Ahora que todo el asunto catalán ha quedado enterrado, hasta la próxima ocasión, parece el momento adecuado para, en frío, extraer algunas conclusiones, que no van a gustar ni a unos ni otros. Vamos a ello.
Parece obvio que todo el asunto comenzó cuando la derecha nacionalista catalana se vio con la soga al cuello por los recortes y por la corrupción en la que estaba inmersa. A nadie se le escapa que los Pujol, Mas y compañía habían hecho de Cataluña su cortijo, resultando todo fácil mientras el dinero fluía a espuertas. Cuando las cosas se pusieron serias y se cerró el grifo, para muchos ciudadanos, en especial para los que menos tenían, los hijos de los caciques de toda la vida en Cataluña tiraron de victimismo, una vez más, para alejar el foco de atención de ellos, intentándolo centrar en tierras lejanas.
Se ha recurrido mucho al franquismo para criticar a aquellos que estaban en contra del nacionalismo catalán, bien desde la derecha o bien desde la izquierda. Se ha intentando vender el franquismo como un hecho histórico ajeno a los catalanes, impuesto por España, pero la historia es bien distinta. Los padres y abuelos de algunos de los que más despotrican contra España constituyeron pilares fundamentales de la dictadura franquista en Cataluña, enriqueciéndose con ello.
Dinero y franquismo en Cataluña.
Algunos llevan el gen de la extrema derecha y la represión en la sangre.
Parece que en la familia ya hubo antecendentes de huidas... para pasarse al bando franquista.
Por tanto, parece que los que hablan de franquismo deberían admitir que ellos, o sus familiares, contribuyeron como el más adepto al régimen.
Sin embargo, lo que no parece importar mucho es que aquellos cuyas familias poseían considerables cantidades de dinero defrauden al fisco. Los Pujol, Mas, Trías... todos parecen haber heredado dinero de sus ancestros sin declarar, en paraísos fiscales. Parece que el franquismo y el Régimen del 78 no trató tan mal a algunos, que no están dispuestos a colaborar a la redistribución de la riqueza en su país. Nada más alejado del espíritu de la izquierda o del progresismo que esta actitud tan poco solidaria con los suyos.
No cabe duda de que los artífices del paripé catalán, cuando decidieron seguir hasta el final, sólo tenían una carta que jugar: la internacional. Esa carta, el reconocimiento internacional, era más un deseo que una realidad, que aún se puede leer en algunos tuiteros independentistas. Intuyo que el Gobierno de España jugó también sus cartas en este sentido, sin ruído y sin demora, pero, sobre todo, con eficacia. Los políticos independentista centraron todos sus esfuerzos en realizar un referendúm, pero hasta ahí llegó su fuerza. Ni la gente se tiró a la calle ni país alguno reconoció la República, que aún no sabemos si se proclamó o no.
Se ha observado la profunda división de la izquierda en este país. Por un lado una parte hablaba de la posibilidad de cambiar todo a través de la escisión de España, mientras otra parte recordaba al bisabuelo Carlos y no consideraba que la proclamación de la República liderada por una derecha corrupta tuviese nada que ver con un movimiento obrero que, por naturaleza, es internacionalista.
Mi idea al respecto la he expuesto varias veces en este blog: ir de la mano de la derecha no supone ninguna revolución, sólo dividir más a la clase trabajadora, creando odio entre personas que no se conocen por una frontera.
Una parte de la izquierda reivindicaba este movimiento independentista como una forma de acabar con el Régimen del 78. No hace falta ser muy inteligente que lo que ellos denominan Régimen del 78 fue una componenda de Juan Carlos, el Borbón, para afianzarse en el poder, a cambio de seguir los dictámenes de EE.UU., convirtiéndose en un aliado fiel y sumiso. Si algún iluso pensaba que iban a dejar caer que toda la aventura catalana tuviese lugar o que el régimen nacido tras la muerte de Franco cayese debería hacérselo mirar. De nuevo, como en el asunto del nacionalismo, no entienden que la lucha contra el neoliberalismo debe ser algo global y que, como se pudo comprobar en Grecia, no van a dejar que alguien prenda la mecha que puede tener consecuencias impredecibles.
Los que se amparaban en el pueblo, en la necesidad de cumplir su voluntad, han demostrado con sus declaraciones posteriores y con sus conductas, que no representaban a ningún pueblo, como mucho a una parte de la ciudadanía. La huida hacia delante sin objetivos ni red ha demostrado que detrás de tanta grandilocuencia no había nada.
Una de las cosas que más me llama la atención es como la gente llegó a pensar que todo iba a ser un cuento de hadas. Las grandes conquistas históricas se consiguen con esfuerzo y, por lo general, con sangre, pero en esta sociedad infantilizada cualquier contratiempo se convierte en un acto de fascismo. Respeto a quien lucha de verdad por sus ideas, aunque no las comparta, pero esa cantidad de pejigueros que han invadido los medios de comunicación y las redes me parecen una explicación a por qué estamos como estamos.
Las dos huelgas convocadas (una con asociaciones empresariales, ¡te cagas!), han vuelto a demostrar que quienes no quieren cambiar nada convocan una huelga de un día. La huelga es una medida de presión que tiene su sentido cuando se realiza hasta conseguir un fin. Por lo general las huelgas serias acaban consiguiendo que los patronos se replieguen ante las exigencias de los trabajadores, como lo demuestran las llevadas a cabo recientemente por las trabajadoras de Bershka en la provincia de Pontevedra o la protagonizada por los trabajadores del servicio de recogida de basura en Madrid. Sin embargo, quienes no quieren cambiar nada convocan una movilización de un día, para dejarse ver. De nuevo, nada que ver con la izquierda.
Esa estupidez de "tenemos que intentar convercerlos..." me resulta ridícula. Me resulta ridícula por dos motivos:
- Porque en muchos casos se trata de decisiones emocionales y eso no se rebate con palabras.
- Porque yo no tengo que convencer de nada a nadie, cada cual puede pensar lo que le salga de ahí, pero, eso sí, todos debemos ser consecuentes con nuestros pensamientos y nuestros actos. Si alguien se siente estafado, engañado, manipulado o lo que fuere, también deberá tener el valor de decir que les han vendido una moto. Y si alguno de los que apelaba al diálogo ahora piensa lo mismo, también debería decirlo. El resto de gente seguirá pensando igual, por lo que no su postura ya es conocida.
Me gustaría concluir recordando que todo nacionalismo se basa en una hecho supremacista, en el que unos tipos de al lado no merecen estar con nosotros. Tal vez por eso los apoyos que ha encontrado el movimiento independentista catalán hayan sido en partidos cercanos a la extrema derecha, cuando no instalada en ella.
Al final, el sueño no era tan bonitos y la realidad ha desenmascarado a unos y a otros. Mientras, las trabajadoras pontevedresas o los trabajadores madrileños se han jugado sus cuartos y sus esfuerzos para conseguir algo mejor para ellos y para sus compañeros. Ellos son los verdaderos revolucionarios.
Un saludo.
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