Vivimos en un mundo donde lo moderno se impone a cada minuto. ¡Qué digo cada minuto! Cada segundo. De hecho, cuando el lector haya terminado de leer estas tres líneas ya se habrán quedado obsoletas y anticuadas como Pajares y Esteso, el Despacito o el Pokémon Go.
Lo nuevo, lo que casi nadie posee se ha convertido en el leitmotiv. Te compras la última tecnología, el último móvil, para luego meterlo en el microondas para recargarlo, porque en una página web te dicen que es lo que se lleva ahora. A ver, intelectual, si te compras un aparato de última tecnología no estaría de más que distinguieses entre un tazón de leche y un teléfono inteligente. Que uno dice: si les venden la Azada 6.0 y les dicen que hacen surcos innovadores, con influencias célticas, también serían capaces de hacer colas de dos días, para ser los primeros en disponer de esa maravillosa tecnología, que les permitirá tener unos geranios modernos que te cagas.
Luego hay cosas que no, no se pueden consentir. Me contaban unos amigos que alguien había abierto en mi ciudad un negocio cuyo mérito era vender tazones de cereales con leche. Y por ahí no se puede pasar. Vale que la vieja costumbre del café y la copa de Soberano para desayunar que tenían los currito de mi ciudad, antes de coger el bus para ir a la factoría de automoción, hace tres o cuatro décadas, como que no era muy sana, pero, vamos a ver, la bobada traída de Ámerica, de tomar cereales con miles de kilos de azúcar para parecer guay, es un poco absurda. Póngase el lector en situación. Cadena de montaje, doscientos y pico coches por turno, y un tipo diciendo al encargado: "Mariano, debo ir al baño. La fibra de los Chokoguays está haciendo su efecto". Y así, uno tras otro, durante las dos primeras horas de trabajo.
Antes no. Antes las cosas eran distintas: "Mariano, sácate la petaca que esta puta tuerca no hay quien la apriete y antes de acabar a hostias con el Seat 127 prefiero darme un trago. ¡Me cago en Dios!". Y ahí iba el Mariano, con el Soberano, para mejorar la producción del trabajador, adaptándose a las necesidades del currito.
Obvia decir que a los meses el negocio de los cereales estaba cerrado. Creo que Mariano se hartó de sustituir a gente que iba a al baño y lo del incendio no fue tan fortuito como dicen los medios de comunicación.
Si se mira, la modernidad es que cierren las tiendas pequeñas y sean sustituidas por franquicias (¡Qué hijo puta!, cuando el dictador bajito, y con voz de pito, dijo que lo dejaba atado y bien atado se refería a esto) o que abrán tiendas bio, que parecen tener fecha de caducidad, pues cierran con la misma velocidad con la que abrieron. Uno ya no va a la tienda del Señor Abundio o a la de la Señora Aniceta. Ahora va a lugares donde lo importante es el producto, siempre fresco (no como el producto que vendía el pescadero de los cómics de Asterix). Pan, siempre fresco, y con masa madre (que te tira una zapatilla teledirigida si comes más pan de la cuenta). Huevos ecológicos de gallinas con las que se firma un contrato para que aporten dichos huevos de forma consentida. Ropa con algodón ecológico recogido por niños de doce años con todo el cariño del mundo. Y zumos de naranja que te puedes exprimir tú mismo, para que no pierdan la vitamina C. Si no la han perdido en su viaje desde Chile, porque el zumo te lo estás haciendo en julio, sería absurdo que lo perdiesen ahora. Todo sano y ecológico; porque antes comían mejor... cuando tenían para comer y no pillaban fiebre de malta, triquinosis... por la falta de higiene y de controles sanitarios.
De hecho, cuando oigo lo de que antes comían sano me entran ganas de coger a esos defensores de lo original, soltarlos en un pueblo abandonado de Castilla, con un par de cochinos, una azada, que podía ser la 6.0, pan de salvado para un mes (sin masa madre ni abuela), sin móvil ni Internet y a ver que hacían.Tengo la impresión que tras 21 días acabarían como los de Aventuras en pelotas: escuálidos, en bolas y preguntándose cómo sobrevivían antes allí tíos pegados a una boina.
En el corazón de la modernidad se ha instalado el selfie. Voy a la playa, selfie. Me pica una medusa, selfie del pie y de la medusa. Le da un infarto a mi padre, selfie con él para demostrar lo mal que lo estoy pasando. Pago en negro la reparación del coche, selfie. Me devuelve dinero Hacienda, selfie, con el número de cuenta a la vista, para que la gente sepa que ya lo han ingresado.
El selfie ha cambiado nuestras vidas. Antes se enseñaban varias fotos de las vacaciones, entre veintei cuatro y cien mil, dependiendo del sujeto, pero todas del tirón. Ahora no. Ahora con las redes sociales y los móviles te encuentras fotos de la gente en todo momento y ocasión: selfie comiendo lentejas de primer plato; selfie comiendo pechuga a la plancha de segundo; selfie tomando profiteroles de postre; selfie yendo al baño a evacuar la comida.... Una locura.
Además, seamos honestos, más de la mitad de nosotros no deberíamos publicar nuestros retratos en las redes sociales. ¿Con qué derecho nos creemos para irrumpir en los móviles de otras personas con estos caretos tan horribles y estos cuerpos tan poco estéticos?
Pero lo peor no es que aparezcan fotos del personal al natural. Mucho más daño se hace cuando aparece el personal, sobre todo las mujeres, poniendo morritos en los retratos. Vamos a ver, no vais a salir más guapas, al contrario y, además, la impresión de que te han pillado nada más sacarse el chupa chus de la boca, no produce buena impresión, porque es bien sabido que el azúcar produce caries y se puede llegar a pensar que pones ese careto porque tienes los dientes más negros que Morgan Freeman y así evitas que se te vean.
Si se miran las redes sociales, en especial Twitter, se comprueba como lo moderno es enfadarse por todo. Si dices que te ha gustado una tarta de manzana estás incitando al consumo de azúcar. Si respondes: ni de coña, porque referirse en femenino en esos términos resulta despectivo para todo el genero. Si dices tres o cuatro resulta discriminatorio para el número. Si dices que alguien es un lince estás contribuyendo a la desaparición de dicho animal por su uso indebido... Y así hasta hartarse. Esa es la pretendida modernidad en la redes sociales, pero, en realidad, a mi me recuerda a esas comadres de pueblo, aburridas tras hacer todas la tareas de la casa, que se dedicaban a despellejar a diestro y a siniestro para matar el tiempo. Al final, la modernidad va a ser la vuelta a los orígenes, gente haciendo lo de siempre (presumir de lo que se tiene y machacar al prójimo) , pero intentándolo disimular bajo la bandera de lo moderno.
Yo, para no quedarme fuera de contexto, me voy a sacar un selfie con la Azada 6.0 y lo voy a publicar en Istagram para dar envidia al personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario