domingo, 28 de agosto de 2022

CUADERNOS DE VIAJE

 En determinadas circunstancias, cuando se emprende un viaje, se hace de dos formas diferentes. Una, la obligatoria, aquella que te traslada en el espacio a un lugar diferente del que resides. La segunda, prescindible, o no, en función de la situación personal, es el que se realiza en tu interior. En este caso, con alguna excepción, he pospuesto esta segundo variable, aunque hubiese un reencuentro, que me hecho pensar y cuestionarme decisiones anteriores (al menos en un primer momento superficial y falto de una reflexión más profunda), que puede que, aunque quisiese repararlas hiciesen imposible volver a un punto anterior. Tendré que invitar a un café o a una cerveza, o a más de una, a esa persona, en ocasiones bastante hermética, que motu proprio me ayudó a demoler la indecisión. 

Imagino que el lector no tendrá mucho interés en mis cuitas personales, imprescindibles, pues ayudan a comprender como percibe el viajero lo que está viviendo, pero poco trascendentes para describir un templo, un río, el desierto, una ciudad o las pirámides. Parece obvio, tras estas pistas, que escribiré sobre Egipto. Egipto, el país de los faraones, de las botellas y las bolsas de plástico inundando el suelo de las ciudades, del desierto y algunos puntos del Nilo; el país del calor, de los contrastes. Contrastes al menos para los turistas, que pueden estar por la mañana en una ciudad con unas infraestructura de los años 60 en España o bañarse en el Nilo ("donde no está contaminado"), para pasar a estar por la noche en un hotel de cinco estrellas, perteneciente a una conocida cadena internacional, en la capital del país, viendo desde el bar de la última planta del rascacielos, una buena parte de ese caos ininteligible que es El Cairo, tanto de día como de noche, mientras te bebes un gintónic. Egipto el país de los contrastes entre el Sur y el Norte, entre la tradición que se resiste a desaparecer y la acomodación del modelo de vida occidental tamizado por la herencia secular musulmana.

Aún no he procesado toda la información, creo que sí la básica, la que alimenta lo que me resulta imprescindible, pero si tuviese que escoger momentos o lugares me quedo con algunos de estos:

La puesta de sol navegando en un barco sobre el Nilo, con el canto a la última oración del día por parte de los muecines de Luxor. 

Karnak y su sala hipóstila. La desmesura arquitectónica, realizada con tal equilibrio que sólo puedes sentirse fascinado y atrapado, sintiéndote tan maravillado como cuando visitas el Museo del Cairo y tienes ante ti los sarcófagos de Tutankamon y parte del ajuar funerario que encontró Howard Carter. 

Abu Simbel y el viaje de tres horas por carretera hasta allí en un convoy de autobuses escoltado por la Policía, para evitar "problemas" con bandidos o combatientes de la guerra civil que se desarrolla en Sudán, país limítrofe. Si a ello le añades una tormenta de arena que vivimos y anécdotas varias, que no merece la pena narrar, pero que nos alegraron el resto del viaje a los que las vivimos, resultó un cóctel más que interesante, y no sólo por la majestuosidad del lugar.

Para uno, al que le apasiona el arte y en especial la arquitectura, Sáqqara se convirtió en algo así como un orgasmo intelectual. Sáqqara, el lugar donde se concibió en toda la Historia de la Humanidad un edificio monumental con tejado, con las incertidumbres plasmadas del gran Imhotep ante esta colosal tarea. Con la pirámide escalonada, del mismo autor, que dio el pistoletazo de salida para lo que después habría de venir y que podemos contemplar en Guiza.

Ahora que lo pienso, a pesar de que pueda interrumpir lo más agradable para el lector, sí ha existido ese viaje interior. Ese viaje dentro del viaje y que, como de costumbre, ha estado protagonizado por los demonios de siempre, aunque creo haber aprendido la lección, de una vez por todas. Empiezo a tener claro que debo ser una persona mucho más interesante de lo que yo sospechaba, a pesar de todos mis frenos y de los fantasmas. Los fantasmas implantados, de manera consciente o inconsciente, desde los tiempos primigéneos,  y que espero hayan saltado por los aires de manera definitiva. Tal vez, solo tal vez, por fin tenga una idea clara de mi sitio. Cuando más pienso en ciertas cuestiones, más considero que todo se debe a un error de enfoque por mi parte. 

El templo de Filae, situado en una isla, y último construido de este tipo, ya en época romana, en cuya construcción está implicado un paisano nuestro, un tal Trajano, nacido en Híspalis. Resulta imprescindible.

