El cuerpo ensangrentado, tirado en el suelo casi de cualquier manera, era el objetivo de los sanitarios que habían acudido con urgencia tras el incidente. La mujer que realizaba la maniobra de reanimación desistió en su empeño y negó con la cabeza.
Ese mismo hombre inerte abrió la noche anterior la aplicación del banco donde tenía depositado su dinero y encontró que algo más de dos euros habían emigrado de su cuenta a la del banco, en concepto de comisiones. Jamás había prestado especial atención a ese tipo de cuestiones, pero casi un año desempleado había hecho cambiar muchas cosas en su vida. Incluido ese tipo de cobros que el consideraba abusivos.
Comentó con su mujer, esa misma noche, que al día siguiente acudiría a una sucursal para subsanar este "pequeño atropello". Su mujer le restó importancia al asunto y le invitó a desistir de ello. Pero él, por convicción, necesidad de llenar su tiempo o hartazgo, persistió en su idea.
La mañana siguiente dejó bien claro que la primavera ya había llegado, tras un invierno frío, áspero y persistente, como pocos en los últimos años. La luz, el primer calor primaveral le animaron a salir a la calle y, también, a cuestionarse si perder el tiempo haciendo cola para reclamar tan escasa cantidad de dinero, pero algo, la aseveración hecha a su mujer, el orgullo o el odio que había incubado a los poderosos durante estos últimos meses inactivo, le empujaron a dirigirse a la oficina bancaria.
Esperó su turno con paciencia, no tenía otra cosa mejor que hacer, y, llegado su turno se dirigió al hombre que le atendía al otro lado del mostrador, para explicar aquello que consideraba un error.
Tras introducir el DNI, que previamente había solicitado a su cliente, en el programa del banco, abrir diversas ventanas en la pantalla del ordenador y tomarse un tiempo para ojear los datos con clama, el empleado aseguró que el cobro se ajustaba a lo estipulado en el contrato firmado.
Por un momento se sintió desconcertado ante la respuesta, pero fue sólo un instante. Había acudido allí para que le devolviesen aquel dinero y no cejaría hasta conseguirlo; lo que conllevó una escalada en el tono de voz que usaba para dirigirse al hombre que representaba al banco. Las palabras acabaron convirtiéndose en gritos, lo que atrajo la atención de un guardia de seguridad, que se dirigió hacia aquel hombre vociferante.
El empleado de seguridad en un primer momento habló con él de manera tranquila, pero, casi de inmediato, igualó, si no superó, la potencia de voz del enfadado cliente. Ello condujo a una situación cada vez más enconada, que degeneró en empujones entre ambos. De manera curiosa en ese forcejeo parecía llevar le mejor parte el tipo que no tenía la seguridad como profesión.
Mientras tanto, algún otro cliente abogaba porque ambos finalizasen aquella absurda pelea. El director de la sucursal había marcado el 091 para pedir la presencia de la Policía. Pero nada parecía interferir en la escena que uno y otro estaban representando. Al menos hasta que el que iba ganando aquel extraño combate dejó de forcejear, se excusó por su comportamiento y se dispuso a salir del banco. Parecía haber recobrado la razón, que el vigilante de seguridad tardaría en recobrar aún tiempo. Un tiempo que iba desde que sacó su porra de goma, golpeó por la espalda a su antiguo contrincante, mientras éste intentaba ganar la puerta, y asistió, con espanto, a como la cabeza de su cuerpo inerte por el golpe recibido, golpeaba contra el suelo, regándolo de sangre.
Mientras esto ocurría, unas cuantas calles más allá, un cartero, ignorante de todo lo que acababa de ocurrir, introducía en el buzón del hombre recién fallecido una carta del mismo banco donde yacía yerto. Dicha carta, abierta días después por la mujer del fallecido. ofertaba a éste la eliminación del cobro de comisiones, a cambio de contratar un seguro de vida, para él y para su familia, con una aseguradora propiedad de la entidad bancaria.
Comentó con su mujer, esa misma noche, que al día siguiente acudiría a una sucursal para subsanar este "pequeño atropello". Su mujer le restó importancia al asunto y le invitó a desistir de ello. Pero él, por convicción, necesidad de llenar su tiempo o hartazgo, persistió en su idea.
La mañana siguiente dejó bien claro que la primavera ya había llegado, tras un invierno frío, áspero y persistente, como pocos en los últimos años. La luz, el primer calor primaveral le animaron a salir a la calle y, también, a cuestionarse si perder el tiempo haciendo cola para reclamar tan escasa cantidad de dinero, pero algo, la aseveración hecha a su mujer, el orgullo o el odio que había incubado a los poderosos durante estos últimos meses inactivo, le empujaron a dirigirse a la oficina bancaria.
Esperó su turno con paciencia, no tenía otra cosa mejor que hacer, y, llegado su turno se dirigió al hombre que le atendía al otro lado del mostrador, para explicar aquello que consideraba un error.
Tras introducir el DNI, que previamente había solicitado a su cliente, en el programa del banco, abrir diversas ventanas en la pantalla del ordenador y tomarse un tiempo para ojear los datos con clama, el empleado aseguró que el cobro se ajustaba a lo estipulado en el contrato firmado.
Por un momento se sintió desconcertado ante la respuesta, pero fue sólo un instante. Había acudido allí para que le devolviesen aquel dinero y no cejaría hasta conseguirlo; lo que conllevó una escalada en el tono de voz que usaba para dirigirse al hombre que representaba al banco. Las palabras acabaron convirtiéndose en gritos, lo que atrajo la atención de un guardia de seguridad, que se dirigió hacia aquel hombre vociferante.
El empleado de seguridad en un primer momento habló con él de manera tranquila, pero, casi de inmediato, igualó, si no superó, la potencia de voz del enfadado cliente. Ello condujo a una situación cada vez más enconada, que degeneró en empujones entre ambos. De manera curiosa en ese forcejeo parecía llevar le mejor parte el tipo que no tenía la seguridad como profesión.
Mientras tanto, algún otro cliente abogaba porque ambos finalizasen aquella absurda pelea. El director de la sucursal había marcado el 091 para pedir la presencia de la Policía. Pero nada parecía interferir en la escena que uno y otro estaban representando. Al menos hasta que el que iba ganando aquel extraño combate dejó de forcejear, se excusó por su comportamiento y se dispuso a salir del banco. Parecía haber recobrado la razón, que el vigilante de seguridad tardaría en recobrar aún tiempo. Un tiempo que iba desde que sacó su porra de goma, golpeó por la espalda a su antiguo contrincante, mientras éste intentaba ganar la puerta, y asistió, con espanto, a como la cabeza de su cuerpo inerte por el golpe recibido, golpeaba contra el suelo, regándolo de sangre.
Mientras esto ocurría, unas cuantas calles más allá, un cartero, ignorante de todo lo que acababa de ocurrir, introducía en el buzón del hombre recién fallecido una carta del mismo banco donde yacía yerto. Dicha carta, abierta días después por la mujer del fallecido. ofertaba a éste la eliminación del cobro de comisiones, a cambio de contratar un seguro de vida, para él y para su familia, con una aseguradora propiedad de la entidad bancaria.
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