Si bien la entrada de hoy debía desgranar un montón de argumentos contra los nacionalistas centrífugos y centrípetos, algo ha surgido en mi vida que me ha decidido a cambiar dicha disertación para hablar de algo más importante, al menos para mi.
Seguramente el amable lector espere una sesuda y rara, cuando no ridícula, disquisición sobre un asunto de actualidad que atañe a miles o millones de personas que conviven a nuestro lado, pero las aguas no van a seguir ese cauce, pues una vez más pienso retratarme a mi, a mi tortuoso interior. Pero tranquilos, no voy a hablar de depresiones, sí un poquito de ansiedad y, fundamentalmente, de mi ansia de vivir.
Antes de continuar me gustaría hacer una reflexión al respecto. Cuando me asomé a Internet, a través de otro blog, la intención, no muy precisa en aquel momento, no era otra que escribir sobre aquello que me placiera, sin seguir línea argumental alguna. En otras palabras: deseaba escribir sobre soles y otoños, sobre la tristeza mía y la sonrisa de mi hijo, sobre la injusticia y el amor, sobre recetas culinarias y el hambre en el mundo...pero debido a los extraños vericuetos que han surgido durante estos casi dos años que llevo plasmando venturas y desventuras en la Red, uno observa que esta bitácora gira en muchos momentos en torno a una sola temática y, en los resquicios que deja la actualidad asoman otras cuestiones, que también considero deben poblar la colección de escritos que he perpetrado casi a diario y que, aunque con menos profusión de la que considera necesaria, sirven de igual manera para comprender mi persona y, como autor de ellas, para exteriorizar mi sentir.
De igual manera he comprendido que el ritmo, a veces frenético, de escritura que ha acarreado actualizar este blog con la frecuencia con la que se hace me ha empujado a obviar todo atisbo de estética literaria, si es que fuere capaz de ello, recurriendo a un lenguaje estereotipado, reiterativo y, en cierta forma, burocratizado e indolente.
Ambas cuestiones, ya detectadas desde hace tiempo, me permiten afrontar como una necesidad vital, como respirar, entradas como la que ahora mismo está leyendo usted, entradas de sentimientos y de anhelos, de miedo al fracaso y al encasillamiento y de sueños de libertad. Espero que todo aquel que se acerque a estas líneas pueda, a su manera, sentir aquello que yo siento.
Tal vez para que todos compartamos un mismo punto de partida debería explicar que este fin de semana se ha convertido en el fin de semana de los pequeños e inmensos viajes. Viajes que me han permitido desde escuchar la berrea con las estrellas por montera, hasta realizar una visita nocturna a una de las ciudades españolas Patrimonio de la Humanidad. Viajes que me han permitido desde comer en un gran restaurante, descubierto por casualidad, hasta compartir moras recién cogidas de las zarzas con mi hijo y mi pareja. Viajes que me han permitido descubrir un nuevo recoveco en una sierra que adoro y que me atrae sin compasión, pero con la dulzura con la que la madre balancea inconscientemente a su hijo lactante cuando toma el pecho, apretándolo ligeramente contra sí para amarle, para protegerle, para alimentarle por y contra el futuro en que no se encontrará en su intimidad de dos. Viajes que han disipado mi ansiedad, creciente en los últimos tiempos. Viajes, en fin, que me han mostrado, especialmente la excursión improvisada de ayer, con la mayor crudeza posible, e incluso deseable, que buena parte de lo que hago en mi vida no me llena.
¡Joder! Funcionario, con pareja y un hijo, casa propia, bueno del banco, viajando tan a menudo, ¿de qué cojones se queja este imbécil?
Pues de eso. De que mi vida, desde hace bastante tiempo, en ciertos aspectos es un inmenso agujero negro que succiona el tiempo de mi vida, o parte de él, sin haberlo paladeado. Parece que el tiempo quema, al menos cierto tiempo (por ejemplo este tiempo en él que escribo lo estoy saboreando con deleite) y la única opción válida es dejarlo pasar, sin otra finalidad que esperar a que llegue otro segundo, otro minuto, que no desprenda altas temperaturas y que pueda ser guardado en el zurrón de los recuerdos vividos.
Tal vez las claves residan en la escasa motivación que siento por un trabajo estereotipado, parece mentira pues trabajo con personas, pero así lo siento, al menos este año (debo reconocer que el año pasado disfruté durante buena parte de él de mi desempeño laboral como hacía mucho tiempo no lo hacía) y, por otra parte, la sensación que tengo de sentir a través de la vista montañas. Sellar las ventanas de mi casa, las de mi trabajo e incluso las calles con una mole granítica o de cualquier otra sustancia, revestida de castaños, robles, algún nogal despistado, fresnos y alisos, que tornan a vivir y morir cíclicamente, anunciando a través del color su principio y su fin, su renacer y remorir mil veces anunciado y mil veces burlado.
