lunes, 4 de diciembre de 2017

VOY A DAR UNA CHARLA

"Lo que más indigna al charlatán
es alguien silencioso y digno".

Juan Ramón Jiménez. 
 

Me llama la atención, de manera poderosa, la proliferación de charlas, no confundir con conferencias, que a veces también son charlas, por doquier. Charlas dirigidas a niños, a adultos, a ancianos, a veganos, a amantes del chuletón,  a artistas en ciernes, a emprendedores, también en ciernes, a veces cercenados, a deportistas, a amantes del sillónball y a todo aquél que pase por ahí. 
Creo necesario aclarar que el concepto de charla no siempre resulta peyorativo. A veces, más bien al contrario, supone realizar un acto de formación necesario sin gran boato ni alharacas, yendo al grano y no haciendo perder el tiempo al personal que acude a dicha charla.
Existe otro tipo de charla, vinculada, por lo general, con cuestiones relativas al arte, donde no existe una necesidad de llegar a conclusiones ni cubrir objetivos. Se trata de pasar un rato agradable en torno a un autor, cuadro, libro...
Sin embargo, podemos encontrarnos con una tipología de charla, tal vez la más extendida, que se caracteriza por su pretenciosidad. Los charlatanes pretenden cambiar ideas, en teoría arraigadas con fuerza en el oyente, con la única herramienta de la palabra. 
Estos magos del vocablo suelen formar parte de un circuito, que vive de las subvenciones, cuyo único objetivo es expandir la idea que han vendido como buena a algún paniaguado político, que debe buscar clientes que le deban favores para intentar asegurar su próxima reeleción, cuando no para conseguir su planificado ascenso.
Existen ciertos temas, en los que el dinero procedente de Europa ( en realidad procede de nuestros impuestos, no olvidemos que España es contribuyente neto de la UE) se destina (despilfarra) a realizar campañas de sensibilización que, en general, sólo sirven para crear un lenguaje cargado de eufemismos, en el que los propios charlatanes son faros de luz y vigilantes de la ortodoxia. 
No puedo evitar sentir rabia y frustración cuando estos charlatanes a sueldo de nuestros impuestos largan una charla, siempre la misma, importando poco el auditorio, comprueban que sus premisas iniciales chocan con la realidad. Aún así, ellos siguen con sus planteamientos y su mismo discurso frente a un conjunto de escuchantes atrapados por el horario escolar, la necesidad de acudir a la charla o la vergüenza que genera levantarse e irse. 
No existe la necesidad de adaptarse al receptor porque todo se reduce a rellenar un informe que jutifique que el discurso se ha largado en un lugar determinado a un colectivo determinado. 
Recuerdo como un docente se quejaba de unos charlatanes que habían vuelto al centro, a su clase, días después de su charla inicial para hacer un juego, un bingo algo que no había interesado lo más mínimo a los alumnos destinatarios de tales conocimientos. Por supuesto, los fulanos vivían de las subvenciones, de su dinero y el mío, querido lector.
La idea de cambiar mentalidades, esquemas de funcionamiento, por lo general implícitos, parece presidir todo este bombardeo deslabazado de charlatanes varios. Resulta curioso que ni tan siquiera se molesten en detectar de manera previa las condiciones iniciales de los destinatarios de sus mensajes. Charla sobre... y no importa que los niños, adultos, etc... tengan o no esa necesidad. 
Recuerdo una charla sobre seguridad laboral a la que asistí, en la que me decían que coger un paquete de folios puede ser un riesgo, mientras en la planta baja del lugar donde estaban impartiendo la charla los obreros trabajaban con radiales, que dejaban en el suelo enchufadas. Ni una puta referencia al asunto. Venían con su charla. 
Como vienen con su charla de la igualdad a los centros y cuando ven que muchos padres si se reparten las tareas siguen con su discurso de la desigualdad en el hogar o en los colegios (donde en Educación Infantil los niños juegan en los rincones con cocinitas o con coches, en función de sus gustos y de sus apetencias ese día), pero siguen hablando de desigualdad entre niños y niñas en el sistema educativo. 
Resulta obvio que este reparto de dinero, por lo general entre gente de la cuerda, se produce, como se producía en los cursos de formación, porque no existe control real de lo que se hace y, sobre todo, sobre los resultados finales. Ni tan siquiera existe un control inicial, porque de otro modo se sabría que para cambiar mentalidades debe existir el conflicto cognitivo, y las charlas no sirven para que eso ocurra. Lo que se logra, a lo sumo es el adoctrinamiento, no cambiando los patrones de comportamiento de la gente, aunque, de puertas para afuera se aparente hacerlo. Para que nos entendamos, es como ese tipo que dice seguir una religión y, en secreto, obra de una manera que contradice todo lo que defiende en público.
Cada día estoy más convencido de que existe dinero para hacer muchas cosas, muchas más de las que creemos y para beneficiar a mucha gente, pero existen muchos charlatanes que necesitan vivir, restando recursos a quien lo necesita de verdad. Pero, tal vez, esa idea sólo sea parte del discurso de este humilde bloguero y charlatán. 
Un saludo.

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