Volví de vacaciones y una vez más me invade la sensación de que algo no encaja en mi vida. No, no se trata de la denominada depresión post-vacacional, también conocido como: no me apetece una mierda volver a trabajar, ni mucho menos, pues no es una sensación que aparezca por primera vez en mi vida, la recurrencia de la misma ha marcado mis últimos quince, veinte años, y no aparece asociada, de manera necesaria, al período previo a la incorporación a la actividad laboral. Creo que hablamos de algo más sencillo y, posiblemente, complejo a la vez.
Sé, desde hace mucho tiempo, que odio la atadura a horarios, como otras muchas personas, y a espacios físicos, tal vez tanto o más como al primer aspecto reseñado.
Lo de seguir horarios me molesta profundamente, aunque soy consciente de su necesidad, no por aspectos como madrugar (el lector habitual sabe que no tengo ningún problema en hacerlo, como indican los horarios que acompañan la parte inferior de las entradas de este blog) o la exagerada duración de mis horarios laborales, sería de mentecatos quejarse de ello, más bien simplemente me molesta por la castración de mi vida que supone, por la limitación a otras experiencias vitales.
¿Qué me quejo de vicio? Pues no. Cada uno expresa lo que desea, en este caso lo que siente. ¡Ya está bien de callar por miedo a que alguien pueda decir que está peor! Curiosamente los que viven a cuerpo de rey, muchos de ellos haciendo bien poco, no dudan en presentarnos obscenamente su modo de vida, para ser admirados por muchos de esos mismos que critican a personas que, como yo, piensan que le gustaría que las cosas fueran de otra forma.
Respecto a lo de la limitación de espacios, cada día compruebo que mi necesidad de espacios abiertos, horizontes visibles e inabarcables, luz natural y ausencia de la misma también de manera natural es mayor. Odio permanecer mucho tiempo encerrado, especialmente en espacios carentes de la luz natural necesaria. Detesto que mi existencia gire en torno a un pequeño cuarto, generalmente de gruesas paredes y mal orientado a la luz, donde desarrollar mi actividad profesional. Necesito viento, luz, un camino por recorrer de nuevo o por primera vez, olores de comidas a la lumbre, conversaciones basadas en nimiedades o en discursos trascendentes. Necesito sentir la vida, propia y ajena, en horas de luz que va ganando la perpendicularidad con respecto a la vida.
Desde hace casi dos décadas soy consciente de ello. Desde hace casi dos décadas lo absurdo va corroyendo, de manera periódica, mi ser, devolviéndome una información que no he sido capaz de gestionar, de revertir para encontrarme conmigo. Aunque he barajado diversas opciones, nunca he hecho nada por cambiar, por luchar para vivir como necesito. Tal vez el miedo al fracaso, la desidia, el qué habrá después, si consigo lo que deseo. Tal vez. Pero me encuentro tocado, hastiado por que todo vuelva a suceder. No, no estoy deprimido, simplemente pienso que mi vida se va por un sumidero, sin haber sido decantada y extraído parte de lo mejor que en ella se encuentra y va siendo hora de hacer algo, de mover ficha.
Un saludo.
Sé, desde hace mucho tiempo, que odio la atadura a horarios, como otras muchas personas, y a espacios físicos, tal vez tanto o más como al primer aspecto reseñado.
Lo de seguir horarios me molesta profundamente, aunque soy consciente de su necesidad, no por aspectos como madrugar (el lector habitual sabe que no tengo ningún problema en hacerlo, como indican los horarios que acompañan la parte inferior de las entradas de este blog) o la exagerada duración de mis horarios laborales, sería de mentecatos quejarse de ello, más bien simplemente me molesta por la castración de mi vida que supone, por la limitación a otras experiencias vitales.
¿Qué me quejo de vicio? Pues no. Cada uno expresa lo que desea, en este caso lo que siente. ¡Ya está bien de callar por miedo a que alguien pueda decir que está peor! Curiosamente los que viven a cuerpo de rey, muchos de ellos haciendo bien poco, no dudan en presentarnos obscenamente su modo de vida, para ser admirados por muchos de esos mismos que critican a personas que, como yo, piensan que le gustaría que las cosas fueran de otra forma.
Respecto a lo de la limitación de espacios, cada día compruebo que mi necesidad de espacios abiertos, horizontes visibles e inabarcables, luz natural y ausencia de la misma también de manera natural es mayor. Odio permanecer mucho tiempo encerrado, especialmente en espacios carentes de la luz natural necesaria. Detesto que mi existencia gire en torno a un pequeño cuarto, generalmente de gruesas paredes y mal orientado a la luz, donde desarrollar mi actividad profesional. Necesito viento, luz, un camino por recorrer de nuevo o por primera vez, olores de comidas a la lumbre, conversaciones basadas en nimiedades o en discursos trascendentes. Necesito sentir la vida, propia y ajena, en horas de luz que va ganando la perpendicularidad con respecto a la vida.
Desde hace casi dos décadas soy consciente de ello. Desde hace casi dos décadas lo absurdo va corroyendo, de manera periódica, mi ser, devolviéndome una información que no he sido capaz de gestionar, de revertir para encontrarme conmigo. Aunque he barajado diversas opciones, nunca he hecho nada por cambiar, por luchar para vivir como necesito. Tal vez el miedo al fracaso, la desidia, el qué habrá después, si consigo lo que deseo. Tal vez. Pero me encuentro tocado, hastiado por que todo vuelva a suceder. No, no estoy deprimido, simplemente pienso que mi vida se va por un sumidero, sin haber sido decantada y extraído parte de lo mejor que en ella se encuentra y va siendo hora de hacer algo, de mover ficha.
Un saludo.
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