domingo, 28 de agosto de 2022

CUADERNOS DE VIAJE

 En determinadas circunstancias, cuando se emprende un viaje, se hace de dos formas diferentes. Una, la obligatoria, aquella que te traslada en el espacio a un lugar diferente del que resides. La segunda, prescindible, o no, en función de la situación personal, es el que se realiza en tu interior. En este caso, con alguna excepción, he pospuesto esta segundo variable, aunque hubiese un reencuentro, que me hecho pensar y cuestionarme decisiones anteriores (al menos en un primer momento superficial y falto de una reflexión más profunda), que puede que, aunque quisiese repararlas hiciesen imposible volver a un punto anterior. Tendré que invitar a un café o a una cerveza, o a más de una, a esa persona, en ocasiones bastante hermética, que motu proprio me ayudó a demoler la indecisión. 

Imagino que el lector no tendrá mucho interés en mis cuitas personales, imprescindibles, pues ayudan a comprender como percibe el viajero lo que está viviendo, pero poco trascendentes para describir un templo, un río, el desierto, una ciudad o las pirámides. Parece obvio, tras estas pistas, que escribiré sobre Egipto. Egipto, el país de los faraones, de las botellas y las bolsas de plástico inundando el suelo de las ciudades, del desierto y algunos puntos del Nilo; el país del calor, de los contrastes. Contrastes al menos para los turistas, que pueden estar por la mañana en una ciudad con unas infraestructura de los años 60 en España o bañarse en el Nilo ("donde no está contaminado"), para pasar a estar por la noche en un hotel de cinco estrellas, perteneciente a una conocida cadena internacional, en la capital del país, viendo desde el bar de la última planta del rascacielos, una buena parte de ese caos ininteligible que es El Cairo, tanto de día como de noche, mientras te bebes un gintónic. Egipto el país de los contrastes entre el Sur y el Norte, entre la tradición que se resiste a desaparecer y la acomodación del modelo de vida occidental tamizado por la herencia secular musulmana.

Aún no he procesado toda la información, creo que sí la básica, la que alimenta lo que me resulta imprescindible, pero si tuviese que escoger momentos o lugares me quedo con algunos de estos:

La puesta de sol navegando en un barco sobre el Nilo, con el canto a la última oración del día por parte de los muecines de Luxor. 

Karnak y su sala hipóstila. La desmesura arquitectónica, realizada con tal equilibrio que sólo puedes sentirse fascinado y atrapado, sintiéndote tan maravillado como cuando visitas el Museo del Cairo y tienes ante ti los sarcófagos de Tutankamon y parte del ajuar funerario que encontró Howard Carter. 

Abu Simbel y el viaje de tres horas por carretera hasta allí en un convoy de autobuses escoltado por la Policía, para evitar "problemas" con bandidos o combatientes de la guerra civil que se desarrolla en Sudán, país limítrofe. Si a ello le añades una tormenta de arena que vivimos y anécdotas varias, que no merece la pena narrar, pero que nos alegraron el resto del viaje a los que las vivimos, resultó un cóctel más que interesante, y no sólo por la majestuosidad del lugar.

Para uno, al que le apasiona el arte y en especial la arquitectura, Sáqqara se convirtió en algo así como un orgasmo intelectual. Sáqqara, el lugar donde se concibió en toda la Historia de la Humanidad un edificio monumental con tejado, con las incertidumbres plasmadas del gran Imhotep ante esta colosal tarea. Con la pirámide escalonada, del mismo autor, que dio el pistoletazo de salida para lo que después habría de venir y que podemos contemplar en Guiza.

Ahora que lo pienso, a pesar de que pueda interrumpir lo más agradable para el lector, sí ha existido ese viaje interior. Ese viaje dentro del viaje y que, como de costumbre, ha estado protagonizado por los demonios de siempre, aunque creo haber aprendido la lección, de una vez por todas. Empiezo a tener claro que debo ser una persona mucho más interesante de lo que yo sospechaba, a pesar de todos mis frenos y de los fantasmas. Los fantasmas implantados, de manera consciente o inconsciente, desde los tiempos primigéneos,  y que espero hayan saltado por los aires de manera definitiva. Tal vez, solo tal vez, por fin tenga una idea clara de mi sitio. Cuando más pienso en ciertas cuestiones, más considero que todo se debe a un error de enfoque por mi parte. 

