A veces tengo la impresión de trabajar en modo piloto automático. Las inercias, no siempre negativas, se terminan apoderando del quehacer diario y, en cierta manera, acaban deshumanizando el proceso enseñanza/aprendizaje. Cuando se da prioridad al objetivo sobre el proceso todo pierde parte de su sentido básico: enseñar a hacer, a aplicar, escuchando a la vez.
Llegado el momento en que ocurre esto, sé que debo dar un cambio, tanto por los alumnos como por mí. Deben aparecer nuevos conejos de la chistera que me ilusionen, para transmitir esa ilusión a los chavales con los que trabajo.
Siempre he huido de los gurús que ofrecen soluciones mágicas (chisteras con conejos infalibles); sólo existe el trabajo diario, mejor o peor hecho, dependiendo de cada uno y de sus circunstancias; pero también sé que cuando el alma se diluye en lo rutinario, la esencia del trabajo desaparece. La idea es innovar para dar el siguiente paso de un camino siempre inacabado. Innovar, para sentir que esta historia de la docencia consiste en algo más que cobrar un sueldo a fin de mes. Innovar, para dar lo mejor de tus capacidades (aunque sean pocas) a los niños con los que convives todos los días.
Por mi puesto veo que las rutinas que aparecieron en Infantil hace bastante tiempo, en ocasiones, han perdido su sentido. Se acaban convirtiendo en una obligación, sin más intención que seguir en la onda dominante. Parece que sólo queda la piel, sujetada a duras penas por un esqueleto de cotidianeidad. El corazón hace tiempo que dejó de latir, y nadie pareció percatarse de ello. Y eso es lo que me da miedo: que el corazón deje de latir y no me dé cuente. Me asusta que pierda la capacidad de mirar lo que hago y pensar que se puede mejorar, porque me he estancado y no respondo a lo que necesitamos los alumnos y yo.
Celebraciones pedagógicas, esos actos que, en muchas ocasiones, lejos de aportar algo a los alumnos, los desconcierta y los ubica ante la indefinición de lo que hacemos por y con ellos. Existen demasiados Días de... y mucha necesidad de hacer notar que existen esos Días de... (en realidad se trata de ratos de...). Cada vez me resulta más cierto que los Ratos de.. resultan una forma maravillosa de rellenar el expediente, la PGA y la Memoria Final. Canciones, fotografías, vídeos, carteles... y qué queda al día siguiente de todo ello. Una cartulina en una pared que espera a que lleguen los últimos días de junio para que el maestro de turno la condene al ostracismo, cuando no al contenedor de reciclado de papel. Y, en los alumnos, ¿qué queda? No lo sé con total certeza, pero intuyo que no mucho y, en el peor de los casos, nada; lo que como docente me preocupa.
Aunque no todo lo que ocurre entre las paredes de un centro educativo debe permanecer indeleble en el recuerdo del alumno, sería imposible, sí que creo oportuno que ciertos temas, en especial los relacionados con la transmisión de valores, deberían impregnar de alguna manera a los chavales con los que trabajamos. Una fotografía, un cartel, una canción (muy parecida a la del curso anterior) no sirven para que el joven conozca, y si es posible, se empape de ciertos valores que se intentan transmitir. La explicitación, los proyectos, las experiencias cercanas, o más lejanas si es posible, la posibilidad de cambiar algo a través de sus actuaciones... ayudarían a que los discentes comprendiesen de que se habla, que se persigue y, sobre todo, que es posible hacer algo por cambiar ciertas situaciones. Considero que un proyecto, o dos, bien desarrollados durante el curso aportan mucho más al bagaje del alumno, que la típica canción de Youtube.
De nuevo se vuelve a hablar de cambiar la normativa fundamental que regula el sistema educativo español no universitario. Reconozco que, por primera vez, no tengo interés alguno en lo que acontezca entre los representantes de los partidos políticos implicados en el asunto. Hace tiempo que todo lo relacionado con la legislación educativa, el politiqueo sobre lo educativo y la imagen distorsionada que los medios de comunicación transmiten sobre escuela y sociedad me causa hastío. Eslóganes vacíos de contenido, leyes hueras y simplificación hasta lo esperpéntico de la realidad conforman la contribución de unos y otros al asunto. No me siento representado por nadie en este asunto, pero lo que más me duele del tema es la falsa imagen que, de manera interesada, unos y otros transmiten a la sociedad sobre el sistema educativo. Valga como referencia programas como el de Francino, donde con igual alevosía se ensalza la labor de todo el cuerpo docente, como se critica, un par de días después, a todos los profesionales de este medio por no saberse adaptar a los requerimientos "modernos", que, por supuesto, ha dictaminado un experto que lleva al programa, muy famoso en su casa a la hora de cenar.
Me equivoqué, no debí ser un maestro gruñón, para alcanzar el éxito debí estudiar para ser experto de programa de radio.
