domingo, 27 de mayo de 2018

SOBRE MÍ, SOBRE TI, SOBRE TODO

"Salto montañas; no paro ni a mirar p´atrás.
Quítame el precio y la fecha de caducidad".

Roberto Iniesta. Pedrá



Lo reconozco, llevo una temporada con pocas ganas de escribir, creo que por falta de inspiración. Sin embargo, como en este caso, a veces las circunstancias te sirven en bandeja los temas a tratar. Conversaciones con amigos, a veces más de una y con gente que no se conoce entre sí, ayudan a construir un discurso, creo que coherente, sobre una realidad que nos aplasta por su inmediatez. 
Leo lo escrito y compruebo que me estoy enrollando e incluso gustándome en la forma de escribir, lo que me desvía de las cuestión que deseo tratar hoy. Por tanto, no me voy a liar más y vamos a ello.
Hace unos días hablaba por teléfono con alguien y me preguntaba sobre una cuestión, en la que creía había fracasado. Nada más lejos de la realidad, aunque un tipo de información muy en boga en los últimos tiempo defendiese que lo aquello que estaba ocurriendo podía considerarse un fallo esencial. Bastaba con haber buscado en Internet, en páginas serias, sobre el asunto y se habría deshecho, como un azucarillo en un café, la falsa creencia. 
Reconozco que si algo me alarmó del asunto no fue la zozobra de mi amiga, sino que hubiese llegado a creer lo que venden cuatro pagafantas como verdad, cuando no es más que otra forma de fundamentalismo, disfrazado de modernidad y, lo más peligroso, revestido de ignorancia. Me llamó mucho la atención que una persona culta hubiese caído en esa absurda idea, por mucho que en los últimos tiempos se haya convertido en una especie de obligación. 
Una semana después, ayer mismo, comiendo con otra amiga, me hablaba del ritmo de vida de su hijo y de su pareja, en una gran ciudad. Jornadas interminables, con los fines de semana para hacer en casa lo que no podían hacer entre semana... Y eso reforzó una idea que llevaba unos días rondando por la cabeza, tras la primera conversación: uno de los problemas sobrevenidos por este ritmo absurdo, generado por los horarios de trabajo, que muchas personas tienen es la imposibilidad de sentarse a pensar sobre su propia vida. No me refiero al sentido de la vida: ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos?... Pero sí a preguntas como: ¿qué hacemos? ¿Cómo vivimos? ¿Por qué? ¿Cómo criamos a nuestros hijos? ¿Por qué? ...
Sin embargo, de una u otra manera, necesitamos una serie de certezas que nos guíen por el camino. Precisamos una serie de ideas que refuercen nuestras creencias y que nos aporten certezas en nuestra vida. ¿Dónde las encontramos ? Por lo general, en los medios de comunicación y/o en la redes sociales. Y esto lo hacemos, sobre todo, por dos motivos:
  1. Los medios presentan a supuestos expertos que nos facilitan la labor y nos muestran el camino exacto. Es más fácil en alguien que nos presentan como un tipo que lo sabe todo, que, por ejemplo, en un vecino o en un cuñado (aunque te esté contando, con pelos y señales, lo que debes hacer, fruto de su experiencia).
  2. Vamos a encontrar medios de comunicación y gente en las redes sociales que compartan nuestra ideología y eso simplifica la cuestión de pensar sobre determinados asuntos, pues, en muchos casos, se da por hecho una cierta uniformidad de pensamiento a la hora de interpretar la realidad y de abordarla. De nuevo la simplificación.
Pero, ¿qué consecuencias genera esta simplificación y esta falta de tiempo para pensar sobre la vida? 
En primer lugar, no tener tiempo para uno mismo. Parece obvio, pero, desde mi punto de vista, resulta fundamental resaltarlo. No tener tiempo para uno mismo y para los que quiere es un drama. Aunque personajes siniestros nos lo vendan como algo indispensable para poder vivir y hasta deseable. Nada más lejos de la realidad. De otra forma los que han triunfado no tendrían lujosos yates, posesiones en islas paradisíacas y aviones privados para poder viajar donde y cuando les salga de ahí. 
Por otra parte, esta simplicidad para explicar cómo vivir y por qué tiene un problema muy, muy serio, que es el que ha inspirado esta entrada: muchos de los que dictan lo que se debe hacer resultan ser personas iletradas, con una visión de la vida ligada a una "causa", presentando una visión de todo matizada por esa única variable. La llegada de las redes sociales ha generado la llegada inmediata a nuestros hogares de muchos datos, reales o falsos, que no se puede confundir con información y que se cuidan muy, muy mucho de decir que lo que ellos transmiten son opiniones, vendiendo su idea como una verdad. Los que crean opinión no son intelectuales que tras leer autores diferentes, que opinan cosas distintas sobre una misma cuestión, transmiten su propia opinión, fundamentada en lo que han leído y han reflexionado, con argumentos sobre por qué opinan así. Argumentos que pueden estar equivocados, pero se pueden rebatir, porque no suelen presentarse como verdades inmutables, y porque siguen una lógica.
La universidad se ha convertido en una fábrica de producir operarios con una cualificación media/alta, cuya formación gira en torno a la producción, la competencia y el éxito. Aunque siguen existiendo reductos de pensamiento, muchos de los tipos más capacitados desde el punto de vista intelectual, son preparados para ser peones cualificados; siendo casi despreciados los que optan por las "Humanidades". 
La inmediatez de Internet y las redes sociales (que también influyen en la forma de presentar el mundo de los medios de comunicación, hay temas tabú que mejor no tocarlos, porque se puede sufrir un linchamiento de miles de cobardes escondidos bajo un nick) propician que una minoría de iluminados, sin formación alguna, conviertan sus aberrantes opiniones en casi un dogma, sustituyendo a los que, de manera acertada o equivocada, si han reflexionado sobre ello. Por supuesto estos estultos líderes de la red no reflexionan sobre asuntos como: por qué un individuo no tiene tiempo para reflexionar por sí mismo. Pero sí son capaces de encabezar campañas sobre si las niñas deben ser princesas o sobre si debe jugar al fútbol o no.
Uno considera que, en estos tiempos, Marx no se hubiese comido un colín, porque esos líderes de la inmediatez se hubiesen comido el magnífico análisis que el alemán hizo sobre la sociedad capitalista. Y ése es uno de los problemas: el neoliberalismo apuesta por centrar todo en torno al trabajo, a producir, para luego consumir y quienes deben reflexionar sobre ello y sus nefandas consecuencias se encuentran oscurecidos por gurús de los absurdo y lo irrelevantes, que desde la mayor de las ignorancias pretenden crear una sociedad absurda, saltándose a la torera todos los conocimientos existentes, en pos de hacer crecer su ego estúpido.
Hace unos años viví una experiencia traumática. De ella saqué varias conclusiones y cosas buenas. Una de las conclusiones y cosas buenas que saqué es que necesitaba tiempo para mí, para pensar sobre mí, sobre como vivir.
Un saludo.

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