lunes, 1 de septiembre de 2025

LA VIDA EN EL PUEBLO

 Yo soy un urbanita, que lleva mucho tiempo viviendo en un pueblo. En un pueblo normal, con sus casas bajas, sus perros, sus ovejas y sus comadres que te preguntan quién ha fallecido cuando tocan a  muerto. Como aún no conozco a todo el personal, y muchos menos sus motes: Los Tejares, los Chuminillos, los Follacabras (creo que estos provienen de familia de pastores, pero no estoy muy seguro)..., me limito a responder que el muerto no soy yo y que poco más puedo contar. Las mujeres me suelen mirar de manera un poco rara tras la respuesta. Aún no sé si  porque piensan que soy gilipollas o porque están cerciorándose de que el muerto no soy yo. A saber.

Por cierto, anécdota real. La panadería del pueblo, como otras tiendas, es un lugar donde hablar de lo divino y lo humano. En una ocasión, que esperaba mi turno para comprar el pan, dos ancianas  hablaban sobre el nuevo cura y el comentario unámime de ambas es que "daba los entierros muy bien". Uno se imagina como, tras la misa y el pésame, las viejas del lugar alzan carteles con una puntuación del 1 al 10 valorando la actuación del sacerdote tras el ejercicio de sus funciones funerarias. "Pues yo le doy un siete porque la misa ha sido muy larga"; "Pues yo un 9 porque se ha dirigido muy bien a la familia y ha dado muy la mano cuando lo de la paz"...

 De manera paulatina me he acostumbrado a lo que significa vivir en una población sin grandes avenidas, carente de centros comerciales o de lugares donde vender oro al mejor precio. Realmente, para adaptarme he sufrido un proceso que comenzó cuando descubrí que los huevos no nacen en las trastiendas de los supermercados y provienen de unos animales, casi mitológicos en la gran ciudad, que responden al nombre de gallina. Un auténtico trauma iniciático, que me abrió un universo nuevo y fascinante: las gallináceas.

El mundo de la gallina y su macho, el gallo, resulta alucinante para el neófito rural. Cuando los foráneos vienen al pueblo donde vivo, a disfrutar del "turismo rural", suelen sorprenderse de que el gallo cante a las cinco o a las seis de la mañana. De hecho, algunos creen que se trata de una atracción más, sufragada por el ayuntamiento de la localidad, para dar más veracidad a la experiencia rural que están viviendo. Pues no. El ayuntamiento del pueblo solo financia el acto de tirar la cabra desde el campanario, los encierros de toros de 876 kilos, en los que siempre pillan a un turista que andaba escaso de reflejos porque no había dormido bien a causa del gallo que le había despertado a las cinco menos diez de la mañana y, por último, una actividad de alto riesgo denominada: Migas gratis para todos. En dicho acto los ancianos recobran una lozanía olvidada y son capaces de apartar a su paso, bien de un certero empujón, bien de un puñetazo, al más musculado joven de la localidad y todo por poder repetir un segundo o tercer plato de migas.

El gallo canta muy pronto porque lo hicieron así de hijo de puta. No hay más explicación. De hecho, existe una expresión en español que se refiere a la hora en que se duermen las gallinas, que indica que dicho animal inicia su descanso nocturno muy pronto. ¿Y por qué hacen esto? Porque el hijo de puta del gallo las despierta tempranísimo. Existen estudios recientes de afamados biólogos que defienden que las gallinas ponen huevos a diario para manifestar que están hasta los mismísimo de tener que madrugar día sí, dia también por culpa del puto gallo.

A muchos turistas les surge una duda existencial cuando descubren los árboles frutales: ¿Ese fruto con forma de higo se come? Respuesta: Nooo, están puestos ahí por la Diputación Provincial, para justificar su existencia y las dietas de sus políticos. Los higos, las naranjas, las cerezas... crecen en fincas secretas donde trabajan los adolescentes de los pueblos que han sido castigados por no querer estudiar. Es cierto, se sigue practicando el trabajo infantil, pero, por suerte, nadie en los pueblos se va de la lengua y el negocio viene bien a todos. Seguro que todos habéis oido hablar de las dificultades  de los maestros rurales (los que dan clase a los niños de 3 a 12 años), pero ninguno habréis escuchado que los pofresores rurales (los que trabajan con adolescentes a partir de 12 años) tienen dificultades en sus aulas. Ya sabéis el porqué. 

En realidad todo lo anterior es una broma podéis comer fruta de los árboles o moras de las zarzas en verano. Eso sí, no estaría de más saber dónde está el centro de salud más cercano o en qué pueblo está situada la farmacia de guardia ese día. Aunque, si no estáis seguros, siempre podréis dar a pobrar esa fruta a ChatGPT, que os podrá asesorar sobre su idoneidad.

Existe todo en mundo en el turismo rural: la compra de productos típicos del o de los pueblos. El típico pan de pueblo y sus dulces caseros, muchos de ellos más secos que el ojo de un tuerto, pero que todo el mundo comerá en el trabajo con gusto y fruición, porque "los he comprado en la panadería  del pueblo, que era un local pequeño y con el horno al fondo". Con ese discurso te puedes comer un dulce hecho de piñones y más seco que el Sahara o un pan un poco duro, pero que tras tres días no puede usarse aún como arma por parte de los antidisturbios, porque "Este es el pan de toda la vida. El que comían nuestros abuelos y nuestros padres. Esto es sano. Así estaban ellos". Pues yo no sé como vivían entonces, pero casi todos, unos años después tenían artrosis, hernias de diferentes tipos, problemas de diabetes... 

El turista rural también tiene querencia por queserías, lugares donde se venden productos derivados del cerdo, en especial si es ibérico, y tiendas de souvenirs, generalmente regentadas por un tipo que vino al pueblo para tener calidad de vida, estafando a los visitantes con la venta de productos, la mayoría de ellos sin utilidad alguna, a los que quintuplica el precio. 

Resulta curioso que esa misma gente, sobre todo ellas, que han pasado meses sojuzgadas por la operación bikini sean capaces de comprar antes de irse, cuatro panes, porque duran mucho, siete kilos y medio de dulces típicos del pueblo para repartir, un queso de oveja curado, uno de cabra, también curado, un queso fresco de cabra, "para cenar", un tarro grande de queso de oveja en aceite y veinticinco sobres loncheados de productos ibéricos varios, "porque esto dura mucho". Ha comenzado la operación "Hasta después de Navidades comer en grandes cantidades".

Me sigue fascinando la capacidad de los visitantes rurales de hacer colas cuando  se encuentran en lo rural: cola para comer en el restaurante, cola para visitar tal sitio, cola para ver mear una vaca... ¡Fascinante! Sin  embargo, ninguno de ellos se interesa por la gran atracción turística, eso que les volvería locos de atar, y para lo cual, seguramente, no se encuentran preparados: la frecuencia de los transportes públicos. Que un autobús pase una o, si hay mucha suerte y estás cerca de una gran población, dos veces al día resulta algo impresionante e indescrifable para la gente de ciudad.  O ese deporte de riesgo que es utilizar el transporte en lugares como el que vivo, Extremadura. Realidad incomprensible, que decía la canción. No pueden comprender que en los pueblos no exista el Bus buho y que lo más parecido que tenemos aquí es el Mariano y el Fermín, que se ponen hasta arriba de farlopa cuando salen de fiesta y, en ocasiones, llevan los ojos más abiertos que  un adolescente cuando ve un cuerpo desnudo por primera vez. 

