Corre por ahí un extraño bulo que dice algo así como que el lenguaje no es neutro. No puedo estar más en desacuerdo. Básicamente porque el lenguaje es una invención humana, posiblemente la mayor invención de la humanidad, y el lenguaje per se no es un ser animado con capacidad de decisión. En realidad estamos hablando de un vehículo para transmitir ideas, emociones, deseos... Vehículo que nos proporciona la capacidad de organizar nuestro mundo (existe una poderosa teoría al respecto) e intentar influir en él, especialmente en nuestro entorno social, en mayor o menor medida. Por tanto, el lenguaje ni es hombre ni es mujer ni es hermafrodita, simplemente es un medio por el que circula el mundo aprehendido en las mentes de los seres humanos.
Además, por si lo anterior fuera poco, el lenguaje verbal, al que se refieren las personas que postulan que el lenguaje no es neutro, se acompaña de componentes como la prosodia, el lenguaje corporal, el contexto... que completan, cuando no dan sentido en su totalidad, al mensaje literal, que aún siendo parecido puede transmitir algo bien diferente.
Además, por si lo anterior fuera poco, el lenguaje verbal, al que se refieren las personas que postulan que el lenguaje no es neutro, se acompaña de componentes como la prosodia, el lenguaje corporal, el contexto... que completan, cuando no dan sentido en su totalidad, al mensaje literal, que aún siendo parecido puede transmitir algo bien diferente.
Otra cuestión bien diferente, que en cierta forma hemos anticipado en el párrafo anterior, es la intención con la que el las personas utilizamos el lenguaje. Creo que el típico ejemplo del taco servirá para ilustrar lo que quiero decir. Si yo, en un ambiente festivo, le digo a un amigo que acaba de gastarme una broma o de contarme una anécdota graciosa en la que su habilidad le ha permitido salir airoso de un trance difícil, que es un cabrón, nadie lo entenderá como una ofensa, más bien al contrario, será un acto de camaradería, de complicidad, de... que cada cual lo califique como desee. Sin embargo, si un fulano me quiere quitar una plaza de aparcamiento en la playa, conseguida tras dar vueltas y vueltas hasta encontrarlo y yo, en un arrebato, le llamo cabrón, nadie en su sano juicio considerará que dicho acto es amistoso.
Los asiduos de estas páginas conocen mi fobia particular hacia las personas que hablan de igualdad, postulando que para que ésta exista se debe cambiar, entre otras cuestiones, el lenguaje. No voy a explayarme sobre el tema, tratado con anterioridad, pues no me sale de los cojones dar más espacio a unos snobs, que han hecho de la imbelicidad modo de vida, pues no es el tema de hoy; pero me parecía oportuno tratar el asunto de los progres de postal y su reducida, cuando no obtusa, visión del problema para enfocar el tema de hoy: la castración que está sufriendo, intencionadamente, el lenguaje y, como consecuencia de ello, la pérdida de posibilidades para reivindicar justicia.
Los seguidores de esta bitácora habrán leído como desde estas líneas se han criticado ciertas monsergas del lenguaje, especialmente las usadas por economistas y políticos, que pretenden desfigurar la realidad para que sólo unos pocos sean "poseedores" de una especie de verdad revelada, para que sólo unos pocos pertenezcan a una casta, casi religiosa, de privilegiados, capaces de interpretar los arcanos del dinero. No constituirá ninguna novedad por tanto que desmitifique tal uso sectario e interesado del lenguaje, que en relativamente poco difiere de la utilización interesada y sectaria efectuada por los personajes citados en párrafos anteriores. En el fondo, aunque con algún ligero matiz, en ambos casos se trata de imponer un uso del lenguaje con una finalidad clara: beneficiarse de ello, transfigurando la realidad.
