Unos días atrás escuchaba que cientos de personas en España hacían cola para adquirir un producto tecnológico, creo que el lector sabrá a cual me refiero, que una conocida empresa había lanzado al mercado en nuestro país, tras haberlo hecho en otros, con similares filas de personas que pretendían ser los primeros en conseguir el preciado artefacto.
A uno, que intenta buscar la tranquilidad y pasar de todos estos avances tecnológicos en la medida de lo posible, le resulta sorprendente, ridículo sería más correcto, contemplar como unos fulanos organizan una espera frente a las puertas de un comercio para adquirir el último producto de moda. Tal vez, lo reconozco, en gran parte se deba a mi aprensión hacia las hileras de gente que esperan para conseguir algo. Sin embargo hay otra circunstancia que me lleva a considerar este fenómeno como ridículo: perder parte del tiempo de tu vida para ser el primero, o uno de los primeros, en poseer algo que, por supuesto, en breve tiempo será algo obsoleto, por lo que habrá que sustituirlo por el próximo megaproducto estrella de esta u otra compañía. Si a lo anterior le unimos el hecho de que para convertirse en uno de los primeros usuarios de dicho artefacto hay que pagar un precio extra, pues en breves meses el aparato la adquisición del mismo costará menos dinero o los problemas que aparecen en dichos aparatos en ocasiones en un primer momento, a veces problemas tan evidentes que son achacables al diseño, parece obvio que las personas que lucen su última adquisición tecnològica no hacen buen negocio. Sin embargo todo ello parece no importarles en exceso; más bien al contrario: lo fundamental es poseer el artilugio en cuestión lo antes posible.
Este comportamiento, que podemos achacar a un sector minoritario de la población, en el fondo enmascara algo no tan minoritario: la gran mayoría del personal desea tener lo último de lo último. La lógica dicta que lo último de lo último debe ofrecernos la posibilidad de realizar muchas más cosas con ese objeto, pero la realidad es bien distinta; lo último de lo último resulta tan complejo para la gran mayoría de sus compradores que sólo utiliza una mínima parte del variado menú de posibilidades que nos ofrece. O lo que es lo mismo: compra para disponer del último grito en tecnología.
Esta visión del consumidor como un objeto que sólo sirve para enriquecer a las empresas, adquiriendo sus productos, aún no necesitándolos, se ha convertido, desde bastante tiempo, en el modus vivendi del sistema capitalista.
Si analizamos otros sistemas, el esclavista o el feudal, el consumo de la gran mayoría de los ciudadanos no era tan importante, pues bastaba con la superviviencia de los mismos para seguir produciendo para sus "amos", que eran los que verdaderamente consumían productos no vinculados a la mera supervivencia de manera masiva, pudiendo existir una mínima clase media en cada caso, o como la queramos llamar, muy alejada numéricamente de la que se conoce como clase media en la actualidad. Sin embargo el actual sistema se sostiene con el consumo masivo de productos, no de primera necesidad ,por parte de una buena parte de la población, la gran mayoría, incluso en países que podemos denominar como pobres.
Todo ello ha traído, o ha surgido, como consecuencia de una forma de producir masiva, generalmente relacionada con la aparición de fuentes de energía que permiten mover ingenios mecánicos; desplazando este sistema al artesano, mucho más lento a la hora de producir. Sin embarbgo, los artesanos, y la producción artesana, no han desparecido,de hecho sus productos son los más codiciados por su exclusividad y, en muchos casos por su originalidad. Las cadenas de montajes sin embargo han permitido porducir muchos más objetos en mucho menos tiempo. Estas manufacturas van dirigidas, generalmente, al consumidor medio, a todos nosotros. Grosso modo podemos decir que la Revolución Industrial, aunque no inmediatamente, ha permitido que muchos de nosotros accedamos a artículos "baratos", a los que de otra forma no hubiésemos accedido ni por error.
