Yo soy un urbanita, que lleva mucho tiempo viviendo en un pueblo. En un pueblo normal, con sus casas bajas, sus perros, sus ovejas y sus comadres que te preguntan quién ha fallecido cuando tocan a muerto. Como aún no conozco a todo el personal, y muchos menos sus motes: Los Tejares, los Chuminillos, los Follacabras (creo que estos provienen de familia de pastores, pero no estoy muy seguro)..., me limito a responder que el muerto no soy yo y que poco más puedo contar. Las mujeres me suelen mirar de manera un poco rara tras la respuesta. Aún no sé si porque piensan que soy gilipollas o porque están cerciorándose de que el muerto no soy yo. A saber.
Por cierto, anécdota real. La panadería del pueblo, como otras tiendas, es un lugar donde hablar de lo divino y lo humano. En una ocasión, que esperaba mi turno para comprar el pan, dos ancianas hablaban sobre el nuevo cura y el comentario unámime de ambas es que "daba los entierros muy bien". Uno se imagina como, tras la misa y el pésame, las viejas del lugar alzan carteles con una puntuación del 1 al 10 valorando la actuación del sacerdote tras el ejercicio de sus funciones funerarias. "Pues yo le doy un siete porque la misa ha sido muy larga"; "Pues yo un 9 porque se ha dirigido muy bien a la familia y ha dado muy la mano cuando lo de la paz"...
De manera paulatina me he acostumbrado a lo que significa vivir en una población sin grandes avenidas, carente de centros comerciales o de lugares donde vender oro al mejor precio. Realmente, para adaptarme he sufrido un proceso que comenzó cuando descubrí que los huevos no nacen en las trastiendas de los supermercados y provienen de unos animales, casi mitológicos en la gran ciudad, que responden al nombre de gallina. Un auténtico trauma iniciático, que me abrió un universo nuevo y fascinante: las gallináceas.
El mundo de la gallina y su macho, el gallo, resulta alucinante para el neófito rural. Cuando los foráneos vienen al pueblo donde vivo, a disfrutar del "turismo rural", suelen sorprenderse de que el gallo cante a las cinco o a las seis de la mañana. De hecho, algunos creen que se trata de una atracción más, sufragada por el ayuntamiento de la localidad, para dar más veracidad a la experiencia rural que están viviendo. Pues no. El ayuntamiento del pueblo solo financia el acto de tirar la cabra desde el campanario, los encierros de toros de 876 kilos, en los que siempre pillan a un turista que andaba escaso de reflejos porque no había dormido bien a causa del gallo que le había despertado a las cinco menos diez de la mañana y, por último, una actividad de alto riesgo denominada: Migas gratis para todos. En dicho acto los ancianos recobran una lozanía olvidada y son capaces de apartar a su paso, bien de un certero empujón, bien de un puñetazo, al más musculado joven de la localidad y todo por poder repetir un segundo o tercer plato de migas.
El gallo canta muy pronto porque lo hicieron así de hijo de puta. No hay más explicación. De hecho, existe una expresión en español que se refiere a la hora en que se duermen las gallinas, que indica que dicho animal inicia su descanso nocturno muy pronto. ¿Y por qué hacen esto? Porque el hijo de puta del gallo las despierta tempranísimo. Existen estudios recientes de afamados biólogos que defienden que las gallinas ponen huevos a diario para manifestar que están hasta los mismísimo de tener que madrugar día sí, dia también por culpa del puto gallo.
A muchos turistas les surge una duda existencial cuando descubren los árboles frutales: ¿Ese fruto con forma de higo se come? Respuesta: Nooo, están puestos ahí por la Diputación Provincial, para justificar su existencia y las dietas de sus políticos. Los higos, las naranjas, las cerezas... crecen en fincas secretas donde trabajan los adolescentes de los pueblos que han sido castigados por no querer estudiar. Es cierto, se sigue practicando el trabajo infantil, pero, por suerte, nadie en los pueblos se va de la lengua y el negocio viene bien a todos. Seguro que todos habéis oido hablar de las dificultades de los maestros rurales (los que dan clase a los niños de 3 a 12 años), pero ninguno habréis escuchado que los pofresores rurales (los que trabajan con adolescentes a partir de 12 años) tienen dificultades en sus aulas. Ya sabéis el porqué.
En realidad todo lo anterior es una broma podéis comer fruta de los árboles o moras de las zarzas en verano. Eso sí, no estaría de más saber dónde está el centro de salud más cercano o en qué pueblo está situada la farmacia de guardia ese día. Aunque, si no estáis seguros, siempre podréis dar a pobrar esa fruta a ChatGPT, que os podrá asesorar sobre su idoneidad.
