En estos últimos días hemos leído, escuchado, y casi visto, que un presunto monje shaolín ha agredido brutalmente a, al menos, una mujer, que finalmente murió ayer, y, además, ha asesinado, al menos, a otra. Este caso, tan terrible como cualquier otro de los que ocurren en nuestro país de las mismas características, me ha llamado la atención especialmente por estar adornado con una serie de características que me resultan especialmente atractivas. La que más me llama la atención del asunto es esa presunta aureola de "santidad" que, en teoría, adorna a todos estos tipos arrogados por títulos, verdaderos o falsos, que les acreditan como expertos en ciencias orientales, siempre milenarias y relacionadas con el control y el bienestar físico y emocional. Independientemente de que en este caso resulta que todo lo que vendía el tal Juan Carlos Aguilar, me niego a escribir su nombre en "idioma" shaolín, era un montaje, choca comprobar como, por ejemplo, este pollo organizaba viajes para visitar un templo, o un presunto templo, shaolín y que estas largas excursiones fueran todo un éxito de crítica y público. De igual forma, resulta sorprendete que este gachó apareciera en programas de televisión, alguno de ellos muy afamados por su labor divulgativa y por su seriedad, hablando de... Bueno, de lo que hablara.Sin embargo, todo ello me resulta familiar y no me extraña en absoluto.
¿A qué me refiero? Sencillo.
Una parte de nuestra sociedad, no sé cuantificar el porcentaje, busca fuera de cada uno algo, cualquier cosa, que le ayude en el tránsito vital que constituye la vida de cada uno de nosotros. Las religiones, las drogas (incluído el alcohol), el trabajo, las creencias esotéricas, etc. constituyen para muchas persónas el báculo sobre el que apoyarse en este camino que llamamos vida.
Me gustaría aclarar, antes de seguir adelante, que nada tengo contra aquellas personas que necesitan esos apoyos externos para sentir que su vida es más completa o posee un sentido más pleno. Cada cual tiene la libertad de elegir lo que considera mejor para él. Además, como hace mucho tiempo me explicaron en un curso, si no puedes ofrecer nada mejor que lo que tiene a esa persona, no toques nada, porque lo único que vas a conseguir es crear un problema donde no lo había. Dicho ésto, me gustaría seguir con el razonamiento que estaba desgranando hace un par de párrafos.
Estos cayados, o muletas, que cogemos prestados de la sociedad (todo son creaciones sociales, incluido el uso de las drogas), como he dicho, sirven a ciertas personas para manejar con mayor facilidad el concepto de vida y su propio paso por ella. Sin embargo, y no es fenómeno nuevo (lo observamos ya en el arte Rococó), existe una corriente de pensamiento, tal vez sería mejor decir: una forma de pensar, que atribuye a todo lo que viene, o presuntamente viene, de Oriente unos efectos casi mágicos para la persona. El Feng shui, los chacras, diferentes formas de artes marciales, de meditación... traen a mucha gente evocaciones de curaciones mágicas, de vidas de levitación y prodigios sin cuento. Reconozco que he practicado Yoga durante un tiempo y me fue muy bien, de hecho se lo recomiento a todo el mundo. Me ayudó en un período de zozobra personal, pero ni más ni menos que la terapia cognitiva de Beck, que necesité en otro momento de mi vida y que nada tiene que ver con la filosofía oriental.
¿Por qué cuento lo del Yoga y lo de la terapia de Beck? Creo que para situar cada cosa en su sitio y seguir disertando sobre el asunto que nos ocupa hoy. Tal vez sea necesario aclarar que llegue al Yoga en un momento de mi vida marcado por la gran cantidad de actividades que realizaba a la vez, lo que me generaba una cierta zozobra. Por tanto las necesidades, los problemas, eran menores, y bastó con ser consciente de que tenía esos problemas y con aprender a relajarme. En el caso de la terapia cognitiva mis necesidades constituían una patología y necesité aprender a abordarlos mediante unas ciertas técnicas. A pesar de ser consciente de los efectos positivos del Yoga, jamás habría buscado en el Yoga una solución a mi estado. Pero, en ambos casos, había un patrón común: lo que buscaba era la mejor solución a unos problemas y ninguna de las alternativas hubiesen valido de nada si yo no hubiese identificado mi estado y si no me hubiese implicado en lo que hacía.
