viernes, 31 de marzo de 2017

MICRORRELATOS

SIN NECESIDAD

Durante un mes recorrió centenares de kilómetros, buscando en el Camino su esencia. Al regresar a su hogar encontró la sonrisa de su pareja y comprendió que jamás tuvo necesidad de buscar lejos de allí.



INSPIRACIÓN

- Esos mensajes positivos que colgaba en las redes sociales sobre la vida y la importancia de disfrutarla, me han hecho pensar mucho y me han servido para salir adelante en algún mal momento. 
- Sí, a mí siempre me ha ocurrido lo mismo.. No sé de donde los sacaba, pero tenía uno para cada situación y encajaban como un guante en determinados momentos. 
- Además, en las fotografías de Facebook o Instagram  aparecía siempre con una sonrisa que transmitía un no sé qué muy especial y positivo.
- Cautivador, creo que es la palabra apropiada.
-  Sí, cautivador resulta muy adecuado. Esa sonrisa que te invitaba a vivir; a soñar.
- A crear un mundo propio y mejor.
- Parece que el tenía un mundo propio muy particular.
- No cabe duda. No todo el mundo sabe disimular una depresión, que acaba en un suicidio.



DEJANDO PASAR EL TIEMPO

Creo que la voy a llamar y voy a decirla que la amo. Espera, ahora puede estar ocupada y no quiero molestar. Esperaré un rato y lo haré. Necesito hacerlo.
Media hora después:
La voy a llamar. Me apetece escuchar su voz. No sé si será buen momento. ¡Joder, me apetece llamarla! Pero no quiero interrumpir nada y que piense que soy un pesado. Llamo después de cenar, que estará libre.
Después de cenar:
¿Será buen momento ahora? No lo sé. Mejor la llamo más tarde.
Tres cuartos de hora después:
Tengo mucho sueño. Ella, que se despierta antes que yo, tal vez se haya dormido ya. Mejor lo dejo para otra ocasión. No quiero ser inoportuno...



INSTANTE

Miró su sonrisa y supo que se había enamorado de ella y de ese instante, que agarró con todas sus fuerzas para que no desapareciese.



LA LOSA

Luchamos mucho por tener esa hija. Pusimos mucho tesón en ello. Cuando supimos que mi pareja no podría tener hijos lo intentamos de todas las formas posibles. 
Los sucesivos tratamientos de fertilidad supusieron una tortura: física para ella y mental para los dos. Cada fracaso suponía una nueva, y más pesada, losa. Al fin decidimos pagar a una mujer para conseguir lo que tanto anhelábamos. Yo aporté los espermatozoides y la mujer que iba a gestar a nuestro hijo los óvulos. La pesadilla se convirtió en bendición cuando Elena, nuestra pequeña, entró en nuestras vidas. Todos los esfuerzos, los desvelos, el dinero invertido, por qué no decirlo, tuvieron sus frutos. 
Hoy, ocho años después, tras el divorcio, sólo puedo ver a mi hija unos pocos días al mes. 



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