Imagino que el lector estará esperando que hable de las pirámides, que son impresionantes, y que consiguieron lo que los faraones querían, que pasaran a la eternidad, al menos su nombre, que ha llegado hasta nosotros. Sinceramente, me pareció algo magnífico, pero a mí lo que más me impresionó es la visión de la Esfinge alineada perfectamente con la pirámide de Kefrén. También me pareció algo fabuloso el paseo en dromedario y observar sobre este animal las tres grandes pirámides. Consejos, si tienes miedo a las alturas, como yo, atrévete, merece la pena. Si eres muy escrupuloso con las condiciones higiénicas, ni lo intentes.

El viernes por la mañana en El Cairo. Tuvimos la suerte de estar allí, al lado de una gran mezquita, cuando los fieles debían acudir a ella. Resulta sorprendente ver a una infinidad de hombres (sí, solo hombres) empujándose para acceder al recinto de oración a través de una puerta minúscula, pero más impactante es aún ver como las calles aledañas se llenaban de grandes alfombras, el que suscribe, y alguno más pisamos una porque no sabíamos para que eran y recibimos, con razón, una regañina, que se llenaron de hombres arrodillados para escuchar el mensaje del imán, entre ellos  nuestro guía. Impresionante.

El tráfico de El Cairo. No voy a describirlo, se puede buscar en Internet,  aunque intuyo que no dará una idea real de lo que pudimos contemplar. Podría contar anécdotas variadas, pero intuyo que perderían parte del significado que tenían para todos los que las vivimos y no lo haré. Solo decir que el tráfico rodado y el peatonal, capaces de atravesar una carretera de varios carriles sin mirar en exceso, constituye en sí mismo parte del paisaje imprescindible y un atractivo más. Los que tengan problemas auditivos con sonidos como los de las bocinas no deberían visitar esta ciudad.

Seguro que se me quedan más lugares, circunstancias o situaciones dignas de narrar, pero tampoco me voy a enrollar mucho en este aspecto, porque creo que a nadie le interesará mucho saber que fuimos a tomar un té con menta a un local muy afamado, que frecuentaba uno de los escritores egipcios más famosos del siglo XX, que murió a finales del mismo, y que tuvimos el honor de compartir nuestro espacio con una cucaracha, que apareció bajo un banco y que nos proporcionó un momento de angustia para las más aprensivas y un momento de risa para los menos escrupulosos.

Los turistas somos vacas a las que ordeñar para muchos egipcios, en especial en el Sur del país, desde Luxor a Aswán, pero también, en menor medida, en el Norte. La idea está clara: debes gastarte la mayor cantidad de dinero posible. Para ellos te pedirán dinero por comprar, por ayudarte, aunque no lo hayas pedido, por hacer algo que ya has pagado, por... Además, no dudarán, si pueden, en estafarte, aunque sean pequeñas cantidades, sobre todo en los cambios. Somos el maná del desierto con forma de euros.

Una de las cosas que suelen hacer es pedirte cambiar monedas de euro en billetes de cinco o de diez. ¿Por qué? Porque todo es "un euro". Y uno se dio cuenta de que esa gente que te cambia diez monedas por un billete ha hecho una gran recaudación. En especial cuando te enteras de que la botella de agua que a ti te cobran a un euro, y que es imprescindible porque no puedes beber agua del grifo y además para evitar la deshidratación cuando haces visitas en lugares que están situados al lado del desierto o en pleno desierto, a ellos les cuesta tres céntimos. 

Existe pobreza, sí, mucha, muchísima, pero también existe gente que consigue sobrevivir de manera holgada gracias a nosotros. Para que el que lea esto se haga una idea, en el mercado que había en Abú Simbel los compradores decían: "sin agobiar", como forma de atraer al cliente. En todos los lugares, más acentuado en el Sur, niños, adolescentes, adultos, siempre hombre, excepto en el poblado Nubio, que también lo hacían las mujeres, se abalanzan con un objeto y con las palabras: "un euro". Incluso en los mercado te ponían prendas en las manos, cuyo precio era un euro de inicio, pero, misteriosamente, cuando entablabas conversación con ellos ese precio se multiplicaba por quince o por veinte. La verdad, era divertido regatear y siempre, yo al menos, me iba con la impresión de poder haber rascado más. Por cierto, lo de irse en medio del regateo da buen resultado, porque te van a buscar, pero cuando van a por ti hay que seguir regateando para aún más el precio del vendedor.

Anécdota, de paseo por un mercado de El Cairo pasamos por un puesto de comida típica, faláfel, que estaban haciendo allí mismo, olía de muerte, y a la vuelta me acerqué (creo que nadie de los que me acompañaba tenía el espíritu aventurero que tenía yo a la hora de probar comida, cocinada, en la calle) me dieron uno y les pregunté el precio, como solo hablaban árabe no nos entendimos y decidí darme la vuelta y pirarme mientras me comía el falafel. Imagino que se cagarían en mis muelas. El mejor de todos los que probé. 

