Leo que el psiquiatra que "descubrió" el TDAH, comúnmente denominado hiperactividad, había reconocido que se diagnosticaba a un montón de niños de su enfermedad, haciendo un uso muy elástico de dicho trastorno, diagnosticando a todo perro quisque. Acto seguido, ni tan siquiera habían transcurrido dos horas, escucho a Rodríguez Ibarra ponderar sobre la necesidad de anclar a los niños y adolescentes a un ordenador para fomentar su imaginación. Si a esto le unimos que el alopécico Wert, dicen que ministro del ramo de la Educación, en su proyecto de ley prioriza formar niños, y adolescentes, competitivos, tenemos una radiografía perfecta de aquello en lo que se ha convertido nuestra sociedad, o el ideal de sociedad de unos pocos: en una auténtica porquería, donde lo básico se reprime y sólo importa formar a gente para ser unos perfectos trabajadores.
Aunque a simple vista pudiera parecer que las tres cuestiones poco tienen que ver entre sí, y mucho menos con la conclusión que he expuesto, intentaré demostrar al amable lector que lo dicho hasta el momento no carece de fundamento alguno.
Resulta que la hiperactividad de marras, tan fácil de "padecer" (hasta el 5% de los niños, según algunos, son hiperactivos), encubre una tremenda realidad: los niños no pueden ser niños, y tocar los cojones hasta la extenuación a padres, maestros y demás tropa de gente que trata a diario con ellos. No sólo eso, los padres, maestros y demás tropa no poseen las armas, o el tiempo suficiente, para ganarse a esos niños. O lo que es lo mismo: no soportamos que nos toquen las narices y cuando lo hacen somos incapaces, o carecemos del tiempo necesario, de negociar o imponer nuestro criterio a nuestros hijos, alumnos...
Pero, como sustitutivo de todo ello, existe la realidad del ordenador, tablet o móvil inteligente. Esos programas que fomentan, según el extremeño, la imaginación del personal menudo o adolescente. Efectivamente, basta ver a los niños matando bichos informes, gracias a un mando con una infinidad de botones o a los jóvenes enganchados a las redes sociales ciscándose en las muelas del Jhonny, quedando para la fiesta del finde o alardeando del polvo que echó con tal o con cual. Cosas todas que requieren una imaginación extrema y que han surgido gracias a las nuevas tecnologías. ¿Cuándo se ha visto a un churumbel jugar? ¿Cuándo han estado los adolescentes con las hormonas hasta arriba, con ganas de divertirse y con los genitales más alterados que la declaración del IRPF de Bárcenas? Jamás de los jamases. ¡Pardiez! Ha sido a través del uso de las NN.TT. que nuestros jóvenes han aprendido a jugar (eso sí matando seres contrahechos a mansalva, que ahora mueren en vez de asustarte por las noches; es lo que tiene este mercado laboral tan flexible) o a desear divertirse y llevarse al catre a ese, o a esa, que tanto "me pone". De hecho, hasta la aparición de estos inventos nadie se casaba de penalti y los jóvenes llegaban vírgenes e ignorantes al matrimonio. Como mucho, alguna novia engordaba a todo trapo, debido a la emoción del matrimonio en ciernes.
A todo este percal le podemos unir el planteamiento chamánico-productivo de la nueva reforma educativa del colega Wert. Como todo el mundo sabe, la educación tiene entre sus cometidos la función de transmitir los valores de la sociedad. Obviamente, la nueva ley que ha pergeñado el ínclito ministro del ramo incide en perpetuar en esta sociedad un racimo de valores seleccionados de manera espuria y torticera.. La finalidad de este tipo no es otra que, intentar convencer a nuestros niños de que el chamanismo (la religión), el individualismo y el concepto de triunfo económico constituyen el valor fundamental para reconocer la valía de una persona.
Si unimos lo expuesto: la conversión en patologías de conductas molestas, pero perfectamente normales, la incapacidad de los padres, la visión de las nuevas tecnologías como algo beatífico y chachi piruli, sólo por ser nuevas tecnologías y la concepción del éxito social como motor de la vida de los seres humanos, nos encontramos ante una profunda deshumanización del ser humano, valga la redundancia. Debemos delegar en dioses, tecnologías, medicinas y conceptos de triunfo ligados al dinero todo nuestro ser, todo nuestro pasar por este mundo, que no estamos cargando.