El templo de Filae, situado en una isla, y último construido de este tipo, ya en época romana, en cuya construcción está implicado un paisano nuestro, un tal Trajano, nacido en Híspalis. Resulta imprescindible.

Imagino que el lector estará esperando que hable de las pirámides, que son impresionantes, y que consiguieron lo que los faraones querían, que pasaran a la eternidad, al menos su nombre, que ha llegado hasta nosotros. Sinceramente, me pareció algo magnífico, pero a mí lo que más me impresionó es la visión de la Esfinge alineada perfectamente con la pirámide de Kefrén. También me pareció algo fabuloso el paseo en dromedario y observar sobre este animal las tres grandes pirámides. Consejos, si tienes miedo a las alturas, como yo, atrévete, merece la pena. Si eres muy escrupuloso con las condiciones higiénicas, ni lo intentes.

El viernes por la mañana en El Cairo. Tuvimos la suerte de estar allí, al lado de una gran mezquita, cuando los fieles debían acudir a ella. Resulta sorprendente ver a una infinidad de hombres (sí, solo hombres) empujándose para acceder al recinto de oración a través de una puerta minúscula, pero más impactante es aún ver como las calles aledañas se llenaban de grandes alfombras, el que suscribe, y alguno más pisamos una porque no sabíamos para que eran y recibimos, con razón, una regañina, que se llenaron de hombres arrodillados para escuchar el mensaje del imán, entre ellos  nuestro guía. Impresionante.

El tráfico de El Cairo. No voy a describirlo, se puede buscar en Internet,  aunque intuyo que no dará una idea real de lo que pudimos contemplar. Podría contar anécdotas variadas, pero intuyo que perderían parte del significado que tenían para todos los que las vivimos y no lo haré. Solo decir que el tráfico rodado y el peatonal, capaces de atravesar una carretera de varios carriles sin mirar en exceso, constituye en sí mismo parte del paisaje imprescindible y un atractivo más. Los que tengan problemas auditivos con sonidos como los de las bocinas no deberían visitar esta ciudad.

Seguro que se me quedan más lugares, circunstancias o situaciones dignas de narrar, pero tampoco me voy a enrollar mucho en este aspecto, porque creo que a nadie le interesará mucho saber que fuimos a tomar un té con menta a un local muy afamado, que frecuentaba uno de los escritores egipcios más famosos del siglo XX, que murió a finales del mismo, y que tuvimos el honor de compartir nuestro espacio con una cucaracha, que apareció bajo un banco y que nos proporcionó un momento de angustia para las más aprensivas y un momento de risa para los menos escrupulosos.

Los turistas somos vacas a las que ordeñar para muchos egipcios, en especial en el Sur del país, desde Luxor a Aswán, pero también, en menor medida, en el Norte. La idea está clara: debes gastarte la mayor cantidad de dinero posible. Para ellos te pedirán dinero por comprar, por ayudarte, aunque no lo hayas pedido, por hacer algo que ya has pagado, por... Además, no dudarán, si pueden, en estafarte, aunque sean pequeñas cantidades, sobre todo en los cambios. Somos el maná del desierto con forma de euros.

Una de las cosas que suelen hacer es pedirte cambiar monedas de euro en billetes de cinco o de diez. ¿Por qué? Porque todo es "un euro". Y uno se dio cuenta de que esa gente que te cambia diez monedas por un billete ha hecho una gran recaudación. En especial cuando te enteras de que la botella de agua que a ti te cobran a un euro, y que es imprescindible porque no puedes beber agua del grifo y además para evitar la deshidratación cuando haces visitas en lugares que están situados al lado del desierto o en pleno desierto, a ellos les cuesta tres céntimos. 

Existe pobreza, sí, mucha, muchísima, pero también existe gente que consigue sobrevivir de manera holgada gracias a nosotros. Para que el que lea esto se haga una idea, en el mercado que había en Abú Simbel los compradores decían: "sin agobiar", como forma de atraer al cliente. En todos los lugares, más acentuado en el Sur, niños, adolescentes, adultos, siempre hombre, excepto en el poblado Nubio, que también lo hacían las mujeres, se abalanzan con un objeto y con las palabras: "un euro". Incluso en los mercado te ponían prendas en las manos, cuyo precio era un euro de inicio, pero, misteriosamente, cuando entablabas conversación con ellos ese precio se multiplicaba por quince o por veinte. La verdad, era divertido regatear y siempre, yo al menos, me iba con la impresión de poder haber rascado más. Por cierto, lo de irse en medio del regateo da buen resultado, porque te van a buscar, pero cuando van a por ti hay que seguir regateando para aún más el precio del vendedor.