Esta premisa, con todas sus connotaciones antiecológicas, supuso una cierta democratización del consumo (si es que se puede denominar así al consumismo desaforado y antiecológico), pudiendo parecer que se le hacía un favor al ciudadano con este sistema. Pero como en la vida, existe otra visión bien diferente del asunto:
Realmente sería tremendamente difícil que un sistema basada en la producción masiva de artículos subsistiera si careciera de millones y millones de compradores potenciales. Es decir: lo que nos presentan como un favor, realmente es fundamental para que un sistema basado en la venta masiva de productos y para que su sistema económico se sostenga. Podemos comprobar la importancia del consumo durante los períodos de crisis, especialmente si éstas son tan agudas como la que estamos sufriendo. A menor consumo, mayores dificultades para salir de la crisis, pues se entra en una dinámica que va generando progresivamente más destrucción de empleo, menos consumos, más destrucción de empleo...
Todo ello parece evidente. Incluso los más acérrimos neoliberales defienden que el consumo, en este caso el privado, es la base de todo el sistema. Pero lo que no parece tan evidente, o al menos no quieren que parezca tan evidente, es el poder que los consumidores tenemos en este tinglado.
El consumidor aporta dos aspectos fundamentales en esta historia: en muchas ocasiones su trabajo y siempre la adquisición de productos, muchos de ellos no de primera necesidad.
Sobre la consideración que merecen a los economistas y políticos los trabajadores hemos hablado repetidas veces, por lo que no perderemos más tiempos en el asunto.
La perspectiva que los dirigentes tienen sobre los consumidores tampoco podemos considerarla mucho mejor. En general, conciben al consumidor como una mera estadísticas: índice de confianza de los consumidores, aumento o disminución de ventas en sectores o globalmente,. O como objeto pasivo e indefenso al que pretendidamente hay que defender: lucha figurada lucha contra los monopolios y los oligopolios, más de cara a la galería que real, derechos de consumidores en muchos casos supeditados a los intereses de las grandes compañías...
Todo ello denota que el ciudadano, en este caso en su faceta de consumidor, sigue estando considerado como un sujeto pasivo, al que las administraciones le ofrecen prebendas por su buen comportamiento, pero que tiene derecho a poco más. Sobre la consideración de las grandes compañías hacia las personas que permiten que funcionen ni hablamos; en muchos casos todo vale con tal de que compren los productos (recuerde el lector, por ejemplo, la entrada sobre las cremas hidratantes). En otras palabras, unos y otros tratan de minusvalorar el papel centra del ciudadano en cuanto consumidor. Algo tan sencillo como un descenso de un 20% del consumo en general, podría acarrear consecuencias funestas para el actual sistema capitalista. Sin embargo, muy poca gente parece apreciar tal poder,;o, tal vez, a los políticos, economistas, grandes ejecutivos y medios de comunicación no les interesa que esta realidad se difunda, pues podrían perder parte de su poder.
Resulta harto sorprendente que los que diseñamos los productos y los fabricamos, además de consumirlos, generando grandes beneficios a una minoría, estén peor considerados que aquellos que se dedican a pergeñar ideas tendentes a hacer ganar dinero a una minoría. Probablemente alguien podrá alegar que estos tipos son los que crean riqueza. Craso error. Estos tipos sin trabajadores y consumidores, por muy buenas ideas que tuvieran, no generarían nada. Esta interdependencia se intenta vender como dependencia, los ciudadanos dependen de estos "genios" para todo, cuando en realidad ellos nos necesitan tanto o más que nosotros a ellos. Es más, de muchos de estos "genios" se puede prescindir, algunos han llegado a lo más altos por ser hijos de..., amigos de... o consortes de..., pudiendo ejercer su labor con igual o mejor resultado otras muchas personas, pero siempre, siempre, se necesitará la mano de obra y el consumidor que engrase el sistema.
Tal vez va siendo hora de que nos concienciemos de que tenemos mucho más poder del que creemos, o del que nos quieren hacer creer que tenemos, y de que los únicos prescindibles son todos aquellos que nos invitan a consumir y a trabajar en situaciones cada día más precarias.
Un saludo.