Existe todo en mundo en el turismo rural: la compra de productos típicos del o de los pueblos. El típico pan de pueblo y sus dulces caseros, muchos de ellos más secos que el ojo de un tuerto, pero que todo el mundo comerá en el trabajo con gusto y fruición, porque "los he comprado en la panadería del pueblo, que era un local pequeño y con el horno al fondo". Con ese discurso te puedes comer un dulce hecho de piñones y más seco que el Sahara o un pan un poco duro, pero que tras tres días no puede usarse aún como arma por parte de los antidisturbios, porque "Este es el pan de toda la vida. El que comían nuestros abuelos y nuestros padres. Esto es sano. Así estaban ellos". Pues yo no sé como vivían entonces, pero casi todos, unos años después tenían artrosis, hernias de diferentes tipos, problemas de diabetes...
El turista rural también tiene querencia por queserías, lugares donde se venden productos derivados del cerdo, en especial si es ibérico, y tiendas de souvenirs, generalmente regentadas por un tipo que vino al pueblo para tener calidad de vida, estafando a los visitantes con la venta de productos, la mayoría de ellos sin utilidad alguna, a los que quintuplica el precio.
Resulta curioso que esa misma gente, sobre todo ellas, que han pasado meses sojuzgadas por la operación bikini sean capaces de comprar antes de irse, cuatro panes, porque duran mucho, siete kilos y medio de dulces típicos del pueblo para repartir, un queso de oveja curado, uno de cabra, también curado, un queso fresco de cabra, "para cenar", un tarro grande de queso de oveja en aceite y veinticinco sobres loncheados de productos ibéricos varios, "porque esto dura mucho". Ha comenzado la operación "Hasta después de Navidades comer en grandes cantidades".
Me sigue fascinando la capacidad de los visitantes rurales de hacer colas cuando se encuentran en lo rural: cola para comer en el restaurante, cola para visitar tal sitio, cola para ver mear una vaca... ¡Fascinante! Sin embargo, ninguno de ellos se interesa por la gran atracción turística, eso que les volvería locos de atar, y para lo cual, seguramente, no se encuentran preparados: la frecuencia de los transportes públicos. Que un autobús pase una o, si hay mucha suerte y estás cerca de una gran población, dos veces al día resulta algo impresionante e indescrifable para la gente de ciudad. O ese deporte de riesgo que es utilizar el transporte en lugares como el que vivo, Extremadura. Realidad incomprensible, que decía la canción. No pueden comprender que en los pueblos no exista el Bus buho y que lo más parecido que tenemos aquí es el Mariano y el Fermín, que se ponen hasta arriba de farlopa cuando salen de fiesta y, en ocasiones, llevan los ojos más abiertos que un adolescente cuando ve un cuerpo desnudo por primera vez.
Una pena, no cojan el tren, porque eso si supone una aventura. No se sabe cuándo sale, dónde te quedarás tirado en medio de la meseta en julio, con una ola de calor, se desconoce también cuando llega, siempre tarde para coger el enlace pertinente, o si te tendrás que tirar del tren en marcha porque algo se ha incendiado. Un lujo para los amantes del riesgo y de las emociones. De hecho, queridos turistas, en el tren que sale a las 10,04 se puede ver un cartel que invita a no usar ese medio de transporte a las personas con problemas coronarios y a los que tengan el colon irritable (a estos últimos por lo que puede ocurrir durante viaje que aún les puede cabrear más y eso no resulta bueno para el colon).
Ahora voy a contar una anécdota verídica que protagonicé. Volvía hacia mi casa con un amigo, tras catar las cervezas de rigor, y dos tipos con unas bolsas de un supermercado, al que se habían aventurado a ir desde su casa rural, volvían a ésta, o lo intentaban. Como muchos sabrán en una parte de los pueblos, la más antigua, el urbanismo lo han diseñado unos amigos del Mariano y del Fermín tras salir con ellos de fiesta. Calles pequeñas, estrechas, recovecos, nada tiene un orden y concierto determinado... Estos dos visitantes, más perdidos que Franco en el desfile del 1 de mayo de la URSS, nos preguntaron por la casa rutal tal. En mi pueblo existen varias casas rurales y algunas tienen el mismo apellido, lo que varía es si son Encantos de..., El mirador de..., La flatulencia de... por lo que yo no tenía ni idea. Mi amigo, del pueblo de toda la vida, sí que sabía cuál era, aunque llegar a ella resultaba un poco complicados, por lo intrincado. En ello tuve la feliz idea de decirles a la pareja de exploradores que podían utilizar el GPS del móvil para llegar. La cara de gilipollas que pusieron cuando se dieron que un paleto les estaba diciendo que usaran las nuevas tecnologías para llegar a su destino en una mierda de pueblo tuvo su aquel. Aún no sé si era porque estaban agradecidos, abochornados por no haberlo pensado o es porque tocaban a muerto y alguien les estaba preguntando por detrás si sabían quién había fallecido.
Recordad, queridos urbanitas, cuando vayáis a un pueblo observar, saludar, haced e id a los mismos sitios que van los lugareños, excepto si se trata de la familia de los Follacabras, por si acaso.
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