Cuando estudiaba Magisterio, tiempo ha, recuerdo como me explicaron que los niños, aproximadamente a los tres años, entraban en la etapa del por qué. Dicho período se caracteriza por la insistencia de los pequeños en preguntar por qué acontecen las cosas. Evidentemente, se trata de una fase más del desarrollo de los infantes, que desean comprender el mundo que les rodea, usando para ello una cada vez más perfecta y útil herramienta, el lenguaje. Sin embargo, a medida que crecemos, vamos sepultando, no sé si nuestra curiosidad, pero sí la capacidad de preguntar. Uno tiene la impresión de que indagar activamente para comprender la realidad, para mejorar nuestro conocimiento, fuera algo así como reconocer una presunta torpeza o una presunta limitación intelectual. Nada más lejos de la realidad; preguntar, indagar, destripar la realidad, demandando ayuda de las personas de nuestro entorno nos hace menos ignorantes, menos limitados y por qué no decirlo, más accesible a nuestros iguales. La auténtica limitación aparece cuando no nos atrevemos a preguntar para ampliar nuestros conocimientos, para compartir en toda su plenitud la información que nos transmite nuestro interlocutor.
Por desgracia, en el mundo de la educación, mi mundo laboral, entre los profesionales esta actitud silente se produce con harta frecuencia. Callarse la boca, no preguntar por miedo a quedar en ridículo, a transmitir la imagen de no saber, de no conocer es una realidad en éste mundo. Sin embargo, desde mi punto de vista, existe algo mucho más terrible que callar, que no querer conocer, y es la incapacidad de ciertos profesionales, no sólo de la educación como veremos más adelante, de preguntarse. La incapacidad de preguntarse por qué las personas actúan de esa manera, qué persiguen con ello. Tal vez, lo dicho anteriormente no sea totalmente preciso. Tal vez, sólo tal vez, estos profesionales sí se preguntan por qué ocurren las cosas, por qué se comportan los alumnos, pacientes, ancianos de una u otra manera, pero esa pregunta no es una auténtica pregunta, tal vez, sólo tal vez, ni tan siquiera una pregunta retórica. Más bien se trata de un trámite, cuya finalidad es justificar una respuesta estereotipada, respuesta que limpie conciencias y elimine la capacidad de dudar de la labor o la profesionalidad de uno.
El amable lector podrá pensar que he vuelto a ingerir café por un embudo y que ayer volví a excederme con la ginebra y la tónica. Nada más lejos de la realidad y para ello, antes de seguir disertando sobre el tema, añadiré un ejemplo que facilitará, eso espero, la comprensión de lo que quiero transmitir.
Hace unos años, cuando empezaba en esto de la educación, asistí a un curso sobre retraso mental (mis inicios fueron en centros específicos). En dicha actividad formativa, en un momento determinado, se nos preguntaba a los asistentes sobre las causas posibles de un suceso real observado en una persona con retraso mental mental severo. Dicho suceso, repito, real, no era otro que esta persona se dedicaba a chupar paredes encaladas y comerse trozos del revestimiento de estas paredes. La "lógica" puede hacernos pensar que la causa de esta conducta tan fuera de lo común de esta persona no es otra que su grave limitación cognitiva. Nada más lejos de la realidad. Existe un porque mucho más lógico y adaptativo. Dicho comportamiento servía para que esta persona tuviera un aporte, creo recordar que de calcio, que su cuerpo necesitaba y su dieta no lo aportaba. Es obvio, que dicha persona no conocía su déficit de calcio ni comprendía por qué ingería la capa de cal de las paredes, pero lo hacía.
Como se puede observar a través de este ejemplo, a veces la respuesta no es tan evidente y el uso de estereotipos o clichés no ayuda a comprender y dar respuesta a las necesidades reales de las personas. Sin embargo, ciertos profesionales, no sólo de la educación, aquí podemos incluir a profesionales que trabajan con personas con discapacidad, con niños pequeños, ancianos..., utilizan clichés, estereotipos, respuestas preconcebidas para quitarse problemas de encima. La creación o utilización de etiquetas, cajones estancos donde alojar a las personas, en función de diagnósticos sin fundamento (generalmente realizado por personas sin capacidad, por que su función laboral no es esa y su preparación tampoco lo permite) está a la orden del día. El pecado de estas personas arrinconadas, etiquetadas: dar trabajo a unos borregos, apesebrados, con pocas ganas de currar y menos aún de actuar como personas, simplemente bastaría eso.