A uno, que intenta buscar la tranquilidad y pasar de todos estos avances tecnológicos en la medida de lo posible, le resulta sorprendente, ridículo sería más correcto, contemplar como unos fulanos organizan una espera frente a las puertas de un comercio para adquirir el último producto de moda. Tal vez, lo reconozco, en gran parte se deba a mi aprensión hacia las hileras de gente que esperan para conseguir algo. Sin embargo hay otra circunstancia que me lleva a considerar este fenómeno como ridículo: perder parte del tiempo de tu vida para ser el primero, o uno de los primeros, en poseer algo que, por supuesto, en breve tiempo será algo obsoleto, por lo que habrá que sustituirlo por el próximo megaproducto estrella de esta u otra compañía. Si a lo anterior le unimos el hecho de que para convertirse en uno de los primeros usuarios de dicho artefacto hay que pagar un precio extra, pues en breves meses el aparato la adquisición del mismo costará menos dinero o los problemas que aparecen en dichos aparatos en ocasiones en un primer momento, a veces problemas tan evidentes que son achacables al diseño, parece obvio que las personas que lucen su última adquisición tecnològica no hacen buen negocio. Sin embargo todo ello parece no importarles en exceso; más bien al contrario: lo fundamental es poseer el artilugio en cuestión lo antes posible.
Este comportamiento, que podemos achacar a un sector minoritario de la población, en el fondo enmascara algo no tan minoritario: la gran mayoría del personal desea tener lo último de lo último. La lógica dicta que lo último de lo último debe ofrecernos la posibilidad de realizar muchas más cosas con ese objeto, pero la realidad es bien distinta; lo último de lo último resulta tan complejo para la gran mayoría de sus compradores que sólo utiliza una mínima parte del variado menú de posibilidades que nos ofrece. O lo que es lo mismo: compra para disponer del último grito en tecnología.
Esta visión del consumidor como un objeto que sólo sirve para enriquecer a las empresas, adquiriendo sus productos, aún no necesitándolos, se ha convertido, desde bastante tiempo, en el modus vivendi del sistema capitalista.
Si analizamos otros sistemas, el esclavista o el feudal, el consumo de la gran mayoría de los ciudadanos no era tan importante, pues bastaba con la superviviencia de los mismos para seguir produciendo para sus "amos", que eran los que verdaderamente consumían productos no vinculados a la mera supervivencia de manera masiva, pudiendo existir una mínima clase media en cada caso, o como la queramos llamar, muy alejada numéricamente de la que se conoce como clase media en la actualidad. Sin embargo el actual sistema se sostiene con el consumo masivo de productos, no de primera necesidad ,por parte de una buena parte de la población, la gran mayoría, incluso en países que podemos denominar como pobres.
Todo ello ha traído, o ha surgido, como consecuencia de una forma de producir masiva, generalmente relacionada con la aparición de fuentes de energía que permiten mover ingenios mecánicos; desplazando este sistema al artesano, mucho más lento a la hora de producir. Sin embarbgo, los artesanos, y la producción artesana, no han desparecido,de hecho sus productos son los más codiciados por su exclusividad y, en muchos casos por su originalidad. Las cadenas de montajes sin embargo han permitido porducir muchos más objetos en mucho menos tiempo. Estas manufacturas van dirigidas, generalmente, al consumidor medio, a todos nosotros. Grosso modo podemos decir que la Revolución Industrial, aunque no inmediatamente, ha permitido que muchos de nosotros accedamos a artículos "baratos", a los que de otra forma no hubiésemos accedido ni por error.
Esta premisa, con todas sus connotaciones antiecológicas, supuso una cierta democratización del consumo (si es que se puede denominar así al consumismo desaforado y antiecológico), pudiendo parecer que se le hacía un favor al ciudadano con este sistema. Pero como en la vida, existe otra visión bien diferente del asunto:
Realmente sería tremendamente difícil que un sistema basada en la producción masiva de artículos subsistiera si careciera de millones y millones de compradores potenciales. Es decir: lo que nos presentan como un favor, realmente es fundamental para que un sistema basado en la venta masiva de productos y para que su sistema económico se sostenga. Podemos comprobar la importancia del consumo durante los períodos de crisis, especialmente si éstas son tan agudas como la que estamos sufriendo. A menor consumo, mayores dificultades para salir de la crisis, pues se entra en una dinámica que va generando progresivamente más destrucción de empleo, menos consumos, más destrucción de empleo...
