Una de las amenazas más utilizadas por economistas patológicos, mamporreros mediáticos, políticos y hasta por sindicalistas, para intentar aplacar las justas reivindicaciones de los trabajadores, se fundamenta en amenazar con deslocalizar la producción. Este eufemismo en realidad quiere decir: o achantas o me llevo la planta a otro país donde explotaré, creando condiciones laborales de semiesclavitud, a los trabajadores de ese país, con el beneplácito de los gobernantes de turno. Las consecuencias de este movimiento de intereses, carente de toda moralidad, las hemos podido comprobar en Bangladesh en fechas recientes, donde empresas españolas, o con abundantes tiendas en España, se han visto implicadas en un escándalo mayúsculo, con más de mil personas muertas, aunque, desde mi punto de vista, sería más correcto escribir : asesinadas por la avaricia de unos pocos.
Reconozco que sería injusto, e hipócrita, defender que otros países no tengan derecho a que las multinacionales inviertan dinero en lugares depauperados. Es más, creo que la inversión de capitales en naciones cuyos ciudadanos, la gran mayoría, tienen problemas para acceder a lo más básico es necesaria e imprescindible. Sin embargo, discrepo en como se produce esta inversión. Las inversiones apenas generan riqueza para el país y, por ende, para sus ciudadanos. Es evidente, que para muchos ciudadanos de ese país si tuvieran que elegir entre la pobreza más absoluta y un sueldo mísero, a cambio de unas condiciones laborales de semiesclavitud, elegerían la segunda opción. Pero, igualmente resulta evidente, que si a esos mismos ciudadanos les dieran a elegir entre unas condiciones laborales aceptables y un trabajo con sueldos míseros y jornadas sin fin, elegirían la primera opción.
Analizado de una manera fría, totalmente aséptica, este tipo de movimientos, a priori, generan unos resultados colosales para las empresas que los ponen en práctica. Por un lado, si no cambian su ubicación, consiguen abaratar los costes laborales (más ganancias para las empresas, pues a pesar de abaratar costes no suelen bajar los precios de sus artículos, al menos no por esa causa) o, por el otro, si se llevan su producción a países en vías de desarrollo o subdesarrollados, abaratan costes de producción y, de propina, las legislaciones de los países en los que invierten son mucha más permisivas en muchos aspectos, desde los laborales hasta la contaminación (lo que supone menor inversión en este aspecto, más ganancias). Como el lector puede comprobar, de nuevo costes de producción más baratos que, por supuesto, no repercuten en el consumidor. Por tanto, más ganancias para la empresa.
Si el lector recuerda en el párrafo anterior escribí en la primera línea a priori. La causa de que esas dos palabras aparecieran se debe a que es necesario hacer una distinción entre el corto/medio plazo y el medio/largo plazo. Lo que a corto/medio plazo supone un enriquecimiento para la empresa a medio/largo plazo se convierte en una falta de clientes potenciales, que en algunos casos son los mismos que han despedido de sus empresas, o a los que rebajado su capacidad adquisitiva, gracias al chantaje de la deslocalización. En un primer momento, para intentar paliar la pérdida de compradores de sus productos, intentarán bajar los precios de los productos, pero comprobarán que esto no es suficiente, pues una parte significativa de sus potenciales clientes, a pesar de la rebaja de precios, no podrá comprar dichos productos. Entonces surgirá, como ya está surgiendo, el problema real: fabricamos barato, pero no vendemos lo necesario. No hay mercado suficiente.
Posiblemente alguien alegará, con cierta razón, que los países emergentes se postulan como grandes consumidores de nuestros productos. Pues depende. Si nos centramos, por ejemplo, en Brasil, uno de los BRIC, observamos que sus datos económicos, no pueden considerarse como los mejores del mundo mundial.
La industria brasileña se desploma | Internacional | EL PAÍS
Sobre la situación de China ya he hablado en alguna ocasión, y uno tiene la impresión de que, tarde o temprano, el estallido de la burbuja inmobiliaria, junto con la ineficacia energética del país, van a contribuir a desmontar parte del mito chino, por lo menos para aquellos para los que las aberraciones chinas sean un mito. El nivel de pobreza y desigualdades en la India sigue siendo tremendo, no existiendo un reparto medianamente justo de la riqueza del país...
Por tanto, con todos estos datos, parece que a medio plazo ni tan siquiera los países emergentes serán capaces de asimilar las producciones de esas multinacionales, algunas situadas en estos países, cuyo único interés es conseguir mayor margen de beneficios a costa de lo que sea.
