¡Qué raro! ¿De qué querrá hablar conmigo? Durante más de un año trabajando en el mismo sitio, apenas nos hemos dirigido la una a la otra más que para hablar sobre cuestiones profesionales. Creo que en breve saldré de dudas, por ahí viene.
- ¡Hola, Esther!
- ¿Qué tal, Rosa?
- Cansada. Todo el día en el trabajo, sin parar. Ya sabes.
- Sí, yo estoy igual. Llevamos una semana que para qué.
- A nosotros nos pasa lo mismo, parece que todo el mundo se pone de acuerdo para dar guerra.
- Sí. ¿Querías hablar conmigo sobre algo del trabajo?
- No. En realidad es sobre alguien del trabajo.
- Creo que no voy a ser la más indicada, llevo menos tiempo que tú aquí y tú tienes que conocer mejor a todos.
- Me parece que en este caso. Tú eres muy amiga de Fran. Quedáis, habláis, creo que habéis hecho algún viaje juntos...
- Sí, somos buenos amigos - repuso ella, ocultando que, por su parte, había algo más profundo.
- Sabes, quiere salir conmigo y no le conozco lo suficiente. Tú le conoces mejor y me gustaría que me contases cómo es, si merece la pena...
- Es un tío muy majo, divertido; con un poco de carácter, eso sí - respondió Ester serena, mientras en su interior se derrumbaba-. Creo que serás feliz con él. Merece la pena.
- Sí, eso pensaba yo también. Pero decidí preguntarte a ti, porque tú le conoces mejor que yo.
- Te agradezco la confianza. Perdona, pero debo ir al servicio. Vuelvo enseguida.
¡Qué hija de puta ella! ¡Qué hijo de puta él! ¡Qué callado se lo tenía! Al final es para ella. De nada sirvió que le amenazara con volver a mi ciudad, en la otra punta de España, acostarme con él esa noche. Tal vez, si aquella vez que estuve a punto de decirle que estaba enamorada de él lo hubiese hecho, en vez de contarle aquella chorrada sin sentido. ¡Joder! ¡Qué mierda! - pensó, mientras trataba de contener las lágrimas...
- ¿Qué tal, Rosa?
- Cansada. Todo el día en el trabajo, sin parar. Ya sabes.
- Sí, yo estoy igual. Llevamos una semana que para qué.
- A nosotros nos pasa lo mismo, parece que todo el mundo se pone de acuerdo para dar guerra.
- Sí. ¿Querías hablar conmigo sobre algo del trabajo?
- No. En realidad es sobre alguien del trabajo.
- Creo que no voy a ser la más indicada, llevo menos tiempo que tú aquí y tú tienes que conocer mejor a todos.
- Me parece que en este caso. Tú eres muy amiga de Fran. Quedáis, habláis, creo que habéis hecho algún viaje juntos...
- Sí, somos buenos amigos - repuso ella, ocultando que, por su parte, había algo más profundo.
- Sabes, quiere salir conmigo y no le conozco lo suficiente. Tú le conoces mejor y me gustaría que me contases cómo es, si merece la pena...
- Es un tío muy majo, divertido; con un poco de carácter, eso sí - respondió Ester serena, mientras en su interior se derrumbaba-. Creo que serás feliz con él. Merece la pena.
- Sí, eso pensaba yo también. Pero decidí preguntarte a ti, porque tú le conoces mejor que yo.
- Te agradezco la confianza. Perdona, pero debo ir al servicio. Vuelvo enseguida.
¡Qué hija de puta ella! ¡Qué hijo de puta él! ¡Qué callado se lo tenía! Al final es para ella. De nada sirvió que le amenazara con volver a mi ciudad, en la otra punta de España, acostarme con él esa noche. Tal vez, si aquella vez que estuve a punto de decirle que estaba enamorada de él lo hubiese hecho, en vez de contarle aquella chorrada sin sentido. ¡Joder! ¡Qué mierda! - pensó, mientras trataba de contener las lágrimas...
Creo que sé quien la envía los mensajes. Su forma de actuar tiene bastante que ver con la forma de encarar las situaciones de Yolanda, aunque me choca. Desde el primer momento dejé claro que no podía ofrecer más que sexo y ella no pareció buscar otra cosa. Incluso, cuando la propuse amanecer juntos en mi casa tras acostarnos se negó. Además, ya sabía que si conseguía mantener una relación estable con Rosa dejaríamos los nuestro y, tras comunicarle que habíamos comenzado a vivir juntos no ha vuelto a llamarme ni a insistir en quedar. Algo no me cuadra. Ya llega Esther. Mejor no sacar el tema. Hace tiempo que no nos vemos y me apetece escuchar como la va.
- ¡Hola! ¿Cómo estás?
- Perdona por el retraso. Me he liado y...
- No pasa nada. Yo también he llegado un poco tarde. ¿Qué quieres tomar?
- Un café con leche.
- Voy a pedirlo - dijo él mientras se alejaba.
- Tú café con leche - anunció unos minutos después, sujetando una humeante taza, que posó en la mesa frente a ella.
- ¡Gracias! Creo que tienes que contarme algo - soltó a bocajarro, con la musculatura de la cara contraída.
- No sé a qué te refieres.
- Me deberías haber contado algo.
- ¿Sobre qué? - repuso él, intentando ganar tiempo.
- Estás saliendo con alguien.
- Sí - acertó a decir, desconcertado por oír en sus labios lo que había tenido mucho cuidado en ocultar.
- ¿Por qué no me lo dijiste? - respondió, casi gritando, mientras sus manos se cerraban sobre el cuello de él.
- ¡Joder! ¡Para!
- Lo siento - dijo contrariada, mientras retiraba sus manos. - Estoy muy jodida. Te has portado como un cabrón.
- Sabía que te fastidiaría y por eso no quise decirte nada. Lo siento. No puedo decirte nada más...
- Lo siento - dijo contrariada, mientras retiraba sus manos. - Estoy muy jodida. Te has portado como un cabrón.
- Sabía que te fastidiaría y por eso no quise decirte nada. Lo siento. No puedo decirte nada más...
Necesito que Esther desparezca de su vida. Tengo la seguridad de que él está por mí, pero quiero que, si es posible, no se vuelvan a dirigir la palabra. Aunque no exista reciprocidad, la mu y cabrona está enamorada de él, y eso puede volverse en mi contra en algún momento. Lo mejor va a ser marcar el territorio con ella y con él me inventaré una historia de acoso, insinuando que la protagonista es ella,. Espero lograr que, al menos, la deje de hablar; aunque sería mejor que discutiesen y acabasen enemistados. Quién evita la tentación evita el peligro.
Creo que hablaré con Esther, haciéndola ver que tengo muchas dudas sobre él, por su carácter juerguista. Intentaré hacerla creer que no tengo aún tomada la decisión, aunque dejaré bien claro que él esta por mí; que la elegida soy yo. Eso es lo importante: que ella sepa que no tiene nada que hacer; que ha perdido la perdida.
A él le contaré que recibo mensajes en el teléfono móvil, provenientes de un número secreto, que me amenazan y me invitan a abandonarle. Por supuesto, diré que los he borrado y que tengo miedo. Espero que dé resultado y que, de una u otra forma, ate cabos y bien rompa todos los vínculos con ella o, mejor aún, acaben enfadándose y no vuelvan a mirarse a la cara.
Él es mío.
Él es mío.
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