martes, 14 de noviembre de 2017

FEAR ON THE DARK

" A cuenta de prometer el Reino de los Cielos,
algunos vivillos lo que están haciendo
es su cielo particular en la tierra...".

Salve Regina, La Polla Records

Las formas de entretenimiento audiovisual han cobrado importancia, desde hace décadas, en nuestras vidas. La nueva moda de las series de pago resultan un ejemplo claro de lo expuesto. Los culebrones, las series, los reality show, el deporte televisado, la música que escuchamos en nuestros reproductores... constituyen parte esencial de nuestras costumbres, lo queramos reconocer o no.
Esta forma de ocio, por lo general basada en la inmediatez, se ha prestado a todo tipo de interpretaciones. Desde aquellas elogiosas, bien sea por su calidad o por lo que aportan al acerbo cultural de los usuarios, hasta las que se sitúan en el otro lado y hablan de falta de calidad de los productos o de una influencia nefasta para todos aquellos que utilizan este tipo de recursos de ocio. Uno intuye que, en realidad, lo que cada cual ve, escucha o ambas cosas es lo que busca, porque se siente identificado, de antemano, con ello, no porque se lo impongan.
En otras palabras, quien ve Gran Hermano lo hace porque ese tipo de formatos le resultan atractivos, no es el programa el que conforma los gustos y las opiniones del televidente. Esta hipótesis parece verse confirmada por el hecho de la que la programación de una cadena como La 2, bien sean de animales, de viajes, de arquitectura o sobre gastronomía gastronomía sea seguida por una minoría, muy minoritaria.
Este hecho tiene mucha más importancia de lo que a simple vista puede parecer. Existe una corriente de opinión, la que más se escucha en los medios, que dictan lo que se incluye dentro de lo deseable y de lo indeseable, cuando de la industria del entretenimiento se trata. Esta élite del pensamiento parte de un realidad, la suya (o la que ellos pretenden vender poseer) que, por lo general, suele obviar los gustos de una parte significativa de la población, por considerarla carca, cutre, de bajo nivel sociocultural o por todo aquello que se le ocurra al amable oyente. Por tanto, el negocio del entretenimiento debe reproducir unos patrones que se ajusten a la visión de esos visionarios, que deciden qué necesitan y cómo deben ser las personas de una sociedad. No importa que una parte significativa de las personas de esa sociedad no compartan esa visión, ni esas necesidades. A lo mejor, sólo a lo mejor, es por eso que series televisivas como Aquí no hay quien viva, Los Serrano, Gran Hermano... o música como el reaggetón tiene tanto éxito, porque existe una gran cantidad de personas, todas ellas con sus problemas y sus alegrías, que tienen suficiente con ese tipo de producto de entretenimiento. Y, tal vez, sólo tal vez, eso ocurre porque en nuestra sociedad, como en todas las sociedades, existe un amplio abanico de opiniones, de gustos, de formas de vivir y de afrontar la vida; pero se ha impuesto un modo único, correcto, de entender la sociedad. Un modelo deseable, e inalcanzable, para todos. Y la industria del entretenimiento debe trabajar para expandir esa visión idílica de la sociedad. Una visión de la sociedad sin clases bajas, o donde las personas de clase baja son dignas de lástima, porque consumen reaggetón (aunque esto no sea del todo cierto), ven a Jorge Javier Vázquez, no leen (aunque esto no sea del todo cierto), no viajan a sitios chic (en viajes masificados donde no te puedes desviar diez minutos de lo propuesto por una gran empresa de viajes)... Una visión de la sociedad de personas con problemas, que siempre se solucionan de manera satisfactoria. Una música cuyas letras hablen de un mundo donde prima el amor, el buen rollo y la fiesta, haciendo mártires a los músicos que se suicidan, porque "su talento derivaba de su locura", ocultando problemas como la depresión o el suicidio. Un planeta donde las grandes distribuidoras apuestan por héroes indestructibles, amores que triunfan a pesar de todo lo impensable y alguna tragedia, basada en vidas de triunfadores y, a lo sumo, alguna película de miedo, para hacer pasar un mal rato al personal. Todo controlado.
En las películas de Hollywood de los 40 y de los 50 no había besos obscenos, aunque muchos de los protagonistas tuviesen vidas reales que se caracterizaban por la abundancia de sexo, porque se intentaba transmitir una moral adecuada. Hoy la industria del espectáculo está más interesada en transmitir una visión de éxito en lo que se emprende, sea en lo económico, en lo sentimental, en el deporte o en lo que al lector se le ocurra.
Por otra parte, existe una corriente, fundamentalista hasta la médula, que insiste en que ciertos contenidos/ideas no deben difundirse a través de los productos de entretenimiento (¿No suena, de manera sospechosa, al asunto de los besos apasionados de los producciones de Hollywood?).