Lo siento, pero considero que un paseo en bici con tu churumbel, el primer paseo un poco largo que hacemos juntos, un domingo cualquiera está revestido de toda la trascendencia del mundo mundial y posee, al menos para mí, que cualquier ascenso en el escalafón social que se me pueda presentar.
Necesitamos la vida para vivir, para educar, para reñir, para enseñar, para sonreír, para practicar sexo, para ver fotografías, para amar, para odiar, para aburrirnos, para hacer deporte, para... Necesitamos la vida para quitarnos todas las ataduras y disfrutar, o sufrir, de ella, sin dioses, o máquinas, mediadores entre nosotros y la realidad. Necesitamos la vida para sufrirla o disfrutarla, sin imposiciones ideológicas, cargadas de oropeles fatuos y vacíos.
Un saludo.
Pero, como sustitutivo de todo ello, existe la realidad del ordenador, tablet o móvil inteligente. Esos programas que fomentan, según el extremeño, la imaginación del personal menudo o adolescente. Efectivamente, basta ver a los niños matando bichos informes, gracias a un mando con una infinidad de botones o a los jóvenes enganchados a las redes sociales ciscándose en las muelas del Jhonny, quedando para la fiesta del finde o alardeando del polvo que echó con tal o con cual. Cosas todas que requieren una imaginación extrema y que han surgido gracias a las nuevas tecnologías. ¿Cuándo se ha visto a un churumbel jugar? ¿Cuándo han estado los adolescentes con las hormonas hasta arriba, con ganas de divertirse y con los genitales más alterados que la declaración del IRPF de Bárcenas? Jamás de los jamases. ¡Pardiez! Ha sido a través del uso de las NN.TT. que nuestros jóvenes han aprendido a jugar (eso sí matando seres contrahechos a mansalva, que ahora mueren en vez de asustarte por las noches; es lo que tiene este mercado laboral tan flexible) o a desear divertirse y llevarse al catre a ese, o a esa, que tanto "me pone". De hecho, hasta la aparición de estos inventos nadie se casaba de penalti y los jóvenes llegaban vírgenes e ignorantes al matrimonio. Como mucho, alguna novia engordaba a todo trapo, debido a la emoción del matrimonio en ciernes.
A todo este percal le podemos unir el planteamiento chamánico-productivo de la nueva reforma educativa del colega Wert. Como todo el mundo sabe, la educación tiene entre sus cometidos la función de transmitir los valores de la sociedad. Obviamente, la nueva ley que ha pergeñado el ínclito ministro del ramo incide en perpetuar en esta sociedad un racimo de valores seleccionados de manera espuria y torticera.. La finalidad de este tipo no es otra que, intentar convencer a nuestros niños de que el chamanismo (la religión), el individualismo y el concepto de triunfo económico constituyen el valor fundamental para reconocer la valía de una persona.
Si unimos lo expuesto: la conversión en patologías de conductas molestas, pero perfectamente normales, la incapacidad de los padres, la visión de las nuevas tecnologías como algo beatífico y chachi piruli, sólo por ser nuevas tecnologías y la concepción del éxito social como motor de la vida de los seres humanos, nos encontramos ante una profunda deshumanización del ser humano, valga la redundancia. Debemos delegar en dioses, tecnologías, medicinas y conceptos de triunfo ligados al dinero todo nuestro ser, todo nuestro pasar por este mundo, que no estamos cargando.
Lo siento, pero considero que un paseo en bici con tu churumbel, el primer paseo un poco largo que hacemos juntos, un domingo cualquiera está revestido de toda la trascendencia del mundo mundial y posee, al menos para mí, que cualquier ascenso en el escalafón social que se me pueda presentar.
Necesitamos la vida para vivir, para educar, para reñir, para enseñar, para sonreír, para practicar sexo, para ver fotografías, para amar, para odiar, para aburrirnos, para hacer deporte, para... Necesitamos la vida para quitarnos todas las ataduras y disfrutar, o sufrir, de ella, sin dioses, o máquinas, mediadores entre nosotros y la realidad. Necesitamos la vida para sufrirla o disfrutarla, sin imposiciones ideológicas, cargadas de oropeles fatuos y vacíos.
Un saludo.
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