Pero, qué podemos hacer mientras llega ese momento. A simple vista, este juego de grandes capitales, gobiernos cómplices, sindicatos pusilánimes, medios de comunicación, y voceros, vendidos al poder económico, se escapa de las posibilidades de acción del ciudadano de a pie. Pero, de nuevo, la realidad muestra que si podemos hacer algo por cambiar las cosas, tanto a nivel individual como colectivo. Acciones de denuncia, como la de la Campaña Ropa Limpia, http://www.ropalimpia.org/es/, en la que coaliciones de ONGs, sindicatos y organizaciones de consumidores luchan para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores empleados en fábricas téxtiles y de ropa deportiva, han conseguido logros como que 31 marcas hayan firmado un acuerdo para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores de este sector en Bangladesh
Analizado de una manera fría, totalmente aséptica, este tipo de movimientos, a priori, generan unos resultados colosales para las empresas que los ponen en práctica. Por un lado, si no cambian su ubicación, consiguen abaratar los costes laborales (más ganancias para las empresas, pues a pesar de abaratar costes no suelen bajar los precios de sus artículos, al menos no por esa causa) o, por el otro, si se llevan su producción a países en vías de desarrollo o subdesarrollados, abaratan costes de producción y, de propina, las legislaciones de los países en los que invierten son mucha más permisivas en muchos aspectos, desde los laborales hasta la contaminación (lo que supone menor inversión en este aspecto, más ganancias). Como el lector puede comprobar, de nuevo costes de producción más baratos que, por supuesto, no repercuten en el consumidor. Por tanto, más ganancias para la empresa.
Si el lector recuerda en el párrafo anterior escribí en la primera línea a priori. La causa de que esas dos palabras aparecieran se debe a que es necesario hacer una distinción entre el corto/medio plazo y el medio/largo plazo. Lo que a corto/medio plazo supone un enriquecimiento para la empresa a medio/largo plazo se convierte en una falta de clientes potenciales, que en algunos casos son los mismos que han despedido de sus empresas, o a los que rebajado su capacidad adquisitiva, gracias al chantaje de la deslocalización. En un primer momento, para intentar paliar la pérdida de compradores de sus productos, intentarán bajar los precios de los productos, pero comprobarán que esto no es suficiente, pues una parte significativa de sus potenciales clientes, a pesar de la rebaja de precios, no podrá comprar dichos productos. Entonces surgirá, como ya está surgiendo, el problema real: fabricamos barato, pero no vendemos lo necesario. No hay mercado suficiente.
Posiblemente alguien alegará, con cierta razón, que los países emergentes se postulan como grandes consumidores de nuestros productos. Pues depende. Si nos centramos, por ejemplo, en Brasil, uno de los BRIC, observamos que sus datos económicos, no pueden considerarse como los mejores del mundo mundial.
La industria brasileña se desploma | Internacional | EL PAÍS
Sobre la situación de China ya he hablado en alguna ocasión, y uno tiene la impresión de que, tarde o temprano, el estallido de la burbuja inmobiliaria, junto con la ineficacia energética del país, van a contribuir a desmontar parte del mito chino, por lo menos para aquellos para los que las aberraciones chinas sean un mito. El nivel de pobreza y desigualdades en la India sigue siendo tremendo, no existiendo un reparto medianamente justo de la riqueza del país...
Por tanto, con todos estos datos, parece que a medio plazo ni tan siquiera los países emergentes serán capaces de asimilar las producciones de esas multinacionales, algunas situadas en estos países, cuyo único interés es conseguir mayor margen de beneficios a costa de lo que sea.
Pero, qué podemos hacer mientras llega ese momento. A simple vista, este juego de grandes capitales, gobiernos cómplices, sindicatos pusilánimes, medios de comunicación, y voceros, vendidos al poder económico, se escapa de las posibilidades de acción del ciudadano de a pie. Pero, de nuevo, la realidad muestra que si podemos hacer algo por cambiar las cosas, tanto a nivel individual como colectivo. Acciones de denuncia, como la de la Campaña Ropa Limpia, http://www.ropalimpia.org/es/, en la que coaliciones de ONGs, sindicatos y organizaciones de consumidores luchan para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores empleados en fábricas téxtiles y de ropa deportiva, han conseguido logros como que 31 marcas hayan firmado un acuerdo para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores de este sector en Bangladesh
http://www.ropalimpia.org/es/noticias/368/lo-logramos-acuerdo-hist-rico-31-marcas-han-firmado-el-programa-para-la-mejora-de-la-seguridad-en-bangladesh
Reconozco que la muerte de más de mil personas ha contribuido a ello, y que las empresas responsables de las pésimas condiciones laborales de la gente que a muerto, y de otra que no lo ha hecho, desean lavar su imagen. Pero también parece claro que sin no existieran movimientos como Ropalimpia, a pesar de la desgracia, no se hubiesen producido los cambios que ahora prometen. Nosotros, de manera colectiva e individual, tenemos la potestad de luchar para cambiar las cosas. No consumir determinados productos, formar parte de asociaciones de consumidores, agrupaciones en defensa de cualquier cuestión que nos parezca justa, denunciar, vía, por ejemplo, redes sociales, tal o cual práctica empresarial y, sobre todo, apretar a todos aquellos que dicen representarnos: partidos políticos, sindicatos... para que se planten ante las extorsiones que sufrimos los trabajadores y ciudadanos por parte de las grandes multinacionales: dejar de subvencionar empresas que recurran a la extorsión (es preferible gastar ese dinero en empleo público: sanidad, educación, investigación..., que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos y que, como en el caso de la investigación aporte una riqueza al país), incitar a consumir ciertos productos de empresas que si contribuyen a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos... pueden suponer medidas de presión adecuadas.
