- Simplificar al extremo la información y, por tanto, la capacidad de análisis de lo que ocurre, creando un mundo de buenos (donde siempre se encuentra el receptor de la información) y de malos. Se trata de verdades absolutas, con ideas y comportamientos buenos y malos, sin matiz alguno. Se pretende infantilizar a aquellas personas que recurren a este tipo de medios para conocer e interpretar la realidad, solo existe lo bueno y lo malo, las circunstancias, los contextos... no son tenidos en cuenta. Esta simplificación conlleva una mayor facilidad para la manipulación y una mayor dependencia de verdades morales.
- Este mensaje de verdades absolutas y buenos y malos es utilizado por los propios medios para arrimar el ascua a su sardina. Las noticias seleccionadas, la parte de la información presentada (nunca suele haber matices ni segundas opiniones, solo existen buenos y malos), sirve para difundir un modelo de sociedad. Por supuesto, esta forma de abordar lo que ocurre, esta manipulación, sirve a los convencidos para reafirmar sus creencias (sesgo de confirmación), pero también sirve para manipular a los ciudadanos interesados solamente en informarse.
jueves, 29 de abril de 2021
CONOCER NOS HARÁ LIBRES
sábado, 24 de abril de 2021
AL FINAL
El efecto de la droga se estaba desvaneciendo y él volvía a deambular por ese estado onírico en el que lo real se encuentra lo suficientemente deformado para dejarse llevar por esa senda sin cuestionarse nada más. Surgió de algún lugar del pasado ese fragmento de la letra de aquella canción,que tanto le había gustado en el pasado: "Now I see the times they change, leaving doesn't seems so strange..."... Y su rostro, inmutable a pesar de los años transcurridos, apareció ante él. Ella le sonreía, mirándole con aquella fijeza acostumbrada, derramando en su mirada la ternura que él provocaba en ella cuando estaban juntos.
En un principio él no supo reaccionar. Desconocía si ese azoramiento se debía al postrero efecto del narcótico antes de desvanecerse de su sistema nervioso, o a la desubicación que le generaba la presencia de ella, de Marta, después de tantos años, allí, a su lado. Solo acertó a decir: "¡Hola, Marta!".
Ella respondió, casi solapando la primera palabra con su nombre: "¡Hola, Rafael! Te he visto en mejores circunstancias. Espero que esto solo sea un bache".
"Con sinceridad, yo también lo espero", repuso el aludido, con una sonrisa, que ella pronto imitó. "Tú sigues como siempre, bellísima", continuo Rafael.
"Gracias. Creo que se debe más a como me ves tú, que a la realidad, pero te lo agradezco", contestó. "¿Me has echado de menos?, preguntó ella de manera abrupta, sin necesidad de rodeos previos.
"Mucho. Muchísimo. Desde la última vez que nos vimos he pensado en ti siempre que he tenido ocasión de hacerlo. Te he extrañado tanto como para que siempre me hayas acompañado de manera silenciosa, pero con la estridencia de lo que jamás se puede sacar de uno mismo". Confesó. "¿Y tú a mí?"
"Aunque esté aquí, no siempre todo resulta ser lo que aparenta. Creo que lo mejor que puedes hacer en estas circunstancias es disfrutar de mi presencia", afirmó Marta, de una manera tajante que él no recordaba haber escuchado con anterioridad saliendo de sus labios.
"Creo que te debo una disculpa y, tal vez, una explicación", alegó él. "No sé si querrás escucharla o no, pero voy a hacerlo. Te lo debo y, en cierta forma, me lo debo a mí también", continuó.
Marta se limitó a encogerse de hombros, lo que él interpretó como la señal de inicio para su discurso, mil veces ensayado en su cabeza y que nunca creyó debería expresar en voz alta.
"Cuando te conocí buscaba algo... Siempre buscaba algo: mi beneficio. Cumplías con todos los requisitos: mujer de mediana edad, sin compromiso, con no muchas relaciones sociales y con un buen nivel de vida... Y no fue difícil acercarme a ti y llevarte a mi terreno. Te encontrabas tan necesitada de afecto como yo de dinero; pero algo no funcionaba como en otras ocasiones. La segunda vez que hablamos te miré a los ojos y reconocí algo nuevo y distinto, que turbó hasta el último átomo de mi cuerpo. Vi esa ternura en el verde de tu iris, la misma que hace un momento sentí, y, en cierta forma, me desarmó. Se estableció dentro de mí una lucha callada y atroz entre la costumbre y el sentimiento; entre el dinero y tú; entre yo y tú y yo. Por primera vez supe que significaba la palabra remordimiento y también aprendí que, en ocasiones, esta sensación se clava en el alma sin posibilidad de extraerla, al menos de manera inmediata.
Las semanas que pasé junto a ti nunca las olvidaré. Nunca olvidaré los mejores días de mi vida y el sufrimiento atroz que me causaba mi mentira. Te amaba y me odiaba a partes iguales. Durante casi dos meses me dejé llevar, indeciso. La palabra felicidad había cobrado un sentido distinto junto a ti, pero no desconocía que en mi fuero interno seguía siendo el mismo: un estafador, ávido de dinero fácil para disfrutar la vida a mi manera, sin ataduras, y, como te he dicho anteriormente, esa paradoja me atormentaba.... Hasta que tomé una decisión: abandonarte, haciéndote el menor daño posible. Te amaba tanto que decidí no apropiarme de un solo euro tuyo. No consideré el dolor que te podría suponer mi marcha sin previo aviso. En aquella época mi principal preocupación era el dinero y supuse que no quedarme con el tuyo podría considerarse lo mejor que podría hacer por ti. Solo un par de semanas después comprendí el trauma que causa separarte de alguien a quien quieres más que a ti mismo y lo descubrí en mis propias carnes".
"¡Joder, qué dolor! ¡Perdona! He sentido una punzada que me ha atravesado el abdomen. Parece que ya se va pasando. ¡Disculpa de nuevo!"
Ella intervino, después de un largo en silencio para decir: "No te preocupes, Rafa. Si te apetece, cuando te encuentres bien, sigue. Quiero escucharte."
"Ya me encuentro mejor. Creo que ahora lo prioritario, al menos para mí, es contarte todo aquello que durante todo este tiempo he callado", apostilló él, para, acto seguido, seguir con la narración, interrumpida un par de minutos antes.
"Sentí varias veces la tentación de llamarte, de ir a buscarte, de pedirte disculpas y de intentar reiniciar la relación, siempre que tú también quisieras; pero ya sea por miedo al rechazo, por comodidad o por la falsa promesa de que ya lo haría al día siguiente, jamás pasé ese umbral; aunque no conseguía expulsarte de mi pensamiento por más que me lo propusiera y que me mintiera a mí mismo, diciendo que todo pasaría.
En realidad, un par de veces marqué tu número de teléfono, sin embargo, cuando escuché tu voz, a través del altavoz de mi móvil, sólo acerté a callarme y pulsar el botón rojo de la pantalla del aparato. Me sentía aterrado ante la posibilidad de que colgases o me rechazases de cualquier otra forma.
Ahora, con la perspectiva del paso del tiempo, me parece obvio que mantenerte en mi recuerdo como lo inalcanzable resultaba mucho más eficaz, o más cómodo, que atreverme a contarte todo lo que hoy estás escuchando. Así evitaría el doloroso proceso que conllevaría tu rechazo".
De nuevo el dolor, construido por miles de alfileres clavadas en el interior. En esta ocasión no pudo reprimir un grito de dolor, seguido del nombre de ella, Marta, pero no conseguía encontrar su rostro, su mirada por ningún sitio. Solo existía el sufrimiento físico, que se intensificaba de manera exponencial cada pocos segundos. "¡Por dios, que alguien me ayude!", gritó desesperado.
Segundos después pudo distinguir el rostro de una mujer joven, vestida de blanco, junto a él y, casi de inmediato, sintió como una aguja penetraba en su brazo. Recordó entonces que ese líquido que comenzaba a fluir en el interior de sus venas se había convertido en su principal sustento durante estos últimos días. El opiáceo que, en breve, le llevaría a un estado de inconsciencia, constituía en esos momentos su único dique de contención contra el dolor que esa enfermedad le provocaba. Un dolor previo a su fin. Un dolor inhumano.
En ese trance, justo antes de volver a perder a la percepción de la realidad, ya bajo los primeros efectos de la morfina, sintió como Marta volvía junto a él- Tal vez nunca se fue o tal vez nunca... Y mientras cerraba los ojos, quizás por última vez, notó como la mano derecha de ella acariciaba su mejilla, mientras besaba suavemente su frente.
jueves, 22 de abril de 2021
MESES DE UNA VIDA
lunes, 19 de abril de 2021
REFLEXIONES SOBRE...
sábado, 10 de abril de 2021
EXPERIENCIAS SEXUALES
Lo reconozco, la vida de hombre sin compromisos sentimentales es un mundo complejo, donde no siempre resulta fácil estar a la altura, en especial cuando te enrollas con una jugadora de baloncesto que te saca una cabeza.
Pero, en realidad, ese es el menor de los problemas. El problema fundamental reside en conseguir contactar con mujeres, ¿y qué mejor sitio que esas aplicaciones para solteros, separados, divorciados, curas de incógnito y demás tropa?
Yo me metí una vez en una y pronto comprendí que las mujeres se dividían entre las que buscaban conversaciones serias y las que querían reír. Uno, más necesitado que un ñu en la temporada de sequía en la sabana, daba me gusta a toda foto que iba acompañada de dos pechos y la primera con la que hice match fue una de las que buscaba conversaciones serias y ahí me empleé a fondo. Tras el primer hola y su respuesta la pregunté: "¿Qué opinas de los resultados obtenidos en el Gran Colisionador de Hadrones y la posibilidad de que exista una quinta fuerza fundamental, hasta ahora desconocida?" Imagino que se puso a buscar información sobre el tema y aún anda en ello, porque no me volvió a contestar.
La segunda vez que el match llamó a mi puerta fue con una de esas mujeres que quieren reír. Tras el pertinente saludo la conté lo siguiente: "¿Te querrás creer que diez minutos antes he hecho match con otra mujer que quería conversaciones serias, la hablé de lo ocurrido en el Gran Colisionador de Hadrones y no me ha vuelto a contestar? ¿A que es para partirse?" Paso un rato y me llegó su respuesta: "¿Me lo estás diciendo en serio?" Y yo, que ya veía camino el camino abierto, contesté: "Sí, aún tienen que volver a interpretar los datos, pero parece que la quinta fuerza existe". Y no volví a saber nada de ella. Desde entonces solo hablo del Gran Colisionador de Hadrones cuando estoy de copas con los colegas, justo después del Asturias patria querida.
A pesar de todo, no me ha ido mal en la vida en el tema de las mujeres. Incluso se podría decir que tengo una cierta experiencia con ellas. Y sí, voy a contar algunas anécdotas con ellas.
En la primera, y ocasiones única, ocasión en que te acuestas con una mujer existe un tema peliagudo: quitarla el sujetador. Existen dos posibilidades: quitárselo a la primera, ante lo cual la respuesta es siempre la misma: "Se nota que tienes experiencia", que, por lo general, se acompaña de una sonrisa pícara. Reconozco que alguna vez con ganas de decir que he trabajado cuatro años en una fábrica de Playtex, pero me he mordido la lengua a tiempo, porque a un colega que gastó la broma a una mujer con la que acababa de pillar obtuvo como respuesta que "a ver si era posible que le sacara unos cuantos a precio de fábrica" y de ahí a compartir casa hay cuarto de hora.
Luego está aquellas ocasiones en las que es más fácil quitar un cinturón de castidad que los cierres del sujetador. Ahí la respuesta de ellas suele ser algo como lo que sigue: ¡Jajaja! Eres un poco torpe con el sujetador. Al principio te quedas un poco descolocado, lo que, a la larga, resulta más adecuado, porque si contestas como yo hice: "Con el modelo nuevo, el que salió hace tres años, no me ocurre. Es solo con este modelo, que ya está descatalogado, entre otras cosas por la dificultad para quitarlo", la cosa puede que no vaya por el mejor camino.
Pero antes del sujetador siempre está la pregunta típica: "¿Pero tú qué tal en la cama?". Antes daba explicaciones y demás, pero ahora ni me molesto. Me limito a sacar la cartera y rebuscar, entre los condones y los billetes, el certificado ISO 22000 de calidad sexual y seguridad alimentaria (hay que contemplar todos los aspectos). Se le enseño y me ahorro explicaciones. Yo, en estos casos, soy más de aportar pruebas, aunque, la verdad, reconozco, que fue un poco violento cuando los inspectores de calidad estuvieron tomando notas mientras practicaba sexo.
Yo, lo reconozco, soy un tipo con suerte. Recuerdo una vez que ligue con una tía y a las dos horas estábamos en su cama practicando el bello arte del sexo nocturno. Cuando estábamos en los prolegómenos ella me dijo que no solía hacer esto y que era la primera vez y ahí fue donde yo pensé que era un tipo con suerte: era la quinta vez que una mujer me decía eso en lo que iba de año. ¿A qué es para sentirse afortunado? Todas las mujeres que echan una cana al aire por primera vez me tocan a mí.
Una cosa que no soporto, lo reconozco, es que, si el plan es para una sola noche, ella me llame cariño. Lo detesto. En estas ocasiones siempre me viene a la cabeza una anécdota real que me ocurrió en un trabajo que tuve hace muchos años. Repito que es real. Tenía un compañero de pueblo, con su barba cerrada y su apariencia rural, pongamos que se llamaba Rubén, y otro que era lo que técnicamente se llama una loca, le denominaremos Roberto, este último le sacaba una cabeza al hombre rural. Un día a Roberto se le ocurrió anteceder una pregunta de la palabra cariño y la respuesta del nuestro agreste hombre fue inolvidable: "A mí solo me llama cariño mi mujer y mi madre". Pues cuando una mujer en la cama me llama cariño, si solo hay sexo, me entran ganas de contestar lo mismo que Rubén; pero luego pienso que para poder decir eso tengo que buscar una mujer y casarme con ella y se me quitan las ganas.
Dando vueltas a este asunto llegué a una solución, que desde entonces uso con notable resultado. Cuando el vocablo cariño aparece por segunda o tercera vez suelo decir con voz indecisa que me gustaría pedirla algo, pero que no me atrevo. Ella suele responder: ¿A ver qué es? Yo la digo que me da un poco de palo y ella insiste en que la cuente lo que pienso y ahí es cuando, con voz temerosa, la digo que nunca nadie me había hecho disfrutar tanto con el sexo oral como ella, que si no la importaba repetirlo... y un halago de este tipo no suele folla..., perdón, fallar.
Una vez me encontré con una mujer que me pedía que firmásemos un consentimiento para practicar sexo, la cosa me pillo un poco de sorpresa, pero rápidamente la remití a mi apoderado (llevo tantos años viviendo en el pueblo que yo no tengo representante, como los de ciudad, tengo apoderado, como los toreros). Al final, quedamos en echar un polvo, y si nos gustaba y repetíamos llevábamos ambos un documento de consentimiento firmado. En esa ocasión no estuve a la altura. Pensaba en todo lo que debía llevar en la cartera para darme un revolcón: condones, certificado ISO, certificado de penales, documento de consentimiento mutuo, certificado médico de no padecer enfermedades contagiosas... y se me vino todo abajo; especialmente eso.
Lo que sí recomiendo es no beber mucho antes de enrollarte con una mujer. Seguro que todo el mundo piensa que el rendimiento baja con el alcohol, puede ser, pero el mayor problema viene al día siguiente cuando te despiertas y ves a tu lado una mujer despeinada, con el maquillaje corrido, que en nada se parece a lo que el sexto gintónic te hizo ver. Si fuese una compra por Internet se podría pedir que te devolvieran el dinero, o el polvo, por publicidad engañosa. Lo jodidos es cuando te dicen: "Podemos desayunar juntos". La respuesta es inmediata: "Me encantaría, pero soy sagitario y los sagitario no desayunamos los... ¿Qué día es hoy?¿Sábado? ¡Gracias! Pues eso, que los sagitario no desayunamos los sábados".
Todo esto puede parecer una exageración, que lo es, pero puedo asegurar que alguna de las cosas contadas, convenientemente deformadas, son reales.
Y ahora voy a ver si echo un ratico en el Tinder, que anoche estuve con una vegana y me supo a poco.