Nadie merecer morir sin haber amado
y mucho menos sin sentirse amado.
J. F. Martín
Entre las grandes ventajas de ser espectador en las relaciones afectivas de los demás, encontramos la capacidad de realizar un análisis más sosegado de lo que estás viendo y, en segundo lugar, la falta de sentimientos, o la escasez de ellos, a la hora de pensar estrategias para abordar las tiranteces que se generan. Generar estrategias o, de manera directa, mandar a freír espárragos a la otra persona.
¡Qué nadie se asuste, o se emocione! No pienso desvelar conversaciones privadas u otro tipo de información susceptible de generar problemas a cualquier persona, o a mí mismo. Nada más lejos de mi intención. Esta entrada pretende ordenar ideas dispersas que tengo sobre las relaciones de pareja, nacidas de mi experiencia y de circunstancias que veo o de conversaciones mantenidas con diferentes personas.
En todos los casos se observa un denominador común: la capacidad adictiva que tienen las personas con las que se establece una relación. Dicho así suena como si de una droga se tratase y, en muchos casos, hablamos de algo muy parecido. La dificultad para romper relaciones con personas que sabemos nos están haciendo daño, y no me refiero a maltrato, resulta evidente. Todos hemos conocido a personas que limitan a sus parejas. Repito que no se trata de ese maltrato de anuncio. Hablo de personas que no dejan que su pareja se realice. Personas que ven el mundo con unos ojos propios y miopes, que consideran que todo empieza y termina en ellos. A pesar de ello, tras años de pasar por esas situaciones, hombres y mujeres (en este blog no cabe propaganda sexista) tienen dificultades para romper con esa persona que les está haciendo decrecer como ser humano. La adicción a la pareja, a la rutina (creo que este factor resulta crucial), y un tercer factor que ya trataremos, perpetúan ese nexo nefasto.
En las relaciones afectivas existe algo muy importante, que no depende de la persona de la que uno se enamora. Algo tan sencillo, y evidente como el estado de satisfacción que cada uno tiene consigo mismo. No descubro nada nuevo si cuento que tras una ruptura lo más prudente suele ser, en la mayoría de los casos, darse un tiempo para elaborar el duelo, reconstruir la autoestima.... Parece evidente que cuanto más podamos entregar a la otra persona (no me refiero a dinero, aunque si alguien quiere entregármelo servirá para afianzar nuestra relación), más posibilidades de éxito tendrá lo que se construya entre ambas personas.
Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención en este análisis, realizado con una recogida de datos anárquica y sin instrumentos para calibrar la fiabilidad de lo que defiendo, es el de los roles de cada en la pareja. Alguien puede volver a pensar que hablo de eso que se ha dado en llamar violencia de género. ¡Error! En toda relación, no sólo en las afectivas, se establecen, de manera consciente o inconsciente, una serie de roles entre los integrantes de las mismas. Dichos roles pueden, y deben, variar en función de los diferentes contextos. Por ejemplo, el rol de los miembros de la pareja cuando están en su casa con sus hijos no será el mismo que cuando estén de fiesta con un grupo de amigos y sin niños por medio, que, a su vez, será distinto de cuando estén en el trabajo. Al menos, en teoría, no debería ser el mismo. Sin embargo, entre los miembros de la pareja se establecen unas relaciones de ¿poder? que resultan transversales e impregnan, con mayor o menor fuerza, toda la relación. Intuyo, eso no puedo demostrarlo, que existen muchas causas para que esto ocurra; pero de una de las causas sí puedo dar fe que existe: el miedo a la soledad. El miedo a la soledad, ese tercer factor del que hablaba hace unos párrafos, lleva a aceptar a muchas personas vivir en un entramado que le limita como ser humano, con otro ser al que no quiere y del que no recibe nada significativo, ya no para crecer, sino para ser medianamente feliz. Ese puto miedo a la incertidumbre del futuro resulta una de las mayores condenas de esta puta sociedad, y no sólo en lo referido a lo afectivo (los teóricos del paleoliberalismo juegan con ello para atemorizar a los trabajadores). En el fondo uno intuye que si alguien se preocupa más por su futuro, y la presunta soledad que le espera en él, que por el infierno que vive en este momento esa persona tiene un problema de autoestima. El miedo al fracaso, a la soledad lo tenemos todos. En el fondo la soledad no deseada puede ser vista como un rotundo fracaso del proyecto vital de cada uno. Pero anticipar lo que va a ocurrir. Considerar como certeza algo que no es más que una hipótesis, demuestra falta de confianza en uno mismo. Falta de confianza para intentar cambiar el propio futuro.
