Lo que acontece en Italia y Grecia durante estos días ha conseguido crear una sensación de déjà vu en mi interior que por una lado me reconforta y por otro, el más terrible, me inquieta.
Posiblemente el lector que me sigue con cierta asiduidad no puede llegar a comprender como me puede reconfortar una actuación, rastrera hasta extremos inauditos, que ha acabado con dos gobiernos elegidos de forma "democrática". Debo aclarar que nada de lo que ha ocurrido durante estas fechas me hace la más repajolera gracia. Al contrario. Sin embargo, me resulta chocante, cuanto no divertido, observar como las dos personas más inútiles e irresponsables que existen en la Europa de principios del siglo XXI, Merkel y Sarkozy, recurren a algo muy similar a lo que utilizaban en España los militares durante el siglo XIX: a los pronunciamientos. Los pronunciamientos consistían, grosso modo, en un levantamiento militar para derrocar al gobierno, respetando siempre al jefe de estado (esa es la gran diferencia con un golpe de estado). Aunque el lector habrá detectado que en el caso español los insurgentes eran militares, que en muchos casos se jugaban la vida, y en los sucesos de Italia y Grecia no se otea a los militares por parte alguna, la estrategia es básicamente la misma: crear la situación (los militares, una parte de ellos, se sublevaban para que le siguieran otros, mientras que Merkel y Sarkozy ponen a los gobiernos a los pies de los caballos para que los especuladores o ellos mismos, negando los créditos, pongan en la picota a los gobiernos). Es evidente que uno siente más admiración por los militares españoles por un par de motivos. Contrariamente a lo que mucha gente cree, en el siglo XIX una buena parte de los militares eran liberales (los más avanzados ideológicamente de la época) y, además, tenían los cojones de dar la cara y muchos de ellos acabaron pagando su intento de "democratizar" el país con su vida. Evidentemente este arrojo no lo podemos encontrar en esa pareja de estultos neoliberales, con un toque cada vez más intenso de fascismo, que responden al nombre Sarkomerkel (como mucho se preocuparán de intentar camelarse a los electores cuando toque introducir en su país la papeleta en las urnas). Resulta curioso que los pronunciamientos del siglo XIX español los protagonizaran los liberales españoles y los "pronunciamientos" europeos del siglo actual los diseñen y ejecuten los neoliberales.
Hasta aquí el lado, si se me permite la palabra, chocante del tema: tienen que recurrir a tretas típicas del siglo XIX español para imponer su voluntad en el siglo XIX, pero, como dije en la introducción , existen elementos de preocupación extrema, generados por la actuación de estos dos tipos que se escudan en el Mercado para cometer sus fechorías.
El aspecto oscuro, posiblemente trágico, de esta historia viene causado por otra cierta similitud de lo que acontece a día de hoy con otro suceso, esta vez del siglo XX: el auge de los totalitarismos, de los fascismos más concretamente; asociados, con la excepción de Italia, a la Crisis del 29.
Es bien sabido que tras el final de la Gran Guerra el mundo "civilizado" (exactamente el occidental y, entre los ciudadanos de estos países los más pudientes) se lanzaron con frenesí a disfrutar la vida y olvidar miserias anteriores. Sin embargo la Gran Crisis segó de raíz ese estado de euforia, generando paro por doquier, miseria y tensiones sociales (la historia empieza a parecerse a la actual ¿verdad?). Dicha situación económica contribuyó decisivamente a la llegada al poder de movimientos autoritarios de corte fascista en diferentes lugares de Europa (el ejemplo prototípico es Alemania), acabando con las democracias, más o menos reales, de muchos países (no debemos olvidar que en Grecia, Austria, Hungría, Croacia... triunfaron regímenes igualmente de corte fascista, filonazi o como narices queramos llamarlos). Además, estos movimientos, al menos el alemán y el italiano, aunque el acceso al poder de este es bastante anterior, contaban con el beneplácito de una buena parte de la gran y pequeña burguesía de sus respectivos países, pues, entre otras cosas, prometían ser los garantes del orden frente a los movimientos bolcheviques patrios y/o de la U.R.S.S.
