"Las palabras son como monedas,
que una vale por muchas
como muchas no valen por una".
Francisco de Quevedo y Villegas
Una de lo vocablos en español cuyo sonido me gusta mucho es charlatán. Suena contundente y, al ser aguda, posee un toque diferente. El significado, sería más preciso decir los significados, de la palabra charlatán seguro que son conocidos por los lectores. Como recordarán abarcan desde el tipo que habla sin sentido alguno, hasta aquél que, a través de la palabra, busca engañar, timar a los oyentes de su discurso. En todo caso, cualquiera de las acepciones se asocian al uso del lenguaje oral. Ese lenguaje oral que, para cierta gente, sirve para cambiar todo. Cambiar todo para bien, por supuesto. Prueba de ello lo constituye el refrán: Hablando se entiende la gente. Nada más lejos de la realidad.
El poder de la palabra acaba cuando nuestros interlocutores, o nosotros mismos, no estamos interesados en lo que se escucha.
Existe una teoría infantiloide que sostiene que todo se puede conseguir mediante el uso de la palabra, creando un mundo dicotómico en el que sólo existen dos posibilidades para abordar las cuestiones: el lenguaje, que todo lo puede, o la violencia. Tal vez, sólo tal vez, en el mundo de la Política de los países con democracias burguesas pueda ser así. Pactos o guerras. Pactos o intervención policial. Pactos o.. Pero, en el resto de los asuntos de la vida, no funciona ese mantra de esa corriente buenrollista e infantiloide. Es más, no resulta necesaria en muchos casos, por resultar contraproducente y encubrir otro tipo de violencia, la moral y/o intelectual.
Para empezar, las personas que postulan el diálogo como fuente de solución a los conflictos excluyen a ciertos colectivos de ese diálogo. A nadie en su sano juicio se le ocurriría intentar convencer a una panda de neonazis que salen de "caza" intentar utilizar la palabra para negociar con ellno haya sidoos cuando van a apalear de manera criminal a alguien cuyo único delito es no entrar dentro de los cánones absurdos de pureza de los agresores.
Parece demostrado que la palabra no puede solucionar todo y que no sirve para ser utilizada con todas las personas.
De igual forma pensar que, por ejemplo, educar a un niño se puede hacer en exclusiva usando la palabra resulta osado. En algunos casos deberá comprender que sus acciones llevan asociadas consecuencias no deseadas, en especial cuando han sido advertidos en repetidas ocasiones sobre ello, siendo la palabra insuficiente para evitar conductas indeseadas que, en determinados casos, pueden llevar aparejadas algún tipo de violencia.
El lector podrá pensar que expongo casos extremos, que nada tiene que ver la validez del diálogo para solventar cuestiones conflictivas. ¿Seguro?
Lo prioritario para que la palabra sirva para algo más que para perder el tiempo es que los dos interlocutores tengan voluntad de llegar a un entendimiento. Desde el momento en que una de las partes no posea esa intención, malo. Cuando hablo de voluntad de entendimiento descarto la imposición la mayoría, o de todo, el argumentario por parte de uno de los interesados. Alguien puede pensar que exagero. Nada más lejos de la realidad. ¿Cuántas discusiones han comenzado por intentar imponer puntos de vista, ideas o apreciaciones sobre asuntos en cenas familiares? Por poner un ejemplo. Por tanto, la voluntad de entendimiento resulta crucial e indispensable, lo que nos lleva a pensar que, en realidad, lo importante no es la capacidad de diálogo, sino la predisposición previa de ambas partes.
De igual manera un par de aspectos, por lo general olvidados, resultas esenciales:
La forma de abordar ese intercambio oral. Lo que podríamos denominar la forma de envolver el contenido.
Hasta donde puede llegar nuestro interlocutor en su capacidad de amoldar su posición a nuestros intereses. A veces es mejor obtener un poco, que generar una confrontación de difícil solución.
No me gustaría concluir esta entrada sin hacer un par de apreciaciones, que fueron las que motivaron que la escribiese.
Existen temas, relacionados casi siempre con convicciones personales, con teorías implícitas, sobre las que se puede hablar, sin más. Resulta absurdo contraponer ideas sobre aspectos políticos o religiosos, cuando se trata de temas centrales de las creencias del individuo. ¿Quién soy yo para cuestionar esas creencias? O, ¿quién eres tú para criticar mis creencias más arraigadas? Las palabras sólo pueden generar violencia (aunque no sea física) en estos casos.
El uso del lenguaje para convencer puede generar, como todos sabemos, conflictos entre personas próximas. Esos conflictos pueden resolverse o no. Pero si se resuelven no lo hacen por el uso de la palabra, sino por la voluntad previa de esas personas de valorar su relación de familia o de amistad. Las palabras son sólo un vehículo. El verdadero motor del entendimiento o del enfrentamiento es la voluntad de cada cual a la hora de abordar un conflicto. El lenguaje oral sólo resulta efectivo cuando existe una predisposición a encontrar soluciones.
En mi profesión hay cierta tendencia, no por parte de todos los profesionales, a decir a los padres que no saben abordar los problemas con sus hijos que lo hacen mal. A mí me hace mucha gracia, porque ellos ya lo saben, aunque no lo reconozcan en ocasiones, y el "profesional" de turno lo único que hace es recalcar ese problema. Lo divertido del asunto es que ese profesional, pasados unos meses, tras no haber aportado ninguna solución real, se lamenta porque ese padre/madre no ha cambiado con el tiempo, a pesar de que el profesional de turno ha insistido mucho en lo mal que realiza su labor como progenitor. Parece que las palabras no resultan la solución de todo. Al menos las palabras lanzadas al aire sin otra finalidad que la de no escuchar.
Las palabras se hicieron para comunicarse, para comprender y ser comprendidos. Cuando alguien quiere comunicarse, comprender y ser comprendido y tiene frente a él a otra persona que desea lo mismo podrá cambiar algo con la palabra. Mientras esto no ocurra, las palabras son cansancio.
Un saludo.
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