Anécdota, de paseo por un mercado de El Cairo pasamos por un puesto de comida típica, faláfel, que estaban haciendo allí mismo, olía de muerte, y a la vuelta me acerqué (creo que nadie de los que me acompañaba tenía el espíritu aventurero que tenía yo a la hora de probar comida, cocinada, en la calle) me dieron uno y les pregunté el precio, como solo hablaban árabe no nos entendimos y decidí darme la vuelta y pirarme mientras me comía el falafel. Imagino que se cagarían en mis muelas. El mejor de todos los que probé. 

Compartí habitación con alguien que no conocía que era homosexual. Resultó una experiencia nueva y enriquecedora. En el fondo era como cuando en alguna ocasión he compartido cuarto con alguna amiga en un viaje. Nunca me había planteado esta situación y lo único que puedo decir es que nos organizamos muy bien para los turnos de baño y para ayudarnos si alguno necesitaba algo que el otro le podía proporcionar . Una nueva vivencia que añadir al carro de situaciones diferentes que conforman mi paso por esta vida. 

Más anécdotas. Fuimos un grupo de 21 personas y llegamos a la conclusión de que Tinder y Grinder (versión de la primera para personas homosexuales, además de mi compañero había otro) funcionaba y si alguno no mojó, con una árabe o con una pareja de homosexuales, fue porque lo que comenzó como una broma de grupo, quedó en broma. En ambos casos había determinada hasta la hora de cita en los hoteles.

 Una cosa que nos llamó la atención sobremanera: las casas parecían estar inconclusas. Siempre había vigas a la vista sobre el último piso construido, sobre todo en las casas más bajas, muchas más en el Sur. La explicación nos la dio nuestro guía. Los hijos varones se quedaban a vivir en casa de los padres cuando se casaban, construyendo encima de ellos su hogar. Los hijos varones son los que deben mantener con sus sueldo a sus padres si no pueden trabajar y a sus hijos, que, a su vez, mientras dure la tradición, deberán mantener a sus padres cuando estos sean mayores y construir una nueva casa sobre la de sus padres.

Cuando volvía ya en coche desde Barajas me di cuenta del error de enfoque de parte de este viaje, creo que más importante que la muesca que podía haber sido, es ser consciente de que lo que una vez funcionó hubiese funcionado si no me hubiese perdido en laberintos interiores míos, una vez más, porque el trabajo inicial estaba realizado el primer día que fue posible. 

Si vais a Egipto debéis saber que podéis tocar los jeroglíficos de paredes o columnas de los templos o la mayoría de las esculturas del Museo de El Cairo. No son conscientes del deterioro que a la larga puede producir eso, por suerte para nosotros y para desgracia de su patrimonio. Merece la pena tocar ciertas esculturas o ciertas paredes para comprobar la extraordinaria habilidad para pulir piedras que los egipcios tenían hace más de 4000 años, con unas herramientas toscas, que ni tan siquiera eran de hierro en muchas ocasiones. 

La minivisita que realicé al Barrio Copto (cristianos que ayudaron a los árabes, que prometían tolerancia, a conquistar Egipto, liberándolos del yugo bizantino, con los que disentían en aspectos "fundamentales" de la fe cristiana y que les reprimían por desviarse del credo oficial) me provocó la necesidad de volver a El Cairo. El Barrio Copto es una isla de paz en medio de un ciudad que se alimenta de tráfico, ruidos de bocinas y multitudes. Por cierto, aquí se puede visitar la Iglesia, merece la pena verla,  en la que se sitúa, según la tradición, el lugar donde José, María y Jesús se refugiaron cuando huyeron a Egipto. Los coptos (palabra que significa cristiano) son un 10% de los 105 millones de habitantes del país. 

El contraste con las dos mezquitas que visitamos, espacios abiertos rotos por las columnas, es abrumador. Como el lector sabe un no creyente no puede entrar en una mezquita. Sin embargo, durante nuestra visita tuvimos la suerte de acceder a dos, una inmensa como la de Muhammad Ali y otra más pequeña. En ambos casos, además de los espacios diáfanos, de los que he hablado con anterioridad, hay otra característica, la altura de los techos, de las cúpulas, que proporcionan al que la frecuenta una sensación de amplitud y de pequeñez frente a ese dios, o a ese arquitecto si no resultas ser creyente.