En definitiva, los movimientos fascistas, que acabaron con las democracias formales de una parte significativa de los países europeos durante el período de entreguerras, ofrecían una ortodoxia, una seguridad, a cambio de minusvalorar la capacidad de decisión, cuando no la vida, de los ciudadanos de sus respectivas naciones. Todo en nombre de un bien común.
A uno, que tal vez vio demasiados capítulos de Expediente X, este proceso de deslegitimación de la voluntad del ciudadano, tan de moda en los últimos tiempos, y que tiene como objetivo saciar el ansia insaciable de los mercados, sacrificando para ello el estado de bienestar, generando paro sin cuento y penurias sin compasión, le parece una nueva forma de desvirtuar la democracia, ya demasiado descafeinada per se. Como en el caso de los fascismos, surgidos y triunfantes en el período que siguió a la Crisis del 29, sistémica igual que ésta, las opciones tomadas por los neoliberales para intentar solucionar el entuerto, creado por ellos mismos, se fundamenta en la limitación de la soberanía popular, en la limitación de la voluntad del ciudadano, siempre en pos de un fin supremo. Fin supremos que, por supuesto, han elegido ellos (¿no recuerda en demasía a los movimientos fascistas?). Además, por si ésto fuera poco, la implementación de la ortodoxia neoliberal, que empieza a convertirse en una nueva doctrina político/económica/religiosa, acarrea la desgracia a un montón de ciudadanos que han visto menguados, cuando no cercenados, sus ingresos, pues el paro y la bajada de salarios han empobrecido a la gran mayoría de trabajadores. Item más, los recortes en Sanidad y Educación, traerán consecuencias a medio largo plazo para la mayoría de los ciudadanos. Como ocurre en el Reino Unido, las clases menos pudientes tendrán dificultades sin cuento para acceder a la formación universitaria, especialmente tras la tremenda subida de tasas y a pesar de la política de becas y, acabará ocurriendo. De igual forma, la privatización progresiva de la Sanidad puede que acabe por generar, como ya ocurrió en la Crisis del 29, un descenso en la esperanza de vida de los países (este mismo fenómeno ocurrió en Rusia tras la caída de la U.R.S.S., especialmente tras el proceso liberalizador tan sui géneris que se produjo en dicho país).
Es evidente que someterse a eso que llaman mercados (estupidez supina en el caso de la crisis europea, pues la solución de buena parte de los problemas consistiría en que los dos estultos tipos que están cronificando esta crisis, Merkel y Sarkozy, permitan al BCE comprar deuda soberana, fabricando dinero que vaya directamente a los gobiernos, no a los bancos privados, para que dichos gobiernos inviertan, disminuyan el paro, que cuesta una pasta a las arcas públicas, y, de esta manera, reactivar la economía) es una nueva forma de fascismo, pues a los ciudadanos no nos consultan sobre que hacer cuando hay una crisis y, si hiciéramos una encuesta en Europa, seguro que la gran mayoría de los ciudadanos abogarían por erradicar privilegios a los más pudientes y repartir la riqueza de una manera más efectiva.
Parece meridianamente evidente que los gobernantes europeos, ese cáncer, no están por la labor de acabar con los privilegios de unos pocos, solucionando con ello los problemas de muchos y es por ello que necesitan limitar la soberanía nacional de los países (¡ojo! no sólo cambiando gobiernos, también vendiéndonos una única opción política posible y convirtiendo la democracia en un mero hecho formal, que consiste en votar cada cuatro años, cinco o siete años, para poner al frente del gobierno a un tipo o a otro, que, independientemente de como se llame, va a hacer exactamente lo mismo que habría hecho el perdedor si hubiese llegado al poder). Necesitan limitar la soberanía, tratarnos como a niños, asustarnos, robar nuestro derechos, en otras palabras, actuar como actuaban los gobiernos fascistas del período de entreguerras, para legitimar a sus dueños, a los que con su dinero han contribuido que estos políticos, que dicen representarnos, hayan llegado al poder.