Una pena, no cojan el tren, porque eso si supone una aventura. No se sabe cuándo sale, dónde te quedarás tirado en medio de la meseta en julio, con una ola de calor, se desconoce también cuando llega, siempre tarde para coger el enlace pertinente, o si te tendrás que tirar del tren en marcha porque algo se ha incendiado. Un lujo para los amantes del riesgo y de las emociones. De hecho, queridos turistas, en el tren que sale a las 10,04 se puede ver un cartel que invita a no usar ese medio de transporte a las personas con problemas coronarios y a los que tengan el colon irritable (a estos últimos por lo que puede ocurrir durante viaje que aún les puede cabrear más y eso no resulta bueno para el colon).

Ahora voy a contar una anécdota verídica que protagonicé. Volvía hacia mi casa con un amigo, tras catar las cervezas de rigor, y dos tipos con unas bolsas de un supermercado, al que se habían aventurado a ir desde su casa rural, volvían a ésta, o lo intentaban. Como muchos sabrán en una parte de los pueblos, la más antigua, el urbanismo lo han diseñado unos amigos del Mariano y del Fermín tras salir con ellos de fiesta. Calles pequeñas, estrechas, recovecos, nada tiene un orden y concierto determinado... Estos dos visitantes, más perdidos que Franco en el desfile del 1 de mayo de la URSS, nos preguntaron por la casa rutal tal. En mi pueblo existen varias casas rurales y algunas tienen el mismo apellido, lo que varía es si son Encantos de..., El mirador de..., La flatulencia de... por lo que yo no tenía ni idea. Mi amigo, del pueblo de toda la vida, sí que sabía cuál era, aunque llegar a ella resultaba un poco complicados, por lo intrincado. En ello tuve la feliz idea de decirles a la pareja de exploradores que podían utilizar el GPS del móvil para llegar. La cara de gilipollas que pusieron cuando se dieron que un paleto les estaba diciendo que usaran las nuevas tecnologías para llegar a su destino en una mierda de pueblo tuvo su aquel. Aún no sé si era porque estaban agradecidos, abochornados por no haberlo pensado o es porque tocaban  a muerto y alguien les estaba preguntando por detrás si sabían quién había fallecido. 

Recordad, queridos urbanitas, cuando vayáis a un pueblo observar, saludar, haced e id a los mismos sitios que van los lugareños, excepto si se trata de la familia de los Follacabras, por si acaso.





sábado, 23 de agosto de 2025

CUADERNO DE VIAJES (SENEGAL)

 Viajar supone traspasar la zona de confort, en mayor o menor medida. Cuanto más nos alejemos de nuestros patrones diarios y más desconocida resulte la compañía mayor nivel de incertidumbre existirá en este acto voluntario de curiosidad y exploración.

Desde hace tiempo considero que existen demasiados países semejantes, con personas semejantes y con costumbre semejantes, que confluyen en un centro comercial similar a otro ubicado a 2.000 kms o en una franquicia de comida o bebida, de nombre inglés. Esto mismo lo sentí, en cierta forma, cuando volví a Marruecos veinte años después, y formé parte del tráfico alocado o visité, por desgracia, un centro comercial en Casablanca. 

Tal vez por ello, y por la épica de la aventura que suponían las primeras ediciones del Dakar, qEue acababan en ese mítico Lago Rosa, tenía entre ceja y ceja, desde hacía algunos años, visitar Senegal. Una parte del globo lo suficientemente lejana, y pobre, que me permitiría ver, y sentir, algo distinto a las aglomeraciones informes que caminan en pos de un selfie en el monumento o lugar natural de turno. Y en uno de esos raptos de improvisación, cuyos resultados pueden considerarse óptimos, me apunté a un viaje al país africano, con tiempo insuficiente como para que la vacuna de la fiebre amarilla alcanzase su nivel de eficacia óptimo.

Resulta extraño que alguien como yo, cada vez más asocial, se embarque en una aventura en la que la primera premisa siempre es conocer gente nueva. Aprendí mucho, y añoré mucho, a mi hijo cuando cogemos las olas, crear y no contemplar, la importancia de la Historia... Nada que no se deba a mi lugar en el mundo.


La verdad que ya en el avión sufrí un baño de realidad: una docena de personas blancas y una gran mayoría de personas africanas. Íbamos a su tierra, los extranjeros allí éramos nosotros. Extranjeros con alto poder adquisitivo para ellos, pero foráneos al fin al cabo.

Intuyo que siempre viajamos con nuestra brújula y cuando llegamos en la estación húmeda desde un país que está atravesando una ola de calor, que acabó devorando parte del mismo, sentimos la curiosidad sobre la frecuencia y la cantidad de esas lluvias, tan necesarias como inexistentes, pocos días después en España.

Existe siempre una barrera entre el turista que, ante lo desconocido, se parapeta en un buen hotel, lejano a la realidad de las gentes y los lugares que, por qué no decirlo, nos asustan un poco, por no saber lo que puede ocurrir. Esa distancia se puede romper de alguna manera, siempre de manera controlada, hablando sobre la realidad del país y del contintente con los guías, que nos transmiten su visión particular y, en ocasiones, enriquecedora. Es absurdo ir a un lugar lejano y volver sin saber que la poligamia resulta harto frecuente en el país o que la religión musulmana, mayoritaria, convive en paz con el catolicismo y que los practicantes de ambas creencias conservan un transfondo de creencias animistas en su interpretación del mundo. 

Resultaría igualmente imperdonable desconocer que las mafias que trasladan hasta España a los que puedan pagarlo (entre 700 y 1000 euros) también realizan sus campañas de publicidad para captar usuarios de sus servicios, que a veces sólo consiste en darles una vuelta uno o dos días, para volver al punto de origen o a algún lugar cercano, previo pago íntegro del pasaje. Ni tan siquiera la Guardia Civil, que allí se encontraba para formar a la Policía de Senegal e intentar parar este tráfico humano, conseguirá nada. Demasiada pobreza. Demasiado dinero llega de los inmigrantes que lo han conseguido y que mandan una cantidad, ridícula en España, exorbitante allí, a costa de compartir casa con muchas personas, de jornadas de trabajo durísimas en invernaderos. La gente sólo ve el "´éxito". Prefiere olvidarse de los ahogados, muchos, de los estafados por las mafias, de las penurias, que muchos no conocen en Senegal, eso es cierto, de los que llegan a España, para poderse permitir enviar ese dinero. Sólo ven al blanco, a mí, que se hospeda en un resort, y que vive a cuerpo de rey. Eso lo ven todos los lugareños que trabajan allí, los más afortunados del entorno, pues tienen un buen trabajo, con días de descanso y un salario digno, para lo que se estila en Senegal. El blanco que va, que vuelve, que puede dejar generosas propinas, que gasta mucho dinero en la tienda del hotel. El modelo a seguir. No para todos, porque existen personas que quieren construir una patria nueva, en la que las riquezas sirvan para mejorar la calidad de vida de las personas que han nacido en su país. 



Las excursiones  constituyen un acercamiento, siempre incompleto, a la realidad. Resulta curioso ver los católicos en su iglesia el domingo con sus vestimentas de fiesta, de colores vivos y alegres, para acudir a la misa más importante de la semana. El mismo rito que aquí con la idisioncrasia del lugar, con la iconografía senegalesa e, incluso, con los cepillos para pedir construidos con la madera local y la forma típica de allí. 

Como en Egipto, los ríos con vertidos de todo tipo, pero sobre todo de plástico: botellas, bolsas... Cada vez que veo algo así pienso en lo que aquí nos venden sobre el reciclaje y el complejo de culpa que intentan infundirnos. Los animales, como aquí hace bastantes décadas, junto a las casas, en condiciones de salubridad muy mejorables. Y la lluvia intermitente,  todo lo contrario que los vendedores, que resultan perennes, parte consustancial del ecosistema. 

