"Alguien dejó la puerta abierta
y entraron los perros equivocados".
Clint Eastwood
Como otras veces he escrito todo, o casi todo, lo que aparece en este blog tiene que ver con mi experiencia diaria y con como interpreto lo ocurrido. Por ello, con cierta frecuencia, ciertas entradas ya terminadas y programadas, o a medio terminar, tienen que ceder paso a otras que aparecen con la necesidad de ser escritas y publicadas. Como el lector, que intuyo ya me va calando, habrá adivinado éste es el caso. Pero, tal vez, si escribo los dos hechos que desencadenaron esta necesidad el lector podrá comprender mejor el porqué de esta necesidad.
Hace unos días me enteré de que una organización sin ánimo de lucro había fomentado que ciertas personas de esa asociación o familiares cercanos se aprovechasen de actividades emprendidas bajo el paraguas de su nombre. Resulta obvio que al enterarme de este tipo de comportamientos no pude evitar sentir rechazo y desprecio hacia quienes se aprovechan de situaciones como ésta.
No había pasado ni una hora desde que tuve conocimiento de lo que he expuesto con anterioridad, cuando escuché que un tipo había vuelto a golpear a su pareja. Digo vuelto, porque se trata de un triste y sórdido drama, en la que él pega a su pareja, ella denuncia para, al poco, retirar la denuncia y volver junto con él. Ése criminal bucle, incomprensible para los que lo vemos desde fuera.
Reconozco que tardé un poco en procesar toda la información y en integrarla en mi escala de valores.
La primera conclusión a la que llegué fue la de siempre: cualquier organización, por muy buenas intenciones que tenga en su fundación, acaba convirtiéndose, en parte o de manera total, en pasto de desalmados, más preocupados en medrar y en que su nombre sea asociado con el altruismo y la bondad, que en llevar a cabo los objetivos que dicen promover. Esto sirve para el primer caso y para el segundo (donde el dinero la profusión de asociaciones y de expertos no evitan casos como el expuesto, dedicando su tiempo y nuestro dinero a cargar contra carteles, canciones y fruslerías similares).
Acto seguido me acordé de Clint Eastwood y de alguna de sus magníficas películas. Me vino a la mente ese personaje solitario, por lo general un tipo anónimo, que acaba tomando decisiones. Decisiones que no sólo afectan a él, a veces las toma para mejorar la vida de otros, supliendo las carencias de un sistema ineficaz. Por supuesto, yo no soy ningún héroe, aunque sí anónimo, pero la idea de que las situaciones cambian a través de nuestros actos individuales cada vez me parece que se ajusta más a la realidad. No sólo eso, también creo, cada vez con mayor fuerza, que yo sólo debo justificar mis actos, no los de los demás, aunque estos viajen en el mismo barco y hacia una dirección común. Uno sólo puede responder, ante sí y ante los demás, de lo que él hace, pues es sobre lo que uno tiene la capacidad completa de decidir. Lo que realicen los acompañantes es una cuestión suya. Lo mas que podemos llegar a hacer es considerar si, desde un punto de vista ético, lo que realizan los demás resulta elogiable o criticable y aplicar la conclusión a futuras situaciones. Pero no considero necesario justificarme por algo que han hecho otras personas. Allá ellas con su moral y su conciencia. Yo no debo ser el Pepito Grillo de nadie.
Imaginemos que alguien ayuda a realizar un acto solidario, donde se recauda dinero para personas que lo necesitan. Se consigue una cierta cantidad de dinero y se utiliza para mejorar la calidad de vida de un esa gente a la que iba destinada. El objetivo parece cumplido. Sin embargo, la gestión del asunto no ha sido la más adecuada y se podían haber conseguido más cuartos. Resulta evidente que quien ha contribuido a recaudar fondos no debe sentirse concernido por la mala gestión. Deben ser quienes han gestionado de manera pésima los que deben exigirse a sí mismos una justificación de su actuación. Cada cual debe responder de sus actos.
Es aquí donde entra en juego el segundo caso: el de la situación de maltrato que sufre la mujer de manera recurrente y al que nadie pone solución. Existe una percepción muy extendida sobre como solucionar ciertos aspectos de la vida a base de leyes y de protestar en los medios de comunicación y/o en las redes, celebrando juicios paralelos en muchos casos.
Sobre la necesidad de promulgar leyes para solucionar problemas nada parece más claro que esta medida resulta ineficaz. Existen leyes que prohíben matar o robar desde tiempos inmemoriales y no parece que hayan servido para erradicar el problema. Por tanto, las leyes, algunas con ciertos planteamientos disparatados, no resultan la medicina salvadora, por mucho, y aquí volvemos a lo de la responsabilidad individual, que cierta gente hable de endurecer penas como fórmula para solucionar los problemas, que ellos desconocen y a los que no se van a acercar en su miserable y moralista vida.
Por otra parte, esos moralistas, amantes de penalizar todo lo que no les gusta, parecen olvidar que los seres humanos seguiremos cometiendo atrocidades toda nuestra vida y que la eficacia de algo no se mide en exclusiva por aquello que, de manera aparente, no funciona, sino por la evolución y la eficacia de lo que se ha puesto en marcha. Una excepción debe servir para plantearnos si algo se puede mejorar, pero no para derribar todo un edificio que puede haber servido para cobijar a mucha gente desamparada. Y, por desgracia, la locura, la maldad seguirán existiendo siempre y debemos saber que han existido, existen y existirán hechos, minoritarios, imprevisibles y a los que no podemos dar respuesta, por mucho que nos duela.
Me gustaría concluir esta entrada haciendo referencia a que el asunto del maltrato también deja bien a las claras que existe cierta gente, demasiada, que medra a costa de la desgracia de las demás, sin solucionar los problemas primigenios que motivaron la actuación inicial. ¿Cuánto tiempo llevamos oyendo hablar de casos como el que he expuesto? ¿Se ha encontrado solución a situaciones como la expuesta? Creo que no hace falta que responda. Sin embargo, un montón de personas viven de desvirtuar el asunto y buscar problemas, donde en muchos casos no existen, sin solucionar los verdaderos y primordiales asuntos, los que motivaron que se montara una maquinaria de ayuda. En el fondo, esta reflexión sirve para cerrar esta reflexión como la comencé: hablando de gente que se beneficia de la desgracia ajena (en ocasiones, provocándola ellos). Tal vez por todo ello me identifico con los personajes de Clint Eastwood y, tal vez, por eso me siento muy a gusto, aportando lo mío, lo que puedo, lo que sé, intentando solucionar los problemas de los demás. Sin juzgar, sin necesidad de ser comprendido o admirado. Sólo por el mero hecho de saber que es lo que quiero, lo que necesito y lo que puedo dar a otros y soy muy feliz haciéndolo.
Un saludo.
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