Siempre he huido de los gurús que ofrecen soluciones mágicas (chisteras con conejos infalibles); sólo existe el trabajo diario, mejor o peor hecho, dependiendo de cada uno y de sus circunstancias; pero también sé que cuando el alma se diluye en lo rutinario, la esencia del trabajo desaparece. La idea es innovar para dar el siguiente paso de un camino siempre inacabado. Innovar, para sentir que esta historia de la docencia consiste en algo más que cobrar un sueldo a fin de mes. Innovar, para dar lo mejor de tus capacidades (aunque sean pocas) a los niños con los que convives todos los días.
Por mi puesto veo que las rutinas que aparecieron en Infantil hace bastante tiempo, en ocasiones, han perdido su sentido. Se acaban convirtiendo en una obligación, sin más intención que seguir en la onda dominante. Parece que sólo queda la piel, sujetada a duras penas por un esqueleto de cotidianeidad. El corazón hace tiempo que dejó de latir, y nadie pareció percatarse de ello. Y eso es lo que me da miedo: que el corazón deje de latir y no me dé cuente. Me asusta que pierda la capacidad de mirar lo que hago y pensar que se puede mejorar, porque me he estancado y no respondo a lo que necesitamos los alumnos y yo.
Celebraciones pedagógicas, esos actos que, en muchas ocasiones, lejos de aportar algo a los alumnos, los desconcierta y los ubica ante la indefinición de lo que hacemos por y con ellos. Existen demasiados Días de... y mucha necesidad de hacer notar que existen esos Días de... (en realidad se trata de ratos de...). Cada vez me resulta más cierto que los Ratos de.. resultan una forma maravillosa de rellenar el expediente, la PGA y la Memoria Final. Canciones, fotografías, vídeos, carteles... y qué queda al día siguiente de todo ello. Una cartulina en una pared que espera a que lleguen los últimos días de junio para que el maestro de turno la condene al ostracismo, cuando no al contenedor de reciclado de papel. Y, en los alumnos, ¿qué queda? No lo sé con total certeza, pero intuyo que no mucho y, en el peor de los casos, nada; lo que como docente me preocupa.
Aunque no todo lo que ocurre entre las paredes de un centro educativo debe permanecer indeleble en el recuerdo del alumno, sería imposible, sí que creo oportuno que ciertos temas, en especial los relacionados con la transmisión de valores, deberían impregnar de alguna manera a los chavales con los que trabajamos. Una fotografía, un cartel, una canción (muy parecida a la del curso anterior) no sirven para que el joven conozca, y si es posible, se empape de ciertos valores que se intentan transmitir. La explicitación, los proyectos, las experiencias cercanas, o más lejanas si es posible, la posibilidad de cambiar algo a través de sus actuaciones... ayudarían a que los discentes comprendiesen de que se habla, que se persigue y, sobre todo, que es posible hacer algo por cambiar ciertas situaciones. Considero que un proyecto, o dos, bien desarrollados durante el curso aportan mucho más al bagaje del alumno, que la típica canción de Youtube.
De nuevo se vuelve a hablar de cambiar la normativa fundamental que regula el sistema educativo español no universitario. Reconozco que, por primera vez, no tengo interés alguno en lo que acontezca entre los representantes de los partidos políticos implicados en el asunto. Hace tiempo que todo lo relacionado con la legislación educativa, el politiqueo sobre lo educativo y la imagen distorsionada que los medios de comunicación transmiten sobre escuela y sociedad me causa hastío. Eslóganes vacíos de contenido, leyes hueras y simplificación hasta lo esperpéntico de la realidad conforman la contribución de unos y otros al asunto. No me siento representado por nadie en este asunto, pero lo que más me duele del tema es la falsa imagen que, de manera interesada, unos y otros transmiten a la sociedad sobre el sistema educativo. Valga como referencia programas como el de Francino, donde con igual alevosía se ensalza la labor de todo el cuerpo docente, como se critica, un par de días después, a todos los profesionales de este medio por no saberse adaptar a los requerimientos "modernos", que, por supuesto, ha dictaminado un experto que lleva al programa, muy famoso en su casa a la hora de cenar.
Me equivoqué, no debí ser un maestro gruñón, para alcanzar el éxito debí estudiar para ser experto de programa de radio.
2 comentarios:
Menos mal que te dedicaste a la docencia y no a la radio. La sociedad ha ganado más con eso. Te diré que me he sentido identificada con lo que dices del modo automático. Y es cierto que lo que me salva del aburrimiento, aparte de sus caretos, es hacer algo nuevo que nos motive a todos. Si no salgo de clase todos los días sintiendo que he logrado transmitir un solo y minúsculo contenido, es cuando caigo en el aburrimiento. Esta profesión exige autoevaluación diaria y cambiar y adaptarse a los chicos continuamente. Al menos yo lo vivo así. El día que no me planteo mejorar, me canso de mi trabajo.
Un besito
Gracias.
No sé, hay días que pienso que pienso que no doy pie con bolo y otros me pasa lo contrario. Imagino que en el medio de esos extremos estará la verdad.
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