Casas de una planta, pequeñas, muy pequeñas, con tejado plano, construidos con bloque de hormigón, sin seguir ninguna pauta de urbanismo. Hogares separados de manera arbitraria, no siempre se apoyan en otros, y calles en las que el asfalto sólo  existe en las películas que ven a través de las antenas parabólicas que se observan, con bastante frecuencia coronando los hogares, los ojos hacia Occidente, junto con los móviles. Antenas parabólicas, las mismas que en Marruecos hace 25 años, las mismas que en el sur de Egipto. El mundo, la distracción, la uniformidad.



Y también la misma población predominamente joven. La natalidad unida a una mejor Sanidad, muy  lejana a la nuestra, pero mejor que hace cinco décadas, conforma un crecimento de África, una fuerza informe y vital, dispuesta a lo que fuere para intentar lo que desea. Pero también una fuerza joven, en algunos casos, conscientes de sus necesidades como colectivo, panafricanos, que admiran a los militares del Sahel que han tomado el poder, expulsado a los soldados franceses y yanquis y han nacionalizado sus riquezas. Oficiales que en su lucha contra Boko Haram  iban destrozado a la bestia islámica y que contemplaron con estupor como sus gobiernos les detuvieron en su empuje militar, para perpetuar una guerra, la compra de armas. Ante esa coyuntura no dudaron en derrocar a sus corruptos y proocidentales gobiernos y volver a intentar que las riquezas de sus países se usen en beneficio de sus propios habitantes. 

Las guerras, los vendedores de armas, la miseria no sólo es patrimonio de África. La misma mentira nos venden aquí con el rearme contra Rusia. En todos los lugares las élites utilizan la misma excusa para beneficiar a unos pocos. 

Los gobiernos occidentales, léase Macron y EEUU en este caso, las élites extractivas del país y los viejos cultos, como el de los niños bardos, que eran "enterrados" dentro de los baobabs, pues no habían cultivado la tierra y no tenían derecho a  ser enterrados en ella. Con esta creencia se acabó en 1970, diez años después de su independencia de Francia, con muchas críticas de parte de los senegaleses que atribuyeron una sequía que ocurrió pocos años después a haber acabado con esta costumbre.

Los baobabs, monstruos colosales algunos de un tamano excepcional. Los baobabs de El Principito, que perdieron todo su magia para mí, o tal vez cobró otra forma de misticismo, cuando estuve dentro de uno de 900 años, el más antiguo del país. En ese hueco inmenso, cuya acceso se hacía por un pequeño hueco a casi un metro y medio de altura, en su momento hubo cadáveres de niños bardos. Dentro de sí acogía la muerte de los que no tuvieron tiempo de vivir, la vida de los extraños que nos adentramos desde el presente. Fuera de él existía la veneración animista de los senegaleses y la utilidad de su fruto, el pan de mono, en forma de infusión, como tratamiento de la gastroenteritis. 




Gorée, la Isla de los esclavos, una más de las esclaverías que comenzaban en Senegal y recorrían el Golfo de Guinea. Portugueses, holandeses, ingleses y franceses compitiendo por hacerse con el monopolio de la venta de esclavos en América. Esclavos cuya captura y primera venta hacían otras tribus negras (los europeos no se aventuraron a colonizar África hasta fines del XIX). Desde el siglo XVI al XIX entre quince y veinte millones de personas negras fueron vendidas como esclavos- Una parte de ellos, como ocurre ahora con las pateras que salen de Senegal, morían en el viaje. La pimera vez que se declara la peste en África fue en una esclavería por las condiciones de hacinamiento e insalubridad.

Europa, esquilmando África de todas las maneras posibles desde el siglo XVI hasta ahora mismo. Europa no representa ningún tipo de ejemplo para nadie. Ni antes ni ahora. 

Gorée, la Isla de los Esclavos, y de los vendedores. Camisetas de Senegal, pulseras, imanes, objetos  de arte, telas, ropa típica... Regateo hasta la estenuación si se desea.



No impresiona tanto ver animales salvajes en libertad, tal vez los zoológicos y los medios han restado, por lo menos a mí, una parte de sorpresa al ver cerca de ti jirafas, monos, rinocerontes, impalas... Tal vez lo más impresionante resultó lo que no se encontraba en libertad: los cocodrilos, con su quietud inquietante, o las hienas, que, desde mi punto de vista, desprendían un aura de acecho, de oportunismo. 

Bañarse en un manglar, sin cocodrilos ni nada por el estilo, resulta una experiencia divertida, agua de mar en intricado callejero formado por la vegetación. Aves marinas, en esta época más escasas, y el conductor de una de las barcas que nos llevo pescando con sedal y pan varios peces en muy poco tiempo. Aguas ubérrimas, como todo el país,  pesar de seguir cultivando el mijo (el cereal del país) con una mula y un arado en muchos lugares. 

La estación húmedad se hizo realidad una noche. Una tormenta de tres o cuatro horas, en la que la cantidad de agua y de rayos parecían competir para llegar a una cantidad infinita, nos mostró la cara más real de esa época. Por el día, desde el autobús, pudimos contemplar como todas las calles de los pueblos y ciudades que hasta el día anterior eran tierra, habían mudado su orografía, convirtíendose en buena parte en grandísismos charcos, donde los mosquitos podían obtener un hábitat muy confortable. Los mismos mosquitos que transmiten la fiebre amarilla y otras enfermedades como el paludismo.

Esa noche, ya en el hotel, pudimos ver y sufrir como una grandísima  cantidad de un tipo de termitas se hicieron dueñas del hotel durante un buen período de tiempo. La lluvia de la noche anterior había provocado que se moviesen corrientes de aire y movido con ellas a los insectos. Al menos eso nos contó una guía española. La invasión acabó como llegó, casi de improviso, con un montón de insectos en el suelo muertos. Algo impesable en la tan ordenada Europa.

Un hotel nuevo en un país lleno de deshechos de Europa: coches, neumáticos, ropa, medicamentos que llevé para mi y dejé antes de volver. Tal vez en ese aspecto sí que reciclen todo lo que nosotros no queremos usar ya. La basura de unos es la felicidad de otros, por desgracia. 

Dakar. Tal vez no lo vimos con detenimiento, de hecho no vimos el Lago Rosa, porque, según nos contaron, el uso no adecuado de sus recursos, unido a la temporada del año, parece que afectan a esta cualidad del lago. Un motivo para volver algún día, si sigue ahí. Obviando en esa próxima el monumento al Renacimiento Africano, cuyo mayor interés es la vista completa que desde arriba, después de subir 198 escalones, se obtiene de la península en la que está ubicada la ciudad de Dakar.



Como nos dijó uno de los guías:"Africa tiene su ritmo. Si no se hace hoy, ya se hará mañana"; pero, además, tiene el encanto de lo que queda lejos de nuestro día a día; de nuestra concepción del mundo: de nuestro monótono y, hasta el momento previsible, siglo XXI europeo.















domingo, 22 de junio de 2025

HABITACIÓN 403

 - ¿Qué ha dicho el doctor? - preguntó el hombre, que frisaba los cincuenta, entrando en la habitación en la que dos camas se encontraban ocupadas por dos hombres, uno  anciano y otro de unos veinte años menos,  ambos con goteros.

- La evolución es buena, pero lenta. Aún tendrá que permanecer unos días más hospitalizado - respondió la mujer interpelada - ¿Que te ha dicho de tu padre?

- Parecido. Seguirá aquí unos días, hasta que puedan darle el alta con garantías. Parece que no quieren un segundo reingreso - contestó con una entonación que no podía ocultar el cansancio, a pesar de su voz grave. 

