lunes, 17 de septiembre de 2018

EN LOS PEORES DÍAS

Sentado en el banco, mirando al río de manera distraída, recordaba como, hacía menos de una semana, yacía desnudo en el lado derecho de la que durante un tiempo fue también su cama. En su mente, como ocurrió aquel día, escuchaba esa estrofa: "I will make it go away, can't be here no more. Seems this is the only way . I will soon be gone these feelings will be gone. These feelings will be gone ", desgranada por la inconfundible voz de Jonathan Davis. En su recuerdo también aparecía ella, ocupando desnuda la izquierda de su lecho. Por supuesto, ella no oía la predicción del vocalista de Korn, que sonaba en su cabeza, como ahora. De hecho, sabía que a ella no le gustaba ese tipo de música. Algo más que añadir a la larga lista de incompatibilidades que habían ido descubriendo durante este tiempo. 
Ese día había vuelto a ocurrir, una vez más, había practicado sexo de manera instintiva, con una impulsividad casi atlética, desprovisto de todo aquello que en realidad buscaba y que se le antojaba indispensable para que todo cobrase el sentido necesario, incluidos los pequeños actos rutinarios de su vida diaria.
El silencio que se extendía entre ellos tras los embates furiosos, le permitió pensar en los últimos años y en el camino que había recorrido hasta llegar allí. Hasta alcanzar esa nueva ausencia. Rememoró lugares, rostros, oportunidades, problemas, anhelos cumplidos, despedidas, desilusiones, madrugadas de alcohol y alejamiento; alejamientos, mejor en plural. Todo en un perfecto orden, aunque no siguiendo una línea temporal. El criterio de aparición de nombres, caras, sitios seguía un principio básico: lo que cada una de ellas había aportado a su vida o, por qué no, lo que se había llevado de ella. En este recorrido interior subir a una montaña podía dejar paso a una noche de sexo repetitivo, casi hasta la saciedad, a modo de despedida, para, acto seguido, rememorar una noche de Navidad con buen vino y una pizza de una cadena de pizzerías como cena y preludio de unos magníficos días.
Lo que servía de hilo conductor a todos estos acontecimientos, rostros, nombres es que, en ningún caso , él quiso hacer daño a ninguna de ellas, aunque sabe que, en ocasiones, resultaba inevitable porque nada es tan imposible como domesticar los sentimientos y la esperanza de ser correspondido suele ser lo lo último que se pierde. Tampoco él había querido salir damnificado de ese juego de búsqueda, pero, por desgracia, el dolor, provocado por la sensación de fracaso, se encontraba aparejado a la experiencia, como ocurre en cualquier otro ámbito de la vida. Lo sabía bien. Conocía a gente, demasiada, en su opinión, cuya situada, desde hacia tiempo, en el rango difuso que existe entre el desconsuelo y el tormento. Amistades, conocidos, a los que que vivir el siguiente segundo les supone un reto desgarrador. Sin embargo, sabía que, en su caso, el fracaso, esa sensación que se había convertido en vieja compañera, estaba aparejada a circunstancias reversibles, no a una forma estable de abordar la vida.
El día declinaba y la luz horizontal, proveniente de un sol casi engullido por el horizonte, dotaba al río y a la arboleda que le flanqueaba de un colorido magnífico, que dejaba entrever ribetes del otoño. Su estación favorita. En la que nació y, según intuía él, en la que se encontraba si atendía a lo que esperaba fuese la duración de su vida. Le encantaba el otoño. Le encantaba la luz crepuscular. Le encantaba ese momento, ese preciso instante, en el que se encontraba. Allí, mirando, sin otro objetivo que dejarse envolver por todo lo que sus ojos eran capaces de contemplar.
Por un resquicio de colores y se coló la idea de tener paciencia en la búsqueda, o lo que fuese. Desterrar la idea de que, a cambio de compañía física, todo valía la pena. No. No todo valía la pena y no se trataba de compañía física. Ya había vivido la impresión de acarrear toda la soledad del mundo, durmiendo día tras día junto a alguien. Había conocido a mujeres, que habrían dejado todo por él, pero ellas no eran lo que buscaba o no era el momento o... No sabía muy bien.
Todo ello le llevaba a cuestionarse si encontraría lo que perseguía, o, mejor dicho, lo que quería: sentirse querido, amar, convivir, reír... Ser él mismo, disfrutando de otra persona que también es ella misma. En momentos como ése, una vez más, dudaba que alguna vez lo conseguiría, incluso pensaba que tanto esfuerzo no merecía la pena, pues conseguir el objetivo se planteaba casi imposible. Vivir como ahora, a salto de mata, tampoco se planteaba como la peor de las opciones, porque, cada cierto tiempo, iba surgiendo algo. Sí, sería mejor así. No buscar nada serio y vivir al día.
Había tomado la decisión. La mejor decisión de todas, la que no le haría daño y le permitiría vivir sin la preocupación
En ese instante una voz femenina le dijo hola. Giró su cabeza hacia la derecha y vio a Marta, una mujer que le había presentado una amiga,  con la que había hablado dos veces. Las dos ocasiones en que habían hablado, de manera breve, ella le había causado causó una buena impresión, no sólo física. La segunda vez se había planteado que debía volver a quedar con ella, con más calma, pero hasta hoy no había habido ocasión.
Él devolvió el saludo, cuando ella ya se había alejado unos pasos. Ella correspondió levantando la mano derecha y moviéndola de manera perceptible, gesto que acompañó con una sonrisa, mientras proseguía su camino. Él pensó que tenía que volver a verla, porque tal vez nada de lo que había pensado hasta ese momento tenía valor y empezó a canturrear en voz baja el final de la canción Du hast: "Willst du bis zum tod der scheide . Sie lieben auch in schlechten tagen", aunque tuvo la precaución de olvidarse el adverbio negativo nein, con el que concluye la estrofa.

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