viernes, 7 de mayo de 2021

TRAMPANTOJO

 Era la decimosegunda pregunta del concurso. La que marcaba la diferencia entre los que aspiraban a llevarse a casa un dinero respetable y los que, por sus cualidades, aspiraban a engrosar su cuenta corriente, tras impuestos, con una cantidad de seis cifras. Y allí se encontraba ella, tranquila, sin ninguna duda sobre la respuesta que correspondía a la pregunta que el presentador acababa de formular. Sin embargo, el protocolo no escrito, que obligaba al conductor del programa a alargar el tiempo entre la cuestión planteada y la solución del participante en el programa televisivo, impedía que ella dijese aquella palabra que la impulsaría a la antepenúltima prueba, antes de alcanzar la redonda cifra final: 1.000.000 euros, antes de impuestos.

- Elena, ¿sabes la respuesta? - inquirió el fornido hombre, que se encargaba de poner cara y ritmo al programa.

- Creo que sí. Casi seguro que sí - respondió ella.

- ¿Estás segura? - cuestionó el presentador.

Y en ese tira y afloja, que, a medida que avanzaban las pruebas, era un poco más largo; bien para transmitir una mayor emoción a los espectadores, bien para alargar el programa, bien para ambas cosas, ella desconectó del verbo fluido que, el sujeto que se encontraba frente a ella, dirigía esta vez al público y pensó en lo ocurrido hace más de diez años. Recordó como se enteró de que aquel que ella consideraba el hombre de su vida le engañaba con una de sus amigas. Rememoró los rostros de ambos cuando les sorprendió en su cama y las absurdas excusas que Antonio, su pareja en ese momento, acertó a articular. Tampoco pudo evitar volver a dar forma al dolor que sucedió a ese doloroso descubrimiento. Unos primeros días de aturdimiento a los que siguieron meses de dolor íntimo, entrelazados con una sensación de traición. De una traición llevada a cabo por la persona por la que había apostado para construir su proyecto vital. De una traición que la dejaba vacía de convicciones y de afecto hacia nada y hacia nadie.

- ¿Entonces, no deseas variar tu respuesta? - dijo el presentador dirigiéndose a ella, lo que la sacó de aquella remembraza.

- No, mi respuesta sigue siendo la misma...

Tras unos segundos, que al espectador le podían parecer interminables, el conductor del programa dijo la palabra mágica: ¡Correcto!, y se sumaron varias decenas de miles de euros a la cantidad ya ganada por Elena. 

Un poco más de charla insustancial, dirigida hábilmente por el afamado actor que conducía el concurso y, de nuevo, una complicada pregunta que ella debía contestar de manera correcta, para poder seguir participando en aquel programa. Sin embargo, a pesar de lo que pudiese parecer, ella rebosaba tranquilidad. Parecía que las cuestiones planteadas no supusiesen un reto para el intelecto y los nervios de aquella atractiva mujer, que frisaba los cuarenta años. No dudó ni un segundo en lo que debía replicar a aquella enrevesada cuestión que le había lanzado el fornido cincuentón que se situaba frente a ella. 

De nuevo se repitió el mismo proceso de alargar el tiempo entre la respuesta de la concursante y la validación de esta por parte del conductor del programa, y, de nuevo, ella se sumergió en su vida pretérita, aunque esta vez pensó en Andrés, ese amor imposible, al que conoció meses después de romper con Antonio. Andrés era un compañero de trabajo, casado y con dos hijos, del que ella creía estar perdidamente enamorada. Ella tardó en darse cuenta de que cuando no se encontraba junto a él tampoco le echaba de menos. También en darse cuenta que él no constituía más que un remedo de lo que había ver en Antonio. En realidad, había idealizado a su compañero, esperando de esa manera conseguir un antídoto para la soledad que sentía. Esa soledad que no creía sentir junto a su expareja, hasta que descubrió que todo lo que ella creía tener solo era un artificio. Se dio cuenta de que el flirteo en la oficina se había convertido para ella en una falsa pasión, en un trampantojo, con el que intentar esquivar su realidad. Y fue a partir de ese momento donde aprendió a negociar y a convivir con ese sentimiento de soledad, que acabó constituyendo un compañero tan fiel y predecible como su trabajo. Y fue a partir de ese instante donde se dio cuenta de que idealizar a alguien para llenar oquedades afectivas solo podía definirse como una forma de engañarse. También fue ese instante donde comprendió que resultaba más fácil para ella renunciar a encontrar alguien a quién amar, que vivir con la incertidumbre del miedo al engaño. al fracaso.

- Elena, ¿no deseas cambiar tu respuesta? Nos jugamos mucho dinero - dijo el presentador, dirigiéndose a la concursante, que pareció retornar de un mundo lejano. 

- Creo, estoy segura casi al cien por cien, de que ese es el título de la novela - repuso ella con una serenidad difícil de ver en este tipo de situaciones.

