Reconocía que durante los dos o tres últimos años se habían distanciado en exceso. Su visión del mundo, y de lo que ambos consideraban justo e injusto, había supuesto un escollo en su relación, hasta ese momento fluida y satisfactoria para ambos.
Hacía casi dos décadas que apareció en su vida y desde ese mismo instante comprendió que nada iba a continuar igual en la misma. Bastaba que él mirase su rostro para que se diluyera cualquier bruma en su alma. La ansiedad y los peligros de su trabajo, su relación difícil y tortuosa con su padre o cualquier otra circunstancia cotidiana que pudiese alterar de manera negativa su ánimo se tornaban sonrisa ante aquella expresión que no había mudado desde la primera que la disfrutó.
En aquella claustrofóbica sala de espera de aquel hospital, cuya degradación con el paso de los años había contribuido a acentuar dicha sensación, el tiempo parecía levitar sobre el denso aire de la estancia, sin tener la necesidad de avanzar. Esa sensación de ingravidez temporal se clavaba como mil alfileres sobre él, que necesitaba noticias, buenas noticias, sobre aquella persona que tanto había amado y que en ese momento amaba aún más. Los segundos parecían años y los minutos vidas enteras.
Creyó ver a la doctora que se había dirigido a él para explicarle la situación antes de la intervención, pero esa impresión sólo fue un hijo bastardo de la ansiedad. De nuevo la maquinaria de la incertidumbre se había puesto en marcha, generando miedos y angustia hasta ese momento desconocido.
No sabría decir con exactitud cuanto tiempo había transcurrido cuando aquella mujer vestida de verde se dirigió a él. Ni tan siquiera la vio venir, porque sus ojos cerrados estaban tapados por ambas manos cuando escuchó aquella voz, que reconoció al momento.
La respiración pareció abandonarle, como si ya no la necesitase. Todo su empeño consistía en escuchar cada una de las palabras de aquella mujer que frisaba los cuarenta.
- No debe preocuparse, todo ha salido bien. Salvo complicaciones de última hora no perderá ningún órgano y, no sé decirle cuando, podrá seguir disfrutando de una vida normal- explicó aquella mujer.
- ¿Cómo está?- respondió el hombre.
- Dormida por el efecto de la anestesia. En no mucho tiempo despertará y podrá hablar con ella- afirmó la doctora.
- ¿Puedo verla ahora?- inquirió nervioso.
- Sí, por supuesto. Le acompaño a la habitación- se ofreció ella.
Un par de minutos después se encontraba a solas con aquella mujer dormida. La miró a la cara y no pudo evitar recordar la primera vez que vio a su mujer. Ella conservaba esa misma belleza, incluso la misma expresión que habitaba en su recuerdo de aquel primer día.
Mi amor, comenzó él, cuando te tuve entre mis brazos por primera vez sentí como todo lo bello de este mundo se concentraba en tu pequeño cuerpecito. Te miré y noté como tú me devolvías la mirada. Aunque mucha gente dirá que esta última parte son ensoñaciones mías. Pasó el tiempo y crecimos juntos. Tú de una manera y yo de otra, pero ambas complementarias. Sin embargo llegó ese período en que tú empezaste a cuestionarte todo, incluido a mí, y todo pareció saltar por los aires. Aunque intuyo que en algún lugar de ti, y sé que en una buena parte de mí, nuestro amor seguía existiendo. Pero resultaba más fácil el enfrentamiento que reconocer la existencia de aquello que siempre nos unió. Ahora viéndote aquí postrada, comprendo que ambos teníamos razón.
Yo sabía que no debías haber acudido a aquella manifestación, donde iba a haber problemas serios de orden.
Tú sabías, aunque me cueste reconocerlo, que cuando nos ponemos el uniforme y recibimos la orden de cargar no siempre nos resulta fácil distinguir entre unos y otros.
Ahora, viéndote aquí, ausente, tras haber sido intervenida para intentar reparar los efectos adversos que tu cuerpo ha sufrido tras recibir el impacto de una pelota de goma, no puedo evitar recordar el momento en que te cogí en brazos recién nacida y llenaste de luz aquel cuarto de hospital.
Ahora, mientras te miro aquí dormida de manera plácida, veo a la adolescente que desde hace un tiempo no acepta lo que soy, o, al menos, mi forma de ganarme la vida.
Ahora, mientras te contemplo aquí silente, me pregunto quien de mis compañeros de la unidad ha sido el responsable de que tú y yo nos encontremos en esta situación.
La respiración pareció abandonarle, como si ya no la necesitase. Todo su empeño consistía en escuchar cada una de las palabras de aquella mujer que frisaba los cuarenta.
- No debe preocuparse, todo ha salido bien. Salvo complicaciones de última hora no perderá ningún órgano y, no sé decirle cuando, podrá seguir disfrutando de una vida normal- explicó aquella mujer.
- ¿Cómo está?- respondió el hombre.
- Dormida por el efecto de la anestesia. En no mucho tiempo despertará y podrá hablar con ella- afirmó la doctora.
- ¿Puedo verla ahora?- inquirió nervioso.
- Sí, por supuesto. Le acompaño a la habitación- se ofreció ella.
Un par de minutos después se encontraba a solas con aquella mujer dormida. La miró a la cara y no pudo evitar recordar la primera vez que vio a su mujer. Ella conservaba esa misma belleza, incluso la misma expresión que habitaba en su recuerdo de aquel primer día.
Mi amor, comenzó él, cuando te tuve entre mis brazos por primera vez sentí como todo lo bello de este mundo se concentraba en tu pequeño cuerpecito. Te miré y noté como tú me devolvías la mirada. Aunque mucha gente dirá que esta última parte son ensoñaciones mías. Pasó el tiempo y crecimos juntos. Tú de una manera y yo de otra, pero ambas complementarias. Sin embargo llegó ese período en que tú empezaste a cuestionarte todo, incluido a mí, y todo pareció saltar por los aires. Aunque intuyo que en algún lugar de ti, y sé que en una buena parte de mí, nuestro amor seguía existiendo. Pero resultaba más fácil el enfrentamiento que reconocer la existencia de aquello que siempre nos unió. Ahora viéndote aquí postrada, comprendo que ambos teníamos razón.
Yo sabía que no debías haber acudido a aquella manifestación, donde iba a haber problemas serios de orden.
Tú sabías, aunque me cueste reconocerlo, que cuando nos ponemos el uniforme y recibimos la orden de cargar no siempre nos resulta fácil distinguir entre unos y otros.
Ahora, viéndote aquí, ausente, tras haber sido intervenida para intentar reparar los efectos adversos que tu cuerpo ha sufrido tras recibir el impacto de una pelota de goma, no puedo evitar recordar el momento en que te cogí en brazos recién nacida y llenaste de luz aquel cuarto de hospital.
Ahora, mientras te miro aquí dormida de manera plácida, veo a la adolescente que desde hace un tiempo no acepta lo que soy, o, al menos, mi forma de ganarme la vida.
Ahora, mientras te contemplo aquí silente, me pregunto quien de mis compañeros de la unidad ha sido el responsable de que tú y yo nos encontremos en esta situación.
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