Resulta curioso este tipo de viajes en los que la mayoría de la gente no se conoce y como se va conformando el grupo, los roles, las interacciones, las personalidades, pero, sobre todo, lo que cada cual puede aportar para que él y los demás se lo pasen lo mejor posible y eso también va a formar parte de la geografía de Egipto, al menos en mi recuerdo. 

A continuación de publicar esto tengo que volver a mi vida cotidiana, a una conversación pendiente, a decidir que hacer sobre ciertos aspectos pendientes, pero antes de todo ello deseaba contar, aún sin haber asimilado todo, como he vivido en mi interior las ciudades, el desierto, casi infinito y al que he decidido volver para vivirlo de otra manera, el Nilo, la miseria, la grandeza de las 20 dinastías, la convivencia, los errores, la autoestima, el carisma, el calor, el sudor, la sensación de ser solo una fuente de ingresos para los lugareños, la gran cantidad de Policía que había por todos los lados con el Kalasnikov como compañero inseparable (chavales de no más de 20 años lo llevaban como si se tratase de un juguete), la suciedad, la belleza, la facilidad para adaptarse a los diferentes entornos... En fin, escribir sobre una  experiencia agotadora, insuficiente, pero magnífica.

miércoles, 17 de agosto de 2022

ESPERO Y DESEO QUE TE VAYA BIEN

 Creo llegado el momento de contarte, y contarme, porqué. Por qué todo acabo de esa maner,a inesperada y abrupta, a través de una llamada, ni tan siquiera cara a cara.

Puede que deba comenzar por el final, por la forma. Como sabes, como sé, las decisiones importantes en la vida ocurren tras un tiempo de reflexión, sufrimiento, incertidumbre o cualquier otro aspecto que pueda conmover los cimientos de una persona. Por tanto, no se trató de un hecho irreflexivo, fruto de la impulsividad. Hacía meses que en mi mente rondaba la idea y en los dos o tres meses anteriores a transmitírtelo se había convertido en una certeza. Por supuesto, mi intención era hablarlo contigo en persona, pero la maldita distancia, interpuesta por las circunstancias, lo aplazaba semana tras semana. 

¿Qué me llevó a tomar la decisión de hacerlo a través del teléfono? El dolor. El dolor de no decirte que te quería a través del altavoz por no mentirte. El dolor de que no te dieses cuenta de que llevaba un par de semanas sin hablarte de amor y sentimientos y que tú no te dieras cuenta. El dolor de no saber cuando podría estar frente a ti para contarte que no quería seguir junto a ti. El dolor de alargar algo que para mí ya no tenía sentido.

Puede sonar absurdo que, tras ser yo el culpable de la ruptura, hable de dolor propio. Pero así lo viví.

Mi punto de vista puede resultar extraño, pero creo que, en el fondo, se basaba en el respeto hacia ti. Yo no puedo controlar cuando amo o dejo de amar a otra persona; pero sí puedo tener control sobre el respeto que siento hacia alguien y considero que comunicar a tu pareja que ya no deseas seguir, cuando en tu interior ya murió ese latido con su nombre, se puede considerar un acto de respeto. Porque, sabes, difiero de ti en algo: las palabras no se gastan por usarlas. Lo que se deterioran son los sentimientos y lo que degrada una relación, casi hasta lo humillante, es pronunciar palabras huecas, que perdieron su sentido hace tiempo. El respeto hacia quien quieres consiste en que esto no ocurra. Y te respeto, como te respeté cuando tuve ocasión de estar con otra mujer de manera ocasional y no lo hice, porque merecías y aún mereces todo mi respeto.  

He comenzado por el final, o casi, y, tal vez, debería contarte qué ocurrió para dejarte de amar. Podría parecer absurdo narrar cómo se empieza a dejar de amar a alguien. ¿Existe un punto de inflexión en el amor? En este caso sí, e intuyo que si te hablo de la ciudad donde nos conocimos y la segunda que volvimos a ella, casi seguro que recuerdas lo que aconteció. Lejos de pedirte fidelidad o zarandajas por el estilo, solo quería que compartieses conmigo el poco tiempo que teníamos para estar juntos. En el fondo, ya que no solías decir que me amabas o que me querías, ese interés por estar juntos me hacía sentir querido o amado. 

Después hubo alguna otra circunstancia similar que me empujo a tomar la decisión. El estilo de relación que teníamos nos proporcionaba una infinidad de tiempo libre para que cada uno, por su cuenta, hiciese lo que apeteciese dónde, cuándo y con quién quisiera. Pero el tiempo, el escaso tiempo, del que disponíamos para estar juntos para mí era importante. Quería vivir el mundo contigo, a través de ti. 