Pero a uno, que no parece bastarle con criticar lo criticable, le parece más peligroso otro tipo de manipulación del lenguaje, o tal vez sea más acertado escribir de lo políticamente correcto, presente en nuestra vida diaria y que damos como algo consustancial a estos momentos que nos ha tocado vivir (no perdamos de vista lo de nos ha tocado vivir, pues, para bien o para mal, nuestra vida es esta y, mientras no se demuestre lo contrario, es la que tenemos ad eternum). ¿De qué hablo? De una especie de conformismo, derrotismo o como se desee llamar, que parece considerar como un mal imperdonable hablar para intentar cambiar las cosas, no sólo de criticarlas (que ese parece ser el consuelo que nos ha de sacar de todos los problemas, al menos para mucha gente es así). Si tienes trabajo no te puedes quejar. Si eres funcionario tampoco. Si tienes casa tampoco. Si puedes salir un día al mes a cenar tampoco es menester quejarse. Si cobras una pensión de 800 euros tampoco. Si... Y todo porque hay personas que viven peor, lo cual es verdad. ¿De qué te quejas si tienes un buen sueldo y trabajo fijo? ¿Por qué te manifiestas para pedir mejoras? ¿Por qué cuelga en la ventana de tu casa una sábana exigiendo Democracia Real Ya?
En primer lugar, y que a nadie se le olvide, porque estoy en mi derecho.
En segundo lugar, porque considero que el silencio, o la queja hueca, sólo sirven para hacer el caldo gordo a los que mantienen el poder, que se deleitan con la sumisión de la mayoría de los ciudadanos.
También, por qué no decirlo, porque no sólo pido que cambien las cosas para mi, o para mi pareja, que también. Lucho por el futuro de mi hijo, lo que más me preocupa, sinceramente, pero también por el presente de mis padres, pensionistas, de mi hermana, de mi familia política, de mis amigos y de toda aquella gente que ve mermados sus derechos, aunque no les conozca de nada, entre ellos él de un sueldo digno o el de recibir, a cambio de impuestos, unos servicios básicos de calidad.
Una cuestión que me hace mucha gracia de este asunto es el tema del listón. ¿Qué es listón? Pues ni más ni menos que el baremo a partir del cual tienes derecho a cagarte en todo, a salir a la calle, a despotricar contra los estómagos agradecidos, políticos y allegados, los economistas, o lo que fueren esos tipos que jamás aciertan una, y los que tienen la pasta. ¿A partir de que sueldo o de que mes de permanencia en el paro se puede despotricar contra el personal? ¿Hay que trabajar o se puede hacer siendo estudiante? ¿Es necesario formar una familia para poder quejarse de la situación e intentar cambiarla o se puede estar soltero y sin compromiso estable? ¿Dónde está el límite? Y sobre todo. ¿quién decide cual es el limite?
Evidentemente, no le costará mucho asociar esta actitud del personal con la famosa coletilla que reza: "¿para qué vamos a movilizarnos? No sirve para nada." Resulta obvio que la censura a la que se ve sometida una parte de los ciudadanos, a la que me he referido en párrafos anteriores y que tan complacientemente a aceptado una gran parte de la ciudadanía, unida a la inacción, que tan bien representa la frase entrecomillada, escrita hace unas líneas, favorece los intereses de los que no desean que nada cambien, que, curiosamente, no coinciden con muchos de los ciudadanos que ponen en práctica estos extraños mecanismos de evitación del conflicto.
Mirado desde un punto de vista objetivo, el no poder hablar sobre los problemas de nuestra sociedad por miedo a ofender al de al lado, por el mero hecho de tener trabajo, así como el derrotismo, es algo absurdo, que perjudica a los más perjudicados, no a los que mejor viven. No sólo resulta perjudicial, sino que presenta una cara absurda, pues los que se encargar de difundir estos mensajes, bien directamente: periodistas, o ellos dicen serlo, economistas, eso al menos reza en su tarjeta de presentación, políticos, o los que crean esos mensajes, que luego difunden los anteriormente mencionados, entre los que encontramos a esos mismos economistas, o al menos por ello se hacen pasar, y grandes empresarios, lo hacen para intentar convencer al personal, al que están esquilmando de manera miserable, de que todavía puede hacer más por putearles, por lo que es mejor que acepten con las orejas gachas lo que hay. Y lo gracioso, lo triste, es que muchos ciudadanos creen que este mensaje es el correcto.
