En ocasiones las deudas se deben pagar y cualquier momento resulta bueno para satisfacerlas y satisfacerse. Un agujero de tiempo sin precisar puede resultar excelente para contemplar la genialidad y el simbolismo de un encargo, de una guerra perdida, de unos ideales enterrados entre miles de muertos ocasionales o voluntarios. Un grito desgarrador a otros países, cómplices por inacción con el fascismo recién descubierto, que hoy retorna sin eufemismos, moldeado por la misma Hidra que lo gestó hace casi un siglo.
Una ciudad arrasada por las bombas. Un cuadro simbolizando la destrucción, la muerte de inocentes en día de mercado, la madre con el hijo muerto. La barbarie, siempre la barbarie, recreada por un genio, nuestro genio, en un siglo de genios que rompieron con todo lo establecido y que, en algunos casos, se situaron frente o a favor de esa destrucción, de esa aniquilación del ser humano, por no considerarlo como tal al pensar diferente.
Un poco más allá, otro genio. Un genio exiliado también, recreando en imágenes la misma destrucción, la misa barbarie, interpretada por unos actores reales, que representan el papel del atraso secular. No necesitan cuarta pared, ellos son los protagonistas y el público. Ellos viven, recrean y contemplan la miseria de la escasez, de la subsistencia, de la enfermedad, de la muerte en su Tierra sin pan. Media hora de desolación, rodada por el autor de "El perro andaluz", con un mensaje final de esperanza, de lucha.
Hace poco anduve por esas tierras, llegando hasta donde finaliza la carretera, y volví a contemplar la existencia, cada vez más anecdótica, de esa generación de niños retratados por el director aragonés, hoy ya ancianos. Ellas aún lucían, sentadas al sol en poyos escuetos, el pañuelo en la cabeza. Pero, intuyo, que también lucían, en el final de sus días, el sentir inconsciente de saberse triunfadoras ante la necesidad, la enfermedad y la muerte prematura.
Siguen hoy en día las colmenas y un vivir diferente, caracterizado por la necesidad de un tiempo sin prisas. El resto, ha mudado, siendo sólo los ancianos y la arquitectura abandonada los últimos vestigios de esa infamia, tan dolorosa como un bombardeo sobre civiles.
Podría hablar de Gris, Miró, Dalí, Óscar Domínguez, Blanchard, Benjamín Palencia o el costumbrismo de Zuloaga... pero para este relato resultan prescindibles.
El azar, las retenciones o la improvisación me condujeron, un día después, al otro extremo del mundo. Al lugar donde el hambre se combate con bodegones que resultan el entrante favorito de comidas pantagruélicas, obtenidas con el sudor de aquellos que a los que se desconoce, pero a los que se dice reinar en su nombre.
Un palacio construido con la finalidad de alejar de la Corte a una ambiciosa e intrigante mujer, que años antes había sido reina consorte. Un capricho para dicha mujer, que, al final, fruto de la muerte prematura del rey, acabó coronando a su hijo como rey de España. Un capricho para detener intrigas y mostrar las grandes diferencias entre los predecesores de esas personas que aparecen en el documental y una minoría que conspira para acaparar aún más poder.
Dos mundos opuestos en el sentido material, pero con una perspectiva similar a la hora de abordar la existencia: en lo esencial, nada puede cambiar, aunque en un caso sea por conveniencia y en otro por la imposibilidad de concebir como hacerlo y, en algún caso, por la nula necesidad de dicho cambio.
Oropel para ocultar las miserias de un hombre homosexual, ejerciendo de rey consorte, y de una reina promiscua, corrupta y caprichosa en lo que se refiere a la gestión del país que recibió como premio de su padre felón y que tuvo que retener para sí, a sangre y fuego, de las apetencias montaraces de parte de sus súbditos, espoleados por su propio tío.
Y, entre el cuadro que supone un grito de ayuda ante lo que habría de asolar todo o entre ese ejercicio descriptivo de la existencia para y por la existencia y ese palacio proyectado para alejar las intrigas de la corte y disfrutado por los descendientes de aquellos, especialistas también en conspiraciones, que les aseguren el poder y el lujo, en ese espacio de tiempo la geografía humana del deseo, enredada hasta alcanzar un estado absoluto de extenuación.
Un saludo.
Podría hablar de Gris, Miró, Dalí, Óscar Domínguez, Blanchard, Benjamín Palencia o el costumbrismo de Zuloaga... pero para este relato resultan prescindibles.
El azar, las retenciones o la improvisación me condujeron, un día después, al otro extremo del mundo. Al lugar donde el hambre se combate con bodegones que resultan el entrante favorito de comidas pantagruélicas, obtenidas con el sudor de aquellos que a los que se desconoce, pero a los que se dice reinar en su nombre.
Un palacio construido con la finalidad de alejar de la Corte a una ambiciosa e intrigante mujer, que años antes había sido reina consorte. Un capricho para dicha mujer, que, al final, fruto de la muerte prematura del rey, acabó coronando a su hijo como rey de España. Un capricho para detener intrigas y mostrar las grandes diferencias entre los predecesores de esas personas que aparecen en el documental y una minoría que conspira para acaparar aún más poder.
Dos mundos opuestos en el sentido material, pero con una perspectiva similar a la hora de abordar la existencia: en lo esencial, nada puede cambiar, aunque en un caso sea por conveniencia y en otro por la imposibilidad de concebir como hacerlo y, en algún caso, por la nula necesidad de dicho cambio.
Oropel para ocultar las miserias de un hombre homosexual, ejerciendo de rey consorte, y de una reina promiscua, corrupta y caprichosa en lo que se refiere a la gestión del país que recibió como premio de su padre felón y que tuvo que retener para sí, a sangre y fuego, de las apetencias montaraces de parte de sus súbditos, espoleados por su propio tío.
Y, entre el cuadro que supone un grito de ayuda ante lo que habría de asolar todo o entre ese ejercicio descriptivo de la existencia para y por la existencia y ese palacio proyectado para alejar las intrigas de la corte y disfrutado por los descendientes de aquellos, especialistas también en conspiraciones, que les aseguren el poder y el lujo, en ese espacio de tiempo la geografía humana del deseo, enredada hasta alcanzar un estado absoluto de extenuación.
Un saludo.
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