LA PARTIDA SIGUE

Recuerdo que han transcurrido un par de años, aproximadamente, desde que le decía a un amigo, vía telefónica, que en realidad no estábamos luchando por salir de una crisis. Nuestra lucha, a medio/largo plazo, iba a convertirse en una batalla para conservar nuestros derechos. Mi amigo, un saludo, Juan Carlos, no entendía, o así lo creía yo, aquello a lo que me refería, pues él interpretaba que lo apremiante era solucionar la crisis. 

Mi amigo, economista de formación, aunque por el momento no ha ejercido como tal, hacía referencia a conceptos que me sonaban a chino, como crisis sistémica, a la par que me recomendó alguna lectura, que devoré con la fruición del que de descubre un nuevo mundo que apuntala conceptualmente unas convicciones que, instintivamente, sabía ciertas, pero seguía sin entender a lo que me refería cuando hablaba de que, desgraciadamente, todo se iba a reducir en una pugna entre los ciudadanos y una minoría privilegiada.

Hace unos días descubrí, no sin cierto regocijo, que en su muro de Facebook había colgado algo que venía a decir: "tenemos que parar a la derecha".  Dicho regocijo no era un acto de soberbia, más bien sentí que había una persona más, un amigo, que de una u otra manera se había unido al ejército de los ciudadanos. Todos sumamos.

El lector podrá pensar, sabe que está en su derecho, que él que escribe estas líneas es un prepotente, pero creo, al menos en este caso, que tal consideración es un error. No, la cuestión fundamental no versa sobre quien llevaba o no la razón, o sobre la capacidad de prever, con mayor o menor antelación, la deriva de los acontecimientos (me equivoco mil veces al día y mil veces al día me seguiré equivocando), no. El asunto es bien distinto. Todo gira en torno a unas coordenadas temporales: el presente y el futuro y a unos actores: los ciudadanos y su capacidad de reaccionar.

En estos días, en que el desaliento, cuando no el pánico, se ha adueñado de una parte de la gente que concibe esta situación como el ataque de unos pocos contra la mayoría de los ciudadanos, con la única finalidad de que esos pocos mantengan, sigan manteniendo, sus privilegios, provocando con ello todo tipo de desgracias en una buena parte de sus conciudadanos, es necesario mantener la cabeza fría y pensar a medio/largo plazo, concibiendo todo este proceso como una confrontación de largo recorrido en la que las batallas se sucederán y se suceden, y no sólo en nuestro país, como nos han demostrado nuestro vecinos árabes, los ciudadanos israelíes y los primeros ganadores de este guerra, los ciudadanos islandeses. El ejemplo de este último país debe servirnos de ejemplo.

En Islandia todo empezó cuando un actor se manifestó, creo recordar que en él solo frente al parlamento de su país. Día tras día, mejor dicho semana tras semana, el número de personas que se congregaban para protestar contra la situación fue aumentando. Al final todo acabó como ya sabemos: el primer ministro y el director del banco central islandés procesados, una nueva constitución, el país creciendo económicamente a fecha de hoy, los especuladores no recibiendo un duro de lo que perdieron... Todo ello sin derramar una sola gota de sangre, ni nada que se le parezca, y usando un único arma: la persistencia frente al poder. 

Parece que el ejemplo que nos han legado los islandeses va acompañado de una lección fundamental: resistir es poner al poder contra las cuerdas (algo que ya dijo el impresentable Camilo José Cela: "en este país el que resiste gana"). Es poner contra las cuerdas a los políticos por varios motivos:

1. Es fácil reprimir a cien personas una o dos veces, es más difícil reprimir a cien mil personas, o a cien personas cien veces, no queda bien que todos los días las "fuerzas de orden público" salgan en televisión aporreando al personal.. 
2. La más importante. Los políticos temen aquello que no controlan, lo que se sale de sus cálculos, como se demostró en España en el principio del movimiento 15-M, ni los más fachas del P.P. se atrevían a cargar dialécticamente contra ellos (la excepción es el tal Puig, a la sazón Consejero de Interior de la Generalitat, pero hablamos de personas con dos dedos de frente).
3. Por último. Lo que a veces parece estar cimentado sobre unos cimientos de excelente calidad, en realidad se asienta sobre polvo y sus pies son de barro. Véase el ejemplo de Egipto, aunque aquí habría mucho que hablar, Túnez o Libia. En nuestro país tenemos el ejemplo del tipo que se postula como el futuro presidente del gobierno, al menos según las encuestas. Este tipo, el gallego registrador de la propiedad, parecía que en 2004 iba a ser el sucesor de Aznar, su mentor, pero un salvaje atentado terrorista, en él que murieron 192 conciudadanos y más de mil sufrieron heridas,  y un cúmulo de mentiras acabaron con sus huesos en la oposición. Y de esta fragilidad en la poltrona son conscientes los políticos, o sus asesores, pues muchos de nuestros "representantes" viven en un mundo paralelo y para lelos.

