lunes, 22 de mayo de 2017

MICRORRELATOS

Buscó con tanto ahínco en las estrellas y distintos tipos de adivinos asegurarse de su afinidad, que no tuvo tiempo de sembrar bajo sus pies la semilla de la felicidad mutua. Cuando lo perdió se dio cuenta de que la magia real se encontraba en su mirada y en su voz.



Siempre había pensado que en la vida todo se puede encontrar en los libros o gracias a ellos. El tiempo le dio la razón. Un lluvioso día de otoño encontró en una librería al amor de su vida. Desde entonces su mayor ocupación es leer las páginas que ella le ofrece cada día.




Amó de manera desenfrenada durante días, durante meses. Recubrió de pintura nueva sensaciones ya oxidadas. Planeó sobre el tiempo. Sonrió cada segundo. Al poco utilizó la pintura para colorear lo cotidiano, aterrizó viviendo el tiempo y sonrió cuando tocaba. Entonces descubrió que no se trataba de la persona indicada, pero supo que seguía siendo capaz de amar.




La pistola aún humeaba en el suelo, en espera de que el río de sangre que manaba del orificio de la cabeza llegase a ella. El arma, tras ser disparada, había caído de la mano del hombre que se encontraba tendido en el suelo. La otra mano, la izquierda, aferraba un teléfono móvil que, segundo antes de producirse el disparo, había emitido un sonido que indicaba la entrada de un nuevo mensaje, que nunca había sido leído. Un mensaje corto, que no hubiese llevado mucho tiempo haber sido leído. Cuatro palabras de ella que decían: "Perdóname. Te amo".




Recordaba la estrategia que había utilizado para dejar el tabaco cada vez que se acordaba de ella y le servía para ahogar las ganas de marcar su número. Sabía que, como cuando dejó de fumar, esa necesidad duraba un tiempo limitado y luego se iba diluyendo. Pero, a diferencia del tabaco, cada vez que buscaba olvidarse de ella se instalaba en su corazón un dolor sobrehumano.




Intentaba disimular, escribiendo en la redes sociales lo mucho que amaba a quién siempre estaba allí, su hijo, pero, hasta la última célula de ella, le seguía amando sin tregua a él.




El anciano nunca había tenido la sensación de haber cumplido su papel de padre como en aquella ocasión. En realidad, sólo había cumplido el deseo de su hija: proporcionarla una sustancia letal, para evitarla el futuro, y presente, dolor de la mortal, y veloz, enfermedad degenerativa que padecía.




Había recorrido con su cámara rincones inimaginables del planeta. Sus fotografías se podían encontrar en las medios más afamados. Durante los años que ejerció de fotógrafo trotamundos conoció a millares de personas de culturas dispares. Sin embargo, la edad, o una especie de añoranza, le habían empujado a abandonar su vida errante y volver a su lugar de origen de manera definitiva y reencontrarse con la soledad de aquel a quien nadie le espera.

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