Existen cuestiones opinables, sobre las que resulta difícil un entendimiento y aún compartiendo criterios, los matices pueden motivar desencuentros entre las personas. Estas cuestiones van desde banalidades como los sabores preferidos de cada uno, hasta cuestiones más importantes como las preferencias políticas, religiosas o sexuales. Sin embargo, este humilde bloguero considera que existen temas sobre los que la confluencia de creencias o intereses es básico, pues dichos temas o aspectos de nuestra vida son los que cimentan la vida en sociedad.
Muy posiblemente el lector se preguntará, no sin razón, de que narices habla este hombre hoy. Debo ser sincero, hasta el momento de nada en concreto, simplemente estoy preparando el terreno para tratar un tema que me parece primordial para nosotros, seres humanos con capacidad de analizar nuestros actos y sus consecuencias. ¿Que cuál es el dichoso tema? Algo tan simple como la capacidad de comprender que todos nuestros actos conllevan consecuencias.
¡Joder! pensará alguien. ¡Este idiota ha descubierto el Mediterráneo! Evidentemente, no. Nunca he ido a Turquía y desconozco cual es la magnitud del citado mar.
Bromas aparte, este asunto, que puede parecer obvio, resulta fascinante, se mire por donde se mire.
Por ejemplo, como docente una de las "luchas" continuas que tengo con parte de mis alumnos viene motivada por la dificultad para prever las consecuencias a medio y largo plazo de muchas de sus conductas. Pareciera que las cosas acontecen, al menos ellos, algunos de ellos, lo perciben así, por una extraña conjunción cósmico, que centra todo lo malo en su persona, sin pararse a considerar que, en general, existe un precedente que justifica todo lo que les sucede en cada momento.
Como padre me resulta fascinante intentar hacer comprender a mi hijo que sus actos conllevan una serie de cuestiones que derivan de ellos.
Por último, como ser humano que forma parte de la sociedad, la asunción o no de responsabilidades por parte de personas, organismos (sería más correcto decir individuos que dirigen esos organismos) y demás formas de organización de las que nos hemos, o nos han, dotado , especialmente cuando los resultados de las acciones emprendidas no son las deseadas, pudiéndo salir perjudicadas muchas personas a causa de dichos actos, me parece crucial y, al menos así lo pienso yo, legitima o no a los individuos e instituciones.
Es evidente, que la concepción que quiero exponer huye, nada tiene que ver, de la que religiones como el Islam o el Calvinismo ofrecen, marcadas por el determinismo y la escasa o nula capacidad del ser humano para cambiar las cosas. Nada más lejos de mi que esta perspectiva reduccionista y simple de la libertad del ser humano.
Mi visión, que el lector habitual sabe se puede encuadrar dentro del humanismo, defiende que el ser humano es libre, o por lo menos es libre de decidir sobre un número limitado de opciones y que, como consecuencia de estas decisiones, aparecen consecuencias, deseadas o no, que debemos asumir, nos guste más, nos guste menos o nada en absoluto.
Evidentemente, desde una concepción humanista, no puedo entender que se tomen decisiones valorando únicamente si alguna ley divina prohibe tal o cual cosa. Es decir, me muestro totalmente en contra de realizar, o no, actos en función de las consecuencias, o presuntas consecuencias, que alguna ley, en teoría dictada por un dios, presume que van a tener. En el fondo se trata de un disparate de calado similar al determinismo del que anteriormente hablábamos.
Uno considera que la madurez de una persona, también de una estructura social, y por ende de la misma sociedad, se alcanza cuando nos hacemos responsables de las consecuencias de nuestros actos.
Tal vez sea pertinente aclarar que no siempre, ni mucho menos, lo que genera nuestras actuaciones es negativo. Esta visión limitada y reduccionista de la vida conlleva generalmente esconder sentimientos y el dominio de una casta político-sacerdotal, cuya única meta es mantenerse en el poder a través de unos dictados que, en muchas ocasiones, ni ellos cumplen.
En general la asunción de nuestros actos, y de sus consecuencias, nos hace más libres, haciendo que el miedo al error, ese que nos atenaza por un mal entendido sentido del ridículo, se diluya en la reflexión cuando nuestra respuesta no se ajusta a lo que se nos demanda o en la tranquilidad y disfrute, o tranquilidad si la cuestión no es excesivamente transcendente, cuando hemos acertado.
Tal vez, sólo tal vez, si no buscáramos denodadamente el éxito, y no enseñáramos a nuestros hijos que lo más importante es el éxito, y fuéramos conscientes de que nuestros acciones tienen repercusión en nosotros y en los demás, entonces muchas de las cosas que suceden en este mundo no tendrían sentido.
Tal vez, sólo tal vez, si no pensásemos a corto plazo y, muchas veces, en función del beneficio muchos de los problemas que generamos y que nos generan no serían tales.
Pero todo esto ocurría si tal vez , y sólo tal vez, pensásemos en las consecuencias de nuestro actos para nosotros, para los demás y, por qué no decirlo, para nuestro hábitat, admitiendo que nos equivocamos, que ésto no es malo y que medir siempre las consecuencias a corto plazo no siempre es lo más acertado.
Tal vez, sólo tal vez, me haya quedado una entrada moralizadora y excesivamente empalagosa, pero invito al lector a que reflexione sobre los hechos últimos acontecidos en nuestro país y en nuestro planeta y aplique la máxima de reconocer los errores propios, errores generados por la toma de decisiones desacertadas, en ciertos casos nefastas, y podrá comprobar como muchos de los problemas, enquistados algunos de ellos, no serían tales.