Todo ello parece evidente. Incluso los más acérrimos neoliberales defienden que el consumo, en este caso el privado, es la base de todo el sistema. Pero lo que no parece tan evidente, o al menos no quieren que parezca tan evidente, es el poder que los consumidores tenemos en este tinglado.
El consumidor aporta dos aspectos fundamentales en esta historia: en muchas ocasiones su trabajo y siempre la adquisición de productos, muchos de ellos no de primera necesidad.
Sobre la consideración que merecen a los economistas y políticos los trabajadores hemos hablado repetidas veces, por lo que no perderemos más tiempos en el asunto.
La perspectiva que los dirigentes tienen sobre los consumidores tampoco podemos considerarla mucho mejor. En general, conciben al consumidor como una mera estadísticas: índice de confianza de los consumidores, aumento o disminución de ventas en sectores o globalmente,. O como objeto pasivo e indefenso al que pretendidamente hay que defender: lucha figurada lucha contra los monopolios y los oligopolios, más de cara a la galería que real, derechos de consumidores en muchos casos supeditados a los intereses de las grandes compañías...
Todo ello denota que el ciudadano, en este caso en su faceta de consumidor, sigue estando considerado como un sujeto pasivo, al que las administraciones le ofrecen prebendas por su buen comportamiento, pero que tiene derecho a poco más. Sobre la consideración de las grandes compañías hacia las personas que permiten que funcionen ni hablamos; en muchos casos todo vale con tal de que compren los productos (recuerde el lector, por ejemplo, la entrada sobre las cremas hidratantes). En otras palabras, unos y otros tratan de minusvalorar el papel centra del ciudadano en cuanto consumidor. Algo tan sencillo como un descenso de un 20% del consumo en general, podría acarrear consecuencias funestas para el actual sistema capitalista. Sin embargo, muy poca gente parece apreciar tal poder,;o, tal vez, a los políticos, economistas, grandes ejecutivos y medios de comunicación no les interesa que esta realidad se difunda, pues podrían perder parte de su poder.
Resulta harto sorprendente que los que diseñamos los productos y los fabricamos, además de consumirlos, generando grandes beneficios a una minoría, estén peor considerados que aquellos que se dedican a pergeñar ideas tendentes a hacer ganar dinero a una minoría. Probablemente alguien podrá alegar que estos tipos son los que crean riqueza. Craso error. Estos tipos sin trabajadores y consumidores, por muy buenas ideas que tuvieran, no generarían nada. Esta interdependencia se intenta vender como dependencia, los ciudadanos dependen de estos "genios" para todo, cuando en realidad ellos nos necesitan tanto o más que nosotros a ellos. Es más, de muchos de estos "genios" se puede prescindir, algunos han llegado a lo más altos por ser hijos de..., amigos de... o consortes de..., pudiendo ejercer su labor con igual o mejor resultado otras muchas personas, pero siempre, siempre, se necesitará la mano de obra y el consumidor que engrase el sistema.
Tal vez va siendo hora de que nos concienciemos de que tenemos mucho más poder del que creemos, o del que nos quieren hacer creer que tenemos, y de que los únicos prescindibles son todos aquellos que nos invitan a consumir y a trabajar en situaciones cada día más precarias.
Un saludo.
2 comentarios:
El único modo de luchar contra el adoctrinamiento institucional que nos empuja a consumir y producir, es la concienciación individual. Cada uno es responsable de sus actos y debe ser consecuente con el ideal de mundo que desea tener, para él y para los suyos.
Desde la individualidad, podemos dejar de ser consumidores, podemos escoger que comprar y más importante donde comprarlo, no colaborar con los bancos, y en fin una serie de pequeñas acciones que sumadas, terminarían con todo el sistema.
Hola, Piedra.
Suscribo cada palabra de las que has escrito.
Un saludo.
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