En definitiva, nosotros somos sus dueños, porque nosotros compramos, y a veces fabricamos, los productos que les aportan esas magníficas ganancias. Y, además, por si a alguien se le olvida, cuando una empresa se decide a construir una planta de producción en algún lugar no lo hace como un premio para los habitantes de tal o cual lugar. Lo hace porque las condiciones que encuentra en ese lugar: rebaja de impuestos, comunicaciones, capacitación de los trabajadores (aspecto que se suele olvidar)... resultan ser las mejores que puede encontrar esa empresa.
Tal vez el mayor logro de este tipo empresas es habernos hecho creer que son imprescindibles para que todo funcione (aunque su impacto es mínimo a la hora de contratar personas, menos de 1/4 parte de la población activa alemana trabaja en grandes empresas, porcentaje mucho menor en España), cuando, en realidad, los que somos imprescindibles somos nosotros, los que creamos sus productos y los consumimos.
Un saludo.
P.D.: Todas las imágenes provienen de la tragedia de Bangladesh. A pesar de lo que pudiera parecer, no he utilizado las fotografías más impactantes de dicho desastre, provocado por la avaricia de unos pocos y la ceguera de muchos, una gran parte de nosotros. Si el lector desea ver esas imágenes bastará con escribir en el buscador que prefiera derrumbe Bangladesh y, muy probablemente, sentirá lo que yo sentí cuando las vi, un dolor indescriptible.
Reconozco que la muerte de más de mil personas ha contribuido a ello, y que las empresas responsables de las pésimas condiciones laborales de la gente que a muerto, y de otra que no lo ha hecho, desean lavar su imagen. Pero también parece claro que sin no existieran movimientos como Ropalimpia, a pesar de la desgracia, no se hubiesen producido los cambios que ahora prometen. Nosotros, de manera colectiva e individual, tenemos la potestad de luchar para cambiar las cosas. No consumir determinados productos, formar parte de asociaciones de consumidores, agrupaciones en defensa de cualquier cuestión que nos parezca justa, denunciar, vía, por ejemplo, redes sociales, tal o cual práctica empresarial y, sobre todo, apretar a todos aquellos que dicen representarnos: partidos políticos, sindicatos... para que se planten ante las extorsiones que sufrimos los trabajadores y ciudadanos por parte de las grandes multinacionales: dejar de subvencionar empresas que recurran a la extorsión (es preferible gastar ese dinero en empleo público: sanidad, educación, investigación..., que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos y que, como en el caso de la investigación aporte una riqueza al país), incitar a consumir ciertos productos de empresas que si contribuyen a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos... pueden suponer medidas de presión adecuadas.
En definitiva, nosotros somos sus dueños, porque nosotros compramos, y a veces fabricamos, los productos que les aportan esas magníficas ganancias. Y, además, por si a alguien se le olvida, cuando una empresa se decide a construir una planta de producción en algún lugar no lo hace como un premio para los habitantes de tal o cual lugar. Lo hace porque las condiciones que encuentra en ese lugar: rebaja de impuestos, comunicaciones, capacitación de los trabajadores (aspecto que se suele olvidar)... resultan ser las mejores que puede encontrar esa empresa.
Tal vez el mayor logro de este tipo empresas es habernos hecho creer que son imprescindibles para que todo funcione (aunque su impacto es mínimo a la hora de contratar personas, menos de 1/4 parte de la población activa alemana trabaja en grandes empresas, porcentaje mucho menor en España), cuando, en realidad, los que somos imprescindibles somos nosotros, los que creamos sus productos y los consumimos.
Un saludo.
P.D.: Todas las imágenes provienen de la tragedia de Bangladesh. A pesar de lo que pudiera parecer, no he utilizado las fotografías más impactantes de dicho desastre, provocado por la avaricia de unos pocos y la ceguera de muchos, una gran parte de nosotros. Si el lector desea ver esas imágenes bastará con escribir en el buscador que prefiera derrumbe Bangladesh y, muy probablemente, sentirá lo que yo sentí cuando las vi, un dolor indescriptible.
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