-  Habrá que armarse de paciencia - alego ella, a modo de colofón. - Mira, están dormidos. Parece que la visita del doctor ha actuado como un analgésico.

- Creo que voy a aprovechar para bajar a la cafetería del hospital a tomar algo. ¿Te apuntas? - preguntó el recien ingresado en la habitación.

- ¡Gracias! Creo que te voy a acompañar, Pablo. Me vendrá bien despejarme un poco, aunque para ello deba tomar ese brebaje insufrible que en este lugar sirven bajo el nombre de café - acepto ella.

Ambos se encaminaron al ascensor, ella tras coger su bolso y asegurarse de llevar su móvil, para acceder hasta la planta baja, donde se encontraba ese lugar que durante estos últimos días les había servido para comer, cenar o, como en este caso, tomarse un café, siempre, con la excepción de esta ocasión, cada uno por su cuenta. Tras casi una semana coincidiendo, y casi conviviendo en ocasiones, en la habitación donde se encontraban hospitalizados el marido de ella y el padre de él, por primera vez habían decidido compartir un ratito de desahogo o desconexión lejos de los dos enfermos, que seguían durmiendo en la 403 del bloque C.  

Eso no impedía que en las esperas en el pasillo de la cuarta planta del bloque C, bien porque debían limpiar la habitación, asear o cambiar a los enfermos o por cualquier otra cuestión, no se hubiesen producido conversaciones entre ellos, donde habían descrito sus respectivas situaciones vitales a su  interlocutor. "Dos islas perdidas", dijo Gema cuando escuchó la narración, más o menos detallada, de los últimos quince años de la vida de Pablo. Y él pensó, aunque se guardó mucho de manifestarlo en voz alta, que tendría una gran suerte la persona que llegase a formar un archipiélago con ella. 

Después de pedir dos cafés con hielo, cualquier cosa para mitigar el sabor de ese mejunje resultaba válida, se sentaron en una mesa al lado de un ventanal, cuyas vistas terminaban unos ocho o diez metros más allá,  donde arrancaba uno de los edificios, el bloque A, del hospital. A ninguno de los dos pareció importarles mucho esa limitación paisajística, pues ella comenzó a hablar y él parecía escuchar con toda la atención que no tuvo durante su época de estudiante de secundaria. 

- Esto resulta duro. Tantos días aquí. Los hijos lejos, con su vida hecha y sus obligaciones. Hace tiempo desistieron de venir. Los ingresos de Fidel en los últimos diez, doce años resultan frecuentes y ellos no pueden, ni deben, hacerse cada poco ochocientos km en el caso de uno y más de  dos mil quinientas en el caso de la otra cuatro, cinco o  seis veces al año, como poco. Estoy agotada, Pablo - contó ella, acompañando las palabras con un gesto con las manos, que servía para reafirmarse en su cansancio casi eterno. 

- No sé muy bien que decir, Gema. Entiendo ese sentimiento de cansancio, pero, sobre todo, el de soledad ante esta situación repetitiva, que te lleva a enfocarte en el otro, olvidándose de uno mismo. Por momentos aparece la sensación de que la vida se escapa entre los dedos, sin dejarte elegir aquello que deseas hacer. Comprendo lo que vives, mi padre, como sabes, ha estado hospitalizado unas cuantas veces los últimos tres o cuatro años y resulta demoledor, y más estando solo en este trance, como nos ocurre a nosotros - concluyó mirando a los ojos cansados de color verde de ella.

- Sabes, durante muchos años la vida con Fidel solo puede calificarse como buena o muy buena, depende de las temporadas. Él tiene dieciséis años más que yo y gracias a ello me enseñó muchas cosas de la vida y, sobre todo, viví muy bien a su lado. Viajes continuos, buenos hoteles y grandes restuarantes, ropa de calidad... Todo lo que alguien, sin distinción de sexo, puede desear. A cambio de ello renuncié a mi vida profesional, pero tuve la suerte, y en ocasiones la  preocupación, de ver crecer a mis dos hijos y criarlos yo, sin intermediarios. Sin embargo, ahora, la larga enfermedad de Fidel, que cada vez agrava más su capacidad de raciocinio, y la distancia a la que se encuentran mis hijos, me han dejado en una situación de soledad, en la que tengo la compañía de mi marido en cuerpo, pero no en alma. Esa persona de la que me enamoré hace muchos años se encuentra en un lugar lejano, irrecuperable y ahora convivo con alguien distinto, surgido de una enfermedad que ha carcomido su esencia. A veces me pregunto si cuando le llamo por su nombre y me responde  hablo con la misma persona que conocí y con la que tantos recuerdos maravillosos tengo.

- Resulta todo demasiado complicado. La soledad, la exigencia continua,  la imposibilidad de ser uno mismo, de realizarse, aunque sea mínimante - reflexionó Pablo. 

- Cierto. Tú no tienes pareja en estos momentos y yo, aunque tengo a mi marido cerca, siento un vacío que me empuja a una sima sin salida. Todos los problemas los hemos de asumir en soledad, gastando unas energías y un tiempo que comienzan a mostrar sus límites a nuestras edades - argumentó ella. - Yo aún necesito vivir, disfrutar, sentir...

- Te comprendo perfectamente. Una mujer atractiva, culta y agradable como tú no creo que tuviese problemas para ello en otras circunstancias, pero... El sentimiento de responsabilidad, del deber hacia otras personas nos sumerge en un laberinto del que sólo el final de la otra persona puede sacarnos medianamente indemnes. Pero mientras el tiempo se acaba y los sentimientos, los deseos, las necesidades se diluyen, despersonalizándonos un poco más aún - dijo él. 

-  Cierto - dijo ella, mientras miraba con detenimiento los rasgos de la cara del hombre que se encontraba enfrente, lo que la permitió constatar algo que ya sabía, pero que no se había detenido a considerar: ese tipo, de voz grave, y en ocasiones un poco alocado, le resultaba muy atractivo. Le hubiese gustado que las circunstancias distasen mucho de las que les había llevado a establecer un vínculo de complicidad ante la situación que estaban viviendo, pero las circunstancias no podían cambiarse.

- Me gustas mucho - comentó con su voz profunda y a la vez cautivadora. - Espero que no consideres que me aprovecho de tus circunstancias de debilidad o de la necesidad de alguien que te arrope. No es cierto. Simplemente has conseguido encender dentro de mí algo que llevaba bastante tiempo extinguido por completo.

- No sé que decir. Por un lado me resulta halagador. El hecho de sentirme importante para alguien, para ti, me genera una maravillosa sensación. Pero, por otra parte, como has dicho, la obligación, el deber me produce... - respondió Gema mientras con sus hombros generaba un mensaje de incertidumbre, de duda.

- Resulta curioso, que te muestres como alguien pasivo, que recibe halagos y que se debe a otra persona, obviando lo que sientes - razonó Pablo.

- Me gustas. Me resultas atractivo. ¿Eso es lo que quieres escuchar? - contestó. - Pero no es el momento.

- ¿Por qué? - preguntó, con una firmeza que sorprendió a ambos.

- Ya te respondí antes: por el deber - explicó escuetamente. 

- ¿Y el deber hacia ti? - repuso él.

Ella se limitó a volverse a encogerse de hombros.

- Intentémoslo. ¿Qué podemos perder? - propuso mientras cogía las manos de Gema.

- Tengo tantas dudas, tantos miedos y, sobre todo, tendría tantos remordimientos por dejar a Fidel en esa situación - argumentó sin soltar las manos que él le había ofrecido.

