Creo, querido diario, que todos tenemos un problema muy serio cuando olvidamos de dónde venimos. En los últimos tiempos estamos tan enfrascados en la búsqueda de la excelencia, de una Educación que prepare para el futuro (eso que no se sabe qué es, ni cómo será, pero para lo que debemos estar preprados), de los modelos pedagógicos revolucionarios (caracterizados por su pronta obsolescencia) y de informes de expertos (y de no tan expertos), que hemos borrado en nuestra memoria las virtudes de lo que tenemos y hemos construido entre todos y para todos.
Como ya te comenté en la entrada anterior, alumnos que vienen de otros países con menor nivel económico, y otra cultura, pueden no saber sumar con llevadas teniendo cursando un nivel similar a cuarto de Primaria. Pero no sólo eso, por circunstancias de la vida me he econtrado con personas nacidas en España hace unas seis décadas, que no saben escribir su nombre o con un caso, si me permites la expresión, más sangrante: un joven de etnia gitana, que aún no ha cumplido los treinta años, que no sabe escribir sus apellidos. Y esto, querido diario, no me lo ha contado nadie, lo he visto con mis propios ojos.
Por todo ello creo que antes de dedicarnos a despotricar sobre lo malo que es el sistema, la horrible preparación de nuestros alumnos, lo malos docentes que somos... deberíamos tener en cuenta que hemos conseguido, en pocas décadas, un sistema que, con sus defectos, permite que todos los ciudadanos de este país tengan acceso a un sistema que les permite adquirir una destrezas básicas para desenvolverse. Otra cuestión es como se adquieren y el uso que cada cual hace de ellas, pero no estaría de más recordar que muchos de nuestros padres y abuelos eran semianalfabetos o analfabetos y que unos cuantos kilómetros más abajo, cruzando el Mediterráneo, las posibilidades de acceder a un sistema educativo de una parte significativa de los jóvenes son pocas.
Por todo ello, sin olvidarnos de que debemos mejorar todos, parece oportuno, al menos de vez en cuando, recordar de dónde venimos y lo que hemos conseguido.
A colación de ello me viene a la memoria un tuit, donde alguien decía que está muy bien ese mantra modernillo que defiende que el sistema educativo actual mata la imaginación, pero que más mata la imaginación, y otras muchas cosas, no tener acceso a ese sistema educativo.
Creo que se habla mucho de imaginación, inteligencia emocional y otras cuestiones que quedan muy molonas, a las que les ocurre eso: que quedan muy molonas. Sin embargo, para mí uno de los fundamentos de esta historia de la educación es la autoestima, tanto en lo personal como, sobre todo, en el aspecto escolar, que es la que podemos trabajar de manera esencial desde los centros educativos.
Te preguntarás, querido diario, por qué resulta para mí tan importante este aspecto. Pues por algo tan sencillo, y obvio, que si no se tiene confianza a la hora de abordar una tarea, no sólo en el ámbito académico, los resultados van a ser, por lo general, pésimos. No sólo eso. Aún pudiéndose culminar con éxito la actividad emprendida, el actor de dicho acierto puede atribuir su acierto al azar, lo que le llevará a no abordar en sucesivas ocasiones la labor encomendada con todo el rigor y el método necesario.
Lo sé, menudo rollo he soltado, pero no sé hacerlo mejor. Tal vez, si fuera capaz de explicar este tipo de cuestiones con mayor facilidad escribiría libros y abandonaría la docencia.
A riesgo, querida bitácora, de parecer pesado me gustaría hablar un poquito más de la autoestima y del sentimiento de eficacia académica o escolar de los alumnos.
En determinados casos mi trabajo consiste en conseguir, en mayor o menor medida, que alumnos desmotivados, con una percepción baja, e irreal, de sus propias posibilidades para abordar las tareas del aula, consigan sacar algo más de ellos, que puede ser poco, mucho o regular.
El método siempre sigue unos patrones similares: plantear actividades con una alta posibilidad de éxito, refuerzo social (¡Ves como puedes hacerlo! ¡Qué bien lo has hecho, tú solo!...), incremento gradual de la dificultad de las actividades, refuerzos sociales, algo de ayuda. Pero no todo es tan bonito. Una de las cuestiones que he observado en este tipo de alumnos (lo he llegado a ver con adultos) es que se conforman con conseguir unos objetivos muy pequeños. Me explico. A veces les basta con saber que pueden hacer algo y, una vez realizado con éxito vuelven a perder la concentración ante las siguientes actividades, sean similares o de aprendizaje. Ello conlleva que se trata de una carrera de fondo, donde se debe ampliar la capacidad de centrar la atención, intentando que la motivación perdure. Puede parecer un rollo, pero con un ejemplo, caro diario, seguro que se entenderá mejor.
Imaginemos que nos apuntamos a un gimnasio porque deseamos ponernos en forma, que falta nos hace porque llevamos años sin hacer nada. No hace falta explicar que la carga de trabajo: pesas, máquinas, cinta... debe ajustarse a nuestra forma, en especial en las primeras sesiones de trabajo. De no ser así y realizar un sobreesfuerzo durante los primeros días, con las consiguientes agujetas, cuando no con alguna pequeña lesión muscular, abandonaríamos en nuestro empeño. No sólo eso, si la carga de trabajo es la adecuada, cada vez seremos capaces de realizar más ejercicios y llegaremos a conocer nuestro cuerpo y sus posibilidades. En otras palabras, necesitaremos menos ayuda para realizar más trabajo, que, además, lo haremos con una mayor economía de movimientos y con unos movimientos más precisos, que eliminarán lesiones y que los habremos interiorizado.
Esto, que sobre el papel parece fácil, no lo es tanto. Pues todos los días no estamos igual, las variables que intervienen sobre el alumno, y, a veces, sobre el docente, son múltiples y, por tanto, como ya he dicho, se trata de una carrera de fondo, en la que se logran, siempre, éxitos, mayores o menores.
Hoy me enrollado en exceso, querido diario. Se nos ha hecho tarde a los dos y, además, no tengo nada que contar.
Nos vemos pronto. Hasta la próxima.
Imaginemos que nos apuntamos a un gimnasio porque deseamos ponernos en forma, que falta nos hace porque llevamos años sin hacer nada. No hace falta explicar que la carga de trabajo: pesas, máquinas, cinta... debe ajustarse a nuestra forma, en especial en las primeras sesiones de trabajo. De no ser así y realizar un sobreesfuerzo durante los primeros días, con las consiguientes agujetas, cuando no con alguna pequeña lesión muscular, abandonaríamos en nuestro empeño. No sólo eso, si la carga de trabajo es la adecuada, cada vez seremos capaces de realizar más ejercicios y llegaremos a conocer nuestro cuerpo y sus posibilidades. En otras palabras, necesitaremos menos ayuda para realizar más trabajo, que, además, lo haremos con una mayor economía de movimientos y con unos movimientos más precisos, que eliminarán lesiones y que los habremos interiorizado.
Esto, que sobre el papel parece fácil, no lo es tanto. Pues todos los días no estamos igual, las variables que intervienen sobre el alumno, y, a veces, sobre el docente, son múltiples y, por tanto, como ya he dicho, se trata de una carrera de fondo, en la que se logran, siempre, éxitos, mayores o menores.
Hoy me enrollado en exceso, querido diario. Se nos ha hecho tarde a los dos y, además, no tengo nada que contar.
Nos vemos pronto. Hasta la próxima.
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