Evidentemente este movimiento de corte fascista está generando movimientos que se oponen a dicha forma de entender la política y el papel de las personas en la misma. Por un lado soy optimista. Desde hace un par de años pienso que el sistema está dando sus última bocanadas, aunque desde una perspectiva histórica una bocanada puede durar varios años, y que por ello está presentando su cara real, la de la tiranía del dinero, pues no tiene nada que perder. El agotamiento del sistema neoliberal, que con sus medidas está estrangulado a los ciudadanos, los que realmente pueden hacer que todo funcione, acabará en un colapso. Dicho colapso puede ser controlado, produciéndose un desmembramiento de todo el cuerpo doctrinal neoliberal, siendo sustituido por otro, o bien puede ser violento, acabando todo en un conflicto de consecuencias trágicas.
Sea como fuere, lo que parece claro que el sistema está implosionando, por mucho que nos quieran vender lo del auge de los países emergentes (algunos lo hacen por el alto precio que han alcanzado las materias primas que exportan, debido a la especulación, y otros, aún creciendo mucho, basan su crecimiento en burbujas inmobiliarias, trabajo en estado de semiesclavitud y en el deterioro rapidísimo de su medio ambiente, de donde extraen parte de sus finitas materias primas). Veremos cuando dura todo, veremos cuanto tiempo más tenemos que sufrir estas ideas fascistas de una minoría.
Un saludo.
El aspecto oscuro, posiblemente trágico, de esta historia viene causado por otra cierta similitud de lo que acontece a día de hoy con otro suceso, esta vez del siglo XX: el auge de los totalitarismos, de los fascismos más concretamente; asociados, con la excepción de Italia, a la Crisis del 29.
Es bien sabido que tras el final de la Gran Guerra el mundo "civilizado" (exactamente el occidental y, entre los ciudadanos de estos países los más pudientes) se lanzaron con frenesí a disfrutar la vida y olvidar miserias anteriores. Sin embargo la Gran Crisis segó de raíz ese estado de euforia, generando paro por doquier, miseria y tensiones sociales (la historia empieza a parecerse a la actual ¿verdad?). Dicha situación económica contribuyó decisivamente a la llegada al poder de movimientos autoritarios de corte fascista en diferentes lugares de Europa (el ejemplo prototípico es Alemania), acabando con las democracias, más o menos reales, de muchos países (no debemos olvidar que en Grecia, Austria, Hungría, Croacia... triunfaron regímenes igualmente de corte fascista, filonazi o como narices queramos llamarlos). Además, estos movimientos, al menos el alemán y el italiano, aunque el acceso al poder de este es bastante anterior, contaban con el beneplácito de una buena parte de la gran y pequeña burguesía de sus respectivos países, pues, entre otras cosas, prometían ser los garantes del orden frente a los movimientos bolcheviques patrios y/o de la U.R.S.S.
En definitiva, los movimientos fascistas, que acabaron con las democracias formales de una parte significativa de los países europeos durante el período de entreguerras, ofrecían una ortodoxia, una seguridad, a cambio de minusvalorar la capacidad de decisión, cuando no la vida, de los ciudadanos de sus respectivas naciones. Todo en nombre de un bien común.
A uno, que tal vez vio demasiados capítulos de Expediente X, este proceso de deslegitimación de la voluntad del ciudadano, tan de moda en los últimos tiempos, y que tiene como objetivo saciar el ansia insaciable de los mercados, sacrificando para ello el estado de bienestar, generando paro sin cuento y penurias sin compasión, le parece una nueva forma de desvirtuar la democracia, ya demasiado descafeinada per se. Como en el caso de los fascismos, surgidos y triunfantes en el período que siguió a la Crisis del 29, sistémica igual que ésta, las opciones tomadas por los neoliberales para intentar solucionar el entuerto, creado por ellos mismos, se fundamenta en la limitación de la soberanía popular, en la limitación de la voluntad del ciudadano, siempre en pos de un fin supremo. Fin supremos que, por supuesto, han elegido ellos (¿no recuerda en demasía a los movimientos fascistas?). Además, por si ésto fuera poco, la implementación de la ortodoxia neoliberal, que empieza a convertirse en una nueva doctrina político/económica/religiosa, acarrea la desgracia a un montón de ciudadanos que han visto menguados, cuando no cercenados, sus ingresos, pues el paro y la bajada de salarios han empobrecido a la gran mayoría de trabajadores. Item más, los recortes en Sanidad y Educación, traerán consecuencias a medio largo plazo para la mayoría de los ciudadanos. Como ocurre en el Reino Unido, las clases menos pudientes tendrán dificultades sin cuento para acceder a la formación universitaria, especialmente tras la tremenda subida de tasas y a pesar de la política de becas y, acabará ocurriendo. De igual forma, la privatización progresiva de la Sanidad puede que acabe por generar, como ya ocurrió en la Crisis del 29, un descenso en la esperanza de vida de los países (este mismo fenómeno ocurrió en Rusia tras la caída de la U.R.S.S., especialmente tras el proceso liberalizador tan sui géneris que se produjo en dicho país).