- Yo en tu lugar también las tendría. Egoístamente solo te puede decir que dejes decidir a tu corazón, a tu necesidad o a ambos - contestó. - Nunca pensé que de mi boca saliese esto, ni tan siquiera me planteé que podría decirlo, pero me alegro de que, por enésima vez, mi padre fuera hospitalizado; de otra manera jamás te hubiese conocido. No sé si para ti posee algún sentido lo que acabo de decir, pero para mí resulta algo así como la luz que anuncia el final del tunel. 

- La luz que anuncia el final del tunel - repitió ella. - ¿Y si después acaba la vía y nos espera el  abismo?

- ¿Un abismo como en el que nos encontramos ahora? - argumentó Pablo. 

- ¿Y Fidel? ¿Qué pasará con Fidel? - respondió Gema.

- No soy yo quien debe responder a esa pregunta. Pero, me dijiste que la decisión de internarle en una residencia la tenías tomada desde hace tiempo y que sólo te quedaba por dar el paso, el más duro, de decidirte por una. Tú no puedes cuidar de él como lo harán en un buen geriátrico. Su situación cognitiva muy deteriorada. Sus olvidos, incluso a veces de tu nombre. Sus respuestas, en ocasiones violentas cuando se siente perdido. Sus caídas frecuentes, debido a la torpeza motriz que  la enfermedad le causa. Necesita un tipo de atención muy específica que tú no le puede proporcionar y lo sabes - adujo con voz pausada. - Además, siempre podrás visitarlo en esa residencia y ayudarle en lo que necesite. Su patología seguirá un proceso que llevará a Fidel a no reconocerte y, probablemente, a acabar encamado. Lo siento, suena duro, pero no he dicho nada que no hayas pensado tú.

- Lo sé - contestó, acompañando las palabras con un gesto de asentimiento con la cabeza. Un gesto que parecía abrir la puerta a una realidad necesaria y tantas veces aplazada por ese sentimiento del deber, por una fidelidad mal entendida y, por qué no decirlo, por un miedo a qué va a ocurrir cuando en la casa sólo resida ella. Sólo su voz y las sombras de los recuerdos plagados de ausencias. 

- Siento algo por ti. Algo muy poderoso, que me hace desear venir a este jodido hospital todas las mañanas. Vamos a intentarlo - dijo sin dudar.

- ¿Qué pensarías si fuese a ti a quién abandonara, en vez de a Fidel? -  preguntó 

- Obviamente, no me gustaría. No te puedo contestar otra cosa. Pero en este asunto soy Pablo, que sólo aspira a que la persona que ama, tú, le corresponda. En las relaciones siempre hay vencedores y vencido, que, a veces,  en función de las circunstancias son los mismos. Intuyo que, decidas  lo que decidas, siempre  vas a perder de alguna manera - reflexionó. - Si me rechazas te reprocharás no haberte dado una oportunidad. Si me aceptas, sentirás, al menos al principio, que has dejado al hombre con el que has compartido experiencias, hijos... en una residencia, mientras tú disfrutas de la vida.

- Lo has descrito perfectamente.

- Creo que deberías tomar una decisión que suponga el menor daño para ti - argumentó.

Ella calló en su turno de respuesta. Tras unos segundos de duda se limitó a acercar sus labios a los de él y le dio un beso fugaz.

domingo, 15 de junio de 2025

HABLEMOS, INCLUSO DE EDUCACIÓN (II)

En la entrada anterior comentamos la importancia del entorno para el adecuado desarrollo del alumno. Obvié hablar de aspectos como la adolescencia y, en ocasiones, sus consecuencias en la motivación del alumno hacia todo lo referido a la Educación. De igual manera, no me adentré en cuestiones como el absentismo escolar, que, por experiencia personal, sé que en determinados colectivos constituye una constante. por no alargar en demasía  la entrada. No constituyendo, hoy tampoco, el objetivo de este post.

El tema que abordaré en esta ocasión es uno que a muchos profesionales de la Educación nos preocupa: el sobrediagnóstico.

¿Qué entiendo por sobrediagnósitico? Este concepto hace  referencia al gran número de niños, alumnos, que tienen un diagnóstico,  recogido en el manual diagnóstico y estadístico DSM-5, realizado por un profesional. Hasta aquí todo normal, pues todo se rige por unos patrones iguales para todos. Pues sí, pero no. Para explicarlo voy a contar una breve historia personal.

Hace unas semanas mi padre ingresó en un hospital con una más que posible neumonía, pero, el médico me dijo que tenían que realizar un cultivo para determinar que bactería lo había provocado y asegurarse. En efecto, tras realizar un cultivo, tuvieron la certeza objetiva de que un neumococo había causado la enfermedad. ¿Y esa misma certeza objetiva no ocurre en cuando los profesionales utilizan el DSM-5?  Pues, desgraciadamente, no. Puedo contar casos de alumnos diagnosticados por distintos profesionales de manera diferente ante un mismo hecho. El de profesionales de la medicina o de la psicología cuyo índice de alumnos con TDAH diagnosticados es asombrósamente alto (recuerdo uno en un curso al que acudí que alardeaba de ser el segundo profesional de la sanidad que más casos de TDAH diagnosticaba y tras asistir a sus charlas no me extrañó). De igual manera es vox populi el elevado número de alumnos que son considerados niños con trastorno del espectro autista. Uno recuerda a Ángel Rivière, que en paz descanse, hablando del continuum que suponía el autismo, pero para algunos no se trata de un continuum, más bien lo han convertido en un totum revolutum. 

Tal vez cuando Leo Kanner, a mediados del siglo pasado, hizo referencia, por primera vez en la historia, a unas personas con unas características determinadas, autistas, apuntó a unos conceptos rígidos y a un tipo de patología severa, pero de ahí a lo de ahora hay un tramo muy extenso.

¡Ojo! No estoy diciendo que no existan personas con TDAH, TEA o cualquier otra patología, lo que defiendo es que al no existir una prueba objetiva, alguien puede diagnosticar a un niño con un TEA y otro profesional pueda decir que, por el momento, sólo puede considerar que tiene un retraso en la adquisición del habla. 

Hasta aquí la exposición de un hecho, pero no su explicación, que resulta crucial para compernder y abordar el problema. Así, a vuelapluma, se me ocurren tres causas fundamentales, que no resultan excluyentes:

- Considerar al individuo como un ente aislado.

- La necesidad de diagnóstico a toda costa por parte de algunos profesionales.

- Cuestión económica.

El primer apartado puede retrotaernos a la entrada anterior si tenemos en consideración la importancia del entorno, de la familia, en especial a tempranas edades. Para ilustrarlo voy a utilizar un ejemplo.

Imagine el lector que una persona anciana que vive en una residencia ingresa 4 o 5 veces con neumonía en un hospital en un período de tiempo breve, pongamos tres meses. Los médicos se pueden plantear que ocurre en el organismo de esa persona para infectarse continuamente y hacer un estudio  exhaustivo al paciente o también pueden considerar que en el lugar donde vive esa persona hay un problema que lleva a ese paciente a ingresar en el hospital con frecuencia. Una hipótesis no invalida a la otra; solo se trata de buscar una respuesta a un hecho. Pues bien, una parte de los profesionales que diagnostican a nuestros niños optan por la primera hipótesis: el estudio exhaustivo del paciente. Lo cual, de manera impepinable, conlleva poner una etiqueta, dar un diagnóstico. 

¿Cambia esto algo? Por lo general, no. Al contrario, pone una etiqueta al niño, que, en muchos casos, no le va a favorecer. Y, por mi experiencia, la medicación, en un número significativo de niños, pasado el momento incial, no varía la conducta de estos niños, en especial los que tienen ciertas caracaterísticas. 