Un saludo.
Muy posiblemente el lector se preguntará, no sin razón, de que narices habla este hombre hoy. Debo ser sincero, hasta el momento de nada en concreto, simplemente estoy preparando el terreno para tratar un tema que me parece primordial para nosotros, seres humanos con capacidad de analizar nuestros actos y sus consecuencias. ¿Que cuál es el dichoso tema? Algo tan simple como la capacidad de comprender que todos nuestros actos conllevan consecuencias.
¡Joder! pensará alguien. ¡Este idiota ha descubierto el Mediterráneo! Evidentemente, no. Nunca he ido a Turquía y desconozco cual es la magnitud del citado mar.
Bromas aparte, este asunto, que puede parecer obvio, resulta fascinante, se mire por donde se mire.
Por ejemplo, como docente una de las "luchas" continuas que tengo con parte de mis alumnos viene motivada por la dificultad para prever las consecuencias a medio y largo plazo de muchas de sus conductas. Pareciera que las cosas acontecen, al menos ellos, algunos de ellos, lo perciben así, por una extraña conjunción cósmico, que centra todo lo malo en su persona, sin pararse a considerar que, en general, existe un precedente que justifica todo lo que les sucede en cada momento.
Como padre me resulta fascinante intentar hacer comprender a mi hijo que sus actos conllevan una serie de cuestiones que derivan de ellos.
Por último, como ser humano que forma parte de la sociedad, la asunción o no de responsabilidades por parte de personas, organismos (sería más correcto decir individuos que dirigen esos organismos) y demás formas de organización de las que nos hemos, o nos han, dotado , especialmente cuando los resultados de las acciones emprendidas no son las deseadas, pudiéndo salir perjudicadas muchas personas a causa de dichos actos, me parece crucial y, al menos así lo pienso yo, legitima o no a los individuos e instituciones.
Es evidente, que la concepción que quiero exponer huye, nada tiene que ver, de la que religiones como el Islam o el Calvinismo ofrecen, marcadas por el determinismo y la escasa o nula capacidad del ser humano para cambiar las cosas. Nada más lejos de mi que esta perspectiva reduccionista y simple de la libertad del ser humano.
Mi visión, que el lector habitual sabe se puede encuadrar dentro del humanismo, defiende que el ser humano es libre, o por lo menos es libre de decidir sobre un número limitado de opciones y que, como consecuencia de estas decisiones, aparecen consecuencias, deseadas o no, que debemos asumir, nos guste más, nos guste menos o nada en absoluto.
Evidentemente, desde una concepción humanista, no puedo entender que se tomen decisiones valorando únicamente si alguna ley divina prohibe tal o cual cosa. Es decir, me muestro totalmente en contra de realizar, o no, actos en función de las consecuencias, o presuntas consecuencias, que alguna ley, en teoría dictada por un dios, presume que van a tener. En el fondo se trata de un disparate de calado similar al determinismo del que anteriormente hablábamos.
Uno considera que la madurez de una persona, también de una estructura social, y por ende de la misma sociedad, se alcanza cuando nos hacemos responsables de las consecuencias de nuestros actos.
Tal vez sea pertinente aclarar que no siempre, ni mucho menos, lo que genera nuestras actuaciones es negativo. Esta visión limitada y reduccionista de la vida conlleva generalmente esconder sentimientos y el dominio de una casta político-sacerdotal, cuya única meta es mantenerse en el poder a través de unos dictados que, en muchas ocasiones, ni ellos cumplen.
En general la asunción de nuestros actos, y de sus consecuencias, nos hace más libres, haciendo que el miedo al error, ese que nos atenaza por un mal entendido sentido del ridículo, se diluya en la reflexión cuando nuestra respuesta no se ajusta a lo que se nos demanda o en la tranquilidad y disfrute, o tranquilidad si la cuestión no es excesivamente transcendente, cuando hemos acertado.
Tal vez, sólo tal vez, deberíamos educarnos y educar a nuestros hijos para asumir las consecuencias, tanto positivas como negativas, de nuestros actos. Tal vez, sólo tal vez, eso nos permitiría ser más humanos, pues seríamos capaces de mostrar nuestras limitaciones y nuestra vulnerabilidad, pero también nuestra alegría ante los aciertos.
Tal vez, sólo tal vez, si no pensásemos a corto plazo y, muchas veces, en función del beneficio muchos de los problemas que generamos y que nos generan no serían tales.
Pero todo esto ocurría si tal vez , y sólo tal vez, pensásemos en las consecuencias de nuestro actos para nosotros, para los demás y, por qué no decirlo, para nuestro hábitat, admitiendo que nos equivocamos, que ésto no es malo y que medir siempre las consecuencias a corto plazo no siempre es lo más acertado.
Tal vez, sólo tal vez, me haya quedado una entrada moralizadora y excesivamente empalagosa, pero invito al lector a que reflexione sobre los hechos últimos acontecidos en nuestro país y en nuestro planeta y aplique la máxima de reconocer los errores propios, errores generados por la toma de decisiones desacertadas, en ciertos casos nefastas, y podrá comprobar como muchos de los problemas, enquistados algunos de ellos, no serían tales.
Un saludo.
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