lunes, 9 de agosto de 2021

NO SÉ QUÉ ES LA EDUCACIÓN

 Leo y escucho a cierta gente hablar sobre la Educación y la importancia de la Educación para cambiar mil y una cosas de las personas y no puedo estar más en desacuerdo. 

Ya he escrito otras veces sobre ese falso mantra que defiende que la Educación puede cambiar a las personas de arriba a abajo (eso solo funciona en las películas) y no me voy a extender más sobre el asunto. Tampoco voy a explicar la diferencia entre adoctrinamiento, Educación y educación (posiblemente si esta gente lo supiese no diría semejantes majaderías) y sabrían a quién corresponde la Educación, a quienes la educación y que lo que ellos defienden es adoctrinamiento. 

Tal vez sí sea aconsejable recordar que aquellos que defienden que el sistema educativo puede cambiar a las personas por el mero hecho de ser partícipes del mismo son unos botarates. Baste pensar un par de cosas: si las dictaduras no han conseguido que todos comulguen con ellas, a pesar de controlar totalmente el sistema educativo, ni las leyes (que además de su carácter coercitivo, tienen un carácter punitivo) han sido capaces de abolir las conductas indeseables, las palabras poco pueden hacer en ciertos casos (es importante ser conscientes de que siempre habrá desvíos de la norma, guste más o menos esta idea; a lo único que podemos aspirar es a que de esta desviación participen el menor número posible de personas).

También resulta oportuno decir que la Educación universal nace para formar a personas, para darlas la oportunidad, sin distinción de procedencia social, de que puedan acceder a los mismos conocimientos y oportunidades. En otras palabras para proporcionar a las personas igualdad de oportunidades (al menos sobre el papel) y no para que se repita las necedades huecas que cada iluminado o colectivo que desconoce la función de le Educación, tenga a bien dictar en función de sus intereses o  de sus revelaciones absurdas.

Sin embargo, a pesar de los cuatro párrafos que ya me he marcado, no pretendo hablar de eso, porque he venido a hablar aquí de mí. De mi experiencia de dos décadas y pico como docente y, sobre todo, de lo que siento como enseñante.

Tal vez lo más adecuado sea decir que desconozco si soy un buen o un mal docente. No debo ser yo quien juzgue mi labor, pues, obviamente, no sería objetivo. Intuyo que tendré mis cosas y mis momentos mejores y peores, como todo ser humano. Esa valoración de mi ejercicio de la docencia se la dejo a mis alumnos y exalumnos, a sus padres y a mis compañeros (que aún tienen que disfrutar de unos días más de sus más que merecidas vacaciones).

Lo que si que tengo claro es en que consiste mi trabajo como maestro de Pedagogía Terapéutica: en una labor de pico y pala para intentar sacar de los alumnos lo mejor que ellos tienen (yo no puedo conseguir nada que ellos, con o sin mi ayuda, no sean capaces de hacer). Y en este sentido, creo que no soy muy distinto del resto de mis compañeros. La constancia resulta crucial a la hora de que los alumnos aprendan, con la excepción de unos pocos alumnos brillantísimos que no nos necesitan apenas. 

En el fondo, todo consiste en intentar que los pequeños adquieran unos aprendizajes, cada vez más complejos, que, en muchos casos, necesitan de otros aprendizajes previos para ir construyendo el edificio. Y esta labor solo se consigue insistiendo, presentando los contenidos trabajados de diferentes maneras y no cayendo en la frustración cuando parece que nada de lo trabajado con anterioridad ha quedado en la memoria del alumno. 

Por cierto, la memoria es fundamental. De hecho, la memoria, como la atención, las habilidades motrices, el lenguaje... van evolucionado en el alumno debido a su desarrollo y a lo que se trabaja en clase. Para los pedagogos progres y demás seguidores de esta teoría estúpida, como el ministro de Universidades, que dice que la memoria no sirve para nada, baste decirles que hasta para comprender un pequeño texto se necesita la memoria y que el problema no está en la memoria o en el esfuerzo, el verdadero problema de la Educación reside en generalizar los aprendizajes (eso que ahora se llama competencias). En otras palabras, el verdadero aprendizaje se produce cuando lo aprendido, siempre que sea posible, se lleve a la práctica.

Por ejemplo, si un niño aprende de memoria las tablas de multiplicar (suele ser el primer gran reto para la memoria de cualquier estudiante en su vida escolar) no está haciendo nada mal, porque es como se aprende. Pero el proceso no estará completo hasta que el niño sepa que para comprar cuatro cosas que valen 5 euros debe multiplicar 4 x 5 para saber cuanto dinero se va a gastar.

Volviendo a como veo yo mi labor como docente, me gustaría decir que, en ocasiones, me cuestiono qué estoy haciendo y para qué. No sé si estoy preparando a los niños o adolescentes con los que trabajo para abordar mejor la vida. No lo sé. Me lo he preguntado en muchas ocasiones y reconozco que no tengo una respuesta clara. Tal vez el único feedback que tengo es cuando me encuentro a algunos de ellos, años después de que me hayan perdido de vista, y me saludan; me hablan con familiaridad y me cuentan cosas de sus vidas. 

A lo mejor, y solo a lo mejor, la Educación es, en parte, eso, que unas personas con las que un determinado momento de su vida has tenido una relación asimétrica (un docente no es un amigo) te busquen, te saluden y te cuenten como les va la vida. Puede ser que, además de enseñar la multiplicación, la división o a leer, esto de educar tenga mucho que ver con hacer ver que los de uno y otro lado de la mesa del profesor somos personas, con nuestros defectos y nuestra virtudes. Personas que hemos compartido mucho tiempo de nuestra vida, como docentes o como alumnos, en un aula y que en un momento de ésta, cuando ya no exista esa relación asimétrica, no dejamos de ser personas que tenemos una afinidad porque los unos hemos ayudado, o lo hemos intentado, a los otros a crecer. Y tal vez, una conversación entre maestro y discente, años después de haberse separado sus destinos, en la que se hable poco de como fue esa época en común y sí de cómo le ha ido la vida al más joven de los dos y de los proyectos de éste o que te presente orgulloso a su retoño,  sea un buen indicador de que las cosas no se han hecho mal del todo y ellos tengan la impresión de que intentaste hacer por ellos, aunque puede hubiese formas de hacerlo mejor.

Un saludo.

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