sábado, 23 de agosto de 2025

CUADERNO DE VIAJES (SENEGAL)

 Viajar supone traspasar la zona de confort, en mayor o menor medida. Cuanto más nos alejemos de nuestros patrones diarios y más desconocida resulte la compañía mayor nivel de incertidumbre existirá en este acto voluntario de curiosidad y exploración.

Desde hace tiempo considero que existen demasiados países semejantes, con personas semejantes y con costumbre semejantes, que confluyen en un centro comercial similar a otro ubicado a 2.000 kms o en una franquicia de comida o bebida, de nombre inglés. Esto mismo lo sentí, en cierta forma, cuando volví a Marruecos veinte años después, y formé parte del tráfico alocado o visité, por desgracia, un centro comercial en Casablanca. 

Tal vez por ello, y por la épica de la aventura que suponían las primeras ediciones del Dakar, qEue acababan en ese mítico Lago Rosa, tenía entre ceja y ceja, desde hacía algunos años, visitar Senegal. Una parte del globo lo suficientemente lejana, y pobre, que me permitiría ver, y sentir, algo distinto a las aglomeraciones informes que caminan en pos de un selfie en el monumento o lugar natural de turno. Y en uno de esos raptos de improvisación, cuyos resultados pueden considerarse óptimos, me apunté a un viaje al país africano, con tiempo insuficiente como para que la vacuna de la fiebre amarilla alcanzase su nivel de eficacia óptimo.

Resulta extraño que alguien como yo, cada vez más asocial, se embarque en una aventura en la que la primera premisa siempre es conocer gente nueva. Aprendí mucho, y añoré mucho, a mi hijo cuando cogemos las olas, crear y no contemplar, la importancia de la Historia... Nada que no se deba a mi lugar en el mundo.


La verdad que ya en el avión sufrí un baño de realidad: una docena de personas blancas y una gran mayoría de personas africanas. Íbamos a su tierra, los extranjeros allí éramos nosotros. Extranjeros con alto poder adquisitivo para ellos, pero foráneos al fin al cabo.

Intuyo que siempre viajamos con nuestra brújula y cuando llegamos en la estación húmeda desde un país que está atravesando una ola de calor, que acabó devorando parte del mismo, sentimos la curiosidad sobre la frecuencia y la cantidad de esas lluvias, tan necesarias como inexistentes, pocos días después en España.

Existe siempre una barrera entre el turista que, ante lo desconocido, se parapeta en un buen hotel, lejano a la realidad de las gentes y los lugares que, por qué no decirlo, nos asustan un poco, por no saber lo que puede ocurrir. Esa distancia se puede romper de alguna manera, siempre de manera controlada, hablando sobre la realidad del país y del contintente con los guías, que nos transmiten su visión particular y, en ocasiones, enriquecedora. Es absurdo ir a un lugar lejano y volver sin saber que la poligamia resulta harto frecuente en el país o que la religión musulmana, mayoritaria, convive en paz con el catolicismo y que los practicantes de ambas creencias conservan un transfondo de creencias animistas en su interpretación del mundo. 

Resultaría igualmente imperdonable desconocer que las mafias que trasladan hasta España a los que puedan pagarlo (entre 700 y 1000 euros) también realizan sus campañas de publicidad para captar usuarios de sus servicios, que a veces sólo consiste en darles una vuelta uno o dos días, para volver al punto de origen o a algún lugar cercano, previo pago íntegro del pasaje. Ni tan siquiera la Guardia Civil, que allí se encontraba para formar a la Policía de Senegal e intentar parar este tráfico humano, conseguirá nada. Demasiada pobreza. Demasiado dinero llega de los inmigrantes que lo han conseguido y que mandan una cantidad, ridícula en España, exorbitante allí, a costa de compartir casa con muchas personas, de jornadas de trabajo durísimas en invernaderos. La gente sólo ve el "´éxito". Prefiere olvidarse de los ahogados, muchos, de los estafados por las mafias, de las penurias, que muchos no conocen en Senegal, eso es cierto, de los que llegan a España, para poderse permitir enviar ese dinero. Sólo ven al blanco, a mí, que se hospeda en un resort, y que vive a cuerpo de rey. Eso lo ven todos los lugareños que trabajan allí, los más afortunados del entorno, pues tienen un buen trabajo, con días de descanso y un salario digno, para lo que se estila en Senegal. El blanco que va, que vuelve, que puede dejar generosas propinas, que gasta mucho dinero en la tienda del hotel. El modelo a seguir. No para todos, porque existen personas que quieren construir una patria nueva, en la que las riquezas sirvan para mejorar la calidad de vida de las personas que han nacido en su país. 