Creo que no vale todo para evitar el fracaso. Para huir de la ¿soledad? No hay peor soledad que no ser uno mismo. No hay peor soledad que la infelicidad como forma de vida. No hay peor soledad que pensar que por tener una red no vas a sufrir los daños de una caída. A lo mejor la caída se produce todos los días un poco y por eso no se da cuenta uno.
A pesar de ello, considero que estar enamorado es lo más bonito que le puede pasar a una persona en esta vida. Nada, tal vez con la excepción de esos momentos en que el amor por tus hijos se desborda por cada uno de los poros de tu cuerpo, se puede comparar a estar enamorado. Pero para ello hay que lanzarse, pensando que te puedes equivocar, pero que, pase lo que pase, merecerá la pena sólo por haber vivido y compartido esa experiencia.
Como diría alguien: "¿Vale, que sí?
Un saludo
En las relaciones afectivas existe algo muy importante, que no depende de la persona de la que uno se enamora. Algo tan sencillo, y evidente como el estado de satisfacción que cada uno tiene consigo mismo. No descubro nada nuevo si cuento que tras una ruptura lo más prudente suele ser, en la mayoría de los casos, darse un tiempo para elaborar el duelo, reconstruir la autoestima.... Parece evidente que cuanto más podamos entregar a la otra persona (no me refiero a dinero, aunque si alguien quiere entregármelo servirá para afianzar nuestra relación), más posibilidades de éxito tendrá lo que se construya entre ambas personas.
Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención en este análisis, realizado con una recogida de datos anárquica y sin instrumentos para calibrar la fiabilidad de lo que defiendo, es el de los roles de cada en la pareja. Alguien puede volver a pensar que hablo de eso que se ha dado en llamar violencia de género. ¡Error! En toda relación, no sólo en las afectivas, se establecen, de manera consciente o inconsciente, una serie de roles entre los integrantes de las mismas. Dichos roles pueden, y deben, variar en función de los diferentes contextos. Por ejemplo, el rol de los miembros de la pareja cuando están en su casa con sus hijos no será el mismo que cuando estén de fiesta con un grupo de amigos y sin niños por medio, que, a su vez, será distinto de cuando estén en el trabajo. Al menos, en teoría, no debería ser el mismo. Sin embargo, entre los miembros de la pareja se establecen unas relaciones de ¿poder? que resultan transversales e impregnan, con mayor o menor fuerza, toda la relación. Intuyo, eso no puedo demostrarlo, que existen muchas causas para que esto ocurra; pero de una de las causas sí puedo dar fe que existe: el miedo a la soledad. El miedo a la soledad, ese tercer factor del que hablaba hace unos párrafos, lleva a aceptar a muchas personas vivir en un entramado que le limita como ser humano, con otro ser al que no quiere y del que no recibe nada significativo, ya no para crecer, sino para ser medianamente feliz. Ese puto miedo a la incertidumbre del futuro resulta una de las mayores condenas de esta puta sociedad, y no sólo en lo referido a lo afectivo (los teóricos del paleoliberalismo juegan con ello para atemorizar a los trabajadores). En el fondo uno intuye que si alguien se preocupa más por su futuro, y la presunta soledad que le espera en él, que por el infierno que vive en este momento esa persona tiene un problema de autoestima. El miedo al fracaso, a la soledad lo tenemos todos. En el fondo la soledad no deseada puede ser vista como un rotundo fracaso del proyecto vital de cada uno. Pero anticipar lo que va a ocurrir. Considerar como certeza algo que no es más que una hipótesis, demuestra falta de confianza en uno mismo. Falta de confianza para intentar cambiar el propio futuro.
Creo que no vale todo para evitar el fracaso. Para huir de la ¿soledad? No hay peor soledad que no ser uno mismo. No hay peor soledad que la infelicidad como forma de vida. No hay peor soledad que pensar que por tener una red no vas a sufrir los daños de una caída. A lo mejor la caída se produce todos los días un poco y por eso no se da cuenta uno.
A pesar de ello, considero que estar enamorado es lo más bonito que le puede pasar a una persona en esta vida. Nada, tal vez con la excepción de esos momentos en que el amor por tus hijos se desborda por cada uno de los poros de tu cuerpo, se puede comparar a estar enamorado. Pero para ello hay que lanzarse, pensando que te puedes equivocar, pero que, pase lo que pase, merecerá la pena sólo por haber vivido y compartido esa experiencia.
Como diría alguien: "¿Vale, que sí?
Un saludo
No hay comentarios:
Publicar un comentario