La falta de capacidad de estos personajes para preguntarse por qué ocurren las cosas, por qué se comportan las personas de una determinada manera. La incapacidad para mostrar empatía hacia el niño, el anciano, el enfermo, de indagar en su mundo emocional, de considerar a las personas que tienen enfrente como tales, como personas nos muestra, en el fondo y en la superficie, que una parte de nuestro bienestar y del de nuestras personas más queridas está en manos de personas despreciables, que además, vete tú a saber por qué, se autopromocionan, resaltando, para todo aquel que lo quiera escuchar, su gran capacidad profesional y, en algún caso, su gran dedicación.
Esto no sería un problema si se trabajara con automóviles, televisores o recolectando fruta, pero la materia prima son las personas. Personas dependientes en muchos casos. Una persona que necesita que otra se pregunte el por qué hace algo, es una persona, de una u otra forma limitada, bien por tratarse de un niño pequeño de una persona con discapacidad intelectual, por padecer una enfermedad... Un tío de treinta años suele saber expresar sus necesidades, buscar el por qué de esas necesidades puede ser bueno, pero en muchos casos será innecesario. Sin embargo, un niño que llora, que muestra conductas repetitivas para llamar la atención o un anciano con demencia que se muestra violento está intentando transmitir algo, aunque no haya elegido el cauce más "normal". Por eso es tan importante para los trabajadores cuya labor radica en tratar con este tipo de personas buscar el por qué. El arma fundamental, al menos así lo considero yo, para trabajar con y para estas personas es preguntarse por qué, qué persiguen con determinados comportamientos, qué esperan conseguir, porque no debemos olvidar que siempre que actuamos perseguimos algo (por ejemplo, yo realizo esta entrada para que la gente, cuanto más mejor, me lea, aunque no lo haya escrito al principio de la misma) y este fundamento no varía en un bebé, en un anciano con demencia o en un adulto hiperresponsable. Es evidente que cuando una persona no es capaz de demandar lo que necesita, lo que desea por "cauces normales", utilizará cualquier otra vía, aunque esta sea mediante conductas disruptivas o "anómalas". Tal vez ese sea nuestro gran reto, el de los profesionales que trabajamos con este tipo de personas, desentrañar esos mensajes que nos lanzan las personas que tenemos enfrente. Desentrañar esas necesidades sin ponerles etiquetas, pensando exclusivamente que un ser humano nos quiere decir algo y que nuestra obligación, como profesionales y como personas, es intentar comprender eso que nos quiere contar.
Mi experiencia me dice que, en general, que esas conductas "raras", las que dan pie a que auténticos mentecatos encasillen y hagan la vida imposible a otras personas, suelen ser llamadas de atención, en el fondo sólo quieren que les hagan caso y, en determinados casos, lo único que piden es que alguien esté con ellos, les escuche, les hable, les mire, que, en el fondo, alguien les considere personas y no meros usuarios de un servicio o una patología antropomorfa.
Tal vez a alguien le puede parecer bastante pastelero este final, pero, de la misma manera, estoy seguro que algún lector de este blog que trabaje con personas con necesidades comprenderá de que hablo y pondrá poner cara al compañero estúpido e inhumano y a la persona necesitada de ser escuchada.
Concluyo con algo que puede permitir mejorar esta situación. Como escribí hace tiempo se está trabajando sobre una nueva clasificación diagnósitica sobre trastornos mentales, DSM-V, ciertos colectivos consideran dicha clasificación una locura, al menos el borrador que han lanzado, pues no se define correctamente que es un trastorno mental, dicha concepción de trastorno se hace desde un punto de vista en el que se obvia al paciente, muchas patologías se definen de pena, convirtiéndose en cajones de sastre... Existe un movimiento internacional que pide que se humanice dicha clasificación, que responsa a las necesidades reales de las personas. Pero creo que es mejor que todo aquél que esté interesado lea el enlace que aparece abajo, donde se explica mejor lo que se pretende y, que si lo considera oportuno, firme.
Un saludo.
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