Con esta entrada me gustaría acabar una especie de trilogía que versa sobre las personas que detentan el poder y que abusan de él, para desgracia nuestra.
En esta última entrega reflexionaré sobre la hipocresía, asumida como algo natural, que rodea a las críticas que sobre ciertos personajes, de pensamiento izquierdista o progresista, se vierten por el hecho de disfrutar de viajes de placer, de vestir de tal o cual marca durante un acto público, o por lucir un peluco de considerable valor. Hipocresía utilizada como arma por parte de las porteras (con todos mis respetos para las porteras) que dan cuerpo a las tertulias de los programas de extremo centro y de los supuestos columnistas de similar ideología. Hipocresía, por qué no decirlo, que cala hondo en ciertos sectores de la población.
Imagino que el amable lector conocerá campañas contra líderes sindicales por realizar cruceros con su pareja, o ataques contra actores que denuncian los abusos del poder, por el mero hecho de vestir una ropa de marca en determinado acto. Todas estas campañas tienen como denominador común que buscan el desprestigio de la persona a la que se pone en el centro de la diana.
Uno considera que si las huestes de extremo centro sólo han encontrado este tipo de asuntos para intentar socavar el mensaje o la función de los atacados, nada malo deben tener en su vida las personas que intentan ser vilipendiadas. Imagine el lector que lo peor que se puede decir de él es que ha realizado un crucero o se ha comprado un reloj de cierta marca. Creo que no tendría grandes problemas, ni remordimientos de conciencia, por su "problemática" conducta. Independientemente de que uno no considere necesario gastarse quinientos euros en un reloj o que jamás haya realizado un crucero, no es mi tipo de viaje soñado, si todo se ha pagado con dinero conseguido con el trabajo de cada uno, nada reprochable hay en tales gastos.
Y aquí reside el quid de la cuestión: ¿de dónde ha salido el dinero para pagarse tales "caprichos"? Si un actor, un líder sindical, o mi prima la del pueblo, deciden gastarse parte del dinero de sus sueldos en un objeto, un viaje, o lo que sea, son libres de hacerlo. Diría más, en eso se basa el sistema que las verduleras de extremo centro defienden: en gastarse el dinero propio como a cada uno le dé la gana. Curioso que estas comadres vean algo reprobable en aquello que constituye el eje de su ideología, o lo que sea eso que defienden. Curioso que vean más reprobable que una actriz de izquierdas utilice, para un acto determinado, caros ropajes, posiblemente prestados, que el hecho de que un defraudador confeso utilice trajes de un coste, al menos, igual al atuendo de fiesta que lleva la actriz denostada. Además de un problema ético plantea una segunda cuestión que desarrollaré a continuación
Como he dicho en la línea superior, existe un segundo aspecto subyacente. Existe una cosmovisión que deja entrever la pasta de la que están hechos estos tiparracos y tiparracas. La crítica, o el intento de crítica, que realizan los alcahuetes y alcahuetas de turno, denota que, en el fondo su pensamiento se fundamenta en el clasismo, en una visión reaccionaria a más no poder, donde sólo los elegidos pueden disfrutar de lo mejor. Sí, querido lector, los cruceros sólo lo pueden disfrutar, la gente de bien. Los pelucos o los coches caros deberían estar al alcance de unos pocos, lo suyos. Lucir trajes o vestidos de cuantioso valor únicamente lo han de realizar los pocos elegidos que se lo pueden permitir por posición, cuna y/o ideología. En definitiva, clasismo en estado puro, que, de manera inconsciente, sale a relucir en determinados momentos, cuando deben buscar argumentos y, como es costumbre en ellos, no los encuentran.
Lo terrible de todo ello es que mientras unos tipos que llevan un peluco tan caro como el del sindicalista, o un traje costoso como el de la actriz, utilizan esta estrategia para deslegitimar a sus adversarios, otras personas, al otro lado de la pantalla de televisión, del receptor de radio o frente a un periódico, comulgan con esas teorías, pergeñadas por gachós que, en el fondo, sienten un profundo menosprecio por los televidentes, oyentes o lectores que siguen su estulta argumentación, basada en una zafia descalificación.
Invito al amable lector a que calibre el precio del reloj, el traje, o vestido, los zapatos y demás complementos de los tipos, espantajos ideológicos y morales, que atacan a artistas, sindicalistas, manifestantes y demás personas que no son de su agrado. Tras sumar el coste total de todo ello le propongo al amable lector que calcule los meses que ha de trabajar para poderse vestir y adornar de semejante manera. Y tras este ejercicio le propongo otro más sencillo: dilucidar cual de las opciones defiende mejor sus derechos y el de sus hijos.
Lo terrible de todo ello es que mientras unos tipos que llevan un peluco tan caro como el del sindicalista, o un traje costoso como el de la actriz, utilizan esta estrategia para deslegitimar a sus adversarios, otras personas, al otro lado de la pantalla de televisión, del receptor de radio o frente a un periódico, comulgan con esas teorías, pergeñadas por gachós que, en el fondo, sienten un profundo menosprecio por los televidentes, oyentes o lectores que siguen su estulta argumentación, basada en una zafia descalificación.
Invito al amable lector a que calibre el precio del reloj, el traje, o vestido, los zapatos y demás complementos de los tipos, espantajos ideológicos y morales, que atacan a artistas, sindicalistas, manifestantes y demás personas que no son de su agrado. Tras sumar el coste total de todo ello le propongo al amable lector que calcule los meses que ha de trabajar para poderse vestir y adornar de semejante manera. Y tras este ejercicio le propongo otro más sencillo: dilucidar cual de las opciones defiende mejor sus derechos y el de sus hijos.
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