jueves, 12 de abril de 2018

ME SÉ EQUIVOCAR

Yo soy muy listo; me sé equivocar
cuando hablo de algo.
Lo he probado ya.
Todo el día hablando... no pienso parar.

La Hoguera. Extremoduro

Si me preguntasen por las cosas que más me molestan en este mundo tengo claro que, de manera automática diría dos: la gente que no tira de la cadena cuando hace pis y esas personas que basan todo su discurso en la moralidad, sobre todo la de los demás. 
Sobre el primer aspecto no merece la pena hablar. Cierta gente no posee una mínima educación y no hay que dar más vueltas al asunto. Pero al segundo punto sí merece la pena dedicarle unas cuantas líneas. 
A nadie se le escapa que para vivir en una sociedad se necesitan unas reglas mínimas que faciliten la convivencia. Estas normas varían según las épocas, los grupos que detentan el poder.... En el Código de Hammurabi no valía lo mismo la vida de un esclavo que la de un hombre de la nobleza, al igual que los derechos de una mujer libre no eran los mismos que los de un hombre libre. Sin embargo, en nuestras época, en las sociedades occidentales no existen esclavos, al menos en teoría (recuerde el lector las mujeres obligadas a prostituirse por mafias) y los derechos de un hombre y una mujer son los mismos. Estas reglas preestablecidas evitan, al menos sobre el papel, la arbitrariedad, pues todos saben a lo que deben atenerse cuando realizan un acto que se considera inadecuado. 
Con ello se busca que prime lo colectivo, la organización social, sobre los intereses del individuo; al menos en lo que a ciertos aspectos de la organización social se refiere. Para lograr que esas normas se respeten, o se pague por no hacerlo, existen instituciones encargado de ello. Por ejemplo, en nuestra sociedad existen cuerpos policiales, jueces, fiscales... Sin embargo, además de esas organizaciones encargadas de que las sociedades funcionen de acuerdo a las normas preexistentes, existe toda una tropa que ejerce, de manera voluntaria, una labor moralista en las sociedad. Se trata de personas que dedican su tiempo y energías a recalcar lo que está o se hace bien y mal... siempre por parte de los demás.
Creo que esta definición necesita algunas precisiones.
En primer lugar su interés suele ser recalcar lo que está mal, lo bueno en los demás no parece importarles demasiado. Se convierten en azote de todo aquel que por no compartir ideas hace, dice o piensa lo que a los moralistas de turno no les convence.
Tampoco debemos olvidar que este tipo de personas igual denuncian una idea, una forma de expresarse que un acto, que, en realidad, debería ser lo único que debería ser cuestionable (en especial si vulnera las normas de esa sociedad).
No debemos olvidarnos un tercer punto importante. Los reyes de la moralidad, siempre ajena, se encargan de prejuzgar en función de principios abstractos, que no siempre se aplican a todos por igual, dependiendo de la afinidad ideológica del sujeto. Se convierten en  policías, fiscales y jueces, pero, por lo general, alentando a las masas o formando parte de ellas de manera anónima o diluyendo su responsabilidad en la multitud.
Por últimos existen dos tipos de discursos moralistas, que no son excluyentes:

  1. El de los que se dedican a fustigar a los que no piensan como ellos. Los otros lo hacen todo mal (aunque los míos hagan cosas iguales o parecidas). Se suele producir en ámbitos relacionado con la Política, en especial con la presunta dicotomía derecha/izquierda, izquierda/derecha
  2. Aquellos que tienen a bien criticar la vida privada de los demás. No se trata de formas de pensar, en este caso el asunto sobre el que se moraliza es sobre las formas de vivir o de entender la vida. Por ejemplo sobre prácticas sexuales, forma de organizar la vida en pareja, la educación de los hijos. Se trata de abordar asuntos que nada tienen que ver con vulnerar las normas establecidas, sino con la intimidad de las personas. 
Debemos reconocer que a todos nos indigna que un monarca haga tal o cual cosa con nuestro dinero, que un político y sus amigos roben dinero público o que un gran empresario defraude al fisco, se trata de actos punibles y de gente que se intenta aprovechar debido a su situación privilegiada. Estos actos deberían tener un coste, tipificado en el Código Penal (con la excepción del monarca, cuya figura es ¿inviolable?). Sin embargo, a partir de ahí: ¿quiénes somos nosotros para criticar la forma de pensar de otros? Porque, lo que hacen estos moralistas no es aportar argumentos lógicos que desmonten los del pretendido rival. Lo único que hacen estos moralistas es criticar, descalificar y linchar.
Estos moralistas, conservadores o progres (son la misma cosa), descienden intelectualmente de aquellos que acabaron con Sócrates, con Hipatia o de esos otros que quemaban libros. Constituyen ese porcentaje de personas que existe en todas las sociedades, encargadas de buscar la confrontación desde la bilis, sin importar la razón, la lógica o la consecución de una sociedad mejor para la mayoría de los que la conforman. Sólo buscan imponer sus argumentos mediante el adoctrinamiento, en muchos casos acompañado del señalamiento, la amenaza y la coacción al disidente. 
Lo curioso es que cuando rascas, esos moralistas resultan igual de imperfectos, o más, que aquellos a los que critican. Cometen los mismos "errores", o más, que ellos critican. 
Lo dramático es que se olvidan de algo: todos somos humanos, con nuestras miserias y nuestras grandezas y ya existen instituciones para juzgar a aquellos que se salen de la norma. El resto de actos, pensamientos o palabras forman parte del hecho de ser humano y de la diversa forma de ver y entender el mundo. Alguien que no respeta eso resulta muy, muy peligroso.
Un saludo.

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