 ¿Cambia el entorno del niño, que con ciera frecuencia es el generador de ese tipo de problemas o el acrecentador de los mismos? Misma respuesta: por lo general, no. Es más ese entorno ya puede tener, no digo que sea siempre, ni mucho menos, una excusa para no variar nada, porque es una cosa interna del niño.

Por supuesto, existen profesionales que, casualmente, detectan en un gran porcentaje de los niños que pasan por sus manos algún trastorno, por lo general, siempre el mismo, y que arrastran una cierta fama entre los profesionales de la  Educación de la zona. Por ejemplo uno que conocí en un curso sobre niños e hiperactividad, impartido por el mismo, que alardeaba de ser uno de los profesionales que más niños había diagnosticado de TDAH en España, se encontraba, según el, en el podio (no voy a decir en qué lugar, por no dar más pistas), ejerciendo su labor en una localidad que no se encuentra entre las 35 ciudades más pobladas de España. Podría poner algún otro ejemplo, pero este, por ilustrativo y porque sé que entre sus propios compañeros médicos, algunos con la misma especialidad, tiene una fama horrible, resulta suficiente.

Sobre el último punto: la cuestión económica reflejar que se mueve mucho dinero en este mundo. Desde laboratorios farmacéuticos, que venden mucho metilfedinato, por ejemplo, bajo ciertos nombres comerciales, hasta, por lo que yo veo en mi entorno próximo, profesionales ajenos al sistema educativo y al sistema público, que tienen ahí un nicho de trabajo, en  muchas ocasiones pagados con las becas anuales del MEC de ayuda a los niños con NEE, y que, en ocasiones, realizan una labor que poco o nada ayuda a que haya una línea única de trabajo con el niño, creando incluso tensiones con los centros educativos. Me viene una anécdota a ese respecto sobre un centro de estudios cuyo diagnósticos defienden que si en un test tiene problemas en algún aspecto, lo relaciona con un áreas cerebral y su mal funcionamiento. Así, sin TAC, resonancias ni na de na. Por mis coj... morenos. 

Uno recuerda cuando empezó a estudiar Magisterio y cuando comencé Psicopedagogía, lo diferente que veían dos profesionales un mismo problema. Cuando yo comencé a formarme como maestro existía, y existe, una cosa llamada Dificultades de Aprendizaje. En los lejanos 90 se atribuía a algo denomina disfunción cerebral mínima. ¿Qué era eso? Nadie lo sabía, pero hacía que muchos niños, en especial en EEUU, tuvieran que recibir una atención especial.

En el 2000, estudiando Psicopedagogía, ya con experiencia laboral, di con dos grandísimos profesores, Jesús Sánchez y José Orrantia. Éste último nos explicó que esas dificultades de aprendizaje producidas por una disfunción cerebral mínima, se habían convertido, sobre todo en EEUU, en un grandísimo negocio: desde editorial,  tanto de experto como de materiales específicos, como de profesionales y entidades. Lo que demuestra que no hay nada nuevo bajo el Sol.

Me gustaría concluir esta entrada, creo que habrá al menos otra, haciendo referencia a que el diagnóstico clínico no debe ser lo que debe guíar nuestra labor. Como desde principios de la década de los 80, informe Warnock, queda reflejado, lo importante son las necesidades educativas y para intentar dar respuesta a esas necesidades debemos trabajar, con el apoyo de todos los implicados en el proceso: desde la inspección a las familias, pasando por equipos directivos, orientadores, ATEs, PT, AL, tutores, especialistas. Si alguno de los pilares sobre los que se asienta ese trabajo falla, habrá un problema a medio/largo plazo.

Un saludo.


domingo, 1 de junio de 2025

HABLEMOS, INCLUSO DE EDUCACIÓN (I)

 El asunto la Educación resulta complejo, a la par que sencillo, al menos para algunos, posiblemente los que menos conocen el tema.

Comencemos por hablar sobre las reformas educativas. Las manidas reformas legislativas sólo suponen un mayor papeleo para el docente y pocos cambios reales. Tal vez, la única que cambió cosas sustanciales fue la Ley Wert, que, por desgracia, fue un intento de traspasar el sistema estadounidense a nuestro país. Digo por desgracia, porque, como se puede ver en los informes internacionales, no es uno de los mejores en sus etapas iniciales.

Para que nos hagamos una idea de la similitud de las leyes, uno de los aspectos fundamentales, el aprendizaje por competencias, no ha variado en  las últimas tres leyes, entre otras cosas porque viene impuesto desde Europa.

Otra prueba de ello, si usted no se dedica a la docencia puede comprobarlo, la actual ley son correcciones sobre la anterior. Aquí se puede consultar el enlace, publicado en el BOE, donde se puede comprobar que muchos artículos quedan igual o con leves correcciones, a veces lo que cambia es el nombre.

https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2020-17264

Quizás conocer esto evite confusiones como la que tenía un amigo mío, de una determinada tendencia política, que un día que estábamos tomando una cerveza, y le intentaba explicar esto, me preguntó sobre lo que separara a PSOE y PP en el ámbito educativo, además del asunto de la Memoria Histórica. Debo reconocer que, tras el estupor inicial, comprendí lo que hacen los partidos políticos, mejor dicho los medios de comunicación afines, para atraer tropa a las urnas. A unos y  otros sólo les importa el tema educativo para captar votantes, tal vez por eso nunca consultan a los docentes que estamos a pie de obra. 

Una  vez aclarado este punto creo conveniente abordar otro aspecto crucial: el discurso de los ideólogos educativos, que se puede identificar con muchos pedagogos, psicólogos y demás seguidores. Personas que, en su gran mayoría, la última vez que pisaron un aula de Educación Infantil, Primaria o Secundaria fue en los gloriosos tiempos de aquel caudillo lusitano de nombre Viriato. 

La gran mayoría de ellos parten de los postulados de Rousseau, el ser humano siempre es bueno por naturaleza, siendo la sociedad la que le corrompe. Además, en determinadas etapas no se deben enseñar demasiados conocimientos, no siendo que se gripe el cerebro, mostrándose el aprendizaje por descubrimiento como el mejor medio para ir ampliando sus conocimientos. Todo muy bonito sobre el papel, pero, resulta, que como el ginebrino hizo con sus hijos, cuando se trata de llevar a cabo lo que se plantean, ellos se encuentran lejos, haciendo bueno ese refrán castellano que reza: Una cosa es predicar y otra dar trigo.

Además de este "pequeño" defectillo, estos teóricos tienen un segundo fallo, en este caso por omisión. Omiten, quién lo iba a decir, que el propio Rousseau habla de la sociedad como corruptora, esta palabra es de cosecha propia, de los niños. Es decir, el propio filósofo reconoce el papel fundamental que el entorno de los pequeños tiene para ellos y para su desarrollo. ¿Por qué estos tipos no lo suelen reconocer?  Voy a aventurar una respuesta.

Mi hipótesis gira en torno al hecho de que si se empezara a considerar que existen familias que no constituyen el entorno ideal para los niños, y no hablo sólo de lo que  eufemísticamente se denomina familias desestructuradas, parte del chollo de esa gente se iría al garete. La superioridad moral vende, y no exclusivamente para conseguir dinero, también para adquirir estatus, en especial entre una serie de personas de ideal progresista. Sin embargo, este planteamiento falsea la realidad y, sobre todo, hace flaco favor a los niños y, de paso, a los docentes. 

Considerar que lo que ocurre  dentro del aula resulta lo único que se debe valorar retrata a toda un serie de iluminados con despacho, y a sus acólitos, como personajes o bien indocumentados o bien siniestros.