La dificultad de transmitir lo sentido, lo soñado o lo odiado, a pesar de poder usar mil palabras para ello, se yergue como un muro invisible pero firme, en un mundo de velocidades de crucero que no me interesan. Ayer, por primera vez, comprendí a aquellas personas que desertan de su pasar cotidiano y se construyen un rincón de luz propia en cualquier pequeño lugar recóndito, en muchos casos desconocido hasta hace poco para ellos mismos, huyendo de todo aquello que les cercena partes sustanciales de sí mismos.
No necesito el reloj. La crudeza del tiempo fluyendo sin tino sobre mi. Ayer comprobé que la única medicina necesaria es una bruma aún estival, que desdibuja los primeros pasos del otoño sobre unas laderas repletas de vida y de cicatrices de lluvia y viento sobre bloques de piedra inmensos que yacen en un precario equilibrio sobre el desnivel que acabará empujándoles al vacío .
Cuando volví de vacaciones ya sentía, una vez más, lo expuesto hasta ahora como algo evidente, aunque he descubierto mi incapacidad en ese momento para comprenderlo en toda su extensión, en toda su necesidad. Ahora, por fin clarificado todo aquello que me vacía, parece oportuno buscar la vía de escape que permita recuperar un equilibrio que jamás debió desaparecer entre lo necesario y lo necesitado y uno considera que esta bitácora puede contribuir de alguna manera a ello. Ya veremos.
Mañana, en la segunda parte, trataré sobre otro tema totalmente diferente, mucho menos íntimo y más interesante para el lector, casi con total seguridad. La entrada versará sobre aquellos tipos que siendo unos perfectos mentecatos consiguen hacerse un nombre en su entorno profesional. Aunque pudiera no parecerlo, en lo más íntimo de mi, considero que este asunto, revivido esta semana, entronca a la perfección con la necesidad de desanclar ciertas cosas del presente para navegar por otros ríos de aguas más afines a mis necesidades.
Un saludo.
La dificultad de transmitir lo sentido, lo soñado o lo odiado, a pesar de poder usar mil palabras para ello, se yergue como un muro invisible pero firme, en un mundo de velocidades de crucero que no me interesan. Ayer, por primera vez, comprendí a aquellas personas que desertan de su pasar cotidiano y se construyen un rincón de luz propia en cualquier pequeño lugar recóndito, en muchos casos desconocido hasta hace poco para ellos mismos, huyendo de todo aquello que les cercena partes sustanciales de sí mismos.
No necesito el reloj. La crudeza del tiempo fluyendo sin tino sobre mi. Ayer comprobé que la única medicina necesaria es una bruma aún estival, que desdibuja los primeros pasos del otoño sobre unas laderas repletas de vida y de cicatrices de lluvia y viento sobre bloques de piedra inmensos que yacen en un precario equilibrio sobre el desnivel que acabará empujándoles al vacío .
Cuando volví de vacaciones ya sentía, una vez más, lo expuesto hasta ahora como algo evidente, aunque he descubierto mi incapacidad en ese momento para comprenderlo en toda su extensión, en toda su necesidad. Ahora, por fin clarificado todo aquello que me vacía, parece oportuno buscar la vía de escape que permita recuperar un equilibrio que jamás debió desaparecer entre lo necesario y lo necesitado y uno considera que esta bitácora puede contribuir de alguna manera a ello. Ya veremos.
Mañana, en la segunda parte, trataré sobre otro tema totalmente diferente, mucho menos íntimo y más interesante para el lector, casi con total seguridad. La entrada versará sobre aquellos tipos que siendo unos perfectos mentecatos consiguen hacerse un nombre en su entorno profesional. Aunque pudiera no parecerlo, en lo más íntimo de mi, considero que este asunto, revivido esta semana, entronca a la perfección con la necesidad de desanclar ciertas cosas del presente para navegar por otros ríos de aguas más afines a mis necesidades.
Un saludo.
3 comentarios:
Un fin de semana inolvidable, descubriendo y redescubriéndonos. A veces merece la pena abandonarse al "Carpe diem" y al "Beatus Ille".
Hola.Pues me alegro mucho por ese fin de semana y de los muchos más que vengan y semanas completas que gozaréis con la naturaleza y con la VIDA.
Yo hace tiempo que me rodeo de ella y me alegro pero que un montón.
Bueno,Paco,yo creo que siempre es un gusto leer a personas que saben escribir y que saben además darle contenido,habida cuenta de la ignorancia creciente y de la conciencia creciente que también se esta dando y este medio está facilitando, ¡por qué no!
Me alegro,la naturaleza es un mar inmenso,sea bosque,sea sierra,sea pájaros,sea mar o tierra...
Un saludo!
Buen fin de semana,doy fe.
Por lo demás, gracias por seguir leyendo este blog.
Un saludo natural a ambas.
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