Se repitió, una vez más, el ritual en el que el hombre utiliza argumentos que intentan llevar al espectador, y también al concursante, al terreno de la duda, alargando el veredicto sobre la idoneidad. o no, de lo aportado por la participante en el programa. 

Tras un par de minutos interminables, de nuevo aparece la palabra deseada: ¡Correcto! y todo parece cobrar otro cariz. La tensión se desvanece, la alegría parece aflorar en el plató de televisión y el actor que da vida al programa parece preocuparse más por el estado de Elena y por su vida personal.

- ¿Nerviosa? No lo pareces.

- Un poco - aclaró ella.

- Creo que no estás casada ni tienes hijos. ¿Perteneces a esa nueva generación de mujeres emprendedoras, que tanto están haciendo por cambiar la imagen de la mujer? - cuestionó él.

- Sí, mi trabajo es algo muy importante para mí - expresó la aludida, sin profundizar mucho más.

- ¿Estás preparada para la penúltima pregunta? 

- Sí, claro. He venido a concursar.

Tras lo que el presentador leyó una nueva cuestión que Elena debía resolver. Ella no dudó y emitió una contestación que, por la seguridad que emanaba, no dejaba lugar a dudas sobre la idoneidad de la misma para solucionar lo planteado por el representante del programa unos segundo antes.

Como en ocasiones anteriores, el hombre se enzarzó en un monólogo, que parecía generar más tensión en los espectadores que en la concursante, que no parecía escuchar la parrafada del presentador. De hecho, había vuelto a su mundo interior y a rememorar otro pasaje de su vida. Un episodio que podía haber acabado muy mal para ella, pero que se solventó con el mínimo daño. Cuando ingresó en la empresa en la que trabajaba pasó a engrosar la plantilla selecta encargada de las inversiones del capital gestionado por dicha compañía. Al principio todo discurrió bien, muy bien; pero ese buen hacer devino en confianza y en la asunción de riesgos, en muchos casos innecesarios y desmesurados, que acabaron como era previsible: con perdidas significativas para los dueños del dinero invertido. Lo ocurrido hubiera acabado, o al menos detenido momentáneamente, la carrera profesional de cualquiera, pero el currículum de Elena pesó bastante a la hora de afrontar responsabilidades y todo se solucionó, al menos para ella, con cambio de sección en la sociedad: pasaría a encargarse del área de relaciones sociales. A nadie, ni tan siquiera a una importante compañía de inversión, le interesaba despedir al vástago de una de las familias que más poder ha acaparado durante los últimos siglos en el país. El desastre económico se remedó con contabilidad ficticia y con dinero oculto en paraísos fiscales.

- ¿Completamente segura de tu decisión? - fue la última frase que dirigió el tipo cincuentón a la mujer que tenía frente a él.

- No tengo duda alguna - respondió con determinación ella.

- Veamos si tiene o no tiene razón...

- ¡Correcto! - Gritó el conductor del programa, provocando el aplauso del público presente en el plató. - ¡Increíble la seguridad de Elena! Se nota que estás acostumbrada a tomar decisiones importantes en tu vida. Imagino que tu trabajo de ejecutiva conlleva tomar este tipo decisiones y  que habrás vivido situaciones tan estresantes como esta. ¿No te parece que ser mujer hace que abordes este tipo de retos con una perspectiva diferente y mejor que la de los hombres?

- Sí, creo que ser mujer ayuda a sortear este tipo de situaciones estresantes, aportando soluciones nuevas e imaginativas, que conducen a una respuesta más adecuada.

- A veces me gustaría tener esa perspectiva femenina para abordar ciertos hechos de mi vida - apostilló el presentador, antes de volver a centrar la atención sobre el concurso y sobre la que iba a ser la última pregunta del mismo. - Resta acertar esta pregunta para que te lleves a casa un millón de euros. ¿Estás preparada?

- Vamos a ello

Y el actor que conducía el programa procedió a leer la cuestión postrera.

Elena, tras unos segundo donde parecía dudar, dijo con mucha calma la contestación que consideraba apropiada. 

El presentador parecía no salir de su asombro ante la tranquilidad que emanaba la concursante en una circunstancia tan trascendente y así lo expresó ante las cámaras, elogiando el comportamiento de la participante. Sien embargo, y a pesar de los halagos, la mujer seguía impertérrita, parecía que lo que estaba sucediendo en ese momento no iba con ella. 

Tras unos largos e interminables segundos el hombre volvió a preguntar a la concursante si estaba segura de su respuesta, a lo que replicó con un escueto sí. 

Mientras el conductor de aquel concurso elogiaba a Elena, como representante de una nueva generación de mujeres emprendedoras, capaces y triunfadoras por su capacidad y esfuerzo, la aludida pensó que resultaba fácil estar segura de que esa era la respuesta correcta, pues media hora antes de comenzar a grabar el programa el director del mismo, junto con el hombre que en estos momentos está alabándola, le habían proporcionado un listado con lo que debía responder a cada pregunta para ganar, por primera vez en toda la historia del concurso, un millón de euros.

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