lunes, 4 de febrero de 2019

¡HOLA! ¿ESTÁ LA MUERTE? ¡QUÉ SE PONGA!

"No tengo miedo a morir,
simplemente no quiero estar allí
cuando suceda"

Woody Allen

En estos tres últimos años las muerte ha estado presente en mi vida con una asiduidad y cercanía desconocida hasta este momento. Además del consabido dolor, estas situaciones me han llevado, como a otros conocidos míos, a dar un paso hacia delante en la forma de entender y abordar la vida. Encontrarte de frente, sin previo aviso en algún caso, con el final de seres queridos, en algún caso muy querido, genera un dolor indescriptible en un primer momento. Poco a poco, como muchos lectores sabrán, las obligaciones, la rutina, va sellando la herida y, aunque con cicatrices más o menos grandes, todo vuelve a situarse en su lugar. Todo, casi todo o ciertas cosas, porque, en realidad si se producen cambios. 
Para empezar ya no ves la muerte como un espectáculo lejano, que toca a personas con las que has tenido relación, pero desde una cierta distancia. Ahora la Parca toca a aquellos personas que te dieron la vida, toca a aquellas otras con las que han convivido desde que nacieron o desde que naciste, compartiendo techo y vivencias.  Contemplas el fallecimiento de aquellos familiares o amigos, que sin ser tu núcleo familiar, se asemejaban a él por su cercanía y la gran cantidad de experiencias compartidas. En otras palabras, desaparecen aquellos seres queridos sin los cuales tu vida hubiese sido totalmente diferente.
Además, en muchos casos, corresponde asumir un papel de responsabilidad en esos duros momentos, hasta hace bien poco destinado a padres o familiares muy cercanos y "expertos" en gestionar este tipo de situaciones. De repente, sin previo aviso, aquel entramado que parecía tener la capacidad de funcionar por sí sólo, te necesita para cobrar sentido. Has pasado a ser el siguiente en el escalafón y, de paso, la siguiente generación a la que, si todo va como manda la lógica, le tocará estar al otro lado del cristal, hiératico y silente para todo el tiempo que sea la eternidad.
Sí, el rol ha cambiado y también la visión de la muerte. En un momento impreciso, tras el dolor y la asunción de la pérdida, te familiarizas con ella, sin necesidad de tenerla al lado. Besas a tus ancianos padres antes de despedirte de ellos, aunque no hayas tenido el mejor día a su lado, porque piensas que puede que no les vuelvas a ver con vida. Empiezas a considerar que hay muchos gilipollas en este mundo, con ganas de hacerte perder un precioso y escaso tiempo, y, casi como un automatismo, huyes de ellos como de la peste, pensando: "Si te quieres amargar la vida con chorradas o hacerme creer que eres alguien especial porque sueltas una serie de disparates muy cool, lo siento, necesito llenar mi tiempo con cosas normales y, siempre que se pueda, con cosas o con personas que me hagan vibrar".
Es más que posible que ése sea el aprendizaje a extraer de este tipo de situaciones. No se trata de vivir como si del último día se tratara, aunque en alguna ocasión tampoco está mal, sino de saborear el tiempo, los hechos, la convivencia con la gente interesante y, si encarta, el amor. 
En estos años he visto la muerte, la enfermedad, he sabido del suicidio por personas amigas y del sufrimiento que les genera y, creo, que esa visión de la nada a la altura de los ojos, tuteándote, constituye la mayor prueba de la importancia de la vida. De la vida que hemos legado a nuestro hijos, a los que, en la medida de los posible, debemos ayudar a crecer como personas. De la vida que poseemos y que debemos utilizar lo mejor que podamos y sepamos, aunque nadie te enseñe a hacerlo. Todo se va aprendiendo sobre la marcha. 
También la vida te enseña que resulta imprescindible sufrir para apreciar en toda su dimensión lo que se posee. No se trata, ni muchos menos, de flagelarse día a día. Más bien, en el transcurso de los años el dolor llega, siendo, en ocasiones, todo tú dolor. Pero de eso se puede, y se debe, salir. No sé si más fuerte, ¡ojalá!, pero sí diferente. Imagino que, al final, todo se trata de un problema de distancia. La distancia que todos somos capaces de interponer ante la muerte, el dolor, que ya conocemos de primera mano y nuestro día a día. La distancia que nos permite estar preparados, al menos en cierta manera, para cuando lleguen los momentos críticos. Al final, la muerte, el dolor, percibido de cerca por primera vez de manera protagónica, sirve, en cierta manera, como vacuna ante lo que, de manera irremediable, debe seguir llegando. 
Un saludo.



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