martes, 19 de junio de 2018

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (18-6-2018)

Acaba el curso, ¡por fin!, y todo el pescado está vendido. Nada que no se haya hecho ya se podrá cambiar de manera significativa. Alguna duda sobre la nota de uno de esos alumnos que caminan entre Pinto y Valdemoro y muchos informes y burocracia, que, al menos, en muchos casos no consume papel de manera absurda, gracias a la informatización de muchos de esos trámites. 
Sin embargo, querido diario, todo lo escrito arriba no implica que no existen cuestiones sobre las que pensar u opinar, y hoy lo voy a hacer sobre los dos extremos de este negocio que nos ocupa, preocupa y mantiene: los telepredicadores educativos y los adeptos al sistema clínico. 
Lo sé, caro diario, todo suena un poco raro y, si me apuras, hasta fuera de época; pero cuando desarrolle lo que tengo que contar, casi seguro que estarás de acuerdo conmigo. Vamos a ello.
Hace unos días leía a un tipo, ingeniero, que impartía su docencia a través de una red social (YouTube, aunque a alguien le suene raro, también es una red social) y criticaba a los docentes por su mala práxis. Este telepredicador, premiado por un banco (creo que el mismo que avala fianzas a implicados en casos de corrupción del Partido Popular), hablaba de lo bien que él hace las cosas y lo mal que lo hacen los demás. Y uno, que es así, aún si dudar que  el tipo en cuestión lo puede hacer bien, desconfía por sistema de los telepredicadores, salvapatrias y demás asadores de manteca, e indagó un poco. Para empezar parece que tiene un público muy determinado, alumnos con un nivel bastante bueno y, sobre todo, con motivación de aprendizaje. ¿Qué es la motivación de aprendizaje? Ganas de aprender con la única finalidad de tener más conocimientos. Sí, querido diario, esos alumnos que aprenden solos (incluso a veces a pesar de los docentes). 
En otras palabras, los alumnos que entren en sus clases grabadas lo hacen de manera voluntaria. Y ese pequeña variable, que parece mentira que se le haya olvidado, resulta crucial. Resulta crucial que en una clase hay que enseñar, o al menos intentarlo,  al que quiere y al que no quiere aprender y aquí, en ocasiones, es donde empieza la problemática; pero a todos nosotros nos pagan porque esos chavales, que jamás visitarán el canal de YouTube del fulano en cuestión, aprendan lo máximo posible. 
Según escribo esto me acuerdo del nieto de Tomás y Valiente, que en una entrega de premios a los alumnos más brillantes, calló a todos los vencedores recordando que el sistema también procura dar las mismas oportunidades a los que no son tan brillantes, a los que tienen una vida familiar compleja, a los que acaban de llegar a este país y no hablan ni papa de español, a aquellos alumnos con plurideficiencias y a aquellos otros que tienen necesidades educativas especiales de cualquier tipo. La vida no sólo está compuesta por triunfadores y por personas cuya motivación de aprendizaje les hace buscar tapar las carencias del sistema, o de ciertos docentes, con aportes externos. 
La mayoría de los alumnos no tienen motivación de aprendizaje, sí de logro (de alguno de los diferentes tipos de motivación de logro); pero también hay chavales que no tienen ningún tipo de motivación, y no sólo porque los docentes seamos malos. Todos los docentes, querido diario, conocemos casos de esos en los que piensas: ¿cómo puede haber padres así? Pero eso, no lo va a contar ningún telepredicador ni ningún pedagogo intelectual, de esos que no pisan un centro educativo ni para supervisar las prácticas de sus alumnos de Magisterio. Y sabes, es posible que algunos no seamos unas joyas de la docencia, pero la gran mayoría intentamos que todos aprendan, y, a veces, eso supone que unos se conformen con adquirir lo trabajado con carácter general, para intentar que otros adquieran lo máximo posible. 
A algún intelectual de la creatividad le puede parecer injusto, pero el sistema educativo debe intentar proporcionar las mismas oportunidades a todos.
Por otra parte, todavía existen compañeros, algunos sorprendentemente jóvenes, que siguen apelando al modelo clínico.Ése que sigue preocupándose por la patología y no por lo próximo que tiene que aprender y, lo que resulta aún más desconcertante: opinan que llegará un momento (que sólo ellos podrán determinar) en el que no podrán aprender más. 
Uno, querido diario, que siempre ha considerado que todas las personas pueden aprender algo, con la excepción de aquellas que sufren algún tipo de demencia, siente cierta irritación cuando escucha esto. Poner etiquetas y justificar un enfoque erróneo (o una falta de actitud) me parece grave. Todo cometemos errores y tenemos mucho que mejorar, pero seguir etiquetando a niños y considerar que no pueden aprender nada supone un paso más allá.
Puede que un alumno no sea capaz de aprender a resolver problemas complejos, debido a una discapacidad cognitiva, pero seguro que se pueden trabajar conceptos relacionados con su vida diaria y su experiencia próxima: dinero, pago con monedas y billetes, vueltas (uso del móvil para calcular las vueltas)...
No todos nuestros alumnos pueden ser ingenieros con canales en YouTube con lecciones magistrales, pero, al menos, sí les podemos ayudar a desenvolverse en su vida diaria, cuidando de no ponerlos etiquetas, que les puedan acompañar toda la vida.
Querido diario, comienzo a sentir la llamada de las vacaciones, y una cierta pereza me empuja a dejar de arreglar el mundo y a pensar en si el bañador del año pasado me estará bien. Dejémoslo aquí, por el momento y ya seguiremos, más adelante, con estos y otros asunto.
Nos vemos pronto.

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