Pero yo me pregunto: si a ese mismo ciudadano impasible le detectan un cáncer cuál sería su respuesta ¿agachar la cabeza y esperar que nada empeore? o ¿ponerse manos a la obra y acudir a un médico e intentar erradicar la enfermedad? Lo más probable es que la respuesta sea la segunda: mover el culo para intentar acabar con la peligrosa enfermedad. Pues en nuestro situación actual, el médico somos todos y cada uno de nosotros. Todas y cada uno de nuestras palabras, de nuestras voces, de nuestras acciones servirán para intentar la sanación. Todo él que no quiera verlo padece ceguera. Ceguera, más o menos voluntaria, que impide atisbar la cobardía, de todos aquellos que no hablan ni se mueven por miedo a perder lo que aún es suyo, que cada vez es menos, y que gracias a su cobardía no será de sus hijos y de sus nietos. Desde la más sencilla queja, hasta el acto más contundente todo sirve para que los cimientos de esta mentira sigan bamboleándose. Callar, y mucho más mandar callar, debería ser considerado como un acto infame contra la libertad. Censurar al que toma la calle para pedir mejoras, especialmente mientras él que lo hace convierte el sofá en su fortín, es una felonía y, en muchos casos, una cobardía de aquel que se arrastra ante los dictados de los que mueven el cotarro.
Tal vez me podría haber ahorrado toda esta prédica escribiendo que todo sirve en esta vida menos el silencio cobarde o la crítica ante el que está en tu mismo barco.
Tal vez hubiese bastado con escribir que la inacción sólo sirve para destruir todo aquello por lo que han luchado muchas personas antes de nosotros y para que nuestro hijos y nietos vivan mucho peor que nosotros.
Tal vez... debería acabar ya.
Un saludo.
Los asiduos de estas páginas conocen mi fobia particular hacia las personas que hablan de igualdad, postulando que para que ésta exista se debe cambiar, entre otras cuestiones, el lenguaje. No voy a explayarme sobre el tema, tratado con anterioridad, pues no me sale de los cojones dar más espacio a unos snobs, que han hecho de la imbelicidad modo de vida, pues no es el tema de hoy; pero me parecía oportuno tratar el asunto de los progres de postal y su reducida, cuando no obtusa, visión del problema para enfocar el tema de hoy: la castración que está sufriendo, intencionadamente, el lenguaje y, como consecuencia de ello, la pérdida de posibilidades para reivindicar justicia.
Pero a uno, que no parece bastarle con criticar lo criticable, le parece más peligroso otro tipo de manipulación del lenguaje, o tal vez sea más acertado escribir de lo políticamente correcto, presente en nuestra vida diaria y que damos como algo consustancial a estos momentos que nos ha tocado vivir (no perdamos de vista lo de nos ha tocado vivir, pues, para bien o para mal, nuestra vida es esta y, mientras no se demuestre lo contrario, es la que tenemos ad eternum). ¿De qué hablo? De una especie de conformismo, derrotismo o como se desee llamar, que parece considerar como un mal imperdonable hablar para intentar cambiar las cosas, no sólo de criticarlas (que ese parece ser el consuelo que nos ha de sacar de todos los problemas, al menos para mucha gente es así). Si tienes trabajo no te puedes quejar. Si eres funcionario tampoco. Si tienes casa tampoco. Si puedes salir un día al mes a cenar tampoco es menester quejarse. Si cobras una pensión de 800 euros tampoco. Si... Y todo porque hay personas que viven peor, lo cual es verdad. ¿De qué te quejas si tienes un buen sueldo y trabajo fijo? ¿Por qué te manifiestas para pedir mejoras? ¿Por qué cuelga en la ventana de tu casa una sábana exigiendo Democracia Real Ya?
En primer lugar, y que a nadie se le olvide, porque estoy en mi derecho.
