viernes, 25 de enero de 2013

SOBRE LOS QUE NO VALEN

Uno tiene, como todo hijo de vecino, sus teorías para explicar los acontecimientos que le rodean. Teorías que pueden caracterizarse, en un alto porcentaje, por lo descabellado de las mismas. Pero el que suscribe no puede evitar pensar que sin esas teorías careceríamos de "...un centro de gravedad permanente, que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente...". O, tal vez, esas teorías se deriven de nuestra personalidad, que constituye, en esencia, nuestro centro de gravedad permanente.
Entre esas descabelladas teorías, el que suscribe, o sea yo, tiene algunas referentes al mundo de la educación, deseducación o adoctrinamiento, que el lector y el ministro Wert escojan el término que más les agrade. El seguidor habitual recordará que hace tiempo hablaba de que se aprende mediante nuevas conexiones entre neuronas y que dichas conexiones deben "deshacerse" si queremos cambiar determinadas conductas. Recordaré que este ejercicio de extinción se debe acompañar de un aspecto básico: proporcionar conductas alternativas socialmente aceptadas. Pues hoy, sufrido lector, voy a hacer una reflexión, espero que interesante, sobre lo que opino de ciertos tópicos y ciertos tipos de actuaciones que existen en el mundo de la docencia.


Antes de comenzar parece oportuno recordar al amable lector que mi profesión es la de docente, no sé si decente, y, en concreto, en el ámbito de la educación especial, labor que he desarrollado durante  la última década en centros ordinarios. En otras palabras: soy el profe de apoyo.
Para empezar a hincarle el diente al asunto nada mejor que recordar una de esas famosas frases que se oyen, de vez en cuando, en algún centro educativo por parte de algún docente: "Ayer se lo sabia, pero hoy ya se le ha olvidado. Es incapaz de aprender." ¡Toma ya! Ahora resulta que tenemos una cierta cantidad de alumnos aquejados de algún extraño tipo de demencia, aún sin identificar, que les impide aprender y, no sólo eso, les afecta a su memoria, especialmente cuando se trata de rescatar de ella aprendizajes académicos.
Señores médicos, científicos y demás tropa que estudia el cerebro, ¿qué esperan para abordar este fascinante campo de la pérdida de memoria académica infantil? Un auténtico filón para tesis, o para perpetuar el nombre o el apellido de algún avisado investigador, que podía utilizarlos para nombrar esa extraña y aún difusa patología.
Por cierto, un consejillo, no apliquen esas investigaciones a los nombres de los juguetes de moda, a los de ciertas canciones o personajes de series de dibujos animados, sus sesudos estudios se podían ir al garete. Lo cual puede servir para dar una pista al amable lector de por donde van los tiros. Pero no nos anticipemos, aún queda mucha tela por cortar y debo intentar imprimir un mínimo de coherencia a lo que deseo exponer.
Vamos a dejar, de manera momentánea, este extraño fenómeno de las demencias infantiles selectivas y pasaremos a abordar un segundo aspecto, que nos ayudará a comprender, eso espero, lo que pienso sobre el tema que intento plasmar negro sobre blanco.
Para seguir avanzando creo conveniente hablar de un alumno, ficticio o no, con un historial complejo. Pongamos que existe un niño, o niña, que tiene una serie de problemas, una patología, que con medicación se puede controlar, y se controla. Parece oportuno reconocer que hasta que se controla sí que puede producir ciertos episodios siempre "espectaculares", pudiendo llegar a ser peligrosos si no se da la atención correcta. La medicación sí que puede generar efectos secundarios, pero, en general, una vez se consigue establecer la dosis adecuada y se sigue una pauta en la administración del fármaco no suelen aparecer problemas. En todo caso, más de un niño y de dos padece ese problema y, en muchos casos, si no él, o sus familiares, no te lo dicen tú jamás lo sospecharías.
Sea como fuere, pongamos que ese niño tenía su futuro escrito con letras tétricas, fruto del desconocimiento por parte del docente de turno o de la incapacidad como profesional y como ser humano de dicha persona, que decidió que ese chaval no tenía remedio, ni "solución". El niño salvaje de Aveiron se había reencarnado de nuevo. Arrojar sillas, pegar, por sistema, a compañeros, gritar, incapacidad para aprender y todo lo que el lector quiera añadir, se había convertido en la forma de actuar de ese niño, imaginario o no  ¡Todo un cuadro mañanero! Y, de nuevo, un caso digno de estudio (el del chico o el de el/la docente en cuestión, no lo tengo muy claro).