Precisamente son los dos últimos puntos expuestos con anterioridad sobre los que me gustaría incidir para convencer a aquellos que, temporal o totalmente, han bajado los brazos  de que la lucha continua y que la lucha no consiste, en exclusiva, en grandes batallas. Para ello vamos a tomar el ejemplo de Túnez.

En el pequeño país del Magreb, donde posiblemente empezó lo que se ha conocido como la Primavera Árabe, todo comenzó cuando un ciudadano, desesperado ante un sistema corrupto que le impedía tener un vida digna, se quemó a lo bonzo. Este hecho, de carácter individual, a la par que trágico, fue el detonante que aglutinó a centenares de miles de ciudadanos contra un régimen corrupto y dictatorial, amparado por Occidente. 

¿Alguien había predicho que ésto podía pasar? No. Evidentemente, no. Por lo tanto, como ya vimos en el ejemplo islandés, cualquier pequeño hecho puede ser el desencadenante de una insurrección ciudadana contra el poder establecido. No sólo eso, la suma de pequeños actos, de pequeñas protestas acaban convirtiéndose en la carcoma que corroe las viejas estructuras del poder.

No debemos caer en el desaliento, pues somos muchos, a pesar de que los medios de comunicación, que no de información, se empeñen en lanzarnos día tras día un mensaje totalmente distinto. Puede que aún no exista más que un embrión de movimiento reivindicativo, pero existe, y, por el momento, es a lo que debemos aferrarnos. El 15-M, la huelga de docentes, las manifestaciones contra la reforma de la Constitución... todo es válido para manifestar que no somos peleles con los que se pueden jugar a su antojo. Ya llegará el momento, no sé predecir cuando, en que todo se ensamblará y el movimiento irá cobrando fuerza y asustando a los políticos, lacayos del poder económico.

Me gustaría concluir con una reflexión que creo necesaria para situar a cada uno en su lugar y, lo fundamental, para desenmascarar una mentira más de aquellos interesados en que la gente acepte sumisamente sus aberrantes caprichos. Vamos a ello.
Habitualmente los movimientos de reivindicación ciudadana son asociados por muchos medios de comunicación, de manera interesada, con disturbios y algaradas, protagonizados por el Cojo Manteca y Pepe el Perroflauta. Nada más lejos de la realidad. En realidad, generalmente, los que se aplican violencia contra los ciudadanos son las policías y en determinados lugares, el ejército, generalmente mandados por los políticos, aunque siempre hay algún imbécil entre los policías que, a título personal, parece querer descargar su odio contra todo lo que se mueve o, igual de triste, se cree un nuevo mesías que con sus estúpida violencia va a salvar a la nación de no se sabe que enemigo (no podemos decir quien es el enemigo porque la inteligencia de muchos de estos tipos no da para engarzar con sentido dos palabras cuando la primera es polisílaba) .
En nuestro país hemos podido comprobar como los que realmente ejercían la violencia eran los policías que, siguiendo órdenes de políticos del PSOE y de CiU, cargaban contra el movimiento 15-M, con escenas tan bochornosas como la de los policías vestidos de paisanos que intentan provocar un enfrentamiento con la policía (vídeo que colgué hace tiempo en este mismo blog) o las imágenes de policías golpeando a todo lo que respira, incluidos periodistas, que se identifican, unos días después.

No nos tenemos que dejar engañar, estamos en nuestro derecho de tomar la calle para reivindicar lo que es nuestro, de defendernos contra la violencia de un sistema que nos está arrancando miserablemente nuestro derechos. Los auténticos agresores son los que defienden este sistema marchito, corrupto y criminal. Nadie debe sentirse mal por reivindicar sus derechos, los de sus padres, sus hijos o sus nietos. Es más, muchos de los que hemos salido a la calle, y volveremos  a salir, somos los que hacemos que funcione el sistema educativo, las fábricas, la sanidad... Los que hemos salido a la calle, y pensamos seguir haciéndolo, somos los que con nuestro trabajo diario permitimos que vivan como nosotros no podemos hacer, ni nuestros padres ni nuestros hijos, a los sinvergüenzas que nos manipulan y a sus lacayos que nos critican desde los medios de comunicación, que no de información.

Un saludo.