Las excursiones  constituyen un acercamiento, siempre incompleto, a la realidad. Resulta curioso ver los católicos en su iglesia el domingo con sus vestimentas de fiesta, de colores vivos y alegres, para acudir a la misa más importante de la semana. El mismo rito que aquí con la idisioncrasia del lugar, con la iconografía senegalesa e, incluso, con los cepillos para pedir construidos con la madera local y la forma típica de allí. 

Como en Egipto, los ríos con vertidos de todo tipo, pero sobre todo de plástico: botellas, bolsas... Cada vez que veo algo así pienso en lo que aquí nos venden sobre el reciclaje y el complejo de culpa que intentan infundirnos. Los animales, como aquí hace bastantes décadas, junto a las casas, en condiciones de salubridad muy mejorables. Y la lluvia intermitente,  todo lo contrario que los vendedores, que resultan perennes, parte consustancial del ecosistema. 

Casas de una planta, pequeñas, muy pequeñas, con tejado plano, construidos con bloque de hormigón, sin seguir ninguna pauta de urbanismo. Hogares separados de manera arbitraria, no siempre se apoyan en otros, y calles en las que el asfalto sólo  existe en las películas que ven a través de las antenas parabólicas que se observan, con bastante frecuencia coronando los hogares, los ojos hacia Occidente, junto con los móviles. Antenas parabólicas, las mismas que en Marruecos hace 25 años, las mismas que en el sur de Egipto. El mundo, la distracción, la uniformidad.



Y también la misma población predominamente joven. La natalidad unida a una mejor Sanidad, muy  lejana a la nuestra, pero mejor que hace cinco décadas, conforma un crecimento de África, una fuerza informe y vital, dispuesta a lo que fuere para intentar lo que desea. Pero también una fuerza joven, en algunos casos, conscientes de sus necesidades como colectivo, panafricanos, que admiran a los militares del Sahel que han tomado el poder, expulsado a los soldados franceses y yanquis y han nacionalizado sus riquezas. Oficiales que en su lucha contra Boko Haram  iban destrozado a la bestia islámica y que contemplaron con estupor como sus gobiernos les detuvieron en su empuje militar, para perpetuar una guerra, la compra de armas. Ante esa coyuntura no dudaron en derrocar a sus corruptos y proocidentales gobiernos y volver a intentar que las riquezas de sus países se usen en beneficio de sus propios habitantes. 

Las guerras, los vendedores de armas, la miseria no sólo es patrimonio de África. La misma mentira nos venden aquí con el rearme contra Rusia. En todos los lugares las élites utilizan la misma excusa para beneficiar a unos pocos. 

Los gobiernos occidentales, léase Macron y EEUU en este caso, las élites extractivas del país y los viejos cultos, como el de los niños bardos, que eran "enterrados" dentro de los baobabs, pues no habían cultivado la tierra y no tenían derecho a  ser enterrados en ella. Con esta creencia se acabó en 1970, diez años después de su independencia de Francia, con muchas críticas de parte de los senegaleses que atribuyeron una sequía que ocurrió pocos años después a haber acabado con esta costumbre.

Los baobabs, monstruos colosales algunos de un tamano excepcional. Los baobabs de El Principito, que perdieron todo su magia para mí, o tal vez cobró otra forma de misticismo, cuando estuve dentro de uno de 900 años, el más antiguo del país. En ese hueco inmenso, cuya acceso se hacía por un pequeño hueco a casi un metro y medio de altura, en su momento hubo cadáveres de niños bardos. Dentro de sí acogía la muerte de los que no tuvieron tiempo de vivir, la vida de los extraños que nos adentramos desde el presente. Fuera de él existía la veneración animista de los senegaleses y la utilidad de su fruto, el pan de mono, en forma de infusión, como tratamiento de la gastroenteritis. 