Curiosamente, tres años después ese pequeño es posible que haya aprendido a leer, a sumar y a restar y algunas cuantas otras cosas más, aunque aún queda mucho camino por recorrer. Ya no tira sillas, insulta lo normal en esos casos, no levanta la voz, pega de vez en cuando, como todo hijo de vecino de su edad, y, como he dicho, aprende. La verdad es que para ser imaginario, o no, la cosa no ha podido salir mejor. Sin embargo, con este niño, como con otros muchos, lo primero que se hizo, si hubiese sido un caso real, lo primero que habría que haber trabajado era el sentimiento de eficacia, y por extensión la autoestima, del chaval en cuestión.
Imagínese el amable lector que en su trabajo le dice el jefe que le deja hacer lo que quiera, que usted es poco menos que una acémila (con perdón para las acémilas) y que no tiene solución para usted. Lo primero que se le pasará por la cabeza, además de que no le va a despedir y le va a seguir pagando, será una expresión: de puta madre y disfrutará como un enano haciendo todo aquello que siempre ha querido hacer y nunca ha hecho. Poco a poco irá descubriendo hasta donde puede llegar con sus conductas disruptivas, probando a realizar todo tipo de actos inimaginables hasta hace bien poco. ¡Cojonudo! Al menos hasta que las payasadas se conviertan en una rutina y empiece a sentirse un bicho raro. Un bicho raro al que todo el mundo "soporta", con más o menos resignación, pero que, desde luego, no goza de especial aprecio entre los compañeros, no va a ser invitado a tomarse una caña después del curre y mucho menos a la cena de Navidad. En el fondo, está ahí porque no queda otro remedio. Pero todo se reduce a eso, a estar ahí. Evidentemente, ese rechazo, más o menos explícito, termina generando en usted, y en el niño, una gran frustración, posiblemente, o entre otras cosas, fruto del aislamiento social. Esta sensación puede llevar a bien a emitir conductas más "estridentes" o bien, lo que suele ocurrir tarde o temprano, a una especie de pasotismo social, de encerrarse en su mundo. Dificultando esa cerrazón las ganas de aprender nada nuevo, mucho menos en un entorno tan hostil para usted, o para el niño. En el caso del niño debemos valorar además que esa cerrazón, ese rechazo, se dirige hacia la escuela, un lugar diseñado para aprender.
Recuerda el amable lector aquello de: "Ayer se lo sabía, pero hoy se le ha olvidado", únalo a lo que ha leído después. ¿Qué conclusión puede extraer de todo ello? Parece evidente, la autoprofecía cumplida (ésto es así y yo hago todo lo posible e imposible para que sea así) como forma de acción de ciertos docentes conduce al fracaso más absoluto de niños, inocentes, que han tenido la mala suerte de toparse con las personas inadecuadas durante su escolarización. Si a eso le añadimos las pocas ganas de "indagar" en las causas últimas de los "problemas" de esos niños y, lo más importante, en buscar soluciones a esos "problemas", si realmente son problemas, obtendremos un cuadro bastante complejo, y traumático para algunos niños. De hecho el Informe Warnock, que sirvió de base para abordar de manera diferente, educativa, las necesidades educativas de los alumnos, recoge los antecedentes escolares como una de las causas de las dificultades de los niños. Por cierto, este tratamiento de las necesidades de los niños en el sistema educativo se plasmó en una ley, por primera vez para todos los niños españoles (unos pocos años antes hubo experiencias pioneras) en una ley que al lector le sonará, la LOGSE, no habiendo variado este concepto educativo en ninguna de las leyes educativas aprobadas, y derogadas, con posterioridad.


Por cierto, alguien puede pensar que soy un visionario, redentor de causas perdidas y demás monsergas que quedan muy bien para una película de docentes abnegados y demás, que tan cachondas pone a algunas compañeras que he tenido del gremio (digo compañeras porque los casos que he conocido, pocos, han sido de mujeres), que se veían reflejadas en personajes de moral inmaculada e intachable currículum. No, no está el lector ante un santo. Soy exigente con los críos, les exprimo hasta que consigo lo que quiero, pero también sé que muchos de los críos se sienten a gusto conmigo, me lo demuestran en muchas ocasiones, pues ven que alguien, aunque exigente y algo enfadica, cree en ellos.
Resulta triste pensar que alguien que se dedique a la educación pueda pensar que la persona que está enfrente no pueda aprender.
Resulta odioso que una persona que se dedica a la docencia, por desconocimiento, maldad o ideología, pueda poner en práctica todo un entramado de estrategias encaminadas a demostrar su sesgo cognitivo respecto a la persona que tiene a su cargo, un niño que siempre, por definición, se encontrará en un plano de inferioridad.
Todos los niños pueden aprender, todos. Lo único que importa es apreciarlos como niños y creer en ellos.
Me gustaría terminar con una anécdota personal que me ocurrió hace unos días en un supermercado, donde me encontré a una compañera a la que aprecio bastante. Hacía tiempo que no nos veíamos y, tras ponernos al día de nuestras cosas, achaques y demás, empezamos a hablar de lo nuestro, nuestro trabajo. Me contó que estaban trabajando, aprendiendo mediante cursos y colaboraciones de expertos, a abordar un problema muy serio que tenían en su centro con una gran cantidad de niños de etnia gitana, con un indice alto de ausencias injustificadas a la clase. El equipo docente estaba aprendiendo nuevas estrategias para que los críos pudieran aprovechar su paso, discontinuo, por el sistema educativo.
Lo cual demuestra que no hay casos imposibles, sólo gente con respuestas inadecuadas.
Un saludo.

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