Por tanto no hay soluciones mágicas. Y aquí radica el asunto. Además de toda la parafernalia que rodea a estas "artes orientales", muchas de ellas más falsas e ineficaces que una moneda de tres euros, la gente, o cierta gente, espera encontrar en ellas soluciones a todos sus problemas, sean cuales sean, por el mero hecho de apuntarse a un curso o practicar ciertas técnicas. Desde mi punto de vista nada puede haber más erróneo que esta forma de entender la cuestión. Ni meditar te va ayudar con el cabrón del marido, ni practicar kárate te va a convertir en un tipo guay, sobre todo si eres un hijo de puta con pintas, ni... Todo ello deja entrever una cuestión que, en realidad, es la que deseo "denunciar": el papanatismo y esnobismo de cierto sector de la sociedad que reniega de lo que tiene a mano para buscar algo "mejor" fuera, en este caso en Oriente. Parece que por el mero hecho de venir de lejos (aunque en muchas ocasiones lo que nos llega es la reinterpretación hecha por personas de aquí) estas teorías resultan superiores a lo que existe aquí, que, entre otras cosas, es tu círculo afectivo más íntimo. Cuando uno oye hablar del Dalai Lama y lo chachi piruli que es, no puede evitar partirse la caja.
El Dalai Lama es el heredero de una forma de entender el mundo que había permitido que un país, en pleno siglo XX, se rigiera por los principios del feudalismo que imperaban en la Europa de la Edad Media. Y este fulano nunca habló de democracia para su país, ni de nada parecido. Sin embaro, ese halo místico, ese misterio que parece envolver todo lo lejano, lo desconocido, ha conseguido embaucar a millones de personas, que ven en el tipo de budismo que practica ese tipo y sus seguidores el cúlmen de lo divino. Propongo a los que crean eso que vean un documental, no recuerdo el nombre, donde se cuentan las andanzas, y desventuras, de un par de jóvenes, casi niños, que pretenden ser monjes. Tras ver el documental les haría una pregunta a todos los seguidores del budismo del Dalai Lama: ¿dejarían que sus hijos viviesen en esas condiciones y fueran los siervos de los mayores?
Tal vez aquí resida el nudo gordiano de la cuestión: una vez conocido en qué consiste en realidad muchas de las cosas que parecen chachis por venir de Oriente ¿las practicarían? ¿Dejarían que sus hijos las practicasen? Seguramente no, pero el exotismo, el desconocimiento, puede más que el interés real por averiguar, por comprender, la realidad de las cosas.
Un saludo.
Por tanto no hay soluciones mágicas. Y aquí radica el asunto. Además de toda la parafernalia que rodea a estas "artes orientales", muchas de ellas más falsas e ineficaces que una moneda de tres euros, la gente, o cierta gente, espera encontrar en ellas soluciones a todos sus problemas, sean cuales sean, por el mero hecho de apuntarse a un curso o practicar ciertas técnicas. Desde mi punto de vista nada puede haber más erróneo que esta forma de entender la cuestión. Ni meditar te va ayudar con el cabrón del marido, ni practicar kárate te va a convertir en un tipo guay, sobre todo si eres un hijo de puta con pintas, ni... Todo ello deja entrever una cuestión que, en realidad, es la que deseo "denunciar": el papanatismo y esnobismo de cierto sector de la sociedad que reniega de lo que tiene a mano para buscar algo "mejor" fuera, en este caso en Oriente. Parece que por el mero hecho de venir de lejos (aunque en muchas ocasiones lo que nos llega es la reinterpretación hecha por personas de aquí) estas teorías resultan superiores a lo que existe aquí, que, entre otras cosas, es tu círculo afectivo más íntimo. Cuando uno oye hablar del Dalai Lama y lo chachi piruli que es, no puede evitar partirse la caja.
El Dalai Lama es el heredero de una forma de entender el mundo que había permitido que un país, en pleno siglo XX, se rigiera por los principios del feudalismo que imperaban en la Europa de la Edad Media. Y este fulano nunca habló de democracia para su país, ni de nada parecido. Sin embaro, ese halo místico, ese misterio que parece envolver todo lo lejano, lo desconocido, ha conseguido embaucar a millones de personas, que ven en el tipo de budismo que practica ese tipo y sus seguidores el cúlmen de lo divino. Propongo a los que crean eso que vean un documental, no recuerdo el nombre, donde se cuentan las andanzas, y desventuras, de un par de jóvenes, casi niños, que pretenden ser monjes. Tras ver el documental les haría una pregunta a todos los seguidores del budismo del Dalai Lama: ¿dejarían que sus hijos viviesen en esas condiciones y fueran los siervos de los mayores?
Tal vez aquí resida el nudo gordiano de la cuestión: una vez conocido en qué consiste en realidad muchas de las cosas que parecen chachis por venir de Oriente ¿las practicarían? ¿Dejarían que sus hijos las practicasen? Seguramente no, pero el exotismo, el desconocimiento, puede más que el interés real por averiguar, por comprender, la realidad de las cosas.
Un saludo.
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