miércoles, 10 de mayo de 2017

PROBLEMAS DE FILIACIÓN

"Mientras quede un ser humano 
que considere a los demás como seres humanos
y no como material  negociable, 
el mundo puede tomar otro derrotero".

Luis Eduardo Aute

Mentiría si dijese que esta entrada no se ha inspirado en la actualidad y en algunas personas de mi entorno próximo, que me ha hecho pensar, sin ellos pretenderlo, en la estupidez que supone sentirse, o repudiar, pertenecer a un lugar u otro y pensar que eso resulta suficiente para justificar cualquier cuestión. 
Antes de continuar me gustaría aclarar que yo me siento feliz del lugar donde he nacido. Además me siento castellano, estoy conforme, y a gusto, con la región donde vivo ahora, que no es Castilla y León. De igual forma no tengo ningún problema en decir que mi nacionalidad es la española, aunque no por ello crea ser superior, ni inferior, a nadie, ni vaya a matar, o morir, por defender "mi patria". También me siento europeo, pues mi historia no se podría entender sin Europa y no reniego de mi afinidad, lingüística con los países hispanoamericanos. De igual manera siento que soy uno más de una especie, la humana, a la que pertenezco y, por tanto, a la que pertenezco. 
Dicho esto, vamos a ver si consigo desarrollar una entrada donde exprese lo que deseo transmitir. 
Las pasadas elecciones francesas han conllevado un debate: nacionalismo vs. supranacionalismo.
El nacionalismo siempre, siempre, siempre se basa en la absurda idea de que los miembros de una comunidad, debido a una serie de vínculos, reales o no, constituyen una unidad que se distinguen de los demás para bien. Se trata pues de una visión monolítica de las personas que conforman esa nación, patria o lo que fuere, que, además, subordinan su individualidad al bienestar de la patria. No hace falta poseer una inteligencia sublime para darse cuenta de que algo tan etéreo como el bien de la patria, en realidad, no es otra cosa que el beneficio de unos pocos, que son los que poseen el poder económico, y que manejan los medios para transmitir determinados ideales, que coinciden con las necesidades de esas élites. Como no esas minorías no pueden controlar todos los resortes, y mucho menos el día a día, cuentan con unos cuadros intermedios, nacionalistas convencidos y/o interesados, que son los encargados de que la ideología se transmita y se ponga en práctica. Es casi seguro que el lector pensará en los periodistas o en las fuerzas de orden, pero, como se ha visto hace bien poco, incluso un cantante sirve para tal propósito. Cuanto más poder tenga el nacionalismo más número de personas se apuntarán al carro, pudiendo llevar a cabo las atrocidades más espeluznantes bajo el amparo del paraguas nacionalista. Por ejemplo: ejecutar a discapacitados, gitanos, judíos, homosexuales...  por el mero hecho de ser discapacitados, gitanos, judíos, homosexuales...
A esta idea de patria como cobijo de un pueblo, uniforme y obediente, se han opuesto los movimientos supranacionalistas como los movimientos obreros del siglo XIX, el panarabismo o, con matices, con muchos matices,  la Unión Europea, que buscaban demoler fronteras y una idea común: mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
Como todo planteamiento teórico, las perspectivas iniciales eran estupendas, pero la realidad resultó bien distinta; como lo demuestra el caso más actual, el de la Unión Europea.
La CECA (Comunidad Europea del Acero y el Carbón), embrión de la UE, es un intento por parte de algunos gobernantes europeos de no repetir los errores que llevaron a guerras sin fin, en especial entre dos potencias continentales: Francia y Alemania, que desde 1870 llevaban zurrándose la badana. La unión pretendía, y consiguió, crear vínculos de unión entre los países y, sobre todo, entre los ciudadanos de los mismos. El empeño puede considerarse un auténtico éxito. El odio, recelo y las suspicacias se fueron diluyendo. No cabe duda de que el aumento de la calidad de vida de los ciudadanos contribuyó a ello de manera crucial. ¿Para qué pegarme con el vecino si todos podemos vivir genial?
Pero, hete aquí, que aparecieron unos tipos que se preocuparon más por las teorías, mejor dicho, las hipótesis, económicas y que se olvidaron de que el bienestar de los ciudadanos debe orientar toda la acción de los que les dicen representar. Y ocurrió lo previsible: esos teóricos eran sólo unos teóricos y quebraron todo. Sin embargo, esos teóricos si hicieron un trabajo bien: adocenar a quienes debían representar a los ciudadanos desde posiciones de la izquierda, con el consiguiente desprestigio para ese tipo de agrupaciones.
De nuevo, como en la década de los treinta del siglo pasado, los ciudadanos ven como disminuye su calidad de vida y, además, comprueba que esa unión supranacional sólo manda un mensaje: tenga o no tenga la culpa el ciudadano, la única manera de afrontar la ruina es mediante la pérdida de derechos, en especial de los económicos. El resultado lo hemos visto en diferentes elecciones, sin ir más lejos en la del domingo en Francia.
Desde mi punto de vista lo más absurdo del asunto es que los europeístas han acabado actuando como los nacionalistas: anteponiendo Europa a cualquier otra cuestión, sin entrar en el asunto de fondo: la respuesta para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Se intenta imponer una visión nacionalista de Europa: Europa sí, porque sí. Lo que luego se haga, cómo se actúe o lo que se persiga importa poco. Nacionalismo a la europea.
Antes de acabar me gustaría, sin salirme del tema, añadir un matiz patrio al asunto.
En este país existe una serie de personas que, por lo general coinciden con los progres y/o con los nacionalistas periféricos, que necesitan hacer notar su antipatriotismo (español en el caso de los nacionalistas catalanes, vascos...) para definirse como lo que sea. A mí no me importa, como ya he dicho no pienso enfrentarme con nadie por cuestiones de patrias, pero sí me molesta la incultura de muchos de esos ígnaros personajes, que tienden a renegar de una historia, que desconocen por completo (tanto como los nacionalistas), y que moldean a su conveniencia, interpretándola con esquemas mentales del siglo XXI. La Historia de un país no es para aceptarla o para renegar de ella, es para conocerla y, si se tiene la capacidad mental, interpretarla desde la perspectiva del momento en que ocurre. Sólo eso.
Yo no soy patriota, debí ser el único tipo de los veinte mil que acudimos a un acto deportivo, hace un año, que no me levanté al escuchar el himno nacional, pero, desde luego, tampoco me voy a rasgar las vestiduras por la Historia de mi país, que ha dado actos tan revolucionarios como las primeras Cortes de la historia (Reíno de León, 1188) o la Controversia de Valladolid, que se adelantó en siglos en lo que respecta al planteamiento de lo inherente de los derechos de los seres humanos. Pero a estos tipos, como a los nacionalistas de patria única o los europeístas a cañón, les falta la capacidad para pensar que lo importante son las personas, y no los dogmas de fe.
Un saludo.


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