En segundo lugar, porque considero que el silencio, o la queja hueca, sólo sirven para hacer el caldo gordo a los que mantienen el poder, que se deleitan con la sumisión de la mayoría de los ciudadanos.
También, por qué no decirlo, porque no sólo pido que cambien las cosas para mi, o para mi pareja, que también. Lucho por el futuro de mi hijo, lo que más me preocupa, sinceramente, pero también por el presente de mis padres, pensionistas, de mi hermana, de mi familia política, de mis amigos y de toda aquella gente que ve mermados sus derechos, aunque no les conozca de nada, entre ellos él de un sueldo digno o el de recibir, a cambio de impuestos, unos servicios básicos de calidad.
Una cuestión que me hace mucha gracia de este asunto es el tema del listón. ¿Qué es listón? Pues ni más ni menos que el baremo a partir del cual tienes derecho a cagarte en todo, a salir a la calle, a despotricar contra los estómagos agradecidos, políticos y allegados, los economistas, o lo que fueren esos tipos que jamás aciertan una, y los que tienen la pasta. ¿A partir de que sueldo o de que mes de permanencia en el paro se puede despotricar contra el personal? ¿Hay que trabajar o se puede hacer siendo estudiante? ¿Es necesario formar una familia para poder quejarse de la situación e intentar cambiarla o se puede estar soltero y sin compromiso estable? ¿Dónde está el límite? Y sobre todo. ¿quién decide cual es el limite?
Evidentemente, no le costará mucho asociar esta actitud del personal con la famosa coletilla que reza: "¿para qué vamos a movilizarnos? No sirve para nada." Resulta obvio que la censura a la que se ve sometida una parte de los ciudadanos, a la que me he referido en párrafos anteriores y que tan complacientemente a aceptado una gran parte de la ciudadanía, unida a la inacción, que tan bien representa la frase entrecomillada, escrita hace unas líneas, favorece los intereses de los que no desean que nada cambien, que, curiosamente, no coinciden con muchos de los ciudadanos que ponen en práctica estos extraños mecanismos de evitación del conflicto.
Pero yo me pregunto: si a ese mismo ciudadano impasible le detectan un cáncer cuál sería su respuesta ¿agachar la cabeza y esperar que nada empeore? o ¿ponerse manos a la obra y acudir a un médico e intentar erradicar la enfermedad? Lo más probable es que la respuesta sea la segunda: mover el culo para intentar acabar con la peligrosa enfermedad. Pues en nuestro situación actual, el médico somos todos y cada uno de nosotros. Todas y cada uno de nuestras palabras, de nuestras voces, de nuestras acciones servirán para intentar la sanación. Todo él que no quiera verlo padece ceguera. Ceguera, más o menos voluntaria, que impide atisbar la cobardía, de todos aquellos que no hablan ni se mueven por miedo a perder lo que aún es suyo, que cada vez es menos, y que gracias a su cobardía no será de sus hijos y de sus nietos. Desde la más sencilla queja, hasta el acto más contundente todo sirve para que los cimientos de esta mentira sigan bamboleándose. Callar, y mucho más mandar callar, debería ser considerado como un acto infame contra la libertad. Censurar al que toma la calle para pedir mejoras, especialmente mientras él que lo hace convierte el sofá en su fortín, es una felonía y, en muchos casos, una cobardía de aquel que se arrastra ante los dictados de los que mueven el cotarro.
Tal vez me podría haber ahorrado toda esta prédica escribiendo que todo sirve en esta vida menos el silencio cobarde o la crítica ante el que está en tu mismo barco.
Tal vez hubiese bastado con escribir que la inacción sólo sirve para destruir todo aquello por lo que han luchado muchas personas antes de nosotros y para que nuestro hijos y nietos vivan mucho peor que nosotros.
Tal vez... debería acabar ya.
Un saludo.
2 comentarios:
Como siempre muy certero...
Gracias. No sé si has sido tú la que has suprimido el comentario, pero si no ha sido así, te aseguro que yo no he tenido nada que ver con lo del primer comentario suprimido. Sabes que no es mi estilo.
Un saludo.
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