El niño no se deja el cerebro, sus experiencias previas, el estilo de aprendizaje de sus padres, el interés o desinterés  de ellos por él y todo aquello bueno o malo que le afecta en sus hogares; como tampoco lo hacemos los adultos cuando tenemos problemas. Un niño que no recibe atención por parte de los padres, incluso en aspectos tan básicos como la higienes, o que recibe un nivel de exigencias excesivas o que está sobreprotegido y no le han impuesto unas mínimas normas en su casa, por mucho que se trabaje con él, por lo general va a tener problemas en el aula. Algún iluminado repondrá que ese es el trabajo del docente. Pues sí, pero, por supuesto, no. Me explico.

El trabajo del docente radica en que todos los niños aprendan por igual, pero existen variables sobre las que no tienen control, por ejemplo los padres. Y es aquí donde los teóricos de la Educación no quieren saber nada, a pesar, de que defiendan que la primera institución socializadora de la gran mayoría de nosotros es la familia. Y es también aquí donde no admiten un fenómeno que les resulta muy excitante, pero sólo si se aplica a los niños: la diversidad. La igual que existe diversidad dentro de las aulas, también existe diversidad entre las familias, constituyendo algunas de ellas un freno para el completo desarrollo de sus hijos y para llegar a esta conclusión no resulta necesario ejercer la docencia ni tener muchos años de  experiencia como enseñante. 

¿Estoy diciendo que como existen familias que  dificultan que sus hijos consigan alcanzar el máximo no se debe trabajar con esos niños? Al contrario. Lo que intento defender es que la Escuela no constituye un ente cerrado y que, al igual que hay esforzarse por enseñar a los niños, las influencias externas, que deberían apoyar en la labor de crecimiento de los niños a los docentes, a veces resulta crucial. Por ello, resulta trascendental en ciertos casos, no anecdóticos, trabajar con esos padres para incidir sobre sus hábitos negativos y mejorar lo que le ofrecen a sus hijos. Por supuesto, cuando hablo de incidir sobre la conducta de los padres no me refiero a dar una charlita, de esas que dan los gurús, si no a implicar a los Servicios Sociales externos a la Escuela, que, en casos extremos, podrían llegar a poner en conocimiento de un juez de menores la situación  de los niños, para que este adopte, si lo cree oportuno, las medidas necesarias.

Alguien podrá alegar que he ingerido algún tipo de psicotrópico. No es el caso. Pero, con más de treinta años de experiencia docente, no conozco mejor medida. Se ha demostrado que las medidas de los pedagogos no sirven, y no por incapacidad de los docentes (al menos de la gran mayoría), si no por irreales, como la gran mayoría de sus planteamientos educativos. 

No, no se puede cargar todo en el debe del docente, porque este planteamiento sólo sirve para falsear la realidad y porque denota un desconocimiento absoluto de lo que nos mueve a la mayoría de los que nos dedicamos a enseñar. Para nosotros, cuando un alumno aprende es un orgullo, en especial si vemos que al principio presentaba problemas, porque sabemos que nuestro trabajo está bien hecho. Nuestra labor se parece a la del artesano, intentándonos adaptar a las necesidades de los chavales y su éxito es nuestro éxito. Lo siento, sé que esto jode a mucha gente: pedabobos, periodistas que hablan  de Educación sin tener ni idea, personas que consideran que nuestras vacaciones son excesivas, pero sabéis, yo, que me dedico a los niños que tienen más dificultades, cuando consigo que un niño aprenda a leer o que un niño TEA tenga curiosidad por su mundo, me siento la persona más feliz del mundo.

Una parte de los referidos anteriormente, pedabobos, periodistas que van de progresistas y gente que se deja atraer por unos y otros, realizan una labor de zapa enorme contra los alumnos que presentan más problemas y contra la Educación comprensiva (la que quiere que todos los niños aprendan lo mismo, nivelando sus conocimientos y, teóricamente, sus posibilidades en el futuro). Cuando presentan datos sobre el nivel socioeconómico y su relación con el fracaso escolar, siempre culpan a la Escuela, pero nunca al entorno externo. Parece que si son pobres los niños tienen menos apoyo por parte del sistema educativo. Mentira. Más bien al contrario, suelen recibir refuerzos educativos, becas más cuantiosas... ¿Entonces? Entonces volvemos a lo anterior, la diversidad de las familias, sus expectativas, su visión de la vida y de lo prioritario en esto, su capacidad de educar a sus hijos... 

Igual que hacen cuando culpan a los docentes del fracaso escolar, analizando una sola variable del total, cuando hablan de pobreza y de fracaso escolar, optan por una sola variable para explicar todo y eso, querido lector, sólo demuestra una cosa, o dos: los que no quieren abordar el problema en toda su complejidad o bien se enmarcarían en lo que podemos entender como personas siniestras o bien son unos imbéciles o, también plausible, resulta que comparten características de ambas cosas a la vez.

Me estoy alargando en exceso. Quiero abordar otros temas como la farsa de no aprender,  la respuesta institucional al fracaso escolar, el sobrediagnóstico o la mala preparación inicial de los profesionales, pero esto será en la próxima o en las próximas entradas.

Un saludo. 


