Hace unos días sostenía una conversación con una amiga, y compañera de profesión, sobre aspectos laborales, y ambos llegamos a una conclusión: se nota bastante que la percepción de las personas que trabajan día a día con los alumnos es totalmente diferente de la de otros miembros del sistema educativo, funcionarios también, que nunca lo han hecho y presentan planteamientos teóricos muy bonitos, pero imposibles de llevar a cabo en determinadas ocasiones. En definitiva, cuando vives las cosas día a día, tienes una forma de comprender los asuntos bien distinta a la de aquellos que se ganan la vida predicando teorías que, en muchos casos, jamás han puesto en práctica en primera persona, ni tienen intención de hacerlo nunca.
Antes de continuar me gustaría aclarar que no todo el mundo es igual, como una querida ex jefa, ex compañera y amiga que me viene a la cabeza, y existen personas, bastantes, los suficientemente inteligentes como para saber que entre la teoría y la realidad existen multitud de circunstancias que facilitan o dificultan la puesta en práctica de esas teorías.
Pero volvamos al tema.
Traigo a colación esta conversación porque desde hace tiempo vengo rumiando crear una entrada dedicada al asunto, que creo puede resultar interesante al lector. Evidentemente no voy a desarrollar este post llenando líneas hablando sobre percepciones personales de una amiga y mías sobre un par de personas que, desde nuestro punto de vista, viven en los mundos de Yupi, o en la comodidad que da escudarse en ciertas teorías para vivir mejor que mejor. O tal vez sí. Tal vez esta última apreciación, la de que existen personas que se escudan en cierta teorías para vivir como marajás, sí sea importante. Sí a esto le añadimos otra idea que ha aparecido con anterioridad, la de que jamás van a verse afectados por las teorías que defienden, pues jamás van a sufrir en sus carnes la consecuencia de las medidas que van a poner en práctica, tenemos una idea bastante interesante para el día de hoy.
Pero vamos a concretar un poco más para intentar hacer más comprensible la idea, espero ser capaz de hacerlo.
Imagine el amable lector a un fulano que lleva más de dos décadas como dirigente máximo de un gran sindicato de un país, cuya actividad laboral se reduce a reuniones al más alto nivel con todo tipo de políticos, sindicalistas, empresarios y demás tropa. No hace falta ser un genio para llegar a la conclusión de que este gachó tiene que tener una percepción tan distorsionada del trabajo y de lo que realmente ocurre con los trabajadores, a los que dice representar, como la que puede tener Espinete de la sexualidad.
Traslademos este ejemplo la mundo de la política. Imaginemos por un momento que unos tipos se reúnen para tomar decisiones sobre el común de los mortales. Dichas decisiones consisten en empeorar las condiciones de vida, poco o mucho, de una buena parte de la población para, en teoría, conseguir mejorar las de otros ciudadanos. A priori la cosa puede ser aceptable si las propuestas funcionaran, que no suelen funcionar, ni tan siquiera por error, como estamos comprobando. Pero no es este el asunto. La cuestión radica en que estos mendas que dicen representarnos jamás van a sufrir en sus carnes esos recortes en la calidad de vida que proponen como solución.
Imaginemos por un momento que esta élite de aventajados teóricos, vamos a incluir también a los economistas neoliberales para completar la escena, tuvieran que renunciar a su coche oficial, a las comidas y/o cenas donde se reúnen para ¿deliberar?, a sus magnos sueldos, a todo aquello que al lector se le ocurra. No sólo eso, además deberían vivir en las mismas condiciones económicas que las de aquellos que dicen representar y por los que dicen trabajar. Concretando más: que tuvieran un sueldo de mileurista, o poco más, debieran hacer frente al pago de una hipoteca, del recibo de la luz, del agua, del teléfono... No sólo eso, su pareja, sea él o ella, también tendría que trabajar, o estar en el paro, con un sueldo similar al suyo, o menor. Pongamos un poco más de pimienta al asunto. Añadamos que ambos se han tenido que ir, por motivos laborales, de la localidad donde reside su familia y que tienen dos hijos que de vez en cuando tienen la costumbre de coger enfermedades, motivo por el cual no pueden ir al cole o a la guardería.
Creo que el lector ya se habrá hecho una composición de lugar, seguro que alguno se ha sentido retratado, en mayor o menor medida, en dicha escena.
¿Qué pensarán ahora nuestros protagonistas sobre sus pomposas teorías, opiniones diría yo? Cada cual tendrá su respuesta, pero intuyo que no se diferenciará en mucho de la que voy a exponer a continuación: todo lo que me venden es una milonga que sólo beneficia a unos pocos.
Resulta curioso que los tipos que dicen trabajar por y para nosotros tengan una percepción tan distorsionada de la vida de los ciudadanos. Probablemente todo se deba a que nunca han estado en el lugar de un ciudadano medio, y si alguna vez lo han estado hace mucho tiempo que olvidaron como es la vida aquí abajo, en la normalidad.
Al final acabamos convirtiéndonos para ellos en números, estadísticas, porcentajes... todo ello manejado para que sus cuentas les cuadren, aunque últimamente ni manipulando los números son capaces de arrimar el ascua a su sardina. Pero ellos jamás darán el paso decisivo de interesarse en realidad por la vida de sus ciudadanos, de ir a varias tiendas o al mercado y ver los precios y su evolución. De conocer las virguerías que tienen que hacer muchas familias para llegar a fin de mes o de presentarse en organización de beneficencia, o caridad según se vea, y comprobar como hay familias hundidas en la pobreza que piden que comida, pero solicitan que les dejen las bolsas con los alimentos en tal o cual sitios porque les da vergüenza que les vean pidiendo caridad para que sus hijos puedan comer todos los días (esto ocurre con relativa frecuencia, como me cuenta un compañero que trabaja voluntariamente en una de esa asociaciones).
En el fondo, todos los que rigen nuestros destinos, o pretenden hacerlo, viven en una burbuja de cristal, en la que las interacciones se establecen con otros miembros que viven en esa misma burbuja, lo suficientemente aislada de la realidad como para que ésta les salpique con el sufrimiento de una buena parte de los ciudadanos a los que dicen representar, en el caso de políticos y sindicalistas, o para los que dicen trabajar, en el caso de los economistas que tienen opiniones neoliberales.
Es posible que a este alejamiento se deba que liberados y/o enlaces sindicales y seguidores de partidos políticos se extrañen de que los ciudadanos pasemos de ellos o no creamos en ellos. Tal vez, ellos que están abajo, deban reflexionar sobre el asunto, no culparnos a nosotros, y llegar a la conclusión de que sus cuadros dirigentes viven tan alejados de la realidad como los programas de Jorge Javier Vázquez de la inteligencia. Posiblemente ese sea el primer paso: remover la silla desde abajo a los que han amoldado la poltrona a las formas de sus posaderas, porque llevan años sentada en ella, propiciando en sus organizaciones una verdadera democracia. Seguramente que si rompen esa burbuja, acercándose a la realidad de los ciudadanos, muchos nos identificaríamos con algunas de esas organizaciones y no tendríamos ganas de vomitar cada vez que vemos el rostro de algunos de estos personajes infaustos.
Un saludo.
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