Compartí habitación con alguien que no conocía que era homosexual. Resultó una experiencia nueva y enriquecedora. En el fondo era como cuando en alguna ocasión he compartido cuarto con alguna amiga en un viaje. Nunca me había planteado esta situación y lo único que puedo decir es que nos organizamos muy bien para los turnos de baño y para ayudarnos si alguno necesitaba algo que el otro le podía proporcionar . Una nueva vivencia que añadir al carro de situaciones diferentes que conforman mi paso por esta vida. 

Más anécdotas. Fuimos un grupo de 21 personas y llegamos a la conclusión de que Tinder y Grinder (versión de la primera para personas homosexuales, además de mi compañero había otro) funcionaba y si alguno no mojó, con una árabe o con una pareja de homosexuales, fue porque lo que comenzó como una broma de grupo, quedó en broma. En ambos casos había determinada hasta la hora de cita en los hoteles.

 Una cosa que nos llamó la atención sobremanera: las casas parecían estar inconclusas. Siempre había vigas a la vista sobre el último piso construido, sobre todo en las casas más bajas, muchas más en el Sur. La explicación nos la dio nuestro guía. Los hijos varones se quedaban a vivir en casa de los padres cuando se casaban, construyendo encima de ellos su hogar. Los hijos varones son los que deben mantener con sus sueldo a sus padres si no pueden trabajar y a sus hijos, que, a su vez, mientras dure la tradición, deberán mantener a sus padres cuando estos sean mayores y construir una nueva casa sobre la de sus padres.

Cuando volvía ya en coche desde Barajas me di cuenta del error de enfoque de parte de este viaje, creo que más importante que la muesca que podía haber sido, es ser consciente de que lo que una vez funcionó hubiese funcionado si no me hubiese perdido en laberintos interiores míos, una vez más, porque el trabajo inicial estaba realizado el primer día que fue posible. 

Si vais a Egipto debéis saber que podéis tocar los jeroglíficos de paredes o columnas de los templos o la mayoría de las esculturas del Museo de El Cairo. No son conscientes del deterioro que a la larga puede producir eso, por suerte para nosotros y para desgracia de su patrimonio. Merece la pena tocar ciertas esculturas o ciertas paredes para comprobar la extraordinaria habilidad para pulir piedras que los egipcios tenían hace más de 4000 años, con unas herramientas toscas, que ni tan siquiera eran de hierro en muchas ocasiones. 

La minivisita que realicé al Barrio Copto (cristianos que ayudaron a los árabes, que prometían tolerancia, a conquistar Egipto, liberándolos del yugo bizantino, con los que disentían en aspectos "fundamentales" de la fe cristiana y que les reprimían por desviarse del credo oficial) me provocó la necesidad de volver a El Cairo. El Barrio Copto es una isla de paz en medio de un ciudad que se alimenta de tráfico, ruidos de bocinas y multitudes. Por cierto, aquí se puede visitar la Iglesia, merece la pena verla,  en la que se sitúa, según la tradición, el lugar donde José, María y Jesús se refugiaron cuando huyeron a Egipto. Los coptos (palabra que significa cristiano) son un 10% de los 105 millones de habitantes del país. 

El contraste con las dos mezquitas que visitamos, espacios abiertos rotos por las columnas, es abrumador. Como el lector sabe un no creyente no puede entrar en una mezquita. Sin embargo, durante nuestra visita tuvimos la suerte de acceder a dos, una inmensa como la de Muhammad Ali y otra más pequeña. En ambos casos, además de los espacios diáfanos, de los que he hablado con anterioridad, hay otra característica, la altura de los techos, de las cúpulas, que proporcionan al que la frecuenta una sensación de amplitud y de pequeñez frente a ese dios, o a ese arquitecto si no resultas ser creyente.

Resulta curioso este tipo de viajes en los que la mayoría de la gente no se conoce y como se va conformando el grupo, los roles, las interacciones, las personalidades, pero, sobre todo, lo que cada cual puede aportar para que él y los demás se lo pasen lo mejor posible y eso también va a formar parte de la geografía de Egipto, al menos en mi recuerdo. 

A continuación de publicar esto tengo que volver a mi vida cotidiana, a una conversación pendiente, a decidir que hacer sobre ciertos aspectos pendientes, pero antes de todo ello deseaba contar, aún sin haber asimilado todo, como he vivido en mi interior las ciudades, el desierto, casi infinito y al que he decidido volver para vivirlo de otra manera, el Nilo, la miseria, la grandeza de las 20 dinastías, la convivencia, los errores, la autoestima, el carisma, el calor, el sudor, la sensación de ser solo una fuente de ingresos para los lugareños, la gran cantidad de Policía que había por todos los lados con el Kalasnikov como compañero inseparable (chavales de no más de 20 años lo llevaban como si se tratase de un juguete), la suciedad, la belleza, la facilidad para adaptarse a los diferentes entornos... En fin, escribir sobre una  experiencia agotadora, insuficiente, pero magnífica.

No hay comentarios: