El efecto de la droga se estaba desvaneciendo y él volvía a deambular por ese estado onírico en el que lo real se encuentra lo suficientemente deformado para dejarse llevar por esa senda sin cuestionarse nada más. Surgió de algún lugar del pasado ese fragmento de la letra de aquella canción,que tanto le había gustado en el pasado: "Now I see the times they change, leaving doesn't seems so strange..."... Y su rostro, inmutable a pesar de los años transcurridos, apareció ante él. Ella le sonreía, mirándole con aquella fijeza acostumbrada, derramando en su mirada la ternura que él provocaba en ella cuando estaban juntos.
En un principio él no supo reaccionar. Desconocía si ese azoramiento se debía al postrero efecto del narcótico antes de desvanecerse de su sistema nervioso, o a la desubicación que le generaba la presencia de ella, de Marta, después de tantos años, allí, a su lado. Solo acertó a decir: "¡Hola, Marta!".
Ella respondió, casi solapando la primera palabra con su nombre: "¡Hola, Rafael! Te he visto en mejores circunstancias. Espero que esto solo sea un bache".
"Con sinceridad, yo también lo espero", repuso el aludido, con una sonrisa, que ella pronto imitó. "Tú sigues como siempre, bellísima", continuo Rafael.
"Gracias. Creo que se debe más a como me ves tú, que a la realidad, pero te lo agradezco", contestó. "¿Me has echado de menos?, preguntó ella de manera abrupta, sin necesidad de rodeos previos.
"Mucho. Muchísimo. Desde la última vez que nos vimos he pensado en ti siempre que he tenido ocasión de hacerlo. Te he extrañado tanto como para que siempre me hayas acompañado de manera silenciosa, pero con la estridencia de lo que jamás se puede sacar de uno mismo". Confesó. "¿Y tú a mí?"
"Aunque esté aquí, no siempre todo resulta ser lo que aparenta. Creo que lo mejor que puedes hacer en estas circunstancias es disfrutar de mi presencia", afirmó Marta, de una manera tajante que él no recordaba haber escuchado con anterioridad saliendo de sus labios.
"Creo que te debo una disculpa y, tal vez, una explicación", alegó él. "No sé si querrás escucharla o no, pero voy a hacerlo. Te lo debo y, en cierta forma, me lo debo a mí también", continuó.
Marta se limitó a encogerse de hombros, lo que él interpretó como la señal de inicio para su discurso, mil veces ensayado en su cabeza y que nunca creyó debería expresar en voz alta.
"Cuando te conocí buscaba algo... Siempre buscaba algo: mi beneficio. Cumplías con todos los requisitos: mujer de mediana edad, sin compromiso, con no muchas relaciones sociales y con un buen nivel de vida... Y no fue difícil acercarme a ti y llevarte a mi terreno. Te encontrabas tan necesitada de afecto como yo de dinero; pero algo no funcionaba como en otras ocasiones. La segunda vez que hablamos te miré a los ojos y reconocí algo nuevo y distinto, que turbó hasta el último átomo de mi cuerpo. Vi esa ternura en el verde de tu iris, la misma que hace un momento sentí, y, en cierta forma, me desarmó. Se estableció dentro de mí una lucha callada y atroz entre la costumbre y el sentimiento; entre el dinero y tú; entre yo y tú y yo. Por primera vez supe que significaba la palabra remordimiento y también aprendí que, en ocasiones, esta sensación se clava en el alma sin posibilidad de extraerla, al menos de manera inmediata.
Las semanas que pasé junto a ti nunca las olvidaré. Nunca olvidaré los mejores días de mi vida y el sufrimiento atroz que me causaba mi mentira. Te amaba y me odiaba a partes iguales. Durante casi dos meses me dejé llevar, indeciso. La palabra felicidad había cobrado un sentido distinto junto a ti, pero no desconocía que en mi fuero interno seguía siendo el mismo: un estafador, ávido de dinero fácil para disfrutar la vida a mi manera, sin ataduras, y, como te he dicho anteriormente, esa paradoja me atormentaba.... Hasta que tomé una decisión: abandonarte, haciéndote el menor daño posible. Te amaba tanto que decidí no apropiarme de un solo euro tuyo. No consideré el dolor que te podría suponer mi marcha sin previo aviso. En aquella época mi principal preocupación era el dinero y supuse que no quedarme con el tuyo podría considerarse lo mejor que podría hacer por ti. Solo un par de semanas después comprendí el trauma que causa separarte de alguien a quien quieres más que a ti mismo y lo descubrí en mis propias carnes".
"¡Joder, qué dolor! ¡Perdona! He sentido una punzada que me ha atravesado el abdomen. Parece que ya se va pasando. ¡Disculpa de nuevo!"
Ella intervino, después de un largo en silencio para decir: "No te preocupes, Rafa. Si te apetece, cuando te encuentres bien, sigue. Quiero escucharte."
"Ya me encuentro mejor. Creo que ahora lo prioritario, al menos para mí, es contarte todo aquello que durante todo este tiempo he callado", apostilló él, para, acto seguido, seguir con la narración, interrumpida un par de minutos antes.
"Sentí varias veces la tentación de llamarte, de ir a buscarte, de pedirte disculpas y de intentar reiniciar la relación, siempre que tú también quisieras; pero ya sea por miedo al rechazo, por comodidad o por la falsa promesa de que ya lo haría al día siguiente, jamás pasé ese umbral; aunque no conseguía expulsarte de mi pensamiento por más que me lo propusiera y que me mintiera a mí mismo, diciendo que todo pasaría.
En realidad, un par de veces marqué tu número de teléfono, sin embargo, cuando escuché tu voz, a través del altavoz de mi móvil, sólo acerté a callarme y pulsar el botón rojo de la pantalla del aparato. Me sentía aterrado ante la posibilidad de que colgases o me rechazases de cualquier otra forma.
Ahora, con la perspectiva del paso del tiempo, me parece obvio que mantenerte en mi recuerdo como lo inalcanzable resultaba mucho más eficaz, o más cómodo, que atreverme a contarte todo lo que hoy estás escuchando. Así evitaría el doloroso proceso que conllevaría tu rechazo".
De nuevo el dolor, construido por miles de alfileres clavadas en el interior. En esta ocasión no pudo reprimir un grito de dolor, seguido del nombre de ella, Marta, pero no conseguía encontrar su rostro, su mirada por ningún sitio. Solo existía el sufrimiento físico, que se intensificaba de manera exponencial cada pocos segundos. "¡Por dios, que alguien me ayude!", gritó desesperado.
Segundos después pudo distinguir el rostro de una mujer joven, vestida de blanco, junto a él y, casi de inmediato, sintió como una aguja penetraba en su brazo. Recordó entonces que ese líquido que comenzaba a fluir en el interior de sus venas se había convertido en su principal sustento durante estos últimos días. El opiáceo que, en breve, le llevaría a un estado de inconsciencia, constituía en esos momentos su único dique de contención contra el dolor que esa enfermedad le provocaba. Un dolor previo a su fin. Un dolor inhumano.
En ese trance, justo antes de volver a perder a la percepción de la realidad, ya bajo los primeros efectos de la morfina, sintió como Marta volvía junto a él- Tal vez nunca se fue o tal vez nunca... Y mientras cerraba los ojos, quizás por última vez, notó como la mano derecha de ella acariciaba su mejilla, mientras besaba suavemente su frente.
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