombre. De todo ello lo que más me duele es aquello que yo pude hacer y no hice cuando ella se encontraba entre nosotros. Y no, no me refiero a tratar mejor a vuestra madre. Jamás la falté al respeto. Al contrario, siempre la respeté. Jamás visité un prostíbulo ni la insulté ni mucho menos la pegué. Sin embargo, lo que jamás oyó de mis labios es que la quería, y la quería mucho. En ninguna de las muchas veces que lo pensé, que lo sentí, tuve el valor de comentárselo, aunque sintiese una necesidad imperiosa de ello. Cuando esto ocurría existía en mí un vacío generado por la cobardía, que se rellenaba, en falso, porque sabía que hacía lo que se esperaba de mi, de un hombre. Fuimos educados para trabajar de sol a sol, con la única finalidad de crear y mantener una familia. 
En aquella época no se nos permitía pensar ni expresar sentimientos. Todo lo más ahogar nuestra monotonía en el vino peleón del bar; lo que llevo a más de uno al alcoholismo. Como a Lucio, que cuando llegaba borracho a su casa era frecuente que pegase a Charo, su mujer. Por más que hablé con Lucio no conseguí que la dejase en paz. Cuando estaba sereno lloraba y decía arrepentirse de ello, pero tras beber se convertía en otra persona, una bestia para la persona a la que debía respetar por ser su mujer y por la consideración que debía sentir hacia la persona que en el día a día del pueblo intentaba tapar la miseria en que se había convertido la vida de Lucio y de los que le rodeaban.
Sin embargo, jamás la dije . que la quería ni lo guapa que la encontraba cuando se vestía para la fiesta o para ir a misa ni lo feliz que era con el nacimiento de cada uno de vosotros ni...
Pero eso, por desgracia, ya no puedo remediarlo. Sin embargo, sí puedo contaros lo feliz que me sentí cuando María aprendió a leer. Sabes, fuiste la primera persona en mi familia que leyó con fluidez y que escribía sin tener que deletrear. También me sentí orgulloso cuando el maestro me contó que tú, Mauro, eras muy bueno haciendo cuentas. Cuando tú, Andrés, me dijiste que querías irte a la ciudad y que además de trabajar ibas a estudiar, aunque no hice ningún comentario, la alegría y el sentimiento de felicidad me invadió por dentro. 
Podría seguir hablando largo rato, pero la cena se enfriaría, y a vuestra madre eso no le gustaba. Recordad como se ponía cuando no teníamos prisa en sentarnos a la mesa porque las conversaciones atrasadas se convertían en más importante que lo que ella había cocinado durante todo el día para nosotros, su familia. 
Sólo quiero añadir algo más: Aunque a ella no se lo dije nunca, quiero que sepáis que amaba a vuestra madre con todas mis fuerzas. Y también me gustaría que supieses que me siento orgulloso de todos vosotros, hijos míos. Os quiero y os agradezco que estéis aquí en este día con vuestras parejas y con vuestros hijos, mis nietos.
Al final, ha resultado mucho más fácil decirlo de lo que pensé durante décadas que sería.
Gracias por escucharme y hagamos caso a vuestra madre. Comamos".