Gorée, la Isla de los esclavos, una más de las esclaverías que comenzaban en Senegal y recorrían el Golfo de Guinea. Portugueses, holandeses, ingleses y franceses compitiendo por hacerse con el monopolio de la venta de esclavos en América. Esclavos cuya captura y primera venta hacían otras tribus negras (los europeos no se aventuraron a colonizar África hasta fines del XIX). Desde el siglo XVI al XIX entre quince y veinte millones de personas negras fueron vendidas como esclavos- Una parte de ellos, como ocurre ahora con las pateras que salen de Senegal, morían en el viaje. La pimera vez que se declara la peste en África fue en una esclavería por las condiciones de hacinamiento e insalubridad.

Europa, esquilmando África de todas las maneras posibles desde el siglo XVI hasta ahora mismo. Europa no representa ningún tipo de ejemplo para nadie. Ni antes ni ahora. 

Gorée, la Isla de los Esclavos, y de los vendedores. Camisetas de Senegal, pulseras, imanes, objetos  de arte, telas, ropa típica... Regateo hasta la estenuación si se desea.



No impresiona tanto ver animales salvajes en libertad, tal vez los zoológicos y los medios han restado, por lo menos a mí, una parte de sorpresa al ver cerca de ti jirafas, monos, rinocerontes, impalas... Tal vez lo más impresionante resultó lo que no se encontraba en libertad: los cocodrilos, con su quietud inquietante, o las hienas, que, desde mi punto de vista, desprendían un aura de acecho, de oportunismo. 

Bañarse en un manglar, sin cocodrilos ni nada por el estilo, resulta una experiencia divertida, agua de mar en intricado callejero formado por la vegetación. Aves marinas, en esta época más escasas, y el conductor de una de las barcas que nos llevo pescando con sedal y pan varios peces en muy poco tiempo. Aguas ubérrimas, como todo el país,  pesar de seguir cultivando el mijo (el cereal del país) con una mula y un arado en muchos lugares. 

La estación húmedad se hizo realidad una noche. Una tormenta de tres o cuatro horas, en la que la cantidad de agua y de rayos parecían competir para llegar a una cantidad infinita, nos mostró la cara más real de esa época. Por el día, desde el autobús, pudimos contemplar como todas las calles de los pueblos y ciudades que hasta el día anterior eran tierra, habían mudado su orografía, convirtíendose en buena parte en grandísismos charcos, donde los mosquitos podían obtener un hábitat muy confortable. Los mismos mosquitos que transmiten la fiebre amarilla y otras enfermedades como el paludismo.

Esa noche, ya en el hotel, pudimos ver y sufrir como una grandísima  cantidad de un tipo de termitas se hicieron dueñas del hotel durante un buen período de tiempo. La lluvia de la noche anterior había provocado que se moviesen corrientes de aire y movido con ellas a los insectos. Al menos eso nos contó una guía española. La invasión acabó como llegó, casi de improviso, con un montón de insectos en el suelo muertos. Algo impesable en la tan ordenada Europa.

Un hotel nuevo en un país lleno de deshechos de Europa: coches, neumáticos, ropa, medicamentos que llevé para mi y dejé antes de volver. Tal vez en ese aspecto sí que reciclen todo lo que nosotros no queremos usar ya. La basura de unos es la felicidad de otros, por desgracia. 

Dakar. Tal vez no lo vimos con detenimiento, de hecho no vimos el Lago Rosa, porque, según nos contaron, el uso no adecuado de sus recursos, unido a la temporada del año, parece que afectan a esta cualidad del lago. Un motivo para volver algún día, si sigue ahí. Obviando en esa próxima el monumento al Renacimiento Africano, cuyo mayor interés es la vista completa que desde arriba, después de subir 198 escalones, se obtiene de la península en la que está ubicada la ciudad de Dakar.



Como nos dijó uno de los guías:"Africa tiene su ritmo. Si no se hace hoy, ya se hará mañana"; pero, además, tiene el encanto de lo que queda lejos de nuestro día a día; de nuestra concepción del mundo: de nuestro monótono y, hasta el momento previsible, siglo XXI europeo.















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