jueves, 9 de agosto de 2018

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Parece que mucha gente no se quiere enterar, y los medios contribuyen con su gusto por sembrar desinformación, que Donald Trump gobierna para sus votantes (ni tan siquiera para todos los estadounidenses). Se trata de un cálculo electoral, que busca conseguir un triunfo en las próximas legislativas y una futura reelección como inquilino de la Casa Blanca. Esta política llega a extremos tales como provocar un enfrentamiento con otro países. Valga como ejemplo el caso de Turquía. En la actualidad EE.UU. y Turquía mantienen un enfrentamiento, siendo un clérigo evangelista el último asunto que ha elevado la tensión, ver aquí. ¿Por qué un clérigo es capaz de provocar esta tensión? Porque, además de que el Vicepresidente de EEUU es evangelista, resulta que los seguidores de esta facción cristiana son los votantes más fieles de Trump, como se puede leer aquí. Pero, ¡ojo!, todos los presidentes han gobernado para los "suyos" (sin olvidar posicionarse siempre a favor de las grandes corporaciones y del capital). Cuestión bien distinta es que los suyos, o sus gestos, nos cayeran mejor o peor.



No echo de menos a esa gente que te apaga incendios desde el sofá de su casa, aunque sólo sea porque eso implica que apenas hemos tenido grandes fuegos en nuestro país. En realidad, esa gente, que siguiendo el discurso oficial (en este caso el de los recortes), sabe de todo me enerva bastante. Por supuesto, muchos de ellos desconocen aspectos como la diferencia entre un bombero forestal, un agente forestal y un peón forestal. Preguntarles por la campaña de incendios o la temporada de quema puede resultar un absurdo. Pero ellos saben que todos los incendios se consiguen detener contratando a más gente. Por desgracia, los grandes fuegos nos seguirán asolando, esperemos que de manera ocasional. El fuego, junto con el calor, el viento, la orografía van a seguir provocando desastres naturales. Y no, no es algo privativo de España. Ejemplos los tenemos en California, Suecia, Grecia... No me gustaría acabar sin mencionar a algunos estúpidos que presentaban el año pasado la colaboración de recursos de otros países en fuegos patrios como una forma de demostrar la falta de medios. Si el lector ha leído el enlace de Suecia comprobará que habían acudido hidroaviones italianos. Pero aquí todo vale para olvidar la labor de los grandes héroes: los tipos que se juegan la vida apagando esos fuegos, en ocasiones por un sueldo miserable.



Me genera sentimientos contradictorios la salida de la cárcel de Santi Potros. Por un lado, ha cumplido su condena, o el máximo que se puede cumplir con la aplicación de las ley. Por otro, parece que el tipo no sólo no se arrepiente, lo cual es una cuestión personal, sino que, si su edad se lo permitiese, parece que volvería a cometer similares atrocidades a las que perpetró en nombre de su patria (la del asesinato por una bandera). Mi visión respecto a este tipo de asuntos creo haberla expuesto en otras ocasiones, pero considero oportuno volver a hacerla pública. 
Creo en la reinserción de las personas. No considero que treinta años de cárcel, pagados por todos, sean mejores que diez o doce, si la persona tiene (comprobada) intención de cambio. No creo en el ensañamiento ni que diez o doce años más de cárcel vayan a reparar lo hecho.  Cuestión diferente me merecen aquellas personas, como Santi Potros, sin ningún atisbo de cambio. Para ellas el cumplimiento integro de las penas se convierte en inexcusable. 
Cuando se habla de cumplimientos de penas se suele invocar a las víctimas. Para empezar no todas piensan iguales (véase a las víctimas del terrorismo de ETA). Para continuar, las víctimas no tienen el don de la infalibilidad y, en muchos casos, se mueven por un sesgo lógico provocado por el dolor. Las víctimas deben recibir todo el apoyo de la sociedad, pero en este aspecto su opinión cuenta como la de cualquier otra persona.



Escucho a determinada gente hablar sobre la juventud y su falta de valores. Puede que tengan razón, pero creo que esta batalla entre generaciones ya aparece en los clásicos como Aristóteles, y seguirá ahí durante milenios. Tal vez más preocupante sea lo que estemos legando nosotros, los adultos, a nuestros jóvenes: consumismo, asunción de pérdidas de derechos de todo tipo como forma de alcanzar bienes materiales, cultura del usar y tirar para tener lo último en tecnología, ropa, uniformidad cultural, basada en lo superficial...
¿De verdad el problema lo tienen sólo nuestros jóvenes?



Sobre el tema de la inmigración tengo tantas dudas, para empezar por qué la gente suele generalizar sobre el asunto, que no me atrevo a dar una opinión. Las personas que tienen una opinión inquebrantable, me da igual en que bando se encuentren, me resultan sospechosas. Las unas por decir una cosa y hacer otra (por ejemplo aprovecharse de los inmigrantes para explotarles, siendo contrarios a la inmigración), las otras por decir una cosa y, en su mayoría, no hacer nada (solidarios de boquilla), interesándose sólo por el asunto en aquellos momentos en los que la prensa se hace eco de casos puntuales. Tal vez, en los unos y los otros reside una perfecta descripción de nuestra sociedad: la capacidad de aceptar que nuestras palabras choquen con nuestros actos, así como que nuestras opiniones no se basen en un análisis del mayor número de variables posibles, sino en criterios asociados a los sentimientos (o a los pseudosentimientos).



Me ha ocurrido por segunda vez y me ha dado que pensar. Comienzas las vacaciones en un momento de finales de julio con poca gente o, al menos, no mucha, en el lugar donde te encuentras. De repente, unos pocos días después, empiezan a aparecer colas interminables para todo, donde antes no las había y te das cuenta que aquello que empezó como una forma de desconectar, se convierte en un eterna espera para conseguir lo más básico. ¿De verdad este estilo de vida sirve para desconectar de la rutina diaria? A mí no, detesto las colas. Al final, el turismo se ha convertido, en parte, en un producto de consumo más, en el que no importa tanto relajarte, desconectar, como contar que has estado aquí o allá; enseñar selfis y fotos, cuantas más mejor, junto a un monumento, que, en muchos casos, el autor del retrato no sabe cuándo ni quién lo construyó y mucho menos el estilo. No intento criticar a quién hace esto, es muy libre de vivir como desee, el objeto de esta reflexión es intentar hacer ver que se ha perdido ese espíritu que considero deberían tener las vacaciones como una forma de desconexión, de relax (que no implica zanganear, sino conocer, no ver, cosas distintas, salir de la rutina y de las hábitos rutinarios).



Lo que más me gusta de la prensa es no leerla de manera habitual.

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