Una cuestión que suele pasar desapercibida tiene que ver con mi tiempo libre. Por mis circunstancias tengo mucho más espacio para ocio y para descansar que la mayoría de gente. Cuando la persona con la que tienes una relación no dispone de unos períodos semejantes de descanso, se debe rellenar esa diferencia de alguna manera, siempre esperando. Lo haces porque deseas compartir hasta el último segundo con ella, sin más. Tal vez por ello, cuando tú insistías aquella vez en irte de vacaciones sin mí me sentí mal. 

Como bien sabes, jamás te pedía cuentas de con quién ibas o lo qué hacías, como tú tampoco lo hiciste conmigo (comprobaste que existía otra forma de libertad), pues nuestra relación se basaba en la confianza y eso me parece algo maravilloso. Algo que siempre recordaré de ti. Igual que siempre tendré presente cuando escuchaste esa canción de León Benavente, Estado provisional. Me dijiste que era muy bonita, pero muy triste. Ahora sé que eso me cautivó de ti. Conseguías, casi siempre, que la tristeza quedase lejos, en un país sin nombre ni accesos. Eso me gustaba tanto de ti. Tal vez sea lo que reflejaba tu sonrisa, que sigo representando en mi recuerdo en ocasiones.

Teníamos nuestra canción, esa versión que hizo Manu Chao de un tema que se volvió muy famoso, poco después de adoptarlo como nuestro, en boca de una artista muy famosa. En perspectiva, creo que el que tema que mejor nos reflejaba era Ser brigada, también de León Benavente. Una mujer y un hombre que se encuentran, con sus cargas respectivas, y que deciden, a pesar de todo, construir su pequeño universo, por el mero hecho de arrojarse juntos hacia lo que haya de venir. Fuimos brigada y siempre sentiré añoranza de ese período.

Te amé igual que después me sentí vacío y necesitaba estar lejos de ti. En ese momento me inventé, ahora lo sé, la excusa de que amaba a otra mujer. Siempre utilizo esa excusa y esa mujer, pero tengo plena conciencia de no amarla, a lo sumo puedo llegar a desearla, como a otras mujeres, pero sin que exista una verdadera posibilidad de que nada pase del plano mental al real. Cada cual construye sus castillos en el aire para seguir avanzando en la vida y el mío fue ése. Tal vez, ese constructo me ayudó a dar el paso de dejarte, estoy dándome cuenta de ello según escribo esto.

Como bien sabes, me encanta viajar y junto a ti se convirtió en una constante. Me encantaba esa faceta tuya, como me gustabas con gafas cuando visitábamos monumentos. Reconozco que te hecho de menos en ese aspecto. Como hecho de menos, los restaurantes, las excursiones de un día.

Te dije que había comenzado por el final, o casi, pero aún queda algo que contarte sobre ese período. Tarde un tiempo en dejar de sentirme como un cabrón cuando rompí contigo. Aunque no te lo creas te quiero, para mí, como ya sabes, es algo distinto a amarte, y sentí infinitamente el dolor que te había provocado. Te considero una persona maravillosa y lo último que deseaba era hacerte sufrir. Aunque intuyo que de poco sirva esto que te cuento, me odiaba por generarte sufrimiento. Como te he dicho, desde mi perspectiva, no existía otra opción, pero sentí, siento, haberte provocado dolor. 

Cuando la gente me preguntaba por qué había roto solo podía decir que la culpa era mía. Te considero una bellísima persona, creo que mejor que yo, y esto se lo decía a todo el mundo que te conoció. Dudo mucho que encuentre alguien mejor que tú en ese sentido y, en ocasiones, hecho de menos estar contigo, pero sé que hice lo correcto, para los dos. 

Espero, y deseo, que te vaya bien.


P.D.: Noches de bohemia podía ser la otra canción que nos representaba en aquella época. He vuelto a escucharla hace unos meses, después de mucho tiempo.

sábado, 13 de agosto de 2022

CUADERNO DE VIAJES

 El mar se está convirtiendo en un elemento necesario y casi imprescindible. Vivir tierra adentro, con horizontes lineales y predecibles, comienza a resultar insufrible. Sin embargo, existen dos mares distintos en uno solo: el de los que lo conocemos fugazmente y el de aquellos que son parte de él.