Es evidente que someterse a eso que llaman mercados (estupidez supina en el caso de la crisis europea, pues la solución de buena parte de los problemas consistiría en que los dos estultos tipos que están cronificando esta crisis, Merkel y Sarkozy, permitan al BCE comprar deuda soberana, fabricando dinero que vaya directamente a los gobiernos, no a los bancos privados, para que dichos gobiernos inviertan, disminuyan el paro, que cuesta una pasta a las arcas públicas, y, de esta manera, reactivar la economía) es una nueva forma de fascismo, pues a los ciudadanos no nos consultan sobre que hacer cuando hay una crisis y, si hiciéramos una encuesta en Europa, seguro que la gran mayoría de los ciudadanos abogarían por erradicar privilegios a los más pudientes y repartir la riqueza de una manera más efectiva.
Parece meridianamente evidente que los gobernantes europeos, ese cáncer, no están por la labor de acabar con los privilegios de unos pocos, solucionando con ello los problemas de muchos y es por ello que necesitan limitar la soberanía nacional de los países (¡ojo! no sólo cambiando gobiernos, también vendiéndonos una única opción política posible y convirtiendo la democracia en un mero hecho formal, que consiste en votar cada cuatro años, cinco o siete años, para poner al frente del gobierno a un tipo o a otro, que, independientemente de como se llame, va a hacer exactamente lo mismo que habría hecho el perdedor si hubiese llegado al poder). Necesitan limitar la soberanía, tratarnos como a niños, asustarnos, robar nuestro derechos, en otras palabras, actuar como actuaban los gobiernos fascistas del período de entreguerras, para legitimar a sus dueños, a los que con su dinero han contribuido que estos políticos, que dicen representarnos, hayan llegado al poder.
Evidentemente este movimiento de corte fascista está generando movimientos que se oponen a dicha forma de entender la política y el papel de las personas en la misma. Por un lado soy optimista. Desde hace un par de años pienso que el sistema está dando sus última bocanadas, aunque desde una perspectiva histórica una bocanada puede durar varios años, y que por ello está presentando su cara real, la de la tiranía del dinero, pues no tiene nada que perder. El agotamiento del sistema neoliberal, que con sus medidas está estrangulado a los ciudadanos, los que realmente pueden hacer que todo funcione, acabará en un colapso. Dicho colapso puede ser controlado, produciéndose un desmembramiento de todo el cuerpo doctrinal neoliberal, siendo sustituido por otro, o bien puede ser violento, acabando todo en un conflicto de consecuencias trágicas.
Sea como fuere, lo que parece claro que el sistema está implosionando, por mucho que nos quieran vender lo del auge de los países emergentes (algunos lo hacen por el alto precio que han alcanzado las materias primas que exportan, debido a la especulación, y otros, aún creciendo mucho, basan su crecimiento en burbujas inmobiliarias, trabajo en estado de semiesclavitud y en el deterioro rapidísimo de su medio ambiente, de donde extraen parte de sus finitas materias primas). Veremos cuando dura todo, veremos cuanto tiempo más tenemos que sufrir estas ideas fascistas de una minoría.
Un saludo.
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