miércoles, 18 de septiembre de 2024

LA CABINA

Rememoró la escena de La cabina en la que José Luis López Vázquez pide ayuda cuando le trasladan  en un camión dentro de la cabina de teléfonos en la que él está atrapado. Como respuesta a su angustiosa situación los transeúntes responden saludándole y jaleándole, generando una escena kafkiana en la que se mezclaba lo trágico con lo costumbrista. Sin embargo, él distaba mucho de ser el personaje que encarnaba el magnífico actor madrileño.
Cualquiera que le conociese afirmaría que nuestro hombre sólo tiene en común con el protagonista del mediometraje de Mercero un bigote, más acorde a la moda de tiempos pretéritos, algunos dirían que pertenece a una época en blanco y negro, que con las actuales tendencias estéticas. No existen más coincidencias. Sobra decir que nada tiene que ver su existencia con el hilo argumental de la genial obra. Su mundo no se encontraba constreñido al limitado espacio contenido entre unos cristales y una estructura metálica, que conforman un prisma en el que apenas se puede dar un paso; ni, por el momento, a ningún otro lugar acotado por muros, vallas o cualquier otro medio concebido para limitar la movilidad de persona alguna. Sus límites hasta ese momento siempre se han construido en función de sus propios prejuicios, tal vez aprendidos, tal vez generados sin necesidad de ningún aporte externo.
Nació en una familia bien de provincias, siendo el segundo de cuatro hermanos. Recibió una esmerada educación en los Maristas, donde coincidió con buena parte de los hijos de las familias importantes de la capital castellana en la que vivía. En realidad, desconocía si había recibido una buena educación, aunque él siempre había sido un buen estudiante, pero si poseía la certeza de que los contactos que hizo durante esos años de colegio e instituto, de una u otra forma, conformaron una red que le sirvió tanto para recibir favores, que se debían devolver si hubiera ocasión y necesidad, como de darlos, esperando recibir una compensación similar si precisase de ellos.  Todo ello bajo un corsé de apariencias, en las que la sobriedad en palabras y gestos, constituían un sello distintivo que, en cierta manera, servía para justificar ese estatus superior a la media de los habitantes de aquella localidad, capital de provincia, en la que el clasismo suponía algo tan consustancial a sus habitantes como el uso de gruesos abrigos para combatir el frío gélido del invierno.
No tuvo necesidad de abandonar la casa paterna para cursar los estudios universitarios de Economía, superados sin grandes dificultades, que le servirían para ponerse al frente de la empresa familiar, cuando su padre decidiese jubilarse. Aunque el marido de su hermana mayor, tuviese un cargo en la directiva de la compañía el peso de la misma siempre ha de recaer en un Martín de Buruaga,  primer apellido paterno, que llevaba cinco generaciones gestionando los intereses de la corporación familiar. 
Con veintiséis años se casó con Blanca Gutiérrez de Bocos, perteneciente a una familia de la burguesía de su misma ciudad, que. Familia que, como la suya, parecía haber fijado para su hija unos carriles sobre los que discurriría su vida, vinculado todo en torno a unos apellidos, que vertebraban aquello que de casa para afuera ocurría. Cuando se cerraba la puerta del hogar, u otras puertas de otros hogares, no existía esa necesidad de subrayar la pertenencia a una determinada familia y a una clase social que se otorgaba el derecho de representar y copar las diversas instituciones de la ciudad.
Germán, recibió muchas felicitaciones, no sólo por su enlace, sino también por la atractiva mujer con la que iba a compartir sus días, pero, para él, ese aspecto carecía de transcendencia. En realidad su verdadera preocupación era como iba a resultar la convivencia entre ambos, pues las uniones como la suya venían con el marchamo: para toda la vida. 
Todo discurrió por un camino, si no plácido, sí llevadero. Lo único que parecía no cumplir con todo lo previsto por los familias de los esposos resultaba lo más trascendentes para ellos: la descendencia. Parecía que Germán y Blanca no podían o no querían tener hijos, herederos. En las frecuentes reuniones familiares bien los abuelos, bien los padres, o ambos, se encargaban de recordar a la pareja, a veces de manera individual y otras de forma conjunta, lo importante que resultaba tener sucesores para las familias. Ni tan siquiera se molestaban en revestirlo con la necesidad que tienen los abuelos de disfrutar tiempo con los nietos para poner en práctica el macabro plan que no pudieron desarrollar con sus hijos: malcriarlos, dándoles todos los caprichos, defendiéndolos de las regañinas de sus padres y cualquier otra cosa que sus hijos ni imaginaban que podían hacer sus padres.
En algún momento indeterminado y difuso en la memoria, todo cobró un nuevo rumbo, como si la senda marcada desde el nacimiento para ambos se desvaneciera de manera lenta, pero irreversible. De manera progresiva las familias de ambos dejaron de preguntar o interesarse por la posible maternidad de ella, ocupando ese lugar los diversos nietos y bisnietos que iban apareciendo en la familia, fruto de las uniones de los hermanos de Germán y Blanca, con sus respectivas parejas. 
Llegado un momento, a los doce o trece años de matrimonio, a nadie pareció importarle el asunto, incluidos a los miembros del matrimonio, y estos pusieron todo su empeño en desarrollar su vida de la manera más plena posible. 
Germán tuvo alguna pareja ocasional, nada "serio" decía él a las personas que compartían su lecho, hasta que encontró a Fernando, de quien se enamoró como un adolescente, teniendo la suerte de ser correspondido. 
Blanca también también tuvo alguna relación ocasional, "hay que conseguir fuera lo que no se encuentra en casa" se decía, a las que añadía dos relaciones más largas. La primera duró cerca de un año y concluyó como lo hacen todas las relaciones, por el desgaste que produce aquello que no lleva a ninguna parte. La segunda, la actual, con Fernando, casualmente también se llamaba como la pareja de Sergio,ya había duplicado ese período de tiempo y parecía poseer todos los mimbres para seguir durante mucho tiempo. 
Ambos sabían de la existencia de los amantes de sus respectivas parejas, no por ellos, que habían pactado sin necesidad de palabras omitir todo aquello que ocurriese fuera del matrimonio, si no por el impulso que sentía cierta gente de su entorno, que solo pretendía sacar a sus amigos de la ignorancia. Aunque también podría hacerlo por la experiencia que produce proporcionar noticias desagradables, que pueden transmitir mucho dolor y sufrimiento; eso sí, siempre en nombre de la amistad. A veces resulta complicado discernir dónde comienza lo altruista y dónde lo mezquino.
Tras este primer paso de libertad consentida por ambos, algo volvió a moverse en esta ocasión hacia un abismo impensable.
Un domingo, tras la semanal comida familiar en casa de los padres de Blanca, ésta le propuso a Germán separarse de manera formal. En palabras de ella: "Poner negro sobre blanco lo que lleva tiempo ocurriendo en nuestro relación", porque "Quiero disfrutar de mi relación con Fernando mañana, tarde y noche". "Tú eres gay y tienes pareja, como yo. ¿Por qué no damos el paso y vivimos plenamente nuestras historias de amor o de lo que sea? Seamos felices", argumentó.
Él se sintió como Prometeo. Tras proporcionar el fuego de la tradición a la familia de ambos, ella le arrancaba el hígado, aunque aún desconocía si lo haría un día tras otros como ocurría en el mito.
Germán, tras el shock inicial, descartó esa posibilidad. No podía plantearse siquiera la opción de hacer pública su homosexualidad. "¿Te imaginas a un alcalde, a un maestro de los de toda la vida o a un empresario procedente de una familia bien reconociendo su homosexualidad en una capital de provincias como ésta? Imposible". 
Aunque él solo hubiese presentado una posibilidad, era plenamente consciente de que la respuesta podía contener dos variables posibles: en realidad sí importaba mantener las apariencias por su posición social o, también probable, el miedo que sentía ante la posibilidad de que en su círculo de relaciones se le señalase por su homosexualidad. O, lo más probable, podía existir una mezcla de ambas, no necesariamente repartidas de manera equitativa.
Ante la falta de respuesta a este argumento los dos permanecieron en silencio durante el resto de trayecto hasta casa y durante todo lo que restó de día.
Unos días después Blanca volvió a abordar el asunto en términos similares, logrando una nueva respuesta negativa de él. Obteniendo una respuesta idéntica las otras tres veces que ella le propuso el asunto durante el siguiente mes. 
Pasaron dos meses sin que ella le volviese a proponer, "por última vez", según sus palabras, una separación amistosa. "Yo no quiero nada", dijo. Por sexta vez él se mostró contrario a ningún tipo de arreglo, que implicase la disolución de su matrimonio. 
Unos días después, tras pasar la noche en un calabozo de la comisaría de Policía, se encontraba esperando sentencia. 
Todo resultaba kafkiano. Él, homosexual,  acababa de salir de la sala del juzgado, donde el abogado de su mujer y el fiscal habían pedido una orden de alejamiento de 50 metros y seis meses, junto con un pena de tres meses de trabajos a la comunidad, por haber vejado e injuriado a su pareja. Pena que estaba seguro le iban a imponer, porque la actual pareja de ella había corroborado que durante la última semana había sido testigo de como en dos ocasiones Germán se dirigía de manera inapropiada a Blanca, Lo más terrible de todo, es que él no podría destruir sus argumentos, pues en esos dos espacios temporales él si se encontraba con Fernando, pero con su amante, en un apartamento, que había adquirido hacía unos años, en un barrio de reciente creación, en el que habitaba su pareja extraoficial, pero real. Por nada del mundo quería hacer pública su homosexualidad. Prefería sufrir las consecuencias de una ley diseñada para perseguir la violencia de los hombres sobre la mujeres a hacer públicas sus preferencias sexuales. 
Ahora sí, no pudo evitar sentirse dentro de la cabina, aunque desconocía si se debía a la argucia utilizada por su futura exmujer, que le proporcionaría un lastre social difícil del que deshacerse, o a los usos y costumbres adquiridos en su entorno, que él  había perpetuado, dejándole indefenso ante esta falsa situación.