En este aspecto se observan varias consideraciones, derivadas todas del mismo lugar: la presunta supremacía intelectual y/o moral de quien decide lo que resulta aceptable o no.
En los últimos tiempos se insiste mucho en atacar el reaggetón como fuente de machismo y de otro tipo de cuestiones, porque pueden afectar a jóvenes que se están formando, convirtiéndolos en unos perfectos cretinos. En efecto, los jóvenes no saben distinguir la realidad de un producto cultural, por eso yo, que vivo cerca de unos multicines, cuando emiten películas de acción procuro no pasar por allí, por temor a que todos los que salgan de ver la película me confundan, debido a mis barbas, con el malo de la peli y me ensarten con una espada láser o similar.
Hace falta ser un auténtico iluminado para pensar que chavales que llevan años, muchos, consumiendo videojuegos, viendo películas, siguiendo a youtubers, descebrados muchos de ellos y, dato importante, muchos de ellos leyendo novelas de ficción, no sean capaces de distinguir una letra de una canción de la realidad. No entiendo cómo estos personajes, rectores de la moral, no han caído en la cuenta de que estos mismos jóvenes, a los que si les viene bien leer, son capaces de saber que Don Quijote es una invención de un genial manco, y que dicho personaje estaba como una regadera y, por tanto, ellos no deben embestir molinos, aunque sean de los que generan electricidad, porque les puede ir mal muy mal. En otras palabras, parece que la gente no es tan tonta y es capaz de distinguir entre un libro, una serie, una canción, un videojuego y la realidad. Pero ellos, erre que erre, sobre la conveniencia de no mostrar a la gente ciertas cosas, no siendo que en su estulticia el público siga a pies juntillas lo que dice una canción (o algo que se le parece), un culebrón o una película.
Desde mi punto de vista, tal vez la respuesta esté en los prejuicios y el elitismo de esos censores morales, que resultan incapaces de verse a sí mismo como seres ridículos, más preocupados de censurar a los demás que de de vivir.
A este respecto me viene a la memoria una anécdota personal que sirve para ilustrar lo que he escrito en el párrafo anterior, que va a servir para concluir la entrada.
Hace un par de años, mientras hacía un viaje largo, cansado de escuchar música, sintonicé la radio y en una emisora apareció largando cosas insustanciales Boris Izaguirre. Reconozco que no sabía que seguía trabajando en ese medio, tenía perdida la pista al venezolano, y me sorprendió oír su voz tras bastante tiempo. No cambié de sintonía y, tras un rato, comenzaron a hablar de los Iron Maiden (¡oh sorpresa!) y alguien dijo que Bruce Dickinson, el vocalista, era, y es, piloto de aviones comerciales. No sólo, además pilota el avión del grupo, el Ed Force One, el avión del grupo británico, que les lleva por todo el mundo en sus giras. Boris Izaguirre argumentó que no podía ser posible que alguien que cantaba heavy pudiese pilotar una aeronave. Siguiendo con una aportación de lo más suculenta: "Lo más seguro es que el cantante diese al botón del piloto automático. Reconozco que me ese comentario me indigno, aunque viniendo del showman no me duró mucho el enfando. Sus estereotipos, al igual que su moralina, delatan que es un pijo supremacista, conservador hasta la médula. Y es en este último aspecto, lo de ser conservador, en el único en el que coinciden Dickinson, que se declara torie, y él hijo de papá venezolano. Mientras que Izaguirre es niño de familia bien, muy bien, que todo lo ha tenido bastante fácil, el vocalista de los Maiden, es piloto de líneas regulares, poseyendo parte de una empresa de aviación comercial, es licenciado y doctor en Historia, ha escrito un par de libros, estuvo a punto de participar representando al Reino Unido en la especialidad de Esgrima en una olimpiada, es empresario y, como todo el mundo sabe, uno de los líderes de una de las bandas épicas de la historia del rock. ¡Ah, se me olvidaba! A diferencia del que trabaja en los medios españoles, proviene de una familia humilde. Pero, amigo, un tipo que llena estadios de fútbol cantando al miedo a la oscuridad, mientras el bajo de Steve Harris martillea a una velocidad inconcebible, no puede ser un tipo inteligente y la gente que escucha esa música tampoco puede ser mucho más allá.
Ellos ponen sus normas y, como son los que aparecen en los medios, o los que escriben lo que dicen los que aparecen en los medios, dictaminan quién merece la pena y quién no merece incluirse entre los elegidos. No sólo eso, quienes están en ese rango de no los elegidos tampoco tienen, según ellos, la capacidad de pensar por sí mismos.
Un saludo.


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