Los primeros, en su mayoría, rozan con él lo mínimo imprescindible. Bañarse un rato ínfimo en él y coger el color de piel necesario para que poder presumir a la vuelta de haber estado en la playa. Por la tarde la piscina del hotel, las actividades organizadas, una cerveza o un refresco de cola... La noche se hizo para el paseo marítimo. Hordas caminando, la mayoría en la misma dirección, hacia ningún lugar. No se molestan en mirar la Luna sobre el mar, ni en acercarse al agua o pasear por la arena. ¿Para qué? Han estado en la playa. La marabunta, ciega, seguidista, casi avasalladora (en especial si caminas frente a ella) se conforma con repetir, fuera de lugar y de horas, los hábitos cotidianos. 

Creo que tuve la suerte de compartir el sonido del agua mientras la Luna rielaba en el mar con la persona que más quiero en el mundo y creo que tuve la suerte de enseñarle a ver y, casi seguro, a disfrutar de ese retazo nocturno que la gente apresurada en busca de la nada se niega a disfrutar.

Los que forman parte de la geografía del mar, aquellos que viven a su lado día tras día, tienen sus playas, lejos de urbanizaciones y extraños, haciendo allí lo que han hecho siempre, sea lo que sea que hayan hecho. No existe el horario invisible de las comidas masificadas del hotel ni los juegos estereotipados; solo viven allí con el mar de fondo.

Este mar, padre de culturas milenarias, que en esta ocasión emerge rodeado del desierto conquistado por el plástico. Mar de navegantes de cabotaje, de creadores de dioses, de filósofos y de formas de gobierno. Mar de sol, de Luna Llena, de futuro, de todo lo que no tenemos los que moramos aferrados a la dura tierra estival.

Comer para subsistir o para deleitarse. Existen pocas cosas más sublimes que una buena comida y pocas experiencias más insatisfactorias que una mala vianda, y más si pretende disfrazarse de algo sofisticado. Ambas experiencias vividas en un solo día, de lo esperpéntico a la casi divino. La reflexión surge con la rotundidad de quien se siente estafado y horas después mimado: demasiada gente haciéndose pasar por cocineros ilustres, cuando en realidad solo son unos iluminados que inflan la factura de sus platos, para disimular su mal hacer. Pero, a cambio, conviene dar las gracias a todas esas personas que apuestan por la buena cocina, que no siempre debe ser ultravanguardista, utilizando buenos productos, puntos de cocción adecuados y presentaciones que incitan a comer. Una simple fritura de pescado, un costillar con salsa barbacoa, un pulpo a la brasa sobre espuma de patata o un rape con alcachofas (mientras se contempla la Luna Llena sobre el mar) pueden contener ese mismo amor por una profesión y respeto hacia los clientes que la creación más sofisticada o vanguardista.

Creo que una de las cosas que he hecho bien con mi hijo es educar su paladar, lo tiene más selecto que yo. Paladear un pequeño manjar, disfrutando todo lo que puede aportar a los sentidos. Un legado que espero transmita a sus hijos, si los decide y puede tener.

El mar. Siempre el mar. Promesa de redención y de huida. La Luna Llena como símbolo de todo lo que pudo ser y nunca fue y de esa búsqueda que continúa. Mar de rayos lejanos, que rasgan la noche con la brusquedad de lo instantáneo e imprevisible y, a la vez, con la dulzura de lo nuevo.

Reflexiones sobre sexo, casi perfecto, permanecen en el recuerdo. Tal vez la medida de como creció todo, hasta que todo saltó por los aires por la codicia. 

Soledad como trabajo titánico. Soledad como hábitat tiránico. Soledad como un todo. 

Y allí, casi de vuelta, en medio de nada, aparece ella: rubia, preciosa (hubo que mirarla una segunda vez para cerciorarse de que en realidad era tan bella), no muy alta, acompañada. De inmediata la mente lanza un mensaje contundente: es esa mujer de la que uno se podría uno enamorar con facilidad. Cruce de miradas continua. No existen los acompañantes. Al final vence la sensación de una cafetería en medio de una autovía no puede ser el inicio de nada. Pero por el cerebro pasa una y otra vez que podía haber sido ella. Una última mirada de despedida. Despedirse de nada.

Y cerca del hogar aparece cierta ansiedad; un ahogo que impide terminar las frases enjuagado hasta ese momento en el agua salada. De nuevo